Nueva York. Realidad y experiencia
Querido don Gius: Hace ya algún tiempo que deseaba oírte o al menos escribirte, y por fin me decido a hacerlo para contarte lo que está sucediendo por aquí. Cada vez me doy más cuenta de cómo la mentalidad de este mundo (que aquí, en Nueva York, está verdaderamente en contra de lo humano) trata de penetrar profundamente en todo y en todos. Se comprende por qué nadie tiene ya el coraje de hacerse adulto, de crecer, de ser responsable de principios abstractos y la abstracción, inmoviliza; nos aterrorizamos frente a todo lo que parece no corresponder a una imagen prefabricada (inventada por la mentalidad dominante) y ello bloquea cada acción o cada iniciativa concreta. La realidad se ha convertido en una objeción para la vida, en lugar de ser el medio para expresar la vida y la condición para descubrir su sentido. Parece que la realidad, en su aspecto más material y concreto, suponga un obstáculo para la vida (o para la felicidad) en lugar de ser el aspecto más concreto y humano del que tiene necesidad todo hombre. Este terror a crecer mata y sofoca, y, en el fondo, no es simplemente el miedo al sacrificio que naturalmente pide la vida, sino el rechazo al ser. Todo este miedo nace, en esencia, del hecho de que cada uno se percibe solo, no en el sentido de solitario, sino aislado, apartado de todo, tanto de las personas como de las cosas. No estoy hablando de la situación americana, estoy hablando de mí, en quien la abstracción es el lamento o la insatisfacción. No digo que todo tenga que irme bien a priori, lo cual sería todavía abstracción; pero si existo, igual que existe todo lo que me rodea (hechos, cosas y personas), existe una razón, y tal razón o tal fin es el verdadero y el único punto de correspondencia entre los demás y yo, entre la realidad y yo. No sé si consigo explicarme bien; pero no basta admitir que la vida tenga un sentido, sino que hace falta acoger y descubrir ese sentido dentro de la misma vida. Creo que la palabra más inmediata es la palabra "experiencia". San Pablo dice en una de sus cartas: "La realidad, en cambio, es Cristo"; si la realidad estuviera vacía, también a mí me asustaría. Sin embargo, la realidad es de alguien que me acompaña y por ello me interesa, porque es el Señor de mi vida quien me acompaña. Tal interés es previo a lo que podría definir como "correspondiente", porque está definido por aquella relación precisa y no por ninguna otra, ni por un pensamiento. En las relaciones en mi casa esto es evidente; la casa es el mundo más próximo a nosotros. Por ello estaba pensando que he venido hasta Nueva York para darme cuenta de que el mayor freno a la plenitud de la vida no es el rechazo a Dios, sino el rechazo hacia su encarnación y que, en cualquier caso, no se puede aceptar la vida si no es por un fin adecuado. El único fin adecuado es Cristo presente aquí y ahora; desde aquí se parte para llegar a ser grandes incluso cuando, "anagráficamente hablando", ya debería ser así. Aquella correspondencia entre la realidad de la que he hablado antes y yo, es lo que impide la soledad, porque no podemos ser amigos para hacernos compañía sin un horizonte y un fin: sería decididamente patético. Por eso me ha venido a la mente que hace tiempo tú me dijiste que había en mí una soledad última, ahora comprendo un poco de qué me hablabas; quizá todavía soy una persona solitaria; pero ciertamente tengo el deseo de derrotar el aislamiento y la certeza de estar siempre con Uno que quiere mi bien, que no mide mi coherencia, sino que, misericordiosamente, me es fiel para que yo lo sea, y por ello esté contenta.
Lorna
Chicago. El abrazo de un Padre
Jonathan, de New York, nos ha hecho llegar esta carta que ha recibido de un amigo
Querido Jonathan: Me encantaría responder a tu invitación para continuar el diálogo sobre el ecumenismo y la misión. Reflexionando sobre la asamblea internacional de los responsables y sobre el primer encuentro con D. Giussani, me he dado cuenta de que ecumenismo y misión sólo pueden surgir de la experiencia personal de que somos amados. Recuerdo el encuentro en el que Giussani te abrazó. Yo me sentí abrazado en aquel abrazo. Aquel abrazo ha sido un gesto espontáneo de amor por ti, pero también por todos los de los Estados Unidos. Este hombre, que no nos conoce ni ha hablado con la mayoría de nosotros, sin embargo, nos ama como un padre ama a sus hijos y como un amigo ama a sus amigos. Cuando nos encontramos con él, las primeras palabras que nos dirigió fueron que estaba encantado de vernos, porque cuando las personas que él nos había enviado llamaron a nuestra puerta, nosotros habíamos respondido. Nos estaba diciendo que ha comunicado a otros el carisma que él había recibido, y que éstos, enviados por él, nos lo han comunicado a nosotros. Reflexionando después he comprendido que este gesto suyo expresaba cuánto desea que cada uno de nosotros viva la vida plena que él vive. No nos ama porque estamos de acuerdo con lo que él dice y porque creamos en lo que él cree, sino que nos ama porque, por gracia de Dios, nos hemos convertido en sus hijos. Para mí, la razón de haber permanecido en esta compañía es que, desde el principio, he sido amado con el mismo amor con el que han sido amados los amigos que he encontrado. Su profundo interés por mí -tan indigno de ser amado- es lo que me ha fascinado. En esta compañía -y en ninguna otra parte- he encontrado gente verdaderamente excepcional; excepcional, desde mi punto de vista, por su profundo interés por cada cosa, pero especialmente por mí, por mí que me siento indigno de ser amado y poco interesante. La gran sorpresa del encuentro con Cristo es que soy amado. Ahora comprendo, mejor que antes, que el origen del profundo interés de mis amigos por mí estaba en que alguien previamente había mostrado por ellos el mismo profundo interés. La misión crece por el hecho de ser amados, por la comprensión profunda de que en el instante eres amado por Otro. Ecumenismo indica este profundo interés por el otro, por su destino, porque naturalmente tú quieres para él el mismo gran amor que has encontrado para ti.
Doug
Bérgamo. ¡Por fin!
Querido don Giussani: Por fin me voy a Kazajistán con el corazón colmado de agradecimiento al Señor por el milagro de nuestra compañía. He dejado a mi padre, Darío, en el hospital en una situación bastante grave. ¿Sabe cuál es el consuelo? Que él vive ya la totalidad de adhesión a Cristo que hoy pido también para mí. A la pregunta, «Papá, ¿me puedo ir tranquilo?», me respondió: «Vete, yo ya he recorrido mi camino, ahora te toca a ti. ¡Vive para Cristo!». «Quizá, papá, no nos volveremos a ver». «No te preocupes, nos encontraremos en el Paraíso». Me voy confiando a María tu vida y la de la Fraternidad.
Don Eugenio
China. El martirio y la fe
Querido don Giussani: Estoy seguro de que esta carta será una sorpresa para ella. Simoneta (...) y yo somos compañeros. Nosotros no nos conocemos pero, créame, padre, usted está en lo más profundo de mi corazón. Hace mucho tiempo, cuando trabajaba en el Catholic Migration Office, me habían hablado de Comunión y Liberación y me interesó mucho. por eso quise conocer personas de CL. Deseo contar brevemente mi historia. Provengo de una familia de cristianos presbiterianos. Estudié en una escuela superior católica y en el colegio en los años 40'-50`. Me diplomé en la escuela superior San Gonzaga y en la Universidad Aurora, una escuela de medicina sostenida por los jesuitas, donde conocí a mi profesor preferido, el cardenal Ignitius Kong que enseñó durante los años 47'-48'. En 1950 fue nombrado obispo de Shanghai. En 1949 las tropas comunistas ocuparon China. El obispo fue hecho prisionero. La acusación fue su negativa a renunciar al primado del Papa. Monseñor Kong fue liberado en 1985, después treinta años de cárcel. Durante la revolución cultural (1966-78), también yo estuve preso durante 10 años, acusado de ser un secuaz del imperialismo (porque estaba muy cercano a la Iglesia clandestina y era creyente). En 1978 fue destituida la Banda de los Cuatro. Los nuevos jefes reconsideraron mi sentencia y finalmente me dijeron que no representaba nada grave, por lo que podía volver a mi cartera de médico.
Durante mi tiempo en prisión, mi mujer, Mónica, también médico, sufrió una hemorragia, y el especialista al que recurrió, sabiendo que era mujer de un prisionero, le diagnosticó un tumor en el recto. Ella, no teniendo otra alternativa, aceptó hacerse operar. Se le extrajo más de un metro de intestino y se le puso un ano artificial. El diagnóstico final de la biopsia fue: «No ha sido encontrada ninguna célula tumoral».
En 1982 decidimos dejar este puesto espantoso. Mónica obtuvo el permiso para visitar a un tío en Macao y después también yo obtuve el permiso para reunirme con ella. En Macao trabajamos en Cáritas y Mónica, como médico, en el asilo católico "Santa María" durante más de ocho años. Al mismo tiempo dirigíamos un ambulatorio para los pobres, especialmente los enviados desde el convento de las Misioneras de la Caridad de Macao. Hemos estado más de ocho años como voluntarios cooperando con la Madre Teresa, a quien tanto queremos. Desde la masacre de Tienanmen hemos demostrado nuestra simpatía por los estudiantes. Esto me ha supuesto perderlo todo y he tenido que irme con mi mujer a Nueva York. Esta es, brevemente, nuestra historia. El sacrificio y la injusticia sufrida por nosotros hace veinte años me ha hecho darme cuenta que el cristianismo no es un camino fácil. Estoy agradecido a los sacrificios sufridos porque, gracias a la indomable fe en Dios, me han hecho desear ardientemente la mejora de nuestro propio pueblo. He escrito esto sólo por presentarnos y por expresar nuestra estima por ella y por la Fraternidad. Estaremos gustosos de ayudar a cualquiera de la Fraternidad que tenga necesidad de nuestra ayuda.
Aachen y Mónica, Brooklyn
Stuttgart
Queridos amigos: Llenos de agradecimiento por vuestra "compasión" en la enfermedad y muerte de nuestra pequeña hija Monika, os escribimos para relataros lo que este verano nos ha ocurrido. El pasado 10 de agosto Monika falleció de un tumor cerebral. Entre el descubrimiento del tumor y su muerte tan sólo transcurrieron dos semanas y media, tiempo que, tras una rebelión inicial y a través de un inmenso dolor, se convirtió para nosotros en una gran riqueza. El compartir nuestra experiencia con Mónica, Bernhard, Uli, Romano y muchos otros fue, desde el principio, el único camino posible para poder aceptar todo tal como acontecía. Ya al comienzo de la enfermedad Mónica nos dijo que se trataba de un signo de la elección que Dios hacia tanto de nosotros como padres como de la propia Monika. Inmediatamente surgió la pregunta sobre el sentido de la vida y comenzamos a hablar con todos sobre de dónde venimos, adónde vamos y sobre dónde, ciertamente, se encuentra ahora Monika: en el Paraíso, en los brazos de Cristo. Nunca hasta este momento nos habíamos aventurado a hablar así con amigos y conocidos. Ahora nos referimos a algo que ha ocurrido y que es profundamente verdadero. Muchos otros, también entre vosotros, se han visto provocados a raíz de este de este hecho, a recorrer con más seriedad su camino con Cristo en la Iglesia, en el movimiento o a ponerse por primera vez frente a la exigencia de significado que tiene su propia vida. Los múltiples signos del cambio entre nosotros nos llenan de asombro y consuelo, nos muestran para qué ha muerto Monika. Ella ha cumplido ya su misión y su vida ha sido plena. Muchos nos habéis visitado en este tiempo y tuvisteis la misma experiencia: la presencia de Cristo era visible y tangible en Monika. Hemos aprendido a entregarnos totalmente a lo que sucede, comprendiendo que Él actuaba en cada acontecimiento. Sólo así pudimos aceptar todo sin perdernos en el miedo ante lo que se nos venía encima. Quisimos viajar con Monika a Lourdes. Pronto vimos, dadas las circunstancias, que esto no era posible, por lo que hicimos una peregrinación a la Virgen de Stuttgart para pedir el milagro de la curación, pero, todavía más, el milagro de poder aceptar su Voluntad. La muerte de Monika en mis brazos fue como una exhalación. Su vida se fue casi tan inadvertidamente y llena de misterio como llegó. Percibimos que su cuerpo era una envoltura y que ella estaba presente de forma misteriosa. Cristo la atrajo con toda la fuerza hacia sí. La muerte no tenía poder alguno sobre ella. Durante estos meses hemos podido reconocer el plan bondadoso del Padre para nuestra vida, porque hemos sido acompañados en cada paso y, gracias a ello, no hemos caído en la desesperación y en el cinismo. Os agradecemos de corazón el signo conmovedor de vuestra amistad y unidad con nosotros.
Dorothe y Andreas
Pésaro. El tiempo apremia
Querido don Giussani: En los ejercicios de la Fraternidad de 1994 nos dijiste: «El tiempo apremia». Esta frase ha sido una ayuda para nuestro grupo de Fraternidad. Somos once abuelas, de las que cuatro somos viudas, y todas hemos pasado ya los setenta años. Tenemos hijos y nietos en el movimiento y, mientras que les ayudamos en las labores de la casa, repasamos juntos la Escuela de Comunidad. Cuando hace días nuestro responsable nos recordó la fidelidad al fondo común, le aseguramos que algunas de nosotras ya habíamos dado todo el dinero correspondiente a 1996, porque -le explicábamos-, para nosotras, el tiempo cada vez apremia más y hemos pensado en anticipar los ingresos, de forma que así nos aseguramos el vivir la Fraternidad para todo el año 1996 (quizá en el cielo). Nos han dicho que te hiciéramos saber lo que hemos hecho y esperamos que también otras fraternidades lo hagan igual. Gracias por la ayuda que nos das para vivir la Iglesia a través de la Fraternidad. Te recordamos cada día en nuestras oraciones y te reconocemos como padre que nos guía al destino. Con afecto.
El grupo de Fraternidad Pie Donne
Madrid. A Francia con Psalterium
Todo empezó cuando Enmanuelle Ferrer, un reconocido pianista francés que residió veinte años en España, y su amigo Bernard, es decir, Les Amis Du Mesnil saint-Martin, invitaron al grupo Psalterium a dar un concierto en la sede de su asociación musical: el antiguo priorato de Montaut de Villereal. Después de afrontar juntos un montón de circunstancias que dificultaron el viaje a varias familias de miembros del grupo, por fin estábamos allí. Un grupo de amigos que se reconocen unidos por Cristo ha sido, sencillamente, una presencia y una ocasión de encuentro con otros. Así sucedió, por ejemplo, en Montpazier, cuando entrábamos a oír misa en la capilla de Santa Marta, una pequeña casa de reposo, y fuimos algo imprevisto para la pequeña comunidad de fieles que, seguramente, lleva muchos años celebrando la Eucaristía en aquel lugar. El sacerdote, al instante, quiso que expresáramos juntos nuestra unidad cantando en latín, franceses y españoles. En convivencia durante cuatro días con Enmanuelle y Bernard se puso de manifiesto, sencilla y naturalmente. Aquel que está entre nosotros. Ellos expresaban de muchas formas que nuestra presencia allí les conmovía. Bernard dijo durante el descanso del concierto: «Esta música te pone frente a ti mismo». Y Enmanuelle pidió que la introducción que Paulino había leído al comenzar, donde se venía a decir que la Belleza es expresión de la Verdad, la dejáramos escrita en los libros que firman todos los músicos que dan conciertos allí. Siempre escuchaban con total atención cada vez que por la mañana cantábamos el Ave María de Victoria o por la noche el Bajo tu amparo de la liturgia bizantina, y al final decían: «Es precioso». Me impresionó el amor y el cuidado que tanto Enmanuelle como Bernard ponen en todo lo que hacen, su gran sensibilidad y el que un músico de proyección internacional se preocupe de enseñar solfeo a personas mayores y a los niños de los pueblos de alrededor. Damos gracias por este viaje, innegable ocasión de encuentro y reconocimiento.
Gonzalo
Túnez. Vivir la fe «conviene»
Querido Don Giussani: Te escribo estas pocas líneas para darte las gracias y para encomendarte, por una vez, mi deseo y mi petición de seguir y de obedecer al "proyecto de Dios de entrar en el mundo para implicar a todos los hombres dentro de la condición divina, de tal manera que todos los hombres queden investidos, envueltos y salvados por la misericordia". Aquí y ahora resulta así de evidente que el primer objeto de esa misericordia soy yo, somos nosotros, que necesitaríamos mentirnos a nosotros mismos para no entender que la obra más grande en la que nuestra vida está implicada es aceptar dar la vida para la gloria de Cristo. En estos días ha sucedido algo grande: nuestra pequeña Escuela de Comunidad -somos cuatro- se ha incrementado poco a poco con otros amigos franceses y algunos africanos que viven aquí, en Túnez. La otra tarde, por primera vez, vino un chico tunecino, musulmán, que está iniciando el largo camino de preparación para el bautismo, y también el padre Thompson, un sacerdote americano que, como nosotros, está ayudando al obispo en esta pequeña iglesia de Túnez, y cuida a Haled (así se llama este chaval) en el inicio de este camino suyo. Desde los primeros meses habíamos propuesto a todos trabajar sobre los ejercicios del CLU - Reconocer a Cristo-, al principio en italiano y ahora en francés. Es impresionante vernos juntos, porque todos estos amigos provienen de las experiencias más diversas, pero lo que nos une es la tensión por comprender siempre más el Hecho que nos ha sucedido. La otra tarde el corazón de nuestro diálogo (provocado pro muchas preguntas) era comprender lo que quiere decir para nosotros "moralidad" y qué era esa "simpatía por Cristo" que tanto cambió la vida de Pedro ¡y de todos los que se encontraban con Jesús! Es a través del relato de lo que nos ha sucedido a nosotros a nuestros amigos esparcidos por todo el mundo, cómo nos ha llenado de estupor ver de qué manera, incluso para ellos, se hacía cada vez más evidente la correspondencia y la conveniencia humana que nace del encuentro con aquel Hombre y con los que, todavía de una manera balbuciente, son signo de esa presencia.
Gabriella
Milán. Misericordia que regenera
Reverendo don Giussani: Lo que me asombra de mi vida cotidiana, tan físicamente fatigosa (a la que ahora estoy segura de haberle dado un sentido que se llama Jesucristo), es que mi deseo de felicidad aumenta poderosamente y me hace estar dispuesta a experimentar aún más la gracia de Su amor. Todavía no sé gozar lo suficiente del bien recibido, como si no supiera esperar y estar agradecida por el don de mi propia existencia y del día que hoy acaba. Me gustaría mucho comprender más, tener la conciencia del día que termina y se renueva en el día de mañana, para que descienda la paz también sobre mi corazón. En mi vida, de hecho, jamás hay descanso, porque necesito un juicio que no consigo darme yo sola. En las vacaciones de la comunidad que he vivido con mi familia, ha comenzado a percibir otra faceta del amor de Cristo que jamás había buscado en las personas que viven a mi alrededor: el perdón. Compartiendo con los amigos los últimos día tras día, he tenido la gracia de experimentar en mi persona la belleza de este don y la plenitud que llena el instante de quien lo recibe. ¡Creo que esto es el fruto que todos nosotros podemos recoger del gran árbol que es la Iglesia, como dice la Escuela de Comunidad y que, una vez reconocido, ya no podemos no desear! En una actitud de seguimiento y de escucha he vivido el don de la gratuidad y he experimentado el perdón por amor de Cristo: ¡se me ha concedido el ciento por uno! ¡Mi inteligencia jamás hubiera podido proyectar, para mi felicidad, un sucederse de circunstancias que me pudieran llevar a tal plenitud de vida! No sé cómo explicarlo, pero creo que el mundo sería diferente si todos los cristianos desearan revivir, todos los días, en su vida cotidiana, el gesto tan dramático, pero al mismo tiempo tan grandioso, del perdón. Ahora intuyo que debo mendigarlo continuamente, para que mi camino hacia el destino alcance a mi marido, a mis hijos y a todos los que comparten mi realidad cotidiana, sobre todo la más fatigosa. Le doy gracias, don Giussani, porque a través de usted y de los amigos del movimiento Dios me ha tomado, cambiando la trayectoria de mi mirada sobre la realidad. Este es, ahora, el mayor valor de mi vida: está llena de la Presencia de Cristo y por eso adquiere su sentido más verdadero. Le saludo con gratuidad y le recuerdo en mis oraciones.
Elena
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón