Un diálogo con Cesare Pozzoli sobre la “sociedad del rendimiento” y su experiencia como abogado laboral. Cómo vivir tu profesión aceptando los desafíos de una realidad cambiante
Iba con americana y corbata. «Lo conocí en Taranto hace unos años. Se presentó como “asistente personal”», cuenta Cesare Pozzoli, vicepresidente de la Fraternidad de CL y abogado laboral. «Había perdido un buen puesto de trabajo y volvió a empezar en una cooperativa de servicios para ancianos. Vamos, que era cuidador, pero lo hacía con gran dignidad porque sabía que cualquier trabajo es digno. Al poco tiempo de empezar su nuevo empleo, los familiares de los ancianos llamaron al presidente de la cooperativa para preguntarle qué es lo que había cambiado, pues habían notado que sus parientes rejuvenecían. En realidad, el único cambio era él, que no les trataba igual que los demás. Con su americana y su corbata era como si les dijera: “Vosotros valéis mucho, no sois gente acabada”».
Pero eso no fue lo único que Pozzoli aprendió de aquel caballeroso cuidador. «Me contó que por aquel entonces una de sus hijas estaba echando a perder el curso. A él le causaba mucho sufrimiento, pero no sabía qué decirle, pues se avergonzaba de su propia situación. Un día se armó de valor y le habló de su nuevo empleo, sin sermones. Ella le escuchó y volvió a estudiar. El sacrificio de su padre le hizo volver a afrontar la realidad. Incluso algo que puede avergonzarnos tiene un valor educativo. El trabajo no es solo lo que haces, preso en una jaula como un hámster que no deja de correr en su rueda. Es el lugar del yo, donde siempre se puede volver a empezar: construyendo, de manera invisible o llamativa, un trozo de mundo y haciéndolo más bello y humano».
La historia de este antiguo directivo es una guía para Pozzoli cuando piensa en lo que da sentido a su trabajo. Desde su despacho, junto a su socio Angelo Chiello, lleva muchos años asesorando a empleados y empresarios que se enfrentan a un mundo que cambia continuamente. Ha habido épocas en que la palabra clave era reestructurar, racionalizar y por tanto despedir. La globalización y la revolución tecnológica dejaron en casa a miles de personas. Hoy sucede lo contrario. A las empresas les cuesta encontrar personal porque muchos desempleados no buscan un salario, sino un subsidio. Domina sobre todo un nuevo ídolo, la performance, la obligación de dar siempre la talla.
«No es solo la idea de tener éxito. La performance se ha convertido en una obsesión», explica Pozzoli. «Hasta los años 80, el trabajo se concebía por tiempos y se fichaba. Luego se empezó a trabajar por resultados. Ya no hace falta trabajar ocho horas sino cumplir los objetivos», lo que se refleja también en la nómina. «Mientras que antes la parte variable era el 10-15% de la retribución y solo afectaba a los directivos, ahora la cuota ligada a objetivos es casi para todos y puede llegar al 50 o incluso al 100% del salario base. Como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, de la sociedad de la disciplina, a base de deberes y prohibiciones impuestas por el orden establecido, hemos pasado a la sociedad del rendimiento, donde la única obligación es demostrar que sabes marcar la diferencia».
Las posibilidades que ofrece la tecnología y la necesidad –inducida– de tener más tiempo libre donde gastar dinero y energías empujan hacia la “semana corta”. Pozzoli pone un ejemplo. «Hay grandes entidades que ya han repartido unilateralmente las 36 horas semanales de trabajo en cuatro días de nueve horas. En muchos países europeos, como Bélgica o Reino Unido, asistimos a esa tendencia. La empresa basada en los viejos modelos de producción cada vez queda más lejos». Pero aparte del tiempo, el trabajo también se desvincula cada vez más del espacio. Uber, la gran empresa de transporte privado, no posee ni un solo automóvil. La principal empresa de alojamientos en todo el mundo (Airbnb) no es dueña de un solo local, y el líder del comercio (Amazon) no tiene tiendas. Todo se vuelve cada vez más fluido e inmaterial. Trabajar desde casa ya es un fenómeno irreversible: más de la mitad de los trabajadores lo pide y en las grandes ciudades es lo habitual uno o dos días a la semana.
