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Huellas N.10, Noviembre 1998

MILAGROS

Entre diez y media y once

Marco Berchi

El nuevo libro de Vittorio Messori trata del gran milagro de Calanda.
Con el autor hemos viajado al santuario de la Virgen del Pilar en Zaragoza,
y a la casa de Miguel Juan donde el 29 de marzo de 1640...


«Afirmamos y declaramos que a Miguel Juan Pellicer, campesino de Calanda, se le devolvió la pierna que le habían cortado dos años y cinco meses antes; y que esto no fue hecho de naturaleza, sino obra admirable y milagrosa, realizada por intercesión de la virgen del Pilar».
Era el 27 de abril de 1641 cuando, al término de un ri­guroso proceso canónigo donde se escuchó a decenas de testigos, el arzobispo de Zaragoza, don Pedro Apao­laza Ramírez, sellaba de su puño y letra estas palabras decretando que «se debe juzgar y tener por milagro, conforme a todas las nor­mas del Derecho».
Dicha historia es el objeto del último libro de Vittorio Messori. El periodista ha in­vestigado y reconstruido paso a paso todo el proceso con rigor histórico y agudeza de cronista. En la sala capi­tular de la basílica del Pilar, con el decano del capitulo, Antero Hombría, y el archi­vista, don Tomás Domingo Pérez (al que se deben las más rigurosas investigacio­nes de carácter histórico so­bre el milagro), nos enseña las actas del proceso y el ori­ginal de la sentencia del ar­zobispo. Aquí ha sucedido realmente "el milagro de los milagros", un evento que va mucho más allá de las cura­ciones inexplicables consta­tadas, por ejemplo, en Lour­des. ¿Se demuestra la intervención de la omnipo­tencia de Dios invocada por intercesión de la Virgen del Pilar?

El hecho
Messori no alberga dudas: «Cuando, a lo largo de mis investigaciones marianas, por primera vez tuve vagas noti­cias acerca del "milagro de Calanda", era muy escéptico. También el insigne maria­nista René Laurentin apenas había oído hablar de ello. Un motivo más para considerarlo una leyenda. Pues, como soy periodista me he venido hasta aquí, una y otra vez, y he descubierto que el hecho está documentado de tal forma que puede satisfacer al histo­riador más escéptico y rigu­roso. La documentación tan exhaustiva hace todavía más extraño aunque, como ex­plico en el libro, comprensi­ble, el silencio mantenido du­rante siglos fuera de España». Miguel Juan Pellicier, el protagonista de nuestra histo­ria, fue bautizado el 25 de marzo de 1617 en la parro­quia de Calanda, una aldea del soleado Aragón. Entre los diecinueve y veinte años dejó a la familia para irse cerca de Valencia a trabajar el campo con un tío suyo. Un día, a fi­nales de julio de 1637, el jo­ven se cayó al suelo de espal­das desde uno de los dos burros que arrastraban el ca­rro. Una de las ruedas le pasó por encima de la pierna frac­turándola. El libro de Messori documenta y reconstruye con precisión el calvario de Miguel Juan, su ingreso en el hospital de Zaragoza y las cu­ras de los médicos. También relata el testimonio de Juan de Estanga, el médico res­ponsable del hospital que du­rante el proceso describió mi­nuciosamente la intervención quirúrgica y cómo se le am­putó la pierna «cuatro dedos por debajo de la rodilla». El joven no volvió a su pueblo en seguida, porque esto su­pondría ciertamente un peso grave para su familia que era muy pobre. Le entregaron un "carnet" que le autorizaba a pedir limosna en la entrada del santuario del Pilar. An­daba por la calle gracias a una pierna de palo que le ha­bían entregado en el hospital, igual que el mendigo que vi, tres siglos después, el otro día y que me pidió dinero.
El lector encontrará todo tipo de detalle sobre la devo­ción de Miguel Juan y de todo el pueblo español a la Virgen del Pilar, la descrip­ción del joven, de su familia, los nombres, las fechas, los sucesos. Todo, hasta ese día de marzo (entre el 4 y el 11) de 1640, día en que volvió por fin a su casa en Calanda.

29 de marzo de 1640
Al atardecer, en casa de los Pellicer, alrededor de la lum­bre se reúnen seis personas: los padres, una pareja de ve­cinos, un joven peón y un soldado miembro de un des­tacamento que se dirige hacia los Pirineos y que el ayunta­miento ha distribuido entre las casas del pueblo para pa­sar la noche.
Para hospedar al soldado hace falta dejarle un lecho e improvisar un apaño a los pies de la cama de sus pa­dres para que Miguel pueda acostarse. Poco después de las nueve el chico se tumba allí agotado por el trabajo del día: «nueve veces» ha­bía bajado de un burro, de propiedad de su padre, una carga de estiércol.
Relata Messori: «Entre diez y media y once, la ma­dre (...) entra en el cuarto (...) levanta la lámpara y se acerca al lecho ( ... ). Se cer­ciora de que está durmiendo profundamente. Pero, bajo la luz floja cree equivocarse al ver despuntar por debajo de la capa, utilizada como una manta demasiado corta, no sólo un pie, sino dos... La mujer piensa que segura­mente el soldado se haya echado allí en lugar del hijo. Llama al marido que se entre­tenía en la cocina, para que aclare la situación. Se acerca el hombre y al quitar la capa descubre lo imposible: quien duerme allí es realmente su hijo, Miguel Juan». Han pa­sado dos años y cinco meses desde que se le amputó la pierna. A los dos días inme­diatamente un notario (no un eclesiástico) llega corriendo desde Mazaleón, y redacta un acta con todas las de la ley, interrogando a las pocas ho­ras a los testigos oculares que por la noche habían visto a Miguel Juan con una sola pierna y que al rato lo tuvie­ron en frente, de pie sobre sus dos piernas. En el palacio del ayuntamiento de Zaragoza Huellas ha podido ver la co­pia original del acta del nota­rio. Transcribirnos aquí un pasaje del documento: «Y el notario Marco Seguer cons­tató que el susodicho joven tenía dos piernas y que con­servaba huellas de lo que ha­bía ocurrido, de tal forma que sobre la tibia guardaba el signo de donde había pasado la rueda (...) y en el gemelo donde le mordió un perro, cuando el joven era todavía un chico, se reconocían las marcas que le dejó con los dientes. Por encima del tobi­llo, en la parte interior, tam­bién se reconocía la cicatriz que le habían dejado al qui­tarle un quiste cuando era pe­queño».
Miguel Ángel Pellicer se vio restituida no sólo "una pierna" sino "su pierna" dere­cha que hace dos años y cinco meses se había ente­rrado en el cementerio de Za­ragoza. Es «el gran milagro de Calanda».

Los lugares
Pero si el hecho es verda­dero y está documentado, ¿por qué la minúscula Ca­landa (que cuenta con tan sólo 3600 habitantes y una única pensión), conocida hasta hoy únicamente como el pueblo donde nació Luis Buñuel, no se ha transfor­mado en algo como Lourdes, Fátima o San Giovanni Ro­tondo? El alcalde, Antonio Borrás, y don Gonzalo Gon­zalvo, de 44 años, que lleva aquí cinco de párroco, expli­can: Calanda y su milagro existen porque existe el Pilar. Ese es el lugar sagrado, ese es el centro de todo.
La tradición del Pilar, a la que mira toda la hispanidad, afirma que el apóstol San­tiago el mayor, desanimado por los intentos fallidos de evangelizar a Cesarea Au­gusta - la actual Zaragoza -, estaba a punto de abandonar la península y volver descon­solado a Palestina, cuando el 2 de enero del año 40, el cielo nocturno se iluminó, apareció un tropel de ángeles llevando un pilar sobre el que estaba la Virgen María, y cla­varon la columna de granito en el suelo. No fue, por tanto, una aparición, sino una "ve­nida" de María (que tiene lu­gar mucho antes de la Asun­ción de la Virgen al cielo), única en la historia de la cris­tiandad. De la misma forma que única es esta columna, el Pilar, que sostiene la pequeña estatua de la Virgen con el Niño, en la espléndida capilla en el inmenso santuario. Cada año pasan por aquí ocho millones de peregrinos. Aquí Miguel Juan dirigía sus oraciones de humilde campe­sino aragonés, pobre y li­siado. Soñó con la Virgen - como dirá en el proceso - esa noche del 29 de marzo, y de­lante de ella se congregó co­rriendo todo el pueblo de Ca­landa en la mañana del 30 de marzo de 1640, alrededor de Miguel que llega a agradecer a la Virgen andando con sus dos piernas en la ermita que todavía existe,.
La ermita se encuentra a un centenar de metros de la igle­sia, también dedicada a la Virgen, que surgió en lugar de la casa de los Pellicer. El responsable del archivo capi­tular de Zaragoza, don Tomás Domingo, y el párroco, don Gonzalo, explican: «La fer­viente devoción a la Virgen, viva hoy como entonces, en­cuentra una poderosa confir­mación en el milagro de Ca­landa, pero... el milagro más grande es la devoción a Ma­ría del pueblo entero. Por esto el milagro de Calanda no ha acaparado la atención a lo largo de los siglos».

Sin duda
Vittorio Messori, mientras estamos en la capilla lateral, en el lugar exacto que ocu­paba el cuarto donde dormían los Pellicer, añade: «La docu­mentación precisa y amplia sobre este milagro puede pa­sar por la criba de cualquier examen crítico. Pocos hechos como éste presentan una do­cumentación tan exhaustiva. Siempre he pensado que Dios cuando obra un milagro deja bastante luz para quien quiere ver, y bastante sombra para quien quiere seguir dudando. ¿Cómo distinguir entre una mejora temporal y una cura­ción instantánea y definitiva? Pero una pierna cortada y se­pultada es otra cosa. Emile Zola, en Lourdes, observaba irónico: "Veo muchas mule­tas pero ninguna pierna de madera". Aquí, en el milagro de Calanda tenemos más: te­nemos una pierna que vuelve a su sitio, delante de un nota­rio ... No he encontrado lo más mínimo para poder du­dar del hecho, el menor pre­texto para poderlo negar». «En el fondo el cristiano es el verdadero "libre pensador"», continúa Messori, mientras mira al fresco de la iglesia que representa a los ángeles a la Virgen junto a Miguel Juan. «El creyente funda su fe en la Revelación de Cristo y la Iglesia no le obliga a "creer en los milagros". Su razón permanece abierta al misterio y a la búsqueda de las huellas que él deja entre nosotros. Por el contrario, el incrédulo está obligado a ne­gar siempre y a toda costa, so pena de perder su "fe irreli­giosa"». Don Tomás Do­mingo Pérez añade: «Es cierto. Incluso tras realizar una meticulosa comprobación de lo hechos, cuando la auto­ridad eclesiástica declara au­tentico un hecho prodigioso no pretende forzar le fe de sus hijos».
El que semejante caso ex­traordinario haya quedado es­condido, constituye para Mes­sori una prueba más de su autenticidad. En primer lugar, por su vinculación con la de­voción del Pilar; en segundo lugar, porque el gran milagro nunca fue instrumentalizado ni por el poder político (podía disponer de una arma de pro­paganda en la lucha con Fran­cia, la "hