¿Cuál es el significado de esta guerra?
Publicamos la intervención de una amiga ucraniana en la Asamblea internacional de responsables
En primer lugar quiero dar las gracias a todos los que están ayudando al pueblo ucraniano, a los que nos acompañan y a los que nos miran sin apartar la mirada. La realidad se conoce a través de la experiencia. Y la mía hoy es la guerra en mi país, del que he huido. Me surge esta pregunta: ¿cómo testimoniar una experiencia que resulta incómoda, fuera de lugar, sin reducirla a un análisis o a mera conmiseración? La experiencia conlleva descubrir el sentido del objeto que conocemos. Para mí, eso implica comprender el significado de la guerra en la acepción más auténtica de esta palabra. Parto de cómo define don Giussani la experiencia.
1) El encuentro con una realidad que está fuera de ti. En mi caso, el impacto con la guerra, verme expulsada fuera de mi vida cotidiana, pero también encontrarme con una experiencia de amistad, de camino y de trabajo común. ¿Qué tiene que ver este hecho objetivo con el movimiento y con la comunidad?
2) Comprender el sentido y el valor de esta experiencia. ¿Es posible descubrir un valor y un sentido incluso en la guerra? Para mí, esta búsqueda es la respuesta a la pregunta de si puedo dormir tranquila ante el dolor del otro, como los apóstoles cuando Cristo les pidió que velaran con él. Es la gracia de la fe.
3) Una verificación crítica y personal. Un trabajo continuo para poner en relación la realidad con las exigencias de mi corazón. La correspondencia entre el sentido de mi experiencia y el hecho con el que me topo. ¿Qué tiene que ver la experiencia de la guerra con mi comunidad? ¿Cómo puedo conocer aspectos de la realidad a los que no puedo acceder directamente en mi vida y que a menudo afectan a preguntas vitales importantísimas? Dicho de otro modo, ¿por qué necesitamos al testigo?
Me conmueve mucho el fenómeno del testimonio. Yo soy testigo de la fe, de Cristo crucificado y de Cristo resucitado, y al mismo tiempo de la experiencia de un camino humano que se me da para recorrerlo. Yo no he elegido testimoniar la experiencia de ser viuda o refugiada, mucho menos en guerra. Pero en mi corazón vence cada día la fe, la esperanza y la conciencia de que Cristo está conmigo en esta tempestad. Yo testimonio y llevo conmigo esta experiencia, que tiene que ver con mi corazón, con mi afecto a Cristo. Pero también con el hecho de que testimoniar esto resulta cada vez más complicado por el dolor y el sufrimiento que genera en otros. Veo que la experiencia que testimonio es demasiado dura. Me siento como el leproso al que se le prohíbe entrar en la ciudad, pero al que Cristo se acerca para consolarlo. Creo que solo la fascinación del encuentro con Cristo no bastaría para que los apóstoles lo siguieran. Estoy segura de que lo que les permitió dejarlo todo y seguir tras él fue ver cómo Cristo miraba su humanidad, cómo abrazaba su dolor, sus errores, su desesperación. Era una presencia frente a la necesidad y el misterio del otro.
Sigo mi camino en el movimiento únicamente porque Cristo me ha llamado a través de los gestos de estos amigos en los que vislumbro a Giussani. Ahora vivo en Italia, lejos de mi familia, que ha huido a Holanda, y doy gracias a Giussani por enseñarme a estar delante de la belleza, la dignidad, el dolor y la alteridad. Lo sigo porque ha generado una fe activa. Necesito que las palabras sobre nuestro ser un solo cuerpo no se queden en una teoría, sino verlas en acto. Deseo que el movimiento llegue a ser como esa pequeña hendidura que el alpinista busca en la roca cuando escala una montaña para poder apoyarse y llegar allí donde parecería imposible llegar.
Lali
Y tú, ¿crees en esto?
Hace unas semanas estuve en el funeral de la abuela de una amiga. En la homilía sentía cómo el corazón se me iba ensanchando. Ojo, que era un funeral, algo que aparentemente te encoge el corazón. Decía el sacerdote: «Podemos mirar la vida y la muerte como nos han enseñado las escrituras, con la luz de Dios. (…) Todo lo que hemos vivido compartiendo la fe es un signo, un anticipo de lo que significa el signo último que nos espera. (…) ¡Podemos caminar tantas veces por cañadas oscuras (porque nada se nos da por descontado)! Pero “habitaré en la casa del Señor por años sin término”, es decir, habitaré en esta casa que es la Iglesia, donde hemos vivido tantas cosas bellas. (…) Mi destino último no es desaparecer, sino permanecer en la vida y en el amor para siempre».
