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Huellas N.01, Enero 1996

VIDA DE CL

Japón. Experiencia en el Sol naciente

Angela Uchida

1995: Terremoto en Kobe-Osaka. Atentados terroristas. Celebración del cincuenta aniversario del lanzamiento de la primera bomba atómica en Nagasaki e Hiroshima. Los japoneses se preguntan sobre su propia deseo de felicidad y de paz, que no encuentra respuesta ni en los paraísos tecnológicos ni en el trabajo. También allí está la compañía de Cristo, posibilidad de salvación, en la realidad

El año 1995 ha dejado una señal muy particular en el corazón de nosotros, los japoneses. En efecto, hay que tener presente que éste es un país donde un giro de 180 grados en el nivel de vida es un auténtico motivo de gloria y honor para la cultura dominante, una flor en el ojal, hasta el punto de que el renovado desarrollo tecnológico e industrial y el bienestar general pueden, incluso, pretender justificar el sacrificio cotidiano del individuo. El descuido de uno mismo puede llegar hasta la aquiescencia en reducirse a mera pieza de un engranaje o elemento del mundo de la producción y del consumo.
No pocas homilías en las iglesias empiezan con estas palabras: «...nosotros ciudadanos de este país privilegiado...» y terminan con la llamada de ayuda al Tercer Mundo como necesaria consecuencia de ese privilegio. En estos casos no se puede, cuando menos, que pensar con dolor en los suicidios y asesinatos de tantos niños y adolescentes, en las múltiples formas de violencia, en los hijos que matan a sus padres, en aquella madre que ha asesinado a la hija para cobrar su seguro de vida, en los diferentes locales de diversión y games centers, rebosantes, llenos de jóvenes, en las salas de juego abarrotadas de adultos, donde encuentra refugio todo el que quiera vencer el aburrimiento, la tristeza o la desesperación... A pesar de todo, los japoneses continúan llamándose afortunados, privilegiados, felices.
Ahora bien, cada año, en agosto, para dar al traste con semejante presunción, Nagasaki e Hiroshima vuelven a recordar el desastre de las primeras bombas atómicas con la celebración de sus respectivos aniversarios. Tan solo imploran un poco de atención, recuerdan que los hospitales están todavía llenos de supervivientes, etc... pero basta cambiar de canal o pasar la página del periódico para volver de nuevo a la obligación del trabajo y a las muchas diversiones disponibles. ¡Vale la pena trabajar por ellas y por la carrera!
Todo parecía ir bien hasta que llegó el 95. Algunos esperaban su llegada, otros, en cambio, se sentían inseguros ante la incógnita de lo que sucedería, tanto a nivel nacional como internacional, con ocasión del cincuenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y del lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas. Incógnitas, desde luego, ha habido muchas, y de importancia suficiente como para escapar de los acomodaticios tentáculos de los Pachincos y de los Karaokes, de los Centros "Game" y de todo sistema de ocupación laboral y organizadora del tiempo humano. Sin embargo, la incógnita, o mejor dicho, lo imprevisto - el terremoto de Kobe-Osaka -, ha resultado ser algo trágico, desconcertante, capaz de hacer aflorar en la conciencia aquella incertidumbre demasiado tiempo reprimida, más o menos voluntariamente ignorada, junto con el miedo al derrumbamiento del mastodóntico castillo de arena que le ha costado al poder el cincuenta aniversario postbélico. Así pues, los japoneses, habiéndose sentido colectiva y personalmente en peligro, se han tenido que poner, en 1995, frente a la pregunta sobre su propia vida. Y en medio del pánico general, la minoría cristiana presente está extraordinariamente unida a la hora de proponer la única respuesta posible.
Desde Hiroshima, se perciben algunas cosas de un modo muy singular. Siempre habíamos advertido que los llamamientos, las exhortaciones, la oración del Papa para que el hombre sepa pedir humildemente Dios aquello de lo que más tiene necesidad -la verdadera paz y la felicidad con el pan cotidiano-, encuentra la puerta abierta en el corazón de los japoneses, ya sean católicos o protestantes, budistas o sintoístas e, incluso, paradójicamente, en el corazón de tantos que se autoproclama ateos.
