El juicio que los obispos argentinos han expesado ante los primeros indicios de la crisis ofrece el marco adecuado para la comprensión de las raíces de la crisis actual junto con algunas condiciones imprescindibles para poder superarla. A continuación publicamos un extracto del documento de la Comisión permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. Buenos Aires, 13 de diciembre de 2001
Esta dramática crisis es ante todo moral. Ello exige un cambio de mentalidad y grandeza de espíritu. Para recuperar la dignidad y la esperanza de nuestra gente ya no alcanzan las palabras. El diálogo imprescindible y urgente necesita de renunciamientos sinceros en la mente y el corazón de toda la dirigencia. Pensamos que no habrá un diálogo útil y creíble si cada sector no se pregunta sinceramente a qué está dispuesto a renunciar para el bien de todo el país.
Para superar esta crisis moral es necesario no mentirle a la gente con promesas que no se habrán de cumplir y obrar con absoluta honestidad, para que el robo y la coima desaparezcan del escenario de la vida política y económica. La clase dirigente debe dar ejemplo de compartir los sacrificios del pueblo renunciando a los privilegios que lo ofenden y empobrecen. Hay que comprender que el ejercicio de la política debe ser un noble, austero y generoso servicio a la comunidad y no un lugar de enriquecimiento personal o sectorial. Y también que el poder económico no puede destruir con voracidad insaciable la salud y el nivel de vida de nuestros hermanos. Debemos recuperar el valor de la palabra dada y de una justicia independiente al servicio de la verdad. En el deterioro de los valores señalados tienen una significativa importancia los medios de comunicación social que, con programas desprejuiciados y superficiales, debilitan el sentido moral de la vida de nuestro pueblo.
Es tan grande la apetencia de poder que la nación se torna ingobernable. En esta crisis sufren más los que menos tienen: los pobres y desprotegidos, como son los desocupados, los jubilados, los pequeños empresarios, productores y comerciantes, como también los empleados de menores ingresos. Es muy urgente recuperar las fuentes de trabajo y proponer políticas que alienten la producción y la equidad en la distribución de las riquezas, que permitan superar la injusta deuda social que pesa sobre nuestro pueblo y pone en peligro la gobernabilidad y la paz de nuestra patria.
El diálogo que el país reclama de los diversos sectores de su dirigencia debe tener como horizonte la fundación de un tiempo nuevo y no ser el espacio de un intercambio de beneficios o de réditos políticos. El diálogo que la patria necesita debe ser una búsqueda sincera de la verdad y del bien de todos con una permanente preocupación por los más pobres.
Debemos afrontar una dolorosa verdad, nuestra patria está empobrecida: provincias pobres, municipios pobres y familias pobres. Endeudados por generaciones y careciendo de un proyecto de país que nos integre y comprometa, hemos perdido credibilidad ante el mundo. La Argentina tiene, sin embargo, un potencial humano, espiritual y de riquezas naturales que nos debe permitir mantener nuestra esperanza en este momento de crisis, confiando sobre todo en la presencia de Jesucristo, el Señor de la historia, a quien imploramos en nuestra oración por la patria.
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