Una serenidad imposible
En un momento de enfermedad, vivo sorprendida por la serenidad con que la estoy afrontando, una serenidad imposible en mí. Lo cierto es que desde el momento del diagnóstico se lo encomendé al Señor diciendo: «Lo pongo en tus manos». También he tenido bajones y tengo mis preocupaciones, pero con una serenidad que evidentemente no es mía. Me veo sostenida por Cristo y desde luego en la oración, en el poder de la oración, pues hay muchísimos amigos y desconocidos que sé que están rezando por mí. Claramente es algo que me sostiene. Pertenecer a este lugar hace posible este milagro.
Hace unos días pedí el sacramento de la unción de enfermos y finalmente me la dieron en una comida con los amigos de la Escuela de comunidad. Ver el asombro y la sencillez de los niños que miraban boquiabiertos lo que allí sucedía y la compañía de quienes me sostienen cotidianamente ha sido un verdadero regalo. Fue un verdadero gozo poder recibir conscientemente el sacramento, ni siquiera el matrimonio lo viví así de consciente. Me doy cuenta de que esto forma parte de la vida, de una vida que ya tengo desde que la encontré en la parroquia, y se debe a una educación de mi corazón. Por eso siempre le digo a mis amigos que nunca me dejen abandonar este lugar porque si no es aquí, ¿dónde?
Santi, Fuenlabrada (Madrid)
Presentación en Málaga de El sentido religioso
En Málaga formamos una pequeña comunidad. Hace unos meses nuestra responsable comentó que le gustaría poder transmitir lo que estábamos viendo en Escuela. Aunque a todos nos despertó una gran inquietud la propuesta, no todos lo veíamos con claridad, no tanto por el hecho de hacerlo sino por las limitaciones que pudiéramos tener en una comunidad tan pequeña a la hora de poner en marcha una iniciativa de esta dimensión. Sin embargo, comenzamos a trabajar en la idea sin grandes pretensiones, y pronto empezamos a comprobar que cuando nos ponemos en juego en primera persona el Señor comienza a actuar y nunca defrauda.
Enseguida encontramos a dos excelentes ponentes para la presentación del libro: Ramón, obispo auxiliar de Sevilla, y Flavio, un amigo de Italia que generosamente aceptó de inmediato. Nos encontramos con dificultades para encontrar un local acorde al acto por la premura del tiempo con que contábamos. Finalmente, algunos de la comunidad decidieron arriesgar también económicamente y se optó por alquilar el salón de un hotel. Con todos los nervios e incertidumbres, finalmente llegó el día. La sala estaba llena, y previa proyección de un video donde Giussani hablaba con su habitual pasión sobre el sentido religioso, se dio paso a un coloquio con los ponentes tras el cual mucha gente que no conocía el movimiento formuló preguntas acerca de lo que estaban conociendo.
Habernos puesto en camino fiándonos de la propuesta inicial y dejando atrás posibles objeciones nos ha hecho más conscientes de que, unidos en Cristo, el Señor una vez más se hace presente y da respuesta siempre a nuestro verdadero deseo.
José María, Málaga
Libertad entre barrotes
Hace un mes mi esposo y yo fuimos a visitar a un amigo que está en la cárcel. Él fue su compañero de secundaria y estaba atravesando antes de la pandemia algunos inconvenientes en su vida: muerte de su madre, separación, denuncias, etc. Mi marido le dijo entonces: «Lo único que tengo para ofrecerte es un lugar y amigos». Al cabo de un tiempo salió su sentencia.
Cuando llegamos a la cárcel, junto con otro amigo del movimiento, uno de ellos nos invitó a sentarnos en una ronda de bancos. Entonces mi esposo hizo una pregunta a los ocho que estaban allí: «¿qué es la libertad para ustedes?». Yo lo miré escandalizada, ¿esa pregunta en una cárcel? Pero cada uno empezó a contar su experiencia de sentirse libre tras las rejas y fue conmovedor. Luego les preguntó sobre la fe y si la vivían como una relación padre-hijo. Respondiendo a esto, uno contó que había perdido en enero a su hijo y se echó a llorar. Abrazamos a nuestro amigo y salimos de allí con el corazón pleno como cuando vamos a la caritativa, donde verificamos que es más lo que recibimos que lo que damos.
Cristina, Santa Fe (Argentina)
De la fe, una mirada nueva
Soy jueza penal desde hace 10 años. Me costó acceder a este cargo, debido a la compleja naturaleza de los concursos para acceder al mismo. Son concursos exigentes desde lo académico profesional y además tienen componentes políticos que interfieren en las designaciones. Mantenerse por 10 años en un cargo de poder jurisdiccional como el de juez fue y es un desafío, una "tensión" permanente que implica un constante ejercicio de la moralidad.
Mi trabajo consiste en condenar y absolver a personas, tomando decisiones radicales, en tiempo real e inmediato, ya que soy jueza de sentencia (juicios orales y públicos). Juzgar con humanidad es clave para sentenciar con humanidad. Soy juez de las circunstancias, pero no soy dueña de la vida de los condenados. Juzgo los hechos, pero las personas procesadas y condenadas siguen siendo personas, con la dignidad inherente a su ser, que les es dada por Dios. Se condena el acto, el hecho cometido, pero la persona mantiene su condición de tal. Rezo para sentenciar "respetando" a los que deben ser condenados. También rezo para hacer justicia a las víctimas. Veo las miserias y el dolor, tanto de las víctimas como de los victimarios.
Nunca estuve tranquila durante estos años de función judicial, porque decidir sobre la "libertad" de las personas es una tarea "sagrada", como soy yo, sagrada para Dios. Tengo que estar muy atenta y rezar para no volverme cínica ante las miserias que conlleva el crimen.
Varias veces me preguntaron cómo hago para que no me afecten emocionalmente los casos sometidos bajo mi jurisdicción y la verdad es que siempre me afectan. Y rezo para que no se apodere de mí ningún tipo de cinismo que me impida seguir "sintiendo en la carne" las consecuencias del pecado, en su dimensión criminológica. Siempre pido poder recordar que soy pecadora al igual que esos procesados.
Si me vuelvo indiferente juzgaré como "autómata" y las personas a las que juzgo son humanas, con historias como la mía. A veces me toca imponer sanciones muy duras pero el "trabajo" de mirar las cosas desde la perspectiva humana, recordando la misericordia de Dios sobre mí, me permite juzgar analizado la totalidad de los factores. Juzgar no es una simple operación mental, sino un análisis integral de dimensiones ontológicas, que tiene sus variaciones y complejidades.
No es verdad que desde la función pública no pueda servirse a Dios, y justamente Dios no me ha abandonado nunca; me da la fuerza que no tengo y a través de la compañía de la Iglesia me sostiene en la tarea jurisdiccional que hoy me toca desempeñar. No estoy exenta de equivocaciones, pero soy libre, al ofrecer todo lo que hago por la gloria de Dios.
Sonia, Asunción (Paraguay)
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