La experiencia de la caritativa cambió su mirada y su forma de trabajar. El testimonio de un médico de Sao Paulo en la Asamblea Internacional de responsables de CL
Soy pediatra. Actualmente trabajo sobre todo como investigador y profesor universitario. Durante todos estos años he seguido las propuestas de caritativa que me hacían en el movimiento: primero visitando a familias pobres en la periferia y luego cocinando y dando de comer a los sintecho.
Creo que la caritativa es mucho más que una escuela de gratuidad. Voy a intentar contar los frutos que reconozco que aporta a mi vida.
Ver la realidad
Lo primero que me dijeron es que la caritativa consiste en «compartir la vida con la gente que encontramos». Por tanto, no se trataba de una propuesta de voluntariado, de hacer algo por la gente. En cierto sentido se trataba de cambiar nosotros mismos más que cambiar una situación. “Compartir” era una palabra nueva para mí, un poco misteriosa. Tiene mucho de mirar y de escuchar. Sin muchas expectativas.
Pero cuando estamos realmente presentes y abiertos a encontrarnos con el otro de verdad, suceden cosas inesperadas. Un día entré en un barracón muy pobre donde vivía una madre con cuatro niños en una situación muy complicada. Su vida parecía un caos. Mientras intentaba reponerme del impacto, un amigo me dijo en voz baja: «¿Has visto cómo brillan las ollas?». Efectivamente, estaban relucientes. Era algo inexplicable pues allí casi no había agua ni alcantarillas, pero ahí estaban. Y yo no las había visto. Era un aspecto de limpieza, de “riqueza”, que me había pasado desapercibido.
Otro día estábamos visitando a niños desnutridos y mientras hablábamos con las madres, me dijo una amiga: «¿Te has dado cuenta de que hay madres obesas?». ¿Cómo era posible? No podía ser que faltara comida para los niños y los adultos comieran de más. En aquella época había unos estudios que demostraban que los primeros mil días de vida (desde la concepción hasta los dos años de edad) son fundamentales para el desarrollo de enfermedades crónicas en la vida adulta, como por ejemplo la obesidad, la hipertensión o la diabetes. La desnutrición es un estrés nutricional, así que decidí empezar a estudiar otras formas de estrés, sobre todo en relación a ciertas experiencias de violencia. Empecé a seguir durante años a un grupo de mujeres que habían sufrido violencia durante el embarazo, y me encontré con niños que en la adolescencia empezaban a desarrollar obesidad, hipertensión y diabetes.
Al cabo de un tiempo uno de mis alumnos me dijo: «Esta madre no sale en los libros de medicina porque su hijo y ella deberían estar fatal, y sin embargo están perfectamente». Me llamó la atención y enseguida me acordé de aquellas ollas relucientes que me dejaron tan asombrado años atrás. Entonces decidí dedicarme a estudiar a este grupo específico de madres muy vulnerables pero que no caen enfermas. Después de varios intentos de explicación, tuve que apoyarme en una valoración cualitativa y le pedí ayuda a un colega experto en humanidades, ateo y comunista. Sus conclusiones fueron muy interesantes. En este grupo de mujeres encontró una gran conciencia de sí mismas, que era fruto de su relación con un “tú”: el tú del niño desde que estaba en su seno, el tú de sus propias madres (las abuelas del pequeño), o el tú de Dios. Esta conciencia plasmaba su manera de afrontar las adversidades. Creamos entonces una herramienta psicométrica para medir este fenómeno y empezamos a estudiar la salutogénesis, es decir, el origen de la salud y no de la enfermedad.
A partir de ahí desarrollamos una serie de estudios clínicos y moleculares para realizar intervenciones que revertieran en la salud de los niños. Nunca se me habría ocurrido ir a la caritativa buscando preguntas científicas, pero la gratuidad genera una forma de mirar la realidad que te hace ver cosas nuevas. Hay cosas evidentes pero “invisibles”, que solo se ven cuando las tratamos de manera virginal.
Ideología
En la caritativa nunca estamos solos. Siempre ha habido asociaciones políticas u ONG que desarrollan esta labor pero, mientras nosotros únicamente tratamos de compartir la vida, ellos intentan “educar” a la gente para que reconozca quién es la entidad responsable de su pobreza y empiece a defender sus derechos y luchar por ellos. Todo eso es muy importante, pero el problema es que a esta gente le cuesta afrontar la realidad tal como se presenta, con toda su complejidad, y acaban simplificándola, haciéndola coincidir con una imagen previa y utilizando eslóganes como “nosotros contra ellos” para movilizar a la población.
La caritativa me ha enseñado que la ideología, en vez de aprender de la realidad, la manipula.
El poder como servicio
Un día estaba en una parroquia preparando el reparto de comida a los sintecho y me pusieron a cortar kilos de cebollas. Llevo años cocinando en casa y soy hijo de una cocinera estupenda, así que sé cortar cebollas muy bien. Pero la anciana que estaba allí me dijo: «Así no se hace, debes hacerlo de esta otra manera», y me enseñó un método mucho menos eficaz. Intenté demostrarle que el mío era mejor, pero enseguida me di cuenta de que yo estaba allí para afirmarla a ella, no para optimizar resultados. Me puse a hacerlo como ella decía mientras me miraba de reojo. Sorprendí en mí una alegría inmensa. Me estaba afirmando a mí mismo, no negándome. Afirmaba mi yo que quería afirmar el suyo. Siempre recuerdo la satisfacción que sentí sirviendo a aquella mujer cuando en mi trabajo veo cómo la gente se relaciona con los demás en función de lo que pueden obtener de ellos. Esa satisfacción es un secreto que llevamos dentro y es incomprensible para quien no la experimenta.
De la periferia, una nueva perspectiva hacia el centro
Cuando se habla de inclusión o de llevar la mirada de la periferia al centro, se suele pensar en una lógica de representatividad. Creo que la caritativa me ayuda a ver el mundo que hay fuera de la burbuja en la que vivo. Me muestra otras perspectivas. Nos enseña a estar delante de alguien diferente y reconocer el punto que tengo en común con él. ¿Cómo se podría compartir de otro modo?
La semana pasada se celebró el encuentro anual de la Sociedad Internacional de Medicina Evolutiva en California. Ahora hay una gran preocupación por la diversidad, la inclusión y la pertenencia en el ámbito científico y tuvimos un encuentro sobre ese tema. Confieso que tenía cierto prejuicio con el enfoque, pero intenté escuchar atentamente a mis colegas. Y vi en ellos una enorme sed de justicia. Me conmovió. Identificándome con ellos, llegué a decir: «Creo que el mayor factor de exclusión en una sociedad internacional como la nuestra es el idioma. ¿Os dais cuenta de que solo hablan americanos, ingleses y canadienses? ¿Dónde está la medicina evolutiva de los demás países? Habría que pensar en favorecer su participación». Un colega coreano saltó a mi lado. Obviamente, mi comentario era incómodo porque la inclusión de la que ellos querían hablar se refería al género y la raza, pero la respuesta de una profesora inglesa fue muy interesante: «Nosotros vemos la evolución como una competición; varias especies compiten y las mejor adaptadas sobreviven. Los científicos evolucionistas rusos, en cambio, no reconocen tanto la competición como la colaboración entre especies». Después de un momento de silencio, añadió: «No hay ningún ruso entre nosotros». El deseo de inclusión del que había nacido ese encuentro se había ensanchado, y se había hecho menos ideológico.
Estoy convencido de que la caritativa también nos enseña a tomar en consideración el deseo de diversidad, inclusión y pertenencia al mundo de hoy.
Ofrecimiento, culmen de la razón y del afecto
La necesidad que ves en la caritativa es aplastante, mucho más grande que nuestra capacidad de respuesta. Es como intentar “secar hielo”, una misión imposible. Es muy fácil caer en la tentación y con el tiempo te cansas. Te acabas rindiendo. Recuerdo un día que volví a casa destrozado. Era imposible intervenir en la situación de una familia y me enfadé con el Señor porque me ponía delante de un muro infranqueable. Pero de pronto me di cuenta de que la impotencia que sentía, esa desproporción gigantesca, no era algo negativo, sino una ayuda para reconocer una evidencia: la realidad no es mía, pertenece a Otro. Recuerdo el “milagro” que sucedió en ese instante: me di cuenta de que todo le pertenecía ya. ¡Qué paz, qué alegría!
Empecé a entender lo que es ofrecer: reconocer que la circunstancia es suya, toda la realidad ya es suya. ¿Quién soy yo para ofrecerle algo si todo es suyo ya? Ofrecer es reconocer esto y anhelar que sea visible. Es maravilloso entender que el ofrecimiento es el uso extremo de la razón, que se convierte en afecto. Y lo aprendí gracias a una situación insuperable.
En la caritativa siempre decimos: «No queremos cambiar el mundo, queremos cambiar nosotros». De primeras parece egoísta pero de esta propuesta nacen sujetos que, en las tareas concretas que realizan en el mundo, empiezan a tratar la realidad con una gratuidad que cambia el mundo.
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