Sam Fontana vive en Lafayette (Louisiana). Se topó con las páginas de El sentido religioso siendo seminarista: «Me ayudó a superar la separación que veía entre la vida y la fe»
«Leer El sentido religioso me abrió los ojos. Puso nombre a mis preguntas y a mis inquietudes. Fue un punto de inflexión». Sam Fontana es un sacerdote de Lafayette (Louisiana), al sur de Estados Unidos. Entró en el seminario nada más salir del instituto, a los 18 años, y estudió Filosofía en la Universidad Católica de América, en Washington DC. Allí fue donde oyó hablar por primera vez de don Giussani y de CL. «Tenía profesores del movimiento y un compañero de curso que iba a Escuela de comunidad. Siempre volvía entusiasmado y me lo contaba todo, pero yo nunca fui». Después de tres años en Washington, antes de pasar al seminario mayor de Maryland, Sam entra en crisis. «No ponía en duda mi vocación sacerdotal, sino el cristianismo en su conjunto. Había algo que no me cuadraba. Eso años fue como si mi humanidad se expandiera. Me interesaba la filosofía, el arte, la cultura, el compromiso político, pero nada de eso tenía mucho que ver con la experiencia religiosa que me proponían». Se pasó el verano inmerso en la lectura: Agustín, Ernest Hemingway, T.S. Eliot, Walker Percy. «Fueron meses de profunda soledad. No tenía ningún motivo para dejar lo que estaba haciendo pero lo cierto es que era cada vez menos feliz». Sam vivía una ruptura. «Por un lado estaban las cosas que me apasionaban y por otro estaban Jesús y el cristianismo. Era una sensación de fragmentación». Durante el primer año de seminario se encuentra con Brandon, un laico de Atlanta. Ya lo conocía, era alguien con quien solía discutir a nivel intelectual. Había cierta conexión. «Un día me invitó a la Escuela de comunidad y decidí ir». Eran tres: él, Brandon y father John. El texto que estaban trabajando era El sentido religioso. «Era lo que buscaba, una provocación continua. En las páginas de Giussani percibía un camino para superar la separación que veía entre la vida y la fe. Me di cuenta de que la pregunta que latía bajo mi malestar era si es posible ser cristiano y plenamente humano. Había crecido con la idea de que, en el fondo, había que elegir entre una cosa y la otra. Mientras que Giussani describía la experiencia que yo vivía de una forma que nunca había visto».
Sam había leído dos veces en pocos meses la primera novela de Hemingway, Fiesta. «En ella encontré la misma necesidad de belleza y la misma tristeza que yo sentía porque ese deseo estaba insatisfecho. ¿Cómo podía ser cristiano y no saber si la belleza era posible en esta vida? Lo mismo me pasaba con la necesidad de justicia leyendo Por quién doblan las campanas. Para explicar lo que me pasaba, Giussani citaba a santo Tomás, que define la tristeza como “deseo de un bien ausente”». En El sentido religioso, el joven seminarista se encuentra con James Baldwin y el Shakespeare de Hamlet o Macbeth. «Me impactó muchísimo la idea de que la mera existencia de la pregunta implique la existencia de la respuesta. Leer este libro me ayudó a entender que yo no era raro, que no estaba loco».
En esos años Sam percibía «el deseo de algo más», pero el cristianismo que le proponían, incluso en el seminario, se centraba más en la renuncia. Toparse con lo que escribía Giussani sobre la razonabilidad de las preguntas últimas le abrió de par en par un nuevo horizonte. «La vocación no era sencillamente “dar mi aportación a la Iglesia” sino la manera de vivir mi deseo de belleza y de justicia. Cualquier propuesta que tuviera que ver con mi vocación no podía dejar de tener en cuenta ese deseo de algo más. En el fondo, no sería entonces una propuesta verdaderamente cristiana».
Algunos aspectos del libro del sacerdote italiano confirmaban el planteamiento que había recibido pero fue la tercera premisa, la moralidad en el conocimiento («Amar la verdad más que a uno mismo»), la que lo descolocó. «No se trataba de razonar sobre mi vocación o sobre el futuro de mi vida, lo importante era mi compromiso para vivirla –explica–. Cuanta más atención se presta, más se conoce; cuanto más se conoce, más se aprende a amar. He crecido más en el conocimiento de Cristo prestando atención a la Iglesia y a lo que Cristo hacía suceder en mi vida que asimilando ideas teológicas». El seminario implica la vida comunitaria, la oración común y el servicio a los pobres. «Para mí era un automatismo. Eran “las reglas del juego”. Pero Giussani invitaba a hacer los mismos gestos prestando atención a la experiencia, a lo que sucedía en mí. Todo se volvía más interesante».
Siguió yendo a Escuela de comunidad, le invitaron por primera vez al New York Encounter y leyó más libros de Giussani: Los orígenes de la pretensión cristiana, Por qué la Iglesia y ¿Se puede vivir así? «Cuando volví a Lafayette, quería invitar a algunas personas para seguir juntos. Después de dos años de trabajo, contacté con el responsable de CL en Houston para pedirle ayuda y surgió una gran amistad. Luego, después de mi ordenación, me pareció que lo más natural era inscribirme a la Fraternidad».
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