El Taller del Orfebre lleva más de una década acompañando a parejas casadas a descubrir la belleza del matrimonio porque «si no es a través del otro, te pierdes la mitad del mundo»
¿Somos de relato corto o de novelón? ¿Cómo nos gusta más que nos cuenten una historia de amor? ¿Y si fuera la nuestra? Con este símil literario desafía la psicoterapeuta familiar y sexóloga Teresa Suárez del Villar a las parejas que pasan por su consulta o por sus talleres, donde acompaña a novios y matrimonios. «Sin duda el novelón es mucho más apasionante, ¿pero estás preparado?».
Hace trece años un grupo de cuatro amigos pusieron en marcha el Taller del Orfebre, una iniciativa que acompaña a matrimonios de cualquier edad y situación. Esos cuatro amigos eran Enrique Llano, Teresa Suárez del Villar,, Ana Llano y Cristina Baeza, a los que se unieron después Javier López Seisdedos, Susana Torres y Juan Alonso. «Veíamos que había parejas que sufrían, pero lo que realmente nos impulsó a ponernos en marcha fue el deseo de Cristina, que empezaba entonces su vida matrimonial, insistiendo en que ella no quería vivir un matrimonio normal y corriente, sino uno espléndido», cuenta Teresa. Esa imagen de “matrimonio espléndido” no era un ideal utópico sino algo que ya había visto y reconocía en el matrimonio de Enrique y Ana. Sin embargo, en aquel momento Enrique llevaba viudo un par de años. «Desde que enviudé busqué ayuda para enfrentarme a una situación tan nueva y dolorosa, pero no la encontré y el Taller del Orfebre fue la respuesta que se me brindó, aunque en ese momento aún no lo veía así», recuerda Enrique.
Lo que tuvieron claro desde el principio es que no querían dedicarse a dar charlas. Así surgió la idea del “taller”. «Se trataba de proponer un trabajo y nuestra compañía», apunta Teresa. «Porque el amor necesita trabajo –señala Enrique–. Hay una concepción romántica y bucólica del amor, pero no es así. El amor exige un trabajo para que sea un amor auténtico, real. Esta dimensión se desconoce totalmente en la sociedad actual, se reduce el amor al sentimiento amoroso y por eso se cree que existe solo mientras dure el sentimiento. ¡Pero no! El amor se construye».
Como buen arquitecto, Enrique insiste en partir del fundamento de ese amor, pues si no la construcción se acabará derrumbando al primer envite. De hecho, el Taller del Orfebre consta de una serie de sesiones mensuales donde la primera es siempre, invariablemente, el “Fundamento”: «el Génesis –indica Teresa–. Nuestra propuesta es diferente porque partimos del origen, cómo Dios ha creado al hombre y la mujer, y nos parece imprescindible. Luego, hasta los no creyentes reconocen a lo largo del taller lo pertinente de este punto de partida y dicen: “ojalá fuera cierto que Alguien ha pensado en mí así”».
«No partimos del Génesis por pietismo sino porque es esencial partir del diseño original, porque es un dato de hecho que no deja de constatarse en la relación matrimonial. Se trata de mirar cómo hemos sido creados y para qué –insiste Enrique–. La mayor dificultad es que no aceptamos que hemos sido creados, nos consideramos creadores. Pero una cosa es el matrimonio como estado de vida y otra cosa es el matrimonio como vocación: llamada y respuesta».
Unión sacramental. «Si dos libertades bastan para configurar una nueva realidad, una unión indisoluble, ¿por qué esas dos mismas libertades no bastan para disolverla? Porque lo que se produce en el sacramento es un cambio ontológico, se genera una realidad nueva y eso ya no tiene marcha atrás –explica Teresa con una metáfora bastante gráfica–. Es como el café con leche. Una vez que has juntado el café con la leche, ya es imposible separarlos».
Esa realidad ontológica es lo que en el taller llaman el “nosotros”. «No es solo estar juntos, compartir espacios o incluso la vida, sino que se forma una nueva realidad. Cuando nos unimos sacramentalmente –a Enrique no le gusta demasiado la expresión “casarse por la Iglesia”–, dejo de ser un ser individual y me convierto en un ser comunional. Ya no soy solo yo, sino un nosotros contigo. Esto es lo que más cuesta entender. No desaparece el yo, con todas sus diferencias, pero aparece una realidad nueva: contigo construyo una nueva realidad comunional. Y esa nueva realidad ya no desaparece nunca. De hecho, mi comunión con Ana es más plena ahora que antes, pues mi otra mitad ya participa de la comunión con el Señor».
Esta concepción de “unión comunional” implica una necesaria intimidad, que va mucho más allá de lo que suele entenderse como íntimo en una relación matrimonial. Es lo que Teresa define como «intimidad emocional. Muchas parejas tienen intimidad física pero no emocional. No penetran en el corazón del otro y no saben acompañarlo. Así, vas dejando de compartir cosas y al final se levanta un muro que hace que no sepas cómo está el otro, aunque te acuestes con él». Para Enrique es muy importante alcanzar no solo una desnudez del cuerpo sino también una desnudez del alma, una «desnudez plena, que no solo se vive en el acto sexual, sino siempre. Se trata de saber y querer saber lo que bulle en el corazón del otro. No preguntar qué tal te ha ido el día, sino cómo está tu corazón».
Idénticos, pero no iguales. En un mundo que trata por todos los medios de suprimir las diferencias entre hombre y mujer, el Taller del Orfebre no solo reivindica la diferencia, sino que ofrece un camino para que esas diferencias pasen de ser un obstáculo a grandes oportunidades. Como dice Teresa, «la diferencia es un dato de hecho y negarlo violenta la relación. Somos lo mismo, pero “en diferido”, como dos versiones idénticas de la única forma de ser humanos: la misma esencia, la misma dignidad, los mismos derechos… dos versiones idénticas, pero no iguales. Defender la igualdad a capa y espada acaba llevando al matrimonio a una gestión de tablas de Excel con el número de horas que dedica cada uno a cada tarea. Pero hay hechos que dan un bofetón a esa teoría de la igualdad, como por ejemplo la maternidad. Es ella la que lleva el embarazo, la que da a luz y la que amamanta. Empeñarnos en defender la igualdad hasta sus últimas consecuencias acaba generando violencia porque tratamos de quitar diferencias que son un dato de hecho, y que no son solo físicas, sino constitutivas. Tendemos a mirar la diferencia en negativo pero cuando reconocemos que esas diferencias no se van a solucionar, en vez de pelearnos podemos intentar convertirlas en oportunidades. Nos ofrecen una forma de ser y estar que nos permite desplazarnos y aprender continuamente. Las diferencias existen y hay que ponerles nombre. Hombres y mujeres miramos de forma diferente, tenemos un lenguaje distinto, solo tenemos que aprender un poco el lenguaje del otro en vez de pensar que ve las cosas de otra manera para fastidiar. Estar juntos permite sacar la mejor versión del otro y de mí mismo, pero si no soy flexible y pienso que yo tengo siempre la razón, que mi forma de ver la realidad es la buena, la confrontación será inevitable. Aceptar y abrazar la diferencia del otro es una forma más rica y humana de relacionarse».
«Si no es a través del otro, te pierdes la mitad del mundo. Tú lo ves desde ti, no puedes verlo de otra forma –Enrique vuelve al fundamento–. Cuando Adán se encuentra con Eva se conoce mejor a sí mismo. No solo se maravilla y reconoce a la otra como carne de su carne, sino que en relación con ella descubre que por naturaleza está llamado a darse y a acoger, cosa que jamás podrá descubrir si no está con ella. Solo me descubro por entero en la relación, y por tanto en la diferencia». Teresa lo plantea como un cambio de perspectiva. «Abrazar la diferencia nos permite pasar de buscar un equilibrio para evitar conflictos y llegar a acuerdos, a estar abiertos a toda la riqueza que me aporta esa diferencia». «¡Qué pena que esto no lo sepa todo el mundo! –exclama Enrique–. La gente sería más feliz, pero la felicidad es un bien escaso».
Un deseo vertiginoso. Una de las claves de la felicidad pasa por diferenciar entre necesidades y deseos. Lo explica Teresa. «Hablamos de la necesidad de ir al cine, de tener mi espacio… ¿Pero lo necesito realmente o lo deseo? Parece una tontería, pero es importante caer en la cuenta de esto porque las necesidades se calman cuando se satisfacen, pero a los deseos les pasa justo lo contrario: cuando se satisfacen, ¡deseamos más! El deseo se exalta al verse cumplido. ¿Por qué tres segundos después del momento de mayor satisfacción con mi pareja puedo sentir el vértigo de algo que se acaba? Porque mi deseo crece. Tendemos a pensar que si siento ese vértigo con mi pareja, será que no es el hombre de mi vida, que tengo que buscar a otra persona. Pensamos que el otro tiene que satisfacer nuestro deseo de tal modo que lo sacie, sin tener en cuenta este proceso de crecimiento continuo del deseo, que cada vez nos lleva a desear más. Por eso culpamos al otro de nuestro vértigo, sin entender que el otro no es quien me lo va a quitar sino quien lo acompaña». Dos libertades, dos infinitos como diría Rilke, dos vértigos que caminan y se acompañan en la aventura de descubrir toda la belleza que encierra su amor.
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