El 12 de mayo de hace cien años nacía uno de los intelectuales más importantes del siglo XX italiano. Desmontamos el mito de su “conversión” al catolicismo para comprender quién fue realmente
«Ahora no soy comunista, lo sabes perfectamente, sino cristiano católico, y como tal no puedo impedir a nadie que busque lo que él crea que es la verdad y después la afirme, aunque para mí no lo sea».
El equívoco
Cuando escribe estas palabras Giovanni Testori, uno de los intelectuales más importantes del siglo XX italiano, del que celebramos el centenario de su nacimiento, aún no ha cumplido 24 años. Estamos en 1947 y el destinatario de esa carta abierta, publicada en una revista de la que Testori era responsable, era Renato Guttuso, un amigo suyo que estaba dando pasos significativos en busca del realismo en su obra pictórica, tras ver rotas sus expectativas en la metafísica y la pintura de corte fascista.
Faltan treinta años para el 20 de julio de 1977, el día de la muerte de la madre de Testori, que dará origen a su conversión. El equívoco reside en pensar que hubiera un Testori ateo, homosexual, que huye de la tradición de su familia burguesa, de pequeños industriales a las puertas de Milán, y un Testori católico que nació a raíz de unos hechos que fueron reales y decisivos, como el encuentro con varios jóvenes universitarios de Comunión y Liberación, sorprendidos por sus editoriales en la primera página del Corriere della Sera, el encuentro con don Giussani que dio lugar al libro escrito a cuatro manos El sentido de nacer y su implicación directa con jóvenes actores de la compañía Teatro del Arca, con el Meeting de Rímini o con el semanario Il Sabato. Desmontar el mito de un Testori converso no es tanto un deber histórico como la premisa necesaria para comprender quién fue realmente Giovanni Testori, el escritor, el dramaturgo, el pintor, el crítico de arte y el columnista que no deja de fascinar, y descolocar, al lector actual.
Irreparablemente de Dios
1947 es también el año en que Testori se gradúa en la Universidad Católica de Milán con una tesis sobre la forma en la pintura del siglo XX, forma que ya no es cristiana sino que se mide con la realidad. «¿Cuál puede ser la postura de un cristiano? Es lógico que partiendo de una cuestión figurativa, la pregunta se ensanche hasta convertirse en una cuestión que afecta a la vida entera. Pero aquí me limito a la primera, pues todos podemos ver que la segunda, aun estando condicionada a ella, queda incluida. […] Nosotros somos definitivamente, irreparablemente de Dios: podemos oponernos, pero no rehuirle, nunca podemos salirnos de su paternidad. Tanto que su mano luminosa nos aferrará cuando menos lo esperemos y nos pondrá delante de esta realidad dulce y terrible a un tiempo». Para Testori, la pertenencia al Padre es inexorable y se presenta, desde el principio, como un combate con Él, necesaria para medirse con su época. «Nuestra cultura es ante todo una cultura infeliz, que se duele continuamente. Si la cultura es un lecho, nuestro lecho no es de lana, sino de espinas. Con nuestra cultura en la mano, con la seguridad de tenerla en nuestras manos, somos infelices. Si fuéramos sinceros en nuestro empeño por fabricarnos esta cultura, podríamos decirlo con la cabeza bien alta, pero debemos decirlo. El materialismo puede acompañar al hombre hasta reivindicar sus derechos sociales, pero más allá de eso le abre de par en par a la nada. Cuando no le ensucia las manos de sangre por el camino. Y el idealismo ni siquiera es capaz ya de acompañarlo en esos resultados que exige justamente».
La tarea
Testori percibe una responsabilidad, para él y para los cristianos en general, de la que se hace cargo cuando escribe algunos de sus dramas religiosos y, como pintor, en su estudio con la realización de imágenes sagradas con un lenguaje contemporáneo y renovado. Nos lo testimonian algunas pinturas y dibujos preciosos, pero también su clamoroso intento de 1948, cuando convence a los padres servitas de la iglesia de San Carlos en Milán para que le dejen pintar las pechinas de la cúpula del ábside con los cuatro evangelistas, expresando así lo que afirmaba en su tesis doctoral sobre la necesidad de cuidar la forma moderna. «¿Puede ahora un cristiano adentrarse en la forma con que se expresa esta cultura extraviada? Yo diría que debe. Afirmación que se sostiene a lo largo de la historia. De hecho, cuando el cristiano empezaba a excavar las catacumbas y más tarde a erigir las primeras iglesias, no tenía una forma propia para poder decorarlas. ¿Debía acaso no decorarlas, renunciar a lo que era una necesidad de realización física del espíritu? No. Si Dios le había dado el deseo y la necesidad de imágenes, seguía a Dios si intentaba realizarlas. ¿Pero cómo lo intentaba? Con un acto de confianza absoluta, total, en su fe; y con un acto de humanidad cristiana: apegándose, por tanto, a las formas de los paganos. Pintaba entrando en su modo y estilo de pintar, esculpía entrando en su modo y estilo de esculpir. Estaba seguro de que su fe primero redimiría y luego transformaría esas formas […] llenas de dolor y de preguntas. […] El dolor es el motivo humano más alto del cristianismo».
La realidad
Para él, el único ámbito donde era posible abrazar este dolor es la realidad, de la que nace toda su poética, alimentada por las raíces lombardas de su cultura. Así es como la dura vida real de los obreros de la fábrica de su familia, que frecuentó desde niño, en los años 50 aparece reflejada en las páginas de sus historias y dramas teatrales sobre la periferia urbana en Los secretos de Milán. A los humildes y jóvenes, y no a las especulaciones sociales, políticas o intelectuales, dedicará su labor de los años 80: como columnista y en el teatro, así como en los estudios de los artistas. Solo en este continuo apego a la vida y a la verdad popular se comprenden las grandes cumbres de la expresión de Testori.
La Creación
Un amor incondicional por la realidad siempre coincidió para él con un amor a la Creación, con el reconocimiento de un creador, de alguien a quien agradecer o maldecir por ella, pero en todo caso con quien medirse. Por eso, continuando en la misma carta de 1947 a su amigo pintor, afirma perentoriamente: «No puedo repetir el error que has cometido tú, hablando de Cristo de forma frívola, despectiva y vulgar. A Cristo no le duelen estas pequeñas irreverencias errabundas, créeme, ni tampoco bastan para liquidarlo […] pero me pregunto si en todo este equívoco que está en la base de mucha pintura, también de la vuestra, no habrá que buscar otro equívoco que tú mismo has perpetrado escribiendo estas palabras: “una verdad activa, una verdad combatida, buscada en el mar de la fantasía y la imaginación”. […] ¿Acaso se puede buscar la verdad en el mar de la fantasía y la imaginación? ¿Qué verdad será entonces, si es que la llegas a encontrar? […] Querido Guttuso, no creo que el problema sea poder llegar a la realidad, sino poder partir de la realidad. Es decir, tener una Fe que la preceda. No tanto para pintar, créeme, sino para vivir».
El retorno a casa
Testori vive condenado a la realidad, no está dispuesto a ceder ni un milímetro al sueño o a la huida, aunque sea estética. Si tiene que llegar una respuesta al drama de la vida, no le cabe duda sobre cuál es el lugar donde buscarla. El amor a la realidad es por tanto una tarea, la única verdadera responsabilidad del hombre, muy superior a la coherencia. Con todas sus contradicciones, Testori se mantuvo frente al vértigo de la belleza, ante el amor de su vida, el joven Alain, destinatario de su obra poética de los años 60, en un cortocircuito figurativo donde el rostro del amado adoptaba los rasgos del David de Tanzio da Varallo. Con los años se convirtió en el hijo que nunca tuvo, al que protegía a toda costa, pero Testori siempre vivió su homosexualidad de manera dramática, en una búsqueda continua de unidad entre deseo, familia y fe. «Sin embargo, te aseguro que lo que siempre me ha ayudado a vivir, más aún, a aceptar la vida con toda su maldición, siempre ha sido el retorno a casa. Tendemos a apuntar hacia fuera –a veces incluso de forma violenta y destructiva– pero el retorno a casa da a esa misma experiencia, a esa vía de salida, un calor indecible. Porque volver no quiere decir olvidar, no significa quitarse de encima la violencia y la destrucción. Solo quiere decir entrar en un lugar que te acoge, que recibe ese dolor por tu maldad dándole un sentido… yo diría que natal».
Pero amarla
Pasión, fe y pertenencia conforman desde el principio la realidad de Testori. La confianza en la realidad es tal vez la única constante de su intensa, extraordinaria y sufrida vida, tanto que, pocos meses antes del final, en 1992, confesará a Luca Doninelli: «Creo que hay un rumbo infalible. No se equivocará, a pesar de todos sus errores, quien ame la realidad, es decir, la Creación. Si amas la Creación, puedes escribir o pintar las cosas más tremendas: ya han sido salvadas por el Creador hecho carne. Amando la realidad, estás dentro de ella, ya vives dentro de ella, y abrazas tu obra [...]. Basta amar la realidad, siempre, de todas las formas posibles, incluso esa manera precipitada y aproximativa como ha sido la mía. Pero amarla. Por lo demás, no hay instrucciones».
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