La revolución digital ha cambiado radicalmente las relaciones afectivas. Los jóvenes se enfrentan a un universo ilimitado donde todo está al alcance y los padres se ven desbordados. Hablamos con dos mujeres que ayudan a mirar a la cara el desafío de «aprender a amar»
Llevan más de 20 años hablando con padres, profesores y alumnos sobre amor y sexo. En este tiempo han llegado a 400.000 personas, a casi 30.000 solo el año pasado, de las que más de dos tercios son jóvenes. Llegando a estos jóvenes llegan también a sus familias, que tantas veces se encuentran perdidas ante las nuevas formas de relacionarse que ha traído consigo la revolución tecnológica y las redes sociales. El nombre de esta iniciativa lo dice todo: “Aprendamos a amar”, del Instituto Desarrollo y Persona de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid). Su actividad formativa se desarrolla a través de cursos, conferencias, congresos y ahora también se imparte online, como su posgrado de experto en educación afectivo-sexual. Hablamos con la directora del proyecto, Nieves González Rico, y Estela Alonso, responsable de Formación en Centros Educativos.
Hay una cita del Miguel Mañara donde el protagonista confiesa todos sus pecados y afirma: «He arrastrado al Amor al fango y a la muerte, convirtiéndolo en placer». ¿Qué es el afecto? ¿Y qué consecuencias tiene un afecto mal entendido?
Etimológicamente, afecto tiene que ver con todo lo que in-fluye en nuestro ánimo. Los afectos, el modo personal en el que respondemos ante la realidad, nos desvelan a nosotros mismos. La afectividad significa “hechos junto a...”. Es decir, nuestros afectos nos hablan de aquello para lo que hemos sido creados: amar y ser amados. ¿Qué sucede en la persona cuando vive un afecto mal entendido? Pues que este afecto le hace sufrir. Si algo tan grande como el amor, como nos dice Miguel Mañara, lo arrastramos al fango y se desvirtúa no puede llenar los anhelos más profundos del corazón humano. Por eso la importancia de, bien acompañados, entender nuestros afectos y afrontar frente a ellos las tres preguntas fundamentales: “¿qué me pasa?”, “¿por qué me pasa?” y “¿qué deseo hacer con lo que me pasa?”. Entrar en este diálogo con mis propios afectos es esencial para poder rescatar del fango la necesidad más profunda que todos tenemos de ser queridos bien.
Hoy las relaciones afectivas denominadas “tóxicas” están a la orden del día. Es un término muy habitual entre los jóvenes y también entre los menos jóvenes. ¿Cuándo una relación afectiva se convierte en tóxica y por qué?
Es verdad que hoy el término “tóxico” está muy generalizado y no siempre se emplea adecuadamente. Podemos afirmar que una relación se vuelve tóxica cuando al estar cerca de una persona se van percibiendo algunas señales importantes: falta de libertad (dependencia forzada, sumisión por miedo), falta de ternura (sarcasmos, ironías, reproches o agresividad), falta de realidad (no saber diferenciar la verdad de la mentira, sentimientos de no estar a la altura), alta de vínculos (aislamiento progresivo de amigos y familia) y falta de ilusión (vivir sumidos en la negatividad). Esta situación se traduce en una experiencia afectiva de sufrimiento que muchas veces se lleva en silencio por in-defensión, inseguridad, sentimiento de culpa o vergüenza. ¿Cuándo se han iniciado estas cinco carencias? ¿Qué frecuencia y duración tienen estas señales? ¿Qué eco provocan dentro de la persona? Salir del silencio y poder dialogar con una tercera persona adulta sobre estas cuestiones es esencial en el acompañamiento. Lo ideal es prevenir a través de la formación, la comunicación en la pareja, el establecimiento de límites y el aprendizaje de cómo valorar al otro. Caminar acompañados facilita que todo, también las dificultades propias de la inexperiencia o de heridas afectivas anteriores, se pueda tras-formar en oportunidad de crecimiento.
Recientemente saltaban las alarmas por un estudio cuyas conclusiones afirmaban que casi la cuarta parte de los jóvenes normalizan la violencia en la pareja, ¿es así?
Es verdad que los datos de violencia entre parejas jóvenes son alarmantes. Por un lado, se han normalizado comportamientos (comentarios, formas se expresarse, de tratarse) que no responden a un trato respetuoso, y menos aún cariñoso. Por ejemplo: «¡Eh zorra, vamos al patio!». Y por otro hay una mentalidad que parecía superada y que está resurgiendo: «si te trato mal es porque te quiero». Hace unas semanas, una alumna me verbalizaba refiriéndose a su novio: «a veces provoco las peleas porque me encantan las reconciliaciones». Creo que hay un factor de proyección de lo que ven en las series, en los vídeos, en las conversaciones de influencers que siguen y que narran sus propias relaciones de amor y desamor desde el eslogan “quien bien te quiere te hará llorar”. Por otro lado, en nuestro país se constituyen cada vez menos matrimonios y los que existen se rompen cada vez con más frecuencia. No hay separación sin sufrimiento y los hijos han presenciado, en muchos casos, faltas graves de respeto en sus hogares que van interiorizando casi sin darse cuenta. Hay mucho miedo a la intimidad escondido detrás de conductas violentas. Hay mucha soledad y tristeza disfrazada de agresividad.
¿Cómo trabajamos desde el Programa Aprendamos a Amar? Educar es iluminar la experiencia y abrir y ensanchar la capacidad de comprender la realidad. Educar es amar. De ahí la importancia de una mirada que pueda conectar con el corazón del joven tejido de anhelos de belleza, de bien, de alegría y justicia, de comprensión y cordialidad, de necesidad de cuidado, seguridad y protección, de capacidad de darse. Educar es ayudarles a descubrir que quien bien te quiere buscará tu bien. Que, si en una relación para estar bien primero buscas sufrir, hay algo que estás viviendo de manera desajustada. Tenemos a nuestro favor su propio corazón que no está hecho para ser maltratado sino para ser querido bien. Y claramente como educadores, cuando nos cuentan o percibimos una situación de maltrato, violencia o vejaciones lo ponemos en conocimiento del centro educativo para que pueda activar el protocolo correspondiente de protección al menor.
¿Cómo está afectando el acceso libre a la pornografía desde edades muy tempranas a las relaciones entre los jóvenes?
El uso de un material sexualmente explícito con el fin de procurar placer a la persona que lo consume se ha disparado por la inmersión tecnológica en la que vivimos y en la que crecen nuestros niños y jóvenes. La industria por-nográfica genera beneficios económicos de millones de dólares y necesita consumidores que llegan a ella con facilidad a través de un acceso anónimo y bajo el mito de “un poco de porno no hace daño. Yo controlo”. La edad media de inicio estimada en España son los once años (https://www.daleu-navuelta.org/) y aumenta en frecuencia de tiempo y dureza de contenidos a medida que se van introduciendo en la adolescencia y juventud.
¿Qué consecuencias implica esto tanto en las relaciones que ya tienen como en el modo en el que las tendrán en su vida adulta?
Eso va a depender de muchos factores: la edad, la frecuencia, el tipo de pornografía, la sensibilidad, etc… pero sí vemos claramente tres impactos importantes:
1.- Un impacto cerebral. Se ha comprobado que la pornografía provoca que se reduzca el tamaño de la región del cerebro que regula el autocontrol. Y esto puede ser la base de pasar de un uso puntual a un uso problemático o a una adicción. La libertad se va viendo cada vez más condicionada.
2.- Un impacto afectivo. La fuerza de las escenas, la crudeza y en la mayoría de las ocasiones la violencia asociada a las imágenes dificulta gestionar emocionalmente las imágenes que quedan grabadas y tienden a aflorar en la imaginación. Surge la culpa, la vergüenza, el miedo a que otros se enteren de lo que se vive, sentimientos de suciedad, vacío, tristeza y soledad. Se incrementa la inseguridad sobre el propio cuerpo y en ocasiones sobre la propia identidad. Aparece con mayor frecuencia sintomatología ansiosa y depresiva en los años de desarrollo. Y ya se está valorando su impacto como un problema de salud mental.
3.- Un impacto relacional. El joven puede aislarse por vergüenza de las personas a las que quiere (un joven envuelto en un uso problemático normalmente no se lo explicita a sus padres y tiene dificultad para ser transparente en su noviazgo). Su mirada tiende a cosificar a las personas y puede asociarse a una agresividad mayor, interiorizada y normalizada en las escenas pornográficas, que puede hacer de válvula de escape del malestar afectivo expuesto en el punto anterior. Es frecuente que se generen expectativas falsas sobre cómo han de ser las relaciones sexuales, y de hecho muchas veces nos reconocen no poder entender la relación sexual como algo bello que exprese un amor sincero al que no saben cómo acceder.
¿Cómo acompañar en estos casos?
Es importante un diálogo franco y abierto con los jóvenes que les ayude a descubrir cómo la pornografía es una respuesta falsa a necesidades verdaderas de su corazón: comprender las nuevas emociones y sentimientos, ordenar el deseo sexual que aparece con fuerza en estos años, buscar respuesta a las inquietudes sobre las relaciones sexuales, tener herramientas para regular emocionalmente el estrés, el aburrimiento, las tensiones y sufrimientos que surgen en el seno de la familia, los amigos y el colegio. El diálogo y el acompañamiento en un uso de las nuevas tecnologías responsable y adecuado a la edad y grado de madurez del joven es un tema para abordar en familia. Este diálogo se ha de acompañar de un mensaje clave: «cuentas conmigo incondicionalmente, estoy aquí si tienes problemas, te puedo ayudar». Si se trata de un uso problemático o una adicción, la ayuda que podemos procurar, además de nuestra presencia incondicional, es buscar una intervención especializada para restaurar la libertad.
Otro de los grandes dramas entre los jóvenes es la confusión sobre la identidad y orientación sexual. En muchos casos los jóvenes afirman sentirse mejor comprendidos, aceptados y tratados por alguien de su mismo sexo. Evidentemente, la amistad es una relación afectiva esencial, pero a veces se confunde con el amor o con una posible orientación homosexual o bisexual. De hecho, el 20% de las jóvenes entre 18 y 25 años se declara bisexual según un informe del Instituto de la Mujer. ¿Cuál es el papel de la amistad en el afecto? ¿Es posible adquirir certezas afectivas sólidas en temas de orientación sexual o es algo que puede ir cambiando en función de las circunstancias?
La adolescencia, esa etapa intermedia entre la niñez y la adultez, es un momento intenso en muchos sentidos, en el que está madurando la identidad personal, a todos los niveles, y por tanto también la identidad sexual. De ahí las posibles dudas y confusiones a las que haces alusión en tu pregunta. Cada adolescente tiene su propio ritmo que ha de recorrer, idealmente bien acompañado, sin colgarse etiquetas anticipadas.
¿Qué hay que tener en cuenta en esta etapa de la vida?
El grupo de amigos empieza a ocupar un lugar muy importante. Tienen un papel esencial en el desarrollo afectivo de un joven. Es con ellos con quien desean pasar más tiempo, y a los que suelen confiarse. Esta relación tiende a fortalecerse más con una o dos personas. El vínculo que se empieza a crear, basado en la confianza y en una mayor intimidad, puede hacer que a veces un joven se pueda sentir confuso, porque esta amistad tiene rasgos que coinciden con la experiencia de enamorarse: una preferencia por alguien, una admiración de aquello que siento no tener, un desear pasar más tiempo juntos, incluso a veces una sensación de celos si se ve que alguien pone en riesgo esta relación de amistad y la preferencia de este amigo o amiga por mí. Esto coincide con un momento de desarrollo hormonal donde aparece con fuerza y como novedad el deseo sexual y la curiosidad por la experiencia del encuentro con el otro, también a nivel corporal. En medio de todo esto, que forma parte del camino natural de maduración que necesitan recorrer, puede aparecer la confusión sobre la orientación sexual. Cuando sucede es el momento de acogerlos y animarlos a abrirse a un adulto de confianza bien formado en la afectividad. Ante cualquier pregunta importante en la vida todos, pero especialmente los adolescentes, necesitan la compañía de un adulto que les pueda ayudar a vivir la aventura de conocerse de verdad, descifrar qué les quieren decir sus sentimientos, de qué les hablan y cómo desea responder.
El paso a etiquetarse como homosexual o bisexual es arriesgado, tanto a nivel social como personal, en un momento donde como ya hemos dicho es muy frecuente que surjan dudas razonables. Hablabas del miedo a sentirse rechazados, pero también hay otras muchas razones, en las que sin duda el pensamiento “voy a probar a ver qué sucede” es muy habitual e incluso muy recomendado en ámbitos a los que los jóvenes acuden ante las preguntas sobre sus emociones y sentimientos (internet, redes sociales, etc.). Los actos repetidos van dejando huella en la memoria y generan hábitos que condicionan su libertad, aunque no la determinan.
¿Es posible adquirir certezas afectivas sólidas en temas de orientación sexual? Sí, aunque a algunos jóvenes les resulte mucho más sencillo que a otros y precisen por tanto tiempos y apoyos distintos.
Una de las películas más nominadas a los premios Goya del cine español de este año aborda la disforia de género en un niño de 8 años que se siente como una niña, 20.000 especies de abejas. ¿Cómo afrontar esta realidad?
Nos pides abordar un tema muy complejo que entronca con el núcleo esencial de la persona, su identidad. Esta película, más allá de las ideologías y del desenlace, refleja de un modo bello e impactante la situación de Aitor, un niño de 8 años que vive una contradicción entre su realidad corporal de varón y la identidad sentida. Aitor es sensible, empático, observador, se hace preguntas sobre las causas de la realidad y busca respuestas, sale de su habitual silencio y tristeza enviando “señales de auxilio”, que la madre, agitada en una crisis matrimonial y profesional, gestiona con frecuencia sobreprotegiéndole.
No sabemos mucho de este niño antes de la escena con la que comienza la película. Se despierta en la cama de su madre, con la que duerme habitualmente; se intuye una relación difícil con su padre, al que niega un beso y del que dice: «no me quiero parecer a él de mayor». ¿Qué significa para el niño no querer parecerse a su padre? ¿De qué habla? ¿Por qué duerme con su madre? Su hermano se burla de él imitando un modo femenino de hablar cuando pide que le llamen “Cocó”. ¿Se burlan también en el colegio? Aitor no es capaz de mostrar su cuerpo desnudo, ruega con ternura que le cambien manos y pies porque no le gustan y recibe respuestas de consuelo por parte de su mamá: «pero si eres perfecto», «pero si no hay cosas de chicos y de chicas». Respuestas que no alcanzan el dolor del niño.
Sin embargo, con su tía vive espacios tranquilos de encuentro. La mujer adulta ofrece recursos para gestionar tensiones, observa y sobre todo escucha y Aitor, con sencillez, se va desvelando. Se abre y muestra su interioridad. Para responder a la gran pregunta, ¿qué me pasa?, el protagonista tiene que permitirse nombrar sin miedo lo que siente. Pero, en mi opinión, tan importante como lo anterior es el camino que puede permitir a un menor y a sus padres descifrar, en la medida de lo posible, la segunda pregunta, ¿por qué me pasa?, que el niño busca responder a tientas: «¿crees que algo salió mal cuando yo estaba en la tripa de mamá?».
Ante la complejidad de la disforia de género me parece que limitar la respuesta a «eres lo que sientes» reduce la grandeza de cada niño y de cada joven. Yo soy lo que siento y también mi cuerpo que me habla, mi realidad psíquica, mi historia y mi biografía única e irrepetible, la cultura que me modula y la necesidad de sentido. ¡Yo soy y sufro! Buscar la raíz del sufrimiento en la vida, que se puede expresar de modos distintos en personas diversas, facilita tomar decisiones responsables, sin precipitación, libres de los prejuicios de muchos tipos propios de cada momento de la historia, con rigor científico, y ayudar no solo con amor sino también desde la verdad a llevar a plenitud la vida.
Más información en www.aprendamosaamar.com
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