Una intuición, una pasión, un encuentro fortuito… Cuando el trabajo se abre a una necesidad y se pone a su servicio. Un diálogo con Dario Odifreddi, uno de los fundadores de la Plaza de los Oficios, entidad educativa que enseña a trabajar a miles de jóvenes
Era a finales de 2009. La obra llevaba en marcha cinco años, pero no iba bien. Entonces Dario y sus amigos más cercanos, con los que empezó todo, se enfrentaron a una decisión drástica. «Nos preguntamos qué hacer. Parecía que se daban las condiciones para seguir adelante, pero necesitábamos ayuda. Convocamos a todos nuestros empleados en el gran salón y les dijimos: creemos en lo que estamos haciendo, pero solos no podemos. Os pedimos que valoréis libremente la posibilidad de echarnos una mano». ¿Resultado? «Algunos se redujeron el sueldo, otros donaron una parte, o su paga extra, a veces a costa de un gran sacrificio. También pedimos ayuda a los amigos. Al final lo conseguimos. En 2012 todos habían recuperado lo que habían donado».
Mientras tanto, la Plaza de los Oficios, una gran realidad educativa que enseña a trabajar a miles de jóvenes con cursos de formación, empresas sociales e institutos técnicos mejoró, y de qué manera. «Ahora, aparte de Turín, estamos en Catania y Milán. En 2024 cumplimos veinte años y el año pasado llegamos a la cifra de 5.000 jóvenes formados y más de 400 empleados», cuenta Dario Odifreddi, 62 años, presidente y socio fundador. Pero aquel momento de 2009 fue un punto de inflexión, no solo en las cuentas. «Vimos que lo más importante de trabajar juntos es compartir, tener líderes responsables que tengan el coraje de “desnudarse” delante de todos».
¿Qué es para ti el trabajo?
Una posibilidad maravillosa de expresar lo que soy, de ver cómo mi corazón, mi razón y mis manos informan la realidad. Mi consistencia no es mi trabajo, pero sé que sin trabajar –ya sea como empresario, profesor, obrero o monje– mi percepción de la realidad sería mucho más débil. Como diría Mounier, «trabajar es hacer a un hombre al mismo tiempo que se hace otra cosa». Por esta razón, más que por otras cuestiones económicas, no trabajar –por falta de oportunidades, por decisión propia o por una mezcla de ambas cosas– hace hombres y mujeres más frágiles.
¿Pero cuál es la diferencia –o el paso– entre trabajo y obra, entre el compromiso personal y la construcción de algo más grande que responda a las necesidades de otros?
En general, la obra –ya sea una obra social o una empresa– nace de una intuición, de una pasión, de un encuentro fortuito. Pero todas esas cosas no bastan. Hace falta sobre todo realismo. Para empezar algo, uno debe preguntarse si es capaz de gestionar los flujos económicos y financieros, si reúne las características necesarias para guiar un grupo de personas, si lo que quiere llevar a cabo responde realmente a la necesidad de la que nace… Y sobre todo hace falta un deseo de pertenencia.
¿En qué sentido?
Como decía el gran empresario François Michelin, «aquellos que conciben la idea de lo que es una obra, y por tanto de una pertenencia, quieren hacer algo que tenga un sentido. Esta es una dimensión que hace posible la unidad en una empresa. ¿Por qué? Porque todos tienen el deseo de un reconocimiento, y las cosas no funcionan sin los hombres». Para saber si responde de verdad a una necesidad, hay que comprobarlo sobre el terreno. Nosotros no solo lo descubrimos cuando nuestros chavales aprenden o encuentran un trabajo, sino cuando nos dicen cosas como «este lugar es una casa para mí, es donde me siento acogida y acompañada». O cuando pierden el empleo y vuelven años después diciéndonos: «No tenemos miedo porque sabemos que vosotros nos vais a ayudar». O cuando una joven madre que se ha formado con nosotros se presenta en el patio y nos dice: «Acabo de salir del hospital y quería que este fuera el primer lugar al que va mi hija porque es muy importante para mí». De esta manera, a menudo inconsciente, vemos en estos jóvenes el eco de una pertenencia de la que ha nacido todo.
Destacas mucho que la Plaza nació dentro de una amistad entre un grupo de universitarios a raíz de un hecho dramático, la muerte de Marco Andreoni, uno de los vuestros, durante una excursión en la montaña en 1986. A raíz de aquello, tuvisteis una conversación con don Giussani que una vez me contaron así: «Le preguntamos qué nos estaba pidiendo esa muerte. “El milagro de la unidad. Lo descubriréis con el tiempo. Si sois fieles a esta amistad y a la Virgen, veréis nacer obras grandes”». ¿Qué has comprendido de esas palabras con el paso del tiempo?
Puedo decir que se ha cumplido, en mi vida y en la de mis amigos con los que comparto esta aventura, la promesa de nuestro sueño de juventud: que nuestra amistad no se marchitara. Hemos levantado una obra, algunos trabajamos juntos a diario, nuestras familias siempre se han ayudado a buscar al Señor en las necesidades cotidianas. Ese milagro de la amistad que une cielo y tierra es posible por la fidelidad del Señor. Y por esa pequeña parte de nuestra libertad con que intentamos decirle «sí». El mismo «sí» que dijimos, llenos de dolor y de resistencia, ante la muerte de Marco.
¿Qué significa hoy enseñar a trabajar?
Hacer que salga el talento que hay dentro de cada uno. Pero el talento no se expresa hasta que uno empieza a percibir el valor que tiene, hasta que no empieza o vuelve a decir «yo». Nosotros en la Plaza lo resumimos con una frase de Saint-Exupéry: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres el anhelo de la infinita inmensidad y libertad del mar».
Con el paso del tiempo, ¿veis que haya cambiado en los jóvenes su concepción del trabajo?
Sí, su concepción del trabajo ha cambiado porque ha entrado un miedo profundo a quedar defraudado o defraudar a las personas que uno tiene alrededor. Ese miedo a “fallar” tiende a bloquear el dinamismo del camino educativo del trabajo, y de cualquier forma de compromiso que pueda percibirse como algo definitivo.
Hace poco, en una convivencia con un grupo de jóvenes de Comunión y Liberación en Asís se hablaba de la «esclavitud del rendimiento», de la performance... ¿La dimensión comunitaria puede ayudar a liberarse? ¿Cómo?
Los adultos también tenemos una gran responsabilidad en este momento de cambio cultural. Hemos repetido hasta el infinito que las generaciones futuras vivirán peor que nosotros, hemos promovido todas las formas posibles de subsidios pensando que teniendo renta se puede prescindir del trabajo, etcétera. En lugar de desafiar su libertad, les hemos metido miedo. Tal vez porque este miedo se ha metido dentro de nosotros. El riesgo de la «esclavitud de la prestación» existe, pero creo que hay que estar atentos a algo: a no quedarnos en los eslóganes. Tenemos que decirle a nuestros hijos que alcanzar un cierto rendimiento es algo bueno, no es enemigo del corazón humano. Un empresario que genera empleo o un monje que reza y trabaja hacen una labor excepcional. Pero el verdadero desafío es otro: si eso nos lleva a exigirnos más a nosotros mismos o a tener más familiaridad con el Misterio hecho carne. Por ahí intuyo que va la famosa frase de Giussani: «Para un cristiano el trabajo es el aspecto más concreto, más árido y concreto, más fatigoso y concreto, del amor a Cristo».
Él actúa a través de mi historia
Cuando esa mañana fui a comunicar mi renuncia diciendo que iba a empezar a trabajar para la Fraternidad de CL, esperaba una reacción distinta.
La noche anterior había dicho sí a la propuesta de Davide Prosperi de ser el secretario general de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Algo que no coincidía con la imagen que tenía de mi futuro hasta ese momento… Pensaba seguir tranquilamente en la multinacional donde llevaba 16 años trabajando y donde estaba creciendo, tanto profesional como humanamente, por la relación que tenía con mis compañeros y directores.
«Mira la inclinación de tu corazón, si estás dispuesto a decir “sí” a lo que te está pidiendo Jesús», me sugirió Filippo Santoro, «y ten en cuenta las necesidades de la Iglesia. Pero da un paso solo si estás contento, de lo contrario no lo hagas. ¡Para decir “sí” a Jesús tanto si te vas como si te quedas!».
Fueron días intensos de reflexión en los que hablé con muchos amigos, sobre todo con los de la casa de Memores Domini donde vivo desde 2008. Retomar la cuestión de mi trabajo y mi carrera profesional ante esta propuesta me hacía sentir el desgarro de dejar las relaciones que tenía en la empresa, pero intuía la posibilidad de que este “sí” también era para ellos: una manera extraña e inesperada de decir quién soy y que el motivo de mi alegría es seguir el proyecto de Otro.
Así fue. Esa mañana y los días siguientes me han sorprendido las curiosas preguntas de mis compañeros sobre el movimiento y la vocación, han mostrado un juicio lleno de afecto frente a mi decisión. Con conmoción y algo de envidia, mi jefe exclamó: «Es precioso poder trabajar todos los días para construir la historia a la que perteneces. ¡Nos alegramos por ti! Vuelve a vernos y cuéntanos lo que haces».
Descubrir cómo Él actúa a través de mi historia personal me ha llenado de gratitud y certeza, además de curiosidad por ver lo que sucederá en este camino.
Marco Melato
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