Escuchaba estas palabras y pensaba: «Esto lo he vivido yo. Esto lo vivo yo». Y me acordaba de lo que hemos vivido en mi familia estos últimos tres años, que han sido especialmente duros con la muerte de mi padre y la enfermedad de mi sobrino Marco de cinco años que finalmente falleció de leucemia en marzo. Durante la enfermedad de ambos, especialmente la de Marco, tuvimos la suerte de estar acompañados por la comunidad de la Iglesia. Amigos que rezaban con nosotros, otros que pensaban en cómo ayudar a Marco y a sus padres, conocidos (que se han vuelto amigos) en los que descubrías cómo la enfermedad de Marco les acompañaba en su día a día...
En el funeral de Marco, decidí con mucha timidez pedir al coro del movimiento que cantara unas piezas. No por la belleza que supone el canto, que también, sino como un modo de regalarle a Marco el cariño que mi familia carnal y cristiana le tenía. Él que tanto disfrutaba de la música. Fue precioso, correspondía tanto al alma que muchos ajenos a la Iglesia se acercaron después a darnos las gracias por una misa tan conmovedora.
¡Cómo nos acompañamos ante la muerte es de otro mundo! No digo cómo nos enfrentamos o cómo nos protegemos de la muerte. Si no cómo la ¡vivimos! Porque siento que la muerte se vive, pero no solo. Se vive con una comunidad, dentro de una comunidad, la de la Iglesia. Es decir, se vive con Cristo, Aquel que ha dado sentido a todo al traspasar su propia muerte.
No se nos ahorra nada en la vida. Podemos caminar por cañadas oscuras, donde nos sentimos perdidos y no entendemos nada de lo que pasa, pero no nos separamos del Señor.
Después de todo lo que he visto y aprendido en este tiempo, me quedo especialmente con las palabras del final de la homilía en el funeral de la abuela de mi amiga: «Esta es la fe que recibimos de nuestros padres, nuestros abuelos, y una gran cadena de personas. Acojamos esta fe verdaderamente e interpelemos a los demás con un “Y tú, ¿crees en esto?”».
Sandra, Madrid
Una mirada de esperanza
Una noche de diciembre de 2019, cuando me encontraba con mi familia en la sala de urgencias del hospital, esperando el diagnostico de los médicos sobre la situación de mi padre, nos comunican que padece de insuficiencia renal crónica. Entonces supimos que toda nuestra vida cambiaría. Decía Giussani que «interesarnos por los demás y entregarnos a ellos nos permite cumplir el deber supremo de la vida». Y supe de inmediato que mi deber supremo sería convertir el hospital en mi segunda casa y en asistirlo en sus necesidades personales aquellos días que sus fuerzas no le bastaban. En fin, todo en mi vida personal se complicó, mis estudios en la especialidad de mi carrera se postergarían, y así fue en estos últimos tres años.
El pasado 18 de julio mi padre fallece y fue un golpe muy grande para mí porque, aunque sabía que su estado de salud no era óptimo y que cada día estaba más débil, me negaba pensar en su muerte. Me sentía derrotada y una noche, hablando con mi hermana, me invitó a las vacaciones de Comunión y Liberación. Mi respuesta fue el silencio, pero quedé en la noche pensando en los motivos para no asistir. No quería porque pasaba por un momento de mucho dolor y no tenía nada que ofrecer, pero también me llegó la nostalgia de sentirme como en las vacaciones del movimiento de años anteriores, quería sentir mi corazón alegre de nuevo y abrazada por Dios. Al día siguiente le dije que sí iría a las vacaciones, aunque no muy convencida.
Al llegar me sentí en familia, como si no hubiera pasado tanto tiempo sin verlos. No había ningún juicio ni reclamo hacia mí después de tanto tiempo de ausencia y ese fue el primer abrazo de Dios. Él me recibía así, tranquila y cada vez más convencida de que Él me quería en este lugar. La tarde del sábado tuvimos el testimonio de Jenny, una venezolana que contaba su vida de forma alegre con una realidad llena de su sufrimiento para su país y su gente. Recordé un texto de Pascua que dice: «Al hombre que sufre Dios no le da un razonamiento que lo explique todo, sino que responde con una presencia que le acompaña». Eso es lo que vi en Jenny, una compañía que dentro del sufrimiento que viven, le da una mirada de esperanza.
Al acabar me sentía muy agradecida por haber ido. Sé que esto no me quita el dolor pero tenía a mi lado una compañía que me abrazaba y me decía a través de cada gesto, de cada canto, de cada juego y de ese hermoso lugar que «Él está aquí».
Kathlyn, Honduras
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón