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Huellas N.1, Enero 2003

PRIMER PLANO

A propósito del Islam

Camille Eid

¿Es posible cuantificar realmente la presencia musulmana en África? Y después de los sucesos ocurridos en Nigeria, ¿se puede hablar todavía de diálogo? Ofrecemos una panorámica de la zona subsahariana del continente a través de las palabras de monseñor Sarah y del padre Gheddo


La franja de países subsaharianos comprendida entre las costas del Mar Rojo y el Océano Índico, al este, y las del Atlántico, al oeste, constituye un amplio territorio de contacto directo entre cristianismo e Islam en África (Eritrea, Etiopía, Kenia, Sudán, África Central, Chad, Camerún, Nigeria,...). Tras el recrudecimiento de los enfrentamientos en Nigeria y la reaparición en la escena keniana de al-Qaeda, el Islam del África subsahariana parece constituir un desafío al diálogo. Esto no significa que antes las relaciones estuvieran exentas de tensiones. En muchos documentos del Sínodo de los obispos para África, celebrado en Roma en 1994, se define al Islam como un «interlocutor importante, pero difícil». Importante, escribían los prelados, «por sus valores auténticos, por sus numerosos adeptos y por las profundas raíces que ha hundido en muchas poblaciones africanas»; y difícil «por la falta de conceptos y lenguaje comunes para el diálogo». A pesar de ello, esta dificultad nunca impidió a los cristianos seguir confiando en el diálogo. «A veces teníamos la impresión de estar en un monólogo», dice monseñor Robert Sarah, arzobispo emérito de Conakry y secretario de Propaganda Fide. «Pero esto no debe desalentarnos como Iglesia. Al contrario, debemos seguir intentando el diálogo concreto y vivo, como hacen las comisiones islámico-cristianas presentes en diferentes países que trabajan para el conocimiento recíproco, porque sólo el conocimiento en las circunstancias de la vida construye relaciones sólidas».
Juan Pablo II también está convencido de ello. En todos sus viajes pastorales, desde aquel que le llevó a Senegal y a Guinea (febrero de 1992), a Benin y Sudán (febrero de 1993), a Camerún y Kenia (septiembre de 1995) y hasta el de Nigeria (marzo de 1998), siempre insistió en el encuentro y el diálogo con las comunidades religiosas no cristianas, con especial atención a los problemas de la convivencia islámico-cristiana. Además, en muchos países (Ghana, Guinea, Nigeria, Senegal y Sierra Leona, por citar algunos) los obispos católicos, y a veces también los líderes de las comunidades musulmanas, no dejan de recordar a todos los creyentes las exigencias del diálogo interreligioso, sin olvidar la convivencia pacífica y la justicia social. «En África - prosigue monseñor Sarah - las relaciones entre cristianos y musulmanes siempre habían llevado la impronta de la hermandad, la comunión y la colaboración, tanto es así, que en muchos países, los matrimonios mixtos no son una excepción y es frecuente encontrar en la misma familia fieles de las dos religiones.
En mi país, Guinea, la Iglesia es muy respetada porque, a pesar de ser minoritaria, fue la única que desafió a la dictadura en tiempos de Sekou Touré, mientras que el Islam, siendo mayoritario, se dejó domesticar».

Puntos de vista
¿Pero cuántos fieles de Alá hay en esta región? A pesar de que la consistencia numérica es poco fiable para definir el dinamismo de cualquier religión, no hay que olvidar que la comparación también se juega al son de los números y que muchas reivindicaciones y tensiones parten precisamente de las estadísticas, muy diferentes según provengan de fuentes islámicas u occidentales. En Togo, por ejemplo, los musulmanes sostienen que constituyen el 45% de la población, mientras otras estimaciones calculan entorno al 19%. En Uganda, los musulmanes afirman que son el 40%; en cambio, estimaciones más realistas los sitúan entre el 5 y el 2% de la población.
Durante una reciente transmisión de al-Jazeera dedicada a Nigeria, el muftí Ibrahim Saleh al-Husseini afirmó que sus compatriotas musulmanes constituían el 68% de la población frente a un mísero 20% de cristianos. «A pesar de eso, concluyó Husseini, el peso de los musulmanes en el actual gobierno no se deja sentir y los cristianos dirigen solos este país, y lo mismo hacen en otros países islámicos de África, como Etiopía y Djibouti», y terminó diciendo que «África conoce el cristianismo sólo con el colonialismo».
A partir de esta tergiversación de datos, resulta demasiado fácil fomentar tensiones sociales. En Nigeria, no falta quien acuse al presidente federal Obasanjo de favorecer a su “minoría” cristiana en las nóminas gubernamentales. También hay quienes incitan a «combatir la evangelización que provoca apostasía entre los musulmanes» o denuncia a los medios de comunicación por «bombardear a la mayoría musulmana con programas cristianos». Frente a la insistencia cristiana sobre la necesidad de respetar el carácter laico del país y de negar a cualquier religión el estatuto de supremacía jurídica, los musulmanes han recurrido a la escapatoria de elevar la shari’a, la ley coránica, a nivel de cada uno de los estados de la federación. En dos años, más de doce estados de la federación han seguido el ejemplo del Estado de Zamfara, minando desde la raíz las relaciones entre las dos religiones. No ha hecho falta mucho para encender la mecha en la abundante pólvora esparcida. La última explosión provocó más de cien muertos en dos días después de que la ostentosa exhibición de belleza de las participantes en el certamen de Miss Mundo crispara la sensibilidad de las franjas más integristas. El compromiso que los jefes de las dos comunidades de Kaduna suscribieran el pasado 25 de agosto de no incitar a la violencia fue roto miserablemente ante un vulgar pretexto.

Bagaje integrista
«La coerción en materia de fe es ajena a la mentalidad y tradición africanas», afirma monseñor Sarah. «Aunque - añade - desde hace unos años se observa una cierta crispación del Islam. Muchos musulmanes son enviados a estudiar en las facultades de determinados países islámicos como Egipto, Libia, Sudán y Arabia Saudí, regresando a la patria con un bagaje integrista, con un modelo de sociedad que amalgama política y religión. Esto no debe llevarnos a pensar que las religiones son la causa de todos los conflictos de la región, como alguno intenta hacer en relación a la Costa de Marfil presentando el conflicto que opone Norte y Sur como una guerra entre musulmanes y cristianos». De igual parecer es el padre Piero Gheddo, el “historiador” de las misiones”: «También en países tradicionalmente abiertos y tolerantes se asiste a una actividad de propaganda islámica, podría decirse de conquista». ¿En qué sentido? «Durante los últimos años, se multiplican incluso en áreas no musulmanas escuelas, hospitales y dispensarios musulmanes con la etiqueta “wahhabita saudita” bien a la vista. También llegan predicadores y hombres de negocios árabes, pakistaníes e iraníes que lo compran todo o fundan sociedades y escuelas islámicas». ¿Quizá quieran contrarrestar la influencia de las misiones cristianas? «Quieren marcar una presencia en un ambiente cristiano. Su propaganda se centra en la polémica anti occidental y quiere convencer a los africanos de que su religión natural es el Islam y que el cristianismo es la fe importada por los colonizadores. Pero los predicadores también quieren alterar el alma del Islam local y no toleran lo que supone una adaptación islámica a la tradición local». Los wahhabiti combaten principalmente las prácticas propias de la espiritualidad africana que los confraternos sufí introdujeron en el Islam, como son el culto a los ancianos o el recurso a los amuletos y a las fuerzas de la naturaleza, que no encuentran espacio alguno en el Islam ortodoxo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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