La Escuela de comunidad es un gesto semanal, la piedra angular del camino que propone el movimiento, de comparación intensa entre los textos elegidos y la propia experiencia. «Tiene una forma dialogada y está abierto a todos», recordaba Davide Prosperi, presidente de la Fraternidad de CL, en la presentación de la nueva edición de El sentido religioso: «No hay requisitos previos de pertenencia, credo religioso o competencias culturales: basta con estar abierto a la escucha, al interés y al compromiso con la propia humanidad. De hecho, este gesto nació de la pasión educativa de don Giussani, que dedicó toda su vida a la educación, formando a jóvenes y no tan jóvenes en una mirada libre y seria hacia ellos mismos y hacia la realidad». Las circunstancias de la vida y el ritmo frenético de cada jornada «nos llevan muchas veces a actuar de manera reactiva, en una carrera de resultados que respondan puntualmente a estímulos externos a nuestra persona. Pero justo por eso sentimos cada vez más la necesidad de tener momentos para nosotros, para detenernos y mirar apasionadamente la consistencia de nuestro “yo”, sin la cual todo ese frenesí nos llevaría a una progresiva ausencia de sentido del vivir». La Escuela de comunidad es, por tanto, «una oportunidad para volver a poner en el centro de nuestro interés nuestro verdadero “yo” y la posibilidad de recuperar continuamente una relación con la realidad verdaderamente libre: trabajo, familia, hijos, amores, pasiones, enfermedad y soledad, alegría y dolor. Todo puede tener un significado para quien no se resigna a vivir renunciando a buscar el sentido de la existencia». Publicamos un texto de don Giussani que nos introduce en el significado de la Escuela de comunidad.
«La Escuela de comunidad es ante todo un trabajo. Es un trabajo que construye, es un fenómeno humano que, plasmando la realidad creada, la realidad que nos rodea, erige algo orgánico, acogedor, útil, pacífico, humano. (...) Pero me preguntaba ahora: ¿por qué la Escuela de comunidad? ¿Por qué creamos la Escuela de comunidad hace tantos años? La vida tiene un objetivo, y el hecho de que haya tantos problemas que nos urgen todos los días confirma justamente que la vida tiene un objetivo, porque si no hubiera un objetivo no habría problemas. Eso es lo que queríamos al establecer la Escuela de comunidad: que no haya ningún problema que sintamos humanamente en nuestra vida y que no encuentre respuesta, una respuesta adecuada; la respuesta adecuada a un problema son las razones constitutivas de ese problema. Esto llena la vida de curiosidad y de gusto. Lo descubrí en las primeras horas de religión que di; pude darme cuenta de que la fe tiene más razones que las que identifica la inteligencia humana como tal. La fe es más capaz de responder a los problemas humanos que la propia razón, como capacidad. Por eso amamos la fe, porque se ha mostrado ante nuestros ojos con una grandeza más fascinante que la grandeza de nuestro pensamiento humano, y más acogedora de lo que pueda ser un corazón humano generoso.
Lo que deseo, por tanto, es que podáis experimentar que cualquier problema se puede abordar con razones que pre-sienten o indican la solución, y que todas esas indicaciones la fe las corrige y concluye. Es como cuando nos levantamos al amanecer, que aún es crepuscular y todavía no se ve nada claro, excepto las últimas estrellas; se perciben las siluetas de las cosas, de las casas, de los árboles y las colinas. En un momento dado, sucede un fenómeno que casi parece normal siendo extraño, que no deriva del crepúsculo, de hecho después se entiende que el crepúsculo deriva de él: es el fenómeno del sol que surge. Entonces las casas, los árboles y colinas se definen según su verdadera forma y todo se compone con una tranquilidad dentro de la cual el hombre está seguro, empieza a actuar seguro. Os deseo que la Escuela de comunidad sea para vosotros como ese sol que surge de la confusión crepuscular de las intuiciones naturales, de la inteligencia natural. (...) ¡Os deseo pues un buen trabajo!».
L. Giussani, In cammino (1992-1998), Bur, Milán 2014, pp. 240-241.
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