Las dos manzanas de portada son de un cuadro de Giovanni Testori, de su mirada amante de la realidad, siempre y en todas partes, capaz de descubrir hasta en un fragmento tan cotidiano su existencia vital, nostálgica, signo de otra cosa. Como decía Rilke a propósito de las manzanas que pintó Cézanne, «indestructibles en su obstinada presencia».
No hay nada más eficaz que seguir la mirada de otro para volver a ver. Sobre todo para ver lo que se tiene delante. «El hombre contemporáneo parece incapaz de percibir la profundidad de la realidad que nuestros ojos ven y tocan, ya sea una flor o un rostro humano». En estas palabras de Joseph Ratzinger se resume la provocación de la que parte la lección de Paolo Prosperi en la convivencia de jóvenes de CL en Asís. «La enfermedad que más afecta al hombre de hoy (¡y por tanto también a nosotros!) no es una enfermedad de la voluntad, sino de los ojos». Los testimonios del Primer Plano quieren mostrar cómo puede cambiar la mirada, cómo cambia en un camino que nace del asombro por el encuentro con Cristo. Dice don Giussani: «Toda la gente que estos años me ha preguntado: “¿Qué significa el ciento por uno aquí abajo?” no ha entendido que lo eterno es el cumplimiento de un sentimiento de aquí abajo (…). ¿Dónde se puede experimentar lo eterno aquí? En cómo te hace ver tu padre, cómo te hace ver tu madre, ¡cómo te hace ver la mujer a la que amas, cómo te hace ver el hombre que amas!».
A la hora de estrenar nuevo calendario, haciendo balance, con la incógnita de lo que sucederá, la fragilidad y la impotencia que se perciben son la espera inextirpable de algo que nos libere. El tiempo puede fluir y perderse, o bien un instante puede ser eterno cuando uno vuelve a ver las cosas, incluso las habituales, con toda su profundidad, sintiendo una deuda de vida.
A nuestras espaldas se cierra un año marcado por hechos muy dolorosos, confusión, violencia, en una sociedad que los expertos han definido como de “sonámbulos”. Dejando a un lado los tópicos, la cuestión es descubrir una fe que sea capaz de despertar lo que está adormecido. Que nos devuelva ojos para poder captar, como dice Silvio Cattarina, fundador de la comunidad El Imprevisto, ese «deseo infinito» que ya no se ve pero que sigue existiendo, solo que está «camuflado, cubierto», porque da miedo. Hasta que uno –como cuenta Andrea Falesi, un apasionado de Dante que ha vuelto a interesarse por el cristianismo después de haberlo rechazado toda su vida– empieza a vislumbrar algo divino, a cualquier edad. «He sido avistado», dice.
No hay nada más sencillo que ser mirados para volver a ver.
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