El arte también transita por la encrucijada de las preguntas, los retos y las amenazas de la Inteligencia Artificial. ¿Una obra generada con IA es capaz de expresar, conmover y hacer vibrar al corazón del hombre?
Un arte ausente de alma habría privado al mundo de los cielos de Madrid en las pinturas de Velázquez, de los evocadores versos de Machado, de la fuerza espiritual de El Mesías de Haendel o de la majestuosa belleza de la Sagrada Familia del maestro Gaudí, su luz, su color y sus torres, cada vez más cerca de tocar el cielo de Barcelona.
Según definición de la Real Academia de la Lengua Española, «el arte es la manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros». De ahí surge la pregunta sobre si esta denominada “inteligencia” puede conmovernos, transmitir y hacernos vibrar a través de una manifestación artística cuyo origen se encuentra en la conjunción y combinación de operaciones que imitan a las que realiza la mente humana.
La IA ha permitido la creación de nuevas formas de arte, como el arte generativo, que utiliza algoritmos y redes neuronales. En el ámbito de la pintura, hay muestras significativas, como el proyecto The Next Rembrandt, realizado allá en 2016, que presenta el retrato de un hombre creado a partir de algoritmos basados en el análisis de las 346 obras del pintor holandés. O Edmond de Belamy, un lienzo creado por el colectivo creativo francés Obvious, que pasará a la historia por ser la primera pintura generada por IA, vendida en la prestigiosa casa de subastas Christie's alcanzando un valor de 432.000 dólares.
Frente a esta realidad presente, ya el pintor ruso Vasili Kandinsky, uno de los iniciadores del arte abstracto del siglo XX y gran teórico del arte, señalaba que el alma del artista tenía que sentir «una especie de vibración» para que pudiese producir su obra. Un siglo antes, el filósofo alemán Hegel, en su obra Introducción a la estética, afirmaba que «el arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta».
Preguntamos a tres artistas contemporáneos por su proceso creativo, sus fuentes de inspiración y su visión de la irrupción de la Inteligencia Artificial Generativa en sus respectivos campos, la pintura, la escultura y la música. Todos ellos se reconocen en acción y explican cómo su corazón se sorprende, se conmueve y se pone en marcha.
Para el escultor e ilustrador aragonés Santiago Osácar, «el punto de partida del proceso creativo ha sido siempre y es para mí el asombro ante la belleza del mundo, en concreto la fascinación ante la naturaleza. Después he ido siendo consciente de que, como artistas, lo que hacemos es desentrañar el significado de esa belleza y expresarlo en un lenguaje que nos permita compartirlo con los demás».
La IA generativa usa un modelo de aprendizaje automático para aprender los patrones y las relaciones de un conjunto de datos creados por personas y utiliza los patrones aprendidos para generar contenido. Pero en opinión de Santiago Osácar, no existe riesgo alguno de que las artes plásticas se deshumanicen. «Sí que puede afectar a lo que ha dado en llamarse “mercado del arte”, a todo ese entramado de las galerías y las ferias internacionales, pero ese mundillo ya está terriblemente deshumanizado pues el espíritu que lo anima no es la búsqueda de la verdad y la belleza, sino una perversa combinación entre las leyes del mercado y las habilidades de los tunantes que pretenden vendernos el traje nuevo del emperador. Es muy posible que la irrupción de la IA propicie una crisis purificadora que libere a las artes plásticas».
Santiago Osácar, licenciado en Bellas Artes, teólogo y profesor de universidad, además de escultor y dibujante, es un incansable divulgador del medio natural que defiende firmemente por qué la IA no puede llegar a ser creativa. «Pongamos algún ejemplo. Entre los siglos XII y XIII, el arte románico irá evolucionando hacia el gótico hasta el final de la Edad Media. Hay un desarrollo del pensamiento propiciado por la llegada a Occidente de la obra de Aristóteles; una nueva sensibilidad que aflora en el arte de los trovadores; la espiritualidad de san Francisco y san Bernardo propician una revalorización de lo humano… y así pasamos del severo Pantocrátor al Beau Dieu de Amiens, de los ángeles apocalípticos que soplan sus trompetas en el Beato de Liébana al sonriente ángel de la anunciación en la catedral de Chartres; de la rígida Teotokos (la hierática Virgen-trono) a las dulces y encantadoras vírgenes góticas».
Para el artista aragonés, es erróneo llamar a esta técnica “inteligencia” porque la IA puede producir objetos “artísticos” pero siempre serán variantes de un arte existente. «Las artes plásticas expresan, encarnan e impulsan las búsquedas del espíritu humano, que es búsqueda de la verdad. La verdad sobre Dios, la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. Y esto no puede hacerlo la IA; de hecho, no lo contempla. No considera que haya una verdad, ni es capaz de descubrir sus atisbos ni la busca ¡porque no es inteligencia! Mediante IA podrían crearse infinitas variantes del más refinado arte románico, pero nunca se daría el salto al gótico».
Desde su taller en Madrid, que rezuma aromas a óleo, hogar y sencillez, Constanza López Schlichting sonríe y apostilla con la mirada lo poco que le preocupa la hipotética amenaza que representa la IA. «La verdad es que no tengo temor a que llegue a impactar al individuo de un modo similar a una obra hecha por un artista. Por otra parte, la falta de cultura, la falta de sensibilidad, de gusto, de entendimiento de lo que puede ser una obra de arte, así como el mercado del arte ya han desbancado al artista hace mucho tiempo».
El asombro y la inspiración son factores que hacen del arte algo puramente humano y que no puede ser imitado por un mecanismo automático. Como expone el poeta y dramaturgo italiano contemporáneo Davide Rondoni en La palabra poética en don Giussani, «la escritura y la poesía no son la explicación de una idea, no coinciden con tener claro un concepto y luego decirlo –un concepto sobre una flor, sobre un árbol o sobre Dios– porque, como se dice con frecuencia, la poesía nace de una inspiración. Como la propia palabra indica, una inspiración coincide con tomar aliento, respirar, introducir aire fresco. Y la inspiración poética viene de algo que te sorprende, que te impacta: una flor, una calle, una luz, una mujer… o Jesucristo».
«La fuente de inspiración es todo –afirma Constanza–, desde un ballet, una película, una frase, un libro, una luz, un pensamiento... es todo. En mi caso y en el de muchos artistas, la inspiración viene sola, no se puede forzar. Te puedes poner a trabajar, hacer apuntes, dibujos... pero tienes que esperar a que venga y a veces esperar mucho tiempo, como en mi caso. Mis obras no son fruto de lo que yo piense o proyecte que me gustaría hacer, sino que quiera plasmar algo nace de un asombro ante algo o alguien».
En relación al uso de la IA por parte de colectivos y artistas contemporáneos, para Constanza «la IA solo puede ser una herramienta que dé ideas. A mí me llama mucho más la atención el arte en el que la mano incide directamente sobre la materia, cómo la mano utiliza el carbón para decir determinadas cosas o utiliza el lápiz o el cincel sobre la piedra. Es como mágico y muy difícil de explicar, pasa a través de una persona física concreta y es lo más humano que puede haber, y a la vez lo más espiritual, por muchas razones. Una máquina es una máquina, ya se veía antes de la IA con obras en las que se utilizaban fotografías, porque se ve que ya nacían muertas, les falta el alma, se repiten. Una máquina puede repetir una imagen, una cosa exterior, pero una máquina no puede comprender el alma».
Sobre el proceso creativo que tiene lugar desde que en ella se produce un asombro ante algo hasta la obra terminada, Constanza se reconoce como una pintora con poco método y muchas facetas. «Por ejemplo, si veo a mi hija desayunando en el confinamiento, veo la luz que entra y ella en pijama, me parece una imagen tierna, si ella lo permite me pongo a dibujarla, le saco una fotografía y pienso: “esto me gustaría pintarlo”. Otras veces el trabajo es distinto, por ejemplo, cuando estalló la guerra en Ucrania me fui sola a una casa en la montaña y utilicé los materiales que tenía por allí: tierra, cemento, improvisé mucho, rayé, pinté, metí color, expresé algo que sale de dentro, que no viene de la imagen exterior sino como una tristeza, una rabia, un caos. Otro ejemplo es la colección que hice durante la pandemia y que titulé Necesito renacer, que representa la enfermedad, el tedio y la muerte a través de flores en negro y rojo, flores tristes y enfadadas ante la situación. De modo muy distinto sucede cuando se trata de obras religiosas, que es algo que me están pidiendo ahora y es un reto que me gusta mucho, pero muy difícil, entonces miro la pintura de la tradición y busco las imágenes que tengo en mi cabeza, después viene un modelo y posa, tal como hice para el cuadro El Sueño de José».
El mundo del arte, en su mayoría, muestra su inquietud ante la pérdida de sensibilidad y de cultura de una parte importante de la sociedad que tiene que ver, no solo con la llegada de internet y de la IA, sino también con el relativismo, el pensamiento líquido y lo políticamente correcto. El antídoto, como no podría ser de otro modo, está en la educación, en que haya gente apasionada capaz de transmitir el gusto por el arte y por el conocimiento en general a los hijos, a los alumnos, al mundo entero. «En mi familia –señala Constanza– han sido mis padres quienes nos lo han mostrado, ha habido cantantes de ópera, músicos, gente apasionada por el teatro. Mi padre nos ha llevado a mí y a mis hermanas desde pequeñas a museos por toda Europa, a infinidad de conciertos al Teatro Real... Cuando eres pequeño te aburres, pero eso va quedando ahí. Solo gente apasionada por la belleza puede despertar el gusto por la belleza pues si no, cuando tengas 40 años no te comprarás un cuadro de una persona desconocida por su valor artístico, sino que te comprarás un móvil de 800 euros y una lámina de Ikea. A mí me han dicho los galeristas en Múnich, donde hay una altísima renta per cápita, que no venden arte porque la gente se compra los televisores más grandes o las mejores ruedas de invierno, que ahora importa lo material, y el arte es inmaterial, es sagrado. En España también vamos hacia atrás, las humanidades se van quitando y a muchos jóvenes si les preguntan qué quieren hacer, dicen que quieren ganar dinero».
En los últimos años, la IA también se está propagando en el mundo de la industria musical de todos los géneros, sin excepción de la música clásica, para automatizar los procesos de composición, masterización, categorización de audio y para crear experiencias personalizadas para los oyentes a través de aplicaciones de música a la carta.
El joven pianista, director de orquesta y coro Luis Prades responde sobre su visión de la convergencia de la IA en este ámbito desde la Universidad de la Música y de las Artes de la Ciudad de Viena, donde se encuentra realizando un máster en dirección de orquesta con el prestigioso maestro austriaco Andreas Stoehr.
«Soy quizá un poco escéptico –señala Prades– sobre cómo la IA puede cambiar radicalmente la creación artística, concretamente la musical. Evidentemente es un instrumento privilegiado para generar ideas en un momento en que el panorama musical parece estancado en un cúmulo de diferentes posibilidades estéticas y estilísticas donde es difícil encontrar la originalidad. Sin embargo, y aunque este momento histórico tiene sus peculiaridades, no es la primera vez que se da este estancamiento. Y en otras ocasiones fue precisamente la intervención puntual de figuras humanas, compositores dotados de un talento especial (“genios”, pienso por ejemplo en Beethoven o Debussy), los que en otros momentos de aparente estancamiento o saturación de los lenguajes existentes encontraron caminos, rumbos y posibilidades que eran inconcebibles hasta entonces y que permitieron a la música transformarse y evolucionar, pero manteniendo su esencia comunicativa. No necesitaron nada más que su propia búsqueda, su propia humanidad, su talento, su conocimiento y su tiempo».
Reconoce la utilidad de la IA como herramienta técnica para analizar patrones estilísticos y generar ideas interesantes o patrones nuevos, pero considera imposible que pueda suplir al menos dos rasgos fundamentales de la composición musical. «En primer lugar, la obra de todo autor es un reflejo, no solo de una habilidad sino de una humanidad viva, capaz no solo de entender o captar la realidad, sino de cambiarla. La música tiene personalidad, identidad, tanto es así que puede reconocerse a un compositor escuchando su obra o intuirse cómo era su carácter o cómo estaba en un momento determinado de su vida. En segundo lugar, la consistencia de las artes se encuentra en una comunicación que implica los aspectos más definitorios del género humano: preguntas, deseos, emociones, etc. El interés, por tanto, de una idea musical, no se encuentra en sí misma, sino en aquello que refleja y de la que es signo. Aquí cabría preguntarse si la IA es capaz de generar por sí misma ideas verdaderamente artísticas, con todo lo que hemos visto que implica el arte, y no simples ideas musicales o sonoras, por muy interesantes, orgánicas y lógicas que sean. De hecho, si una IA logra generar algo con una dimensión emocional o humana, es porque lo ha aprendido de sus análisis a otros compositores, pero no porque lo aporte ella como identidad única, irrepetible e inimitable en el mundo».
Volviendo al asombro y la inspiración, Prades resalta como principal fuente de inspiración «el encuentro con la propia vida, con la realidad, porque cuando uno vive algo intensamente aflora la propia humanidad. Una mirada de afecto de una persona querida, una conversación imprevista o un paseo por el barrio pueden despertar la inspiración, las ganas de tocar el piano, de dirigir o de expresarme. Pero también me inspiran las grandes fuentes, como las personas queridas y la grandeza de la naturaleza que me recuerdan con más fuerza para qué estoy hecho».
Sin duda, el artista es irremplazable y la humanidad es el motor del arte. Lo realmente interesante del arte es el trasfondo de la obra, sea cual sea su lenguaje. «Lo que puede conmoverme y removerme de verdad en una obra –afirma el músico– es la humanidad de quien la compone, que es también la mía, y no tanto la música que plasma. Puedo quedarme eternamente fascinado por lo bien que está hecha, pero esa fascinación termina. Lo que en toda experiencia estética y artística sucede siempre es el reconocimiento siempre bello y sorprendente de quiénes somos, cómo estamos hechos y para qué estamos hechos. Por tanto, la IA puede ser un medio muy útil, pero solo un medio. La música, el arte, no es un fin en sí mismo, es un medio».
Se trata pues de cambiar el planteamiento de la pregunta. Por mucho que la ciencia llegue a avanzar en este campo hasta el punto de crear obras que pudieran llegar a ser realmente bellas, las máquinas, creadas por el hombre, carentes de espíritu, no podrán nunca equipararse a él, creado a imagen y semejanza de un Creador que nos hizo como verdaderas obras de arte, únicas e irrepetibles.
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