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Huellas N.07, Julio/Agosto 2023

BREVES

Cartas

Para siempre
El año 1986 el destino me trajo a Tenerife, esta preciosa tierra canaria. Me esperaba mi hermana Inma y su familia, recuerdo el día en que nos encontramos, estaba feliz, su sonrisa transmitía lo que sucedía en su interior, por fin tenía una hermana cerca. Dieron comienzo una infinidad de encuentros, acontecimientos familiares, Navidad tras Navidad, así hasta 36 años, y nuestro afecto y unidad fue creciendo. En esa confianza, en esa intimidad, le comuniqué un día que había encontrado algo muy grande que daba respuesta a mi búsqueda, a mis preguntas, a toda mi vida. Inma no pareció estar muy convencida, entonces participaba en una pequeña comunidad cristiana, aunque ella me transmitía que no le ayudaba. Con el tiempo este grupo se fue deshaciendo y su necesidad la llevó a fiarse ante mi propuesta. Recuerdo la primera vez que vino a unos Ejercicios del movimiento. Con su maleta en la mano, sin soltarla –yo creo que nunca tuvo intención de quedarse–, se sentó en el salón. Nos hablaba entonces por videoconferencia un joven Julián Carrón. En un determinado momento de la lección, giró la cabeza, me miró con ojos llenos de asombro y me comentó: «Me ha hablado a mí, ¡¡¡pero si no me conoce!!! ¡De aquí no me voy!».
Dos días después, al terminar los Ejercicios, ella le preguntó a un amigo nuestro: «Oye, ¿qué es el movimiento?». Él le contestó: «Es la vida, Inma, coincide con la vida». Hasta el día de su muerte supo que Cristo se le había mostrado cercano, familiar, carnal, en este lugar donde comenzó su camino. Lunes tras lunes recorría, primero sola y luego con su amiga Marina, también de Icod, la carretera del norte de la isla para llegar hasta la Escuela de comunidad de Santa Cruz. La necesidad de Cristo fue creciendo en ella y cuando le fue diagnosticado el cáncer en 2019, su deseo “aumentó” y pidió la entrada en el grupo de Fraternidad. Hago memoria de los mensajes que me enviaba tras el diagnóstico de la enfermedad, siempre decía: «Me siento amada y preferida».
¡Cómo alguien puede decir algo así teniendo una enfermedad tan grave! A mí me sorprendía esa familiaridad con Cristo que surgió en ella. Esta unión y agradecimiento se veía en el brillo de su mirada y en la sonrisa que mostraba frente a todos. Ya avanzada su enfermedad, da comienzo hace unos años una Escuela de Comunidad en Icod, cosa que agradeció muchísimo. Allí, en su pueblo, «una Escuela, ¡qué grande!», me decía. El testimonio de que la vida es don hizo de su corazón puro agradecimiento. El último año ha sido muy duro y las consecuencias de la enfermedad le dejaron huella. Durante este tiempo Cristo la hizo aún más partícipe del sufrimiento de la Cruz y ella la abrazó en silencio, sin queja alguna. Siendo consciente del valor que tenía su sí en tal momento de su vida.
Amigos, ella nos dejó hace una semana. Todos los que la conocíamos hemos sido testigos de una vida grande porque su fe en todo este tiempo ha crecido, por su sencillez, su discreción y su agradecimiento con todo y con todos. Se fue como vivió, sin molestar a nadie, abrazada y querida por todos los que la conocieron o trataron.
Querida Inma, querida mía, tú eres para siempre.
Con todo mi afecto.
Lourdes, Tenerife


Algo que celebrar
Más de 1.800 niños de entre 3 y 18 años viven en centros de menores de la Comunidad de Madrid. Cada uno de ellos está allí por una razón: la mayoría de las veces simplemente porque sus padres no pueden hacerse cargo de ellos, otras por causas más graves. En las residencias viven “protegidos” hasta que los acoge una familia o vuelven a sus familias de origen. Pero muchos de ellos terminan viviendo en las residencias hasta cumplir la mayoría de edad, momento en el que deben dejar la residencia porque pasan a ser “adultos”. Tres de estas chicas –de 15, 17 y 18 años– han escrito y representado una obra de teatro titulada Algo que celebrar. En ella exponen sus vivencias, sus preguntas y, lo más interesante, sus deseos, sin dejar de agradecer que alguien (la Comunidad de Madrid) les haya cuidado, aun no habiendo satisfecho todas sus exigencias. Pero ¿qué o quién puede satisfacer esas exigencias? Dice don Giussani en El sentido religioso: «Todas las experiencias de mi humanidad y de mi personalidad pasan por la criba de una “experiencia original” (…) que constituye mi rostro a la hora de enfrentarme a todo. (…) ¿En qué consiste esta experiencia original, elemental? Se trata de un conjunto de exigencias y de evidencias con las que el hombre se ve proyectado a confrontar todo lo que existe. La naturaleza lanza al hombre a una comparación universal consigo mismo, con los otros, con las cosas, dotándole (…) de un conjunto de evidencias y exigencias originales; y hasta tal punto originales que todo lo que el hombre dice o hace depende de estas. Se les podría poner muchos nombres; (…) (exigencia de felicidad, exigencia de verdad, exigencia de justicia, etc.). En todo caso son como una chispa que pone en marcha el motor humano». Estas niñas han seguido el impulso que ha nacido de esa “chispa” y se han medido con su exigencia original (aunque jamás lo expresarían con estas palabras). Se han puesto delante de nosotros para contarnos quiénes son y cuál es su deseo: ser amadas, tener un lugar donde amar, donde vivir, donde construir. En un momento de la obra, con un poco de ironía (sin ninguna maldad, todo sea dicho) sobre la Comunidad de Madrid de la que depende cada movimiento que hacen durante su estancia en las residencias, la comparan con un “dios” y se oye una voz en off como si viniera del más allá que dice: «seguid vuestro corazón, compartid vuestro camino». Eso es precisamente lo que han hecho: han seguido su corazón que les ha dicho que no son un número más de esos 1.800 niños. Han seguido su corazón que les ha dicho que no tienen la culpa de estar en una residencia. Han seguido su corazón que les ha dicho que son más de lo que ellas mismas son capaces de imaginar. Han seguido su corazón y han compartido su camino con nosotros haciéndonos volver a agradecer que Dios haya escrito en nuestros corazones ese deseo de belleza que no es otro que el deseo de Él y que nos haya dado la vida para descubrirlo. Y también nos ha hecho volver a agradecerle que, si Él lo desea, a través de estas vasijas de barro que somos nosotros estas niñas y todos los hombres puedan llegar a encontrarle.
Meri, Madrid

Protagonistas de nuestra propia vida
«¿Puede el estudio permitirme ser más yo mismo? ¿Puede cambiar el mundo?». Con estas preguntas, un pequeño grupo de universitarios nos lanzamos a compartir dos días de estudio e invitar a nuestros amigos. Podíamos haber optado por quedarnos en nuestras casas, cada uno estudiando lo suyo, pero se nos hace cada vez más evidente que solos no podemos. Nos interesaba mirar hasta el fondo el desafío que supone para nosotros el estudio, esta realidad tan concreta que nos interpela. A medida que pasaban las horas, estas preguntas se volvían más agudas. Pedían entenderse en acción y sobre todo con otros. «Ser uno más en el aire es lo que al hombre le espanta», canta una música de nuestro folclore argentino. Y es que nos urge verificar que lo que hacemos vale la pena. Vale la pena ante todo para uno mismo, porque solo así podrá valer la pena para los demás. «La utilidad empieza en este instante, porque cuando yo conozco algo, cambio. Así lentamente uno empieza a darse cuenta de que toda la vida tiene una relación, toda la vida tiene un significado», como nos decía un amigo.
A él y a otras dos amigas les pedimos que nos contaran su experiencia como estudiantes después de años de haber terminado su carrera. ¿Cómo podemos vivir también nosotros de la misma vibración que ellos viven cuando hablan de matemáticas, del fenómeno de la lluvia o de un paciente? Los tres coincidían en una cosa: las circunstancias son una llamada a responder con lo que somos. Son para mí, me invitan, me piden tomar parte. Porque donde yo estoy ya se me promete todo; «el infinito en donde estoy», concluía una de nosotros después del diálogo.
Después de la última mañana de estudio nos esperaba una pregunta desafiante en el almuerzo. ¿Qué significa que seremos para siempre médicos, economistas, politólogos, ingenieros? ¿De dónde nace nuestro servicio al mundo? Juntos entendimos una cosa: nuestro servicio al mundo nace de la generación de nuestra persona. Esa que se da cuando nuestro «yo» cambia, cuando encuentra un lugar en el que puede ser él mismo sin censura. Una generación que brota dentro de una compañía que te pone en movimiento delante de tu propia vida; una «compañía operativa».
En estos dos días la promesa que nos alcanzó se ha vuelto a confirmar. Es posible vivir una vida más vida en nuestra tarea de todos los días. Es posible, pero no seremos nosotros quienes podamos sostenerla. Necesitamos siempre volver: al origen de lo que hacemos, al lugar donde a este Origen lo encontramos vivo. Por la comunión de la compañía que es signo de una Compañía más grande podremos, como en estos días, volver a descubrirnos protagonistas de nuestra propia vida y –entonces– verdaderamente libres.
Fue la sorpresa de una amiga nueva la que nos lo hizo ver. «Comunión y Liberación: en ustedes se ve que la unión de estas dos palabras existe y se vive».
Pilar, Buenos Aires

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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