La Inteligencia Artificial está en el centro del mundo, protagonizando debates de todo tipo y en todos los ámbitos. Incluso está entre las prioridades del Papa, que le ha dedicado su Mensaje por la paz de este año, planteando ciertas preguntas urgentes por el impacto que tiene: tanto en la dignidad de la persona como en las dinámicas internacionales, llegando a entrar en el sector armamentístico.
Mientras se discute sobre la necesidad de una regulación global, las “máquinas inteligentes” ya se han puesto en marcha con una potencia que ha sorprendido y hasta asustado incluso a sus promotores. Son herramientas que provocan entusiasmo y temor justamente porque no se conciben como meras herramientas. Reproducen o imitan las capacidades cognitivas humanas y (adiestradas) generan contenidos, dan respuestas aunque no se hacen preguntas, amenazan a lo auténtico con lo verosímil, mediante las llamadas “alucinaciones”, que pueden ser plausibles pero no necesariamente ciertas.
Nuestro Primer Plano está dedicado a la palabra de moda en medio de un progreso imparable para ofrecer ciertas perspectivas que se abren paso entre preguntas radicales que se suscitan inevitablemente sobre el significado del conocimiento, sobre nuestra relación con la realidad y con la verdad. Hemos preguntado a varios interlocutores cómo desafía la IA a nuestra concepción de la vida, qué es lo que desvela del ser humano, ese «ser unitario e irreductible», tal como lo define el psicoanalista Miguel Benasayag. Cuando le preguntamos “¿qué queda de lo humano?”, que parece haber quedado delegado en manos de algoritmos y mecanismos, él responde que «queda todo».
No solo se trata de afirmarlo. Es decisivo ver que ante la Inteligencia Artificial el ser humano no se pierde a sí mismo si está presente con todo su ser. De hecho, eso es lo que se le pide. Lo interesante es que la clave de todo esto pasa por profundizar cada vez más en la naturaleza del único sujeto auténtico. Solo así el hombre podrá programar y utilizar estas herramientas por su formidable valor, y hacerlo con responsabilidad, amando la verdad, sin manipular y sin dejarse manipular. Aceptar el reto y no huir de la provocación inédita que supone esta revolución hará emerger los factores constitutivos de nuestra vida con más fuerza.
En este número también recordamos a nuestro querido Carras. Jesús Carrascosa falleció el pasado 9 de enero después de una vida que entregó sin reservas junto a su mujer por dar a conocer al mundo entero el entusiasmo que vivía siguiendo el carisma que le fascinó tras conocer a don Giussani, de cuya muerte se cumplen ahora 19 años. Por ello publicamos una intervención inédita que recoge la cuarta entrega del podcast de El sentido religioso, donde dice: «Si estoy comprometido con mi experiencia, si miro mi sujeto en acción en el presente, emergen dos tipos de factores irreductibles el uno al otro. El gran filósofo Jaspers decía: “Todas las causalidades empíricas y los procesos biológicos de desarrollo… resultan aplicables a cierto sustrato del hombre que llamamos material, pero no al hombre mismo”. En el hombre hay algo que excede a todo eso».
Una humanidad que excede a todo eso es lo que hemos visto en Carras, una humanidad que no se puede imitar ni replicar, que solo se puede seguir, reconociendo ese punto que emerge, también en nosotros, como verdaderamente inaccesible incluso para el artilugio más prodigioso.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón