«Nuestra fuerza está en hacer las cosas juntos». Palabras de Thomas Cashin, vicecomandante del parque de bomberos de Lafayette Street, en Manhattan. Ha recibido el premio Charles Péguy otorgado por la Human Adventure Corporation, por iniciativa de la comunidad de CL de Nueva York
Su secreto no es el adiestramiento, ni tampoco se esconde en estrategias diseñadas sobre una mesa por algún experto para “motivar” al grupo, como sucede en tantas oficinas de todo el mundo. «Nuestra fuerza está en hacer las cosas juntos. No sólo en el trabajo, sino también en la vida de todos los días, con las familias o en el fin de semana. Durante nuestras intervenciones, cada uno sabe que puede contar con el otro, cada uno de nosotros está allí por el otro». Es difícil encontrar un lugar de trabajo en donde uno de los jefes - en este caso el deputy chief de los bomberos de Nueva York, Thomas Cashin - explique con una sencillez tan desarmante lo que mantiene unidos a los hombres que cada mañana se visten ese uniforme, sabiendo que empiezan una jornada marcada por el peligro.
Las palabras del vicecomandante y de sus colegas del parque de bomberos de Lafayette Street, en el Soho (a poca distancia de la Zona Cero) no son en absoluto retóricas. Basta con echar una ojeada más allá de la mesa de Cashin para comprenderlo. Pegado a la pared hay un papel con el título: “Funerals update”. Es la lista puesta al día de las ceremonias fúnebres para recordar a los colegas muertos el 11 de septiembre. En el edificio en donde tiene su oficina Cashin tienen su sede dos equipos de bomberos, la Ladder 20 y la Squad 18: la primera perdió seis hombres bajo las Torres Gemelas, la segunda ocho. Toda la división que tiene como jefe al deputy chief - que es el responsable para todo el área de la calle 34 de Manhattan - ha perdido 95 bomberos entre las ruinas del World Trade Center. Y en su conjunto el cuerpo de bomberos ha tenido 343 muertos.
La Human Adventure Corporation, la realidad operativa del movimiento en Nueva York, asigna cada año un premio, dedicado a Charles Péguy, destinado a personas que se han dedicado a la promoción de los aspectos más humanos de la sociedad. Este año el premio no podía no estar dedicado al Departamento de Incendios, a los bomberos de Nueva York, por su sacrificio en el día más negro de EEUU. Fue precisamente el vicecomandante Cashin el que recogió el premio durante una velada de gala en el espléndido refectorio del Union Theological Seminary. Fue la ocasión para descubrir muchos puntos en común y una admiración recíproca.
Los bomberos neoyorquinos han recibido en estos meses centenares de premios y de muestras de estima. Pero la pasión por lo humano que está en la base de la experiencia de la que nace el Charles Péguy Award, cuyas raíces puso Chris Bacich en la educación de don Giussani, ha permitido quizá ir más al fondo en la comprensión del sacrificio del 11 de septiembre. Lo subrayaba el mismo Cashin, que después de haber participado en decenas de ceremonias de todo género en este período, decía haber encontrado esta vez «algo distinto, más fascinante». Le llamaron la atención, explicaba al finalizar el acto, muchos elementos: el coro, las piezas tocadas al piano, las intervenciones, el alegre final de la Bay Ridge Band. Pero también, y sobre todo, las relaciones con algunas personas del movimiento, antes y después del 11 de septiembre. Y en el palco el vicecomandante Cashin impresionó a todos cuando dijo que los bomberos de Nueva York «se sienten muy honrados de recibir un premio dedicado a Péguy, que dio su propia vida en una guerra para servir a su país».
Teníamos suficiente para que crecieran en nosotros las ganas de comprender mejor el tipo de experiencia que se esconde detrás de este pequeño ejército de hombres de uniforme, convertidos en el símbolo del renacimiento y de la esperanza para un país golpeado por primera vez en el corazón de su ciudad más importante. Dos días después de la entrega del premio, Tracce se encontró de nuevo con el vicecomandante Cashin, esta vez en una mañana de trabajo en su despacho del Soho. Fuera, a la entrada del edificio, hay todavía fotos y flores depositadas por los transeúntes en honor de los muertos, y los turistas se paran constantemente para hacerse una foto con los “héroes” junto a sus coches rojos. Dentro, en el despacho del director, Cashin y tres colegas están frente a la televisión viendo las imágenes crudas y terribles de un vídeo grabado el 11 de septiembre desde dentro de las torres gemelas por un grupo que aquella mañana se encontraba con los bomberos por las calles de Manhattan. Una larga escena que cuenta la tragedia como pocos la han visto, a través de los primeros planos y del trabajo de decenas de jóvenes que hoy ya no están entre nosotros. Ninguna cadena de televisión mostrará esas imágenes, porque se ha prohibido su difusión y ahora están destinadas únicamente a uso interno del Cuerpo de Bomberos.
Ver ese vídeo sirve también para mantener alta la tensión, porque todos temen el momento en que la actividad de los bomberos no sea tan frenética como lo ha sido en estos meses y llegue el inevitable bajón. «Para nosotros, el momento más duro empieza ahora - explica Cashin -. Nuestros chicos no estarán ya tan absorbidos por el trabajo, y habrá más tiempo para pensar. Y nadie sabe lo que ocurrirá, porque es la primera vez que sucede un hecho similar, y ni siquiera los expertos saben qué tipo de emociones se han acumulado en este período».
Y aquí es donde el espíritu que anima la actividad de los bomberos vuelve a ser decisivo. La unión que existe entre ellos, el sentido de comunidad podría ser para muchos la única salvación de las propias pesadillas. «Estoy en el cuerpo de bomberos desde 1963 - cuenta Cashin - y no me ha pesado ni un solo día. Trabajo con grandes personas y es una espléndida experiencia. Mi hijo Thomas, que tiene 25 años, ha empezado a contemplar la posibilidad de hacerse bombero también él después del 11 de septiembre. Antes nunca lo había pensado. El asunto me preocupa un poco, no lo niego, pero quiero que sea feliz, él decidirá si esto es lo que le hace feliz, como lo ha sido siempre para mí».
Antes de los atentados del World Trade Center, la peor crisis que Cashin recuerda se remonta a 1977, a la revuelta de los negros que pasó a cuchillo y fuego durante semanas al Bronx y otras zonas de la ciudad. Pero el 11 de septiembre hace palidecer cualquier comparación. Aquella mañana el vicecomandante se encontraba en su casa de Brooklyn y, después de conocer la noticia, se vistió rápidamente, detuvo a un autobús de línea y le hizo pasar por todos los parques de bomberos de la zona, para recoger a todos los hombres que no habían partido todavía con los coches. Llegó a Manhattan con unos cuarenta bomberos y desde aquel momento empezó a organizar durante días y días la compleja máquina de las actuaciones en la Zona Cero y los alrededores.
Durante semanas las únicas pausas fueron los funerales, muy sentidos en un cuerpo que se cuenta entre las realidades más religiosas (y en particular católicas) de EEUU. Ahora que hay algo más de tiempo para la reflexión, hay quien, como el teniente Timmy O’Neill, amigo y colega de Cashin, recuerda preocupado el atentado terrorista de Oklahoma City de hace algunos años: «Diez u once meses después de la tragedia se comenzaron a ver las huellas tan profundas que había dejado en la mente de la gente. Aumentaron los divorcios, se produjeron muchos suicidios, las emociones se volvieron más difíciles de controlar».
Pero la fuerza de los bomberos, repite Cashin, «es que estamos juntos y hacemos las cosas juntos». Y cuando uno está unido a otros, añade O’Neill, todo es más fácil «Cuando empecé en este trabajo, no sabía nada. En mi primer incendio, me resbalé en la escalera y fui bajando todos los escalones sentado... Después empecé a mirar a los demás. Sólo así se aprende: mirando y siguiendo a otro».
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