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Huellas N.03, Marzo 2024

PRIMER PLANO

El mayor signo

«Éramos conscientes de nuestras limitaciones, por eso no queríamos hacer ese viaje si el Señor no venía con nosotros, como reclamaba Moisés a Yahvé en una de las lecturas que elegimos para nuestra boda. ¡Y ha venido!»

Sin ninguna duda, la educación recibida en el movimiento ha dado forma a nuestro matrimonio desde el principio. Los aspectos fundamentales de nuestra vida en común se nos han dado aquí. Es importante ser conscientes de ello para saber dónde debemos seguir mirando para que siga yendo a más. Nos referimos a tres aspectos: la conciencia de lo que el matrimonio es, el horizonte ideal que se nos muestra y, al mismo tiempo, el realismo a que nos reclama.
Cuando nos casamos, hacía años que Cristo había entrado en nuestras vidas como un ciclón y nos había conquistado en la experiencia del movimiento que habíamos vivido intensamente en la universidad y los primeros años de trabajo. En el matrimonio quisimos decirnos sí el uno al otro para decirle sí al Señor, porque comprendimos que ese era el modo, diseñado por Él con muy buen gusto e impecable atención a nuestras preferencias, en que nos llamaba a construir nuestras vidas y la Iglesia. Quizá predominaban en nosotros imágenes ingenuas de lo que sería nuestra vida “construyendo la Iglesia”, según un bonito proyecto propio, pero si fue así fue porque estábamos “tocados” hasta el fondo por el encuentro con Cristo en el movimiento y la belleza de la vida que surgía de él, que queríamos dilatar y anunciar. Pero también éramos conscientes de nuestras limitaciones, por eso no queríamos hacer ese viaje si el Señor no venía con nosotros, como reclamaba Moisés a Yahvé en una de las lecturas que elegimos para nuestra boda. ¡Y ha venido! En la vida del movimiento hemos aprendido a reconocer y valorar una cuestión esencial de la vida, también de la vida matrimonial, que ciertamente no habríamos tenido en cuenta, porque nadie, nadie, habla de ello. En su olvido está, sin duda, el origen del fracaso de muchos matrimonios. Nos la recordaba, sin ir más lejos, la Escuela de comunidad de esta misma semana: somos estructuralmente incapaces de dar respuesta por nosotros mismos a los deseos que nos constituyen, por ejemplo el de ser felices. Por supuesto, tampoco eres capaz de cumplir el deseo de felicidad del otro, aunque deseas su felicidad tanto como la tuya propia o más (porque eso es amar), ni el otro puede cumplir el tuyo.
Ser conscientes de esto nos ha dado la posibilidad de la acogida y la ternura hacia los defectos y errores del otro, o nuestras diferencias, y afrontar la rutina o los momentos difíciles o de aparente esterilidad sin pensar que el otro es el culpable porque no me da lo suficiente. Y, sobre todo, con la ayuda de la compañía, nos ha redirigido la mirada y la petición hacia quien, antes que cualquier otra consideración, nos ha llamado, nos ha hecho una misma cosa y tiene la capacidad de darnos lo que nosotros no podemos alcanzar. Así que el matrimonio no es la búsqueda, condenada al fracaso, de la felicidad en un éxtasis romántico: es una compañía en el camino hacia el verdadero Amor, de la que el otro es signo. Pero no estamos en el Cielo: estamos hablando de un camino lleno de tropiezos, pero que se recorre a gusto porque estás acompañado, en primer lugar de la persona querida y también de los amigos y de la gran compañía. Y en el que ves que, poco a poco y con algunos retrocesos, avanzas. Si no ¿qué camino sería?
A la tarea de construir nuestras vidas el Señor quiso sumar la de criar y educar cinco hijos. Un trabajo exigente, absorbente, que a veces hemos sabido vivir "bien", como vocación en el ofrecimiento, y otras muchas "mal", como todo el mundo, entre olvidos, agobios y y reproches. Pero creemos que eso no importa, seguramente formaba parte del plan previsto cuando eligió para ellos padres imperfectos. Hemos intentado educarlos, no sabemos con cuánto éxito, en la escucha de su corazón, respetando su libertad, más que en “meterlos en el movimiento” (desde luego sin negar que más que nada deseábamos que lo encontraran). Ahora son adultos, una presencia imponente en nuestras vidas, porque son inmanejables pero las preguntas inevitables, ¿qué será de ellos?, ¿serán felices?, ¿se dejarán abrazar por Cristo?, siguen tan vivas, o más, como en el primero de sus días.
Podría parecer que se han cerrado las etapas importantes, pero, por supuesto, esperamos más. Hasta el ciento por uno. Vamos bien.
María y Javier

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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