¿Esto también contribuye a hacer coincidir el trabajo con el resultado? «Sin duda –confirma Pozzoli– todo está focalizado en el objetivo, más que en el tiempo que pasamos en el lugar de trabajo. Crece así una verdad que sin embargo es parcial, tan parcial como el igualitarismo estatalista». ¿Entonces hay que acabar con el teletrabajo? «En dosis adecuadas puede contribuir a una buena conciliación con la familia y también con el entorno. Pero un trabajo despersonalizado agudiza la soledad, hay que compartir porque el trabajo también implica relaciones, miradas».
Hay un hecho inédito que es el fenómeno bautizado en Estados Unidos como la gran renuncia: trabajadores que dejan su empleo pero no por otro trabajo ni tampoco necesariamente por agotamiento. Basta con estar insatisfecho. «Según reputados estudios, en 2019 el 25% de los trabajadores europeos sufría estrés laboral y después de la pandemia algunos calculan que ese porcentaje se ha duplicado. Los empresarios intentan reaccionar para mantener y motivar a sus empleados introduciendo diversas estrategias, tomadas a menudo de ideas y estudios anglosajones: employer branding (marca empleadora, ndt.), teletrabajo, bienestar –gimnasios, guarderías, bibliotecas de empresa y hasta mayordomos “manitas” a disposición de grupos de empleados–. Además, para frenar un individualismo exacerbado y reforzar el espíritu de grupo, no faltan las políticas de team building, sostenibilidad, bienestar, inclusión y compliance, reguladas por códigos éticos que se están convirtiendo en los nuevos manuales empresariales, incluso en cuanto al tamaño, y que van moldeando su misión, con un término que resulta casi mesiánico. Se trata de fenómenos que han surgido al otro lado del océano y que llegan a Europa importados por los directivos, es cierto, pero la mentalidad que ofrece les fascina a todos, también a los empleados. Sin embargo, son respuestas parciales que no hacen más que embellecer la famosa rueda donde el hámster no deja de girar de manera autómata». No hay nadie que te diga: “tú vales”, como el cuidador del principio de este relato.
¿Qué experiencia del trabajo tiene un abogado laboral? Pozzoli sonríe. «Mi maestro fue, en los años 90, el abogado Fabrizio Fabbri, uno de los pioneros del derecho laboral, un profesional exigente, culto y curioso, pero sobre todo un hombre con una profunda fe. Me pasé jornadas enteras a su lado redactando documentos de los que él solo daba por bueno el epígrafe y luego reescribía todo lo demás. En pocos meses acabó con mi autoestima. Pensaba que me había equivocado por completo y que nunca estaría a la altura. Una noche me desahogué en casa con mi mujer, con los ojos vidriosos. Llevábamos casados poco tiempo y ella me dijo sencillamente: “No olvides que tú vales”. No lo decía por consolarme. A través de ella, Otro me estaba diciendo: “Tú tienes un valor porque hay Alguien que te hace, te quiere, y te quiere mucho, más allá de tu performance”. Aquellas sencillas palabras encerraban toda mi vida y mi historia: el encuentro con el cristianismo que tuve a los 18 años, el redescubrimiento de mi libertad, los años universitarios, llenos de entusiasmo y de promesa, varios amigos del movimiento que hacían el mismo camino que yo y otros mayores que nos indicó don Giussani. En aquella época me ayudaron mucho sobre todo a mirar la realidad de otra manera. A veces, cuando nos puede la fatiga, nos cerramos en banda y justo en ese momento es cuando más necesitamos a los amigos».
«Cuando empecé –continúa Pozzoli–, hacía poco que había nacido la experiencia de los “jóvenes trabajadores” y don Giussani me propuso seguir a la comunidad de jóvenes abogados. Empezamos a quedar todas las semanas para ir juntos a misa en frente del tribunal de Milán. Ayudábamos a nuestros amigos a buscar trabajo en despachos de abogados, igual que nos habían ayudado a nosotros. Luego, viendo todo lo que se estaba generando y por la sugerencia de un amigo mayor que nosotros, formamos la Libre Asociación Forense (LAF), que treinta años después sigue en marcha y se ha extendido por varias ciudades. Hace poco llevamos al Palacio de Justicia una exposición preciosa sobre el juez Rosario Livatino y hemos organizado varios eventos sobre temas relacionados con nuestro trabajo: desde la situación carcelaria hasta la justicia según Dante Alighieri. En este tiempo nos hemos encontrado con muchos colegas y gente estupenda. En definitiva, aquel famoso “tú vales” fue para mí, y para nosotros, una llamada para salir al mundo y una invitación para juzgarlo todo juntos, todo lo contrario de un abrazo intimista o consolador. Esta gratuidad recibida y “compartida” en la medida de nuestras posibilidades –defendiendo a veces a pobres hombres– también nos ha ayudado a crecer profesionalmente».
De modo que ese “tú vales” se convierte en un punto generador y en una tarea. «“Generar”, también en el trabajo, es una palabra preciosa. Recuerdo una vez, en mis inicios, que un alto dirigente de un coloso industrial me felicitó a mí y no a mi jefe por ganar una causa importante. Me sentía fatal, pues él era quien recibía siempre los elogios y de hecho se le ensombreció el semblante, pero al día siguiente nos llamó y nos dijo: “Chicos, estáis creciendo muy deprisa. Para mí, lo más bonito, lo que más satisfacción me da, después de mis hijos, es generar a alguien laboralmente”. Al cabo de dos años nos propuso ser socios. En nuestro mundo, los más grandes suelen ser muy narcisistas y difícilmente te involucran o te enseñan porque corres el riesgo de que tus discípulos sean demasiado buenos y te acaben robando los clientes o te dejen en segundo plano. Esa paternidad que nos mostró, sufrida y al mismo tiempo humanísima, siempre me ha impactado. Aquel hombre era un maestro».
Así que equivocarse en el trabajo es humano, y también lícito. «Puedes fallar porque tú no eres tu error –dice Pozzoli–. La vida no es una línea recta, también está llena de intentos. Fracasa la empresa, no fracasas tú. A veces se llega al fracaso porque no quieres admitir que te has equivocado y tenías que haber parado antes». ¿Librarse de la performance te hace más libre? «El cantautor De Gregori decía que no hay que tener miedo a tirar un penalti. Cuando no dependes del resultado eres más capaz de desarrollar recursos y descubrir nuevos caminos; de lo contrario uno vive encogido. Los jefes tienen que contemplar el margen de error de quien trabaja con ellos porque supone una ocasión de construir y aprender. Deben “per-donar”, del mismo modo que nosotros nos estamos donando a ellos en cada instante».
«He acompañado a personas que se avergonzaban de contar en casa que les habían despedido –sigue contando Pozzoli–. Mi amigo Luigi Ballerini escribió un libro titulado 120 días que te cambian la vida, sobre su despido de una multinacional en la que era top manager, un proceso en el que yo pude acompañarle. Narra cómo se fue deslizando progresivamente hacia el abismo. Se dio cuenta de que tenía alrededor dos categorías de personas. Estaban los que él consideraba sus amigos, que perdió porque solo valoraban su poder y su performance; pero también descubrió afectos y amistades más profundas que le ayudaron a volver a empezar. El libro acaba con una pregunta: ¿de qué le vale al hombre conquistar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Se trata de reconquistar siempre esta conciencia: existimos porque Alguien nos quiere y nos hace, y al mismo tiempo hace falta alguien, con minúscula, que te mire con esa misma gratuidad. El ser humano está hecho para generar y para ayudar, partiendo de un dato positivo que le hace partícipe de una creación misteriosa y gratuita. Ahora es más necesaria que nunca una mirada presente que nos permita volver a empezar siempre».
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