¿Por qué puede Pasolini resultar interesante para los cristianos de hoy? Una denuncia de la abstracción y del dualismo. La pasión por la realidad y la espera
Lo que nos apremia en estas páginas es justificar por qué Pasolini resulta interesante para un hombre que vive su sentido religioso con una racionalidad ejercida con pasión. Hay que tener en cuenta que es interesante no porque en él se vayan a buscar "patentes o exclusivas" que no existen, sino porque el diálogo con Pasolini despierta razones y reflexiones que pertenecen al ámbito religioso. «El cristiano es perfectamente humano. Más aún, es lo más humano que hay», escribe Péguy.
En una palabra, para el cristiano -que es el hombre que reconoce que el sentido religioso ha encontrado su actuación plena, histórica, en el hombre Cristo-, cada profundización seria de la experiencia religiosa le resulta profética.
La profundización del problema religioso evidencia la necesidad de que la vida no sea presa del dualismo, entendido como distancia insalvable entre el cielo y la tierra, la carne y espíritu, la vida y la muerte, lo abstracto y lo concreto, entre lo que es de Dios y lo que es del hombre, entre bien y mal.
El "factor Pasolini" es importante para poder comprender el momento histórico, social y cultural que estamos viviendo. Desde luego, no se trata de hacer de él el héroe de una ideología -tal y como reflejan recientes obras cinematográficas- reduciéndolo todo a mera cuestión política; tales intentos, bajo capa de una rehabilitación de su figura, se convierten en nuevas ocasiones de sepultarlo definitivamente.
Existe otra actualidad de Pasolini en este momento histórico, precisamente cuando casi todos los que se habían aliado contra él o que lo habían acusado, recogen los laureles del propio éxito: pensemos en Scalfaro, que escribió de Pasolini que era un "enfermo mental", en Costanzo, Rondi, Strehler, Fo, o incluso, mutatis mutandis, en un joven amigo suyo, el director de cine Bertolucci, que en estos días manifestaba el motivo que impidió la duración de su camaradería con Pier Paolo: el poeta de Casarsa tenía constantemente una mirada religiosa sobre las cosas.
El período que estamos viviendo aparece marcado por dos factores inconfundibles: el retorno a la religiosidad (o al sentido de lo sagrado) y el triunfo de la abstracción, entendida como la reducción del cristianismo a una mezcla de espiritualismo o escatologismo.
Paradójicamente, para una sensibilidad católica, el herético Pasolini indica (insisto, desde dentro del problema) a la Iglesia el origen verdadero de la fuente de las herejías que ella ha combatido en sus grandes contiendas: el maniqueísmo, Pelagio y la reducción protestante.
Que la actual revitalización pseudorreligiosa sirva solo para reforzar la herencia del individualismo y del moralismo sofocantes de los que ha surgido, lo ha captado magistralmente Altman en su América hoy, composición sobre una vida atrapada en un dualismo entre verdad y realidad.
Esa denuncia de la "abstracción" que consiste en reducir la existencia a un esquema abstracto, identifica a Pasolini con Péguy y Mounier. Toda reducción -advertía- es una falta de verdadera religiosidad. Se puede decir que la restricción que Pasolini denunció en aquellos años -es decir, la reducción del hombre a sus necesidades económicas, junto a la más sutil reducción de cualquier cuestión personal a mera cuestión de conciencia- haya ya triunfado también gracias al retorno de cierta moda religiosa. No por casualidad H. Bloom, en sus recientes estudios sobre la "Religión americana", ha descrito la doble raíz de la religiosidad en un país que demuestra ser todavía el Imperio en el mundo contemporáneo y, por lo tanto, la fuente de tendencias que nosotros importamos desde hace tiempo. El haber sufrido y acusado este dualismo, su «desesperada vitalidad», el haber sellado con una tensión extrema su denuncia, hasta llegar al nefando misterio de su muerte, hace que podamos decir de Pasolini lo que T.S. Eliot decía de otro poeta, el primer poeta moderno completamente sumergido en el dualismo y completamente en contra de él, Charles Baudelaire: «Su alto destino fue el de ser capaz de una condenación denegada a los políticos y a los periodistas». Pasolini pertenece a esa raza en el intento de superar el dualismo trágico al que están obligados por la época y por sí mismos.
No es un filósofo, ni un teórico sistemático. Es un escritor y, como tal, alienta en él una pasión por la realidad que se comunica de formas muy diversas (desde la poesía a la invectiva, desde el cine a la novela). Pocos escritores como él han permitido que en su búsqueda expresiva emergiese claramente la cuestión capital, el problema religioso, sea en la propia formación o en la formulación del juicio sobre la contemporaneidad.
Hay algo original que motiva este dato, y que atañe directamente a un problema advertido por Pasolini. Él busca una lengua que sea un acto personal, cada vez más nuevo, de adhesión al ser y que no tenga su origen en ningún código lingüístico existente, sino en la profundidad misma del ser y del existir.
Pero sobre él ya pesa el dualismo de una "carnalidad inalcanzable". Todas las demás vicisitudes del personaje de Pasolini -los delirios, las desviaciones y las desesperaciones- son comprensibles, a la lívida luz de la tragedia, como una enorme, paradójica profecía.
El encuentro frustrado con la carnalidad de Cristo -«un rostro/que sea instrumento de un trabajo no del todo perdido/en el puro intuir en soledad», escribirá- clava la desesperada vitalidad de Pier Paolo sobre la única posibilidad que un hombre sabio y sensible tiene delante de sí: dedicarse locamente al análisis más sutil y al amor más disperso.
(Traducido por Paloma Galán)
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