Tras casi diez años de matrimonio, «la sorpresa de ver que diciendo sí nos descubrimos más unidos, aun cuando pasemos menos tiempo juntos»
«Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti». Esta cita acompañaba la invitación a nuestra boda. Desde el primer momento en que secundamos la intuición de una vida juntos, para siempre, han resonado en nosotros estas palabras de san Agustín. En este tiempo de matrimonio, casi diez años, se ha empezado a desvelar el significado de esta afirmación, no sin dificultades.
Durante los primeros años de matrimonio, donde todo es novedoso: la relación de pareja, la llegada de los hijos, las responsabilidades domésticas y laborales; nos hemos encontrado muchas veces desplazados y mirándonos solo a nosotros mismos. Esa inquietud inicial, tras un tiempo, estaba como cubierta por un quehacer. Lo expresan muy bien las palabras de don Giussani de los ejercicios de la Fraternidad de 1982:
«Esta lejanía del corazón con respecto a Cristo, exceptuando ciertos momentos en los que su presencia obra de forma manifiesta, genera también otra lejanía, que se revela como un obstáculo insalvable entre nosotros –incluso entre marido y mujer– como un mutuo obstáculo último. La ausencia de conocimiento de Cristo (conocimiento como lo entiende la santa Biblia: conocimiento como familiaridad, como compenetración, como identificación, como presencia que se lleva en el corazón), la lejanía del corazón con respecto a Cristo hace que uno sienta el fondo último de su corazón lejano del fondo del corazón del otro, excepto en las cosas que hacen juntos (hay que sacar adelante la casa, atender a los hijos, ir de vacaciones, etc.). Existe una relación, indudablemente; existe una relación recíproca, pero solo en gestiones, en tareas, en gestos comunes que compartís o que compartimos. Pero cuando hacéis cosas juntos obráis de manera obtusa, poco o mucho se cierra vuestra mirada y vuestro sentir».
No nos separamos nunca de lo que habíamos encontrado, ni siquiera se había roto algo en nuestro matrimonio, aparentemente no estábamos mal, pero en el fondo vivíamos esta lejanía de la que nos habla don Giussani. Empezar a decir que sí a lo que el movimiento nos propone (volver a hacer el trabajo de la Escuela de comunidad, participar del Punt Barcelona, ir a la caritativa) es lo que nos redirige constantemente la mirada, recuperando de nuevo el origen de nuestro estar juntos para volver a decir que sí a Quien nos llama a estar juntos.
Y este sí no está exento de fatigas o dificultades y en muchos momentos es una batalla. Por ejemplo, para mí (Laura) la implicación de Mike en PuntBcn al inicio generó una carga y una queja constante. Teníamos hijos pequeños y mientras él “construía el mundo” de una forma preciosa, yo tenía la percepción de ser la “pringada” que debía estar en casa atendiendo a los hijos. Durante ese PuntBcn una amiga se me acercó y me dijo: «Gracias por tu sí, porque sin tu sí Mike no podría construir el Punt». Este hecho nos provocó mucho a los dos y fue el inicio del precioso camino que seguimos recorriendo al descubrir que el sí de cada uno se concreta en modalidades distintas y construye en la medida en que cada uno responde en el lugar donde Cristo le llama, estando en casa o implicándose en alguna responsabilidad. La verdadera sorpresa ha sido ver que diciendo sí nos hemos descubierto mucho más unidos pasando menos tiempo juntos. Este sí no ahorra la fatiga y el cansancio, que puede prevalecer, pero nos obliga a recordar las razones por las que hacemos las cosas y, por tanto, incluso el cansancio es una gracia.
Un hecho muy significativo para nosotros ha sido la propuesta de acoger a un adolescente en casa. En aquel entonces teníamos tres hijos y llegó a casa Aaron, un chaval de diecisiete años, con los desafíos que eso suponía. De nuevo, decir que sí a esta invitación no fue inmediato porque significaba exponerse en la intimidad de la casa. Percibimos con claridad que el Señor nos pedía dar un paso más, Él quería introducirse en algo que inconscientemente considerábamos nuestro, la intimidad de la vida familiar. El tiempo que estuvo en casa no fue siempre fácil, pero tuvimos la gracia de descubrirnos muy acompañados y sostenidos por amigos en una constante comparación con ellos.
Actualmente ya no vive con nosotros porque encontró trabajo cerca de su casa y volvió allí. Mantenemos la relación y de vez en cuando nos vemos. Sigue con un trabajo estable y con una vida más ordenada. Una vez, cenando, nos dijo: «Si no hubiese vivido aquí esto no sería posible». El valor de esta acogida no coincide únicamente con la forma en la que hoy él puede afrontar su vida, sino en el cambio que ha sucedido en nosotros al decir que sí al Señor.
Esta acogida también ha supuesto un bien grande para nuestros hijos, aunque tampoco a ellos se les ahorran las dificultades propias de la aparición de un nuevo miembro en la familia. A principios de este año Aaron ya llevaba seis meses sin vivir en nuestra casa y nuestro hijo Pablo, que iba a cumplir años, pidió invitarle a cenar para celebrar su cumple. Conmueve ver que también ellos han descubierto el regalo que es acoger a otro. Estamos descubriendo que poner delante de nuestros hijos lo que da sentido a nuestra vida es lo mejor que les podemos ofrecer.
Michele y Laura
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