Esto indica que el trabajo ecuménico, y el verdadero diálogo interreligioso, es el que realiza Cristo. Porque el amor de Cristo es la única utopía, sino una posible y necesaria respuesta a la ineludible exigencia de caridad y verdad.
Los que somos del movimiento aquí, en Japón, hemos vivido todo con verdadera pasión, con el amor de siempre a la realidad, una realidad marcada por el dolor y el sufrimiento, pero, desde luego, signo de Su presencia.
A primeros de año sucedió el terrible terremoto en Kobe-Osaka. Poco después, los atentados terroristas de la secta "Oumu" -de la que se ha ocupado la prensa internacional-, la misma que sigue aún hoy masacrando a muchas personas, lo que lleva a que muchos no puedan y a ni dormir tranquilos. Más tarde llegó agosto, incitando a la memoria con sus celebraciones, una memoria todavía viva en las lágrimas de los que vivieron aquellos días, memoria que todavía lleva consigo los signos, y ofrece una triste compañía a los jóvenes moribundos, enfermos de una leucemia que se ha transmitido a las generaciones siguientes. No son raros estos huéspedes en el prestigioso reparto hematológico del Hospital de la Bomba Atómica.
Para colmo, pocos días después, China y Francia (con los experimentos de la bomba atómica, ndr) han actuado por su cuenta, y la gente que se ha sentido no sólo herida, sino escarnecida por enésima vez. Cristianos y no cristianos, repetían: «Tiene razón el Santo Padre cuando dice que los hombres todavía no han aprendido la lección».
Y ahora, mientras los diversos locales diurnos y nocturnos, Pachinkos y Karaokes, los grandes almacenes, la televisión, refuerzan todo su armamento de efímeras promesas contra el vacío y la nada, los japoneses comienzan a fiarse menos, comienzan a sentir el latir del propio corazón y a prestarle atención. Se emborrachan menos con los colegas y discuten más sobre el desempleo y el mundo del trabajo, hablan de la enseñanza e, incluso, de la familia, razonan sobre el porqué de la difusión de las sectas, se atiende al estado de alarma que el gobierno ha proclamado hace algunas semanas ante la posibilidad de un gran terremoto en la zona del Monte Fuji. Las centrales registran centenares de oscilaciones telúricas diariamente y la televisión insiste en que se preparen mochilas con galletas, agua mineral y medicinas de primeros auxilios. Hace unos días nuestro Obispo decía que había llegado un momento en el que no se podía seguir viviendo anclados en la comodidad y dando todo por supuesto, pero después añadía: «¡Que Dios nos salve!».
Entonces, el movimiento en Japón se convierte en un gran desafío para cada uno de nosotros, también porque, sobre todo, en ciertos momentos, nadie es tan estúpido de aferrarse a aquello que es más frágil que él, sino que busca un lugar, lo más sólido posible, para permanecer.
Ésta es una compañía de personas donde te sientes a salvo, donde está la respuesta a los terremotos, a las armas nucleares, a los atentados terroristas, a las violencias, a la soledad de los jóvenes, al abandono de los ancianos. Porque no es la fuga hacia un sueño, sino una compañía que te dice: «¡Mira!, ¡miremos juntos!, ¡camina!, ¡caminemos juntos. No temas!»
En Japón, nosotros estamos para decir: es posible vivir sin miedo, si nos dejamos abrazar por Jesús. Nuestra afortunada, bendita experiencia nos demuestra que el corazón de este pueblo está extraordinariamente abierto a su Creador, todavía más que a la creación misma -a la que siente demasiado próxima- y, cuando llega el momento, está profundamente turbado y convertido a la verdad de la Encarnación. ¡Qué gran tarea tenemos aquí, nosotros, los bautizados!
Los amigos que me han llamado por teléfono o, que me han encontrado en la universidad, me han dicho: «Suceda lo que suceda estoy tranquilo, ya no me siento solo, percibo ahora con más fuerza la alegría del primer encuentro. Sobre todo me siento en paz conmigo mismo y con los otros, porque lo que ha sucedido a Juan y a Andrés nos ha sucedido y sucede también a nosotros».
¿Podremos quizá tener, en este año tan arduo, un don mayor que la mirada con la que el movimiento nos ayuda a mirar la realidad? Por todo ello, ¡gracias don Giussani!

(Traducido por Emilio Pérez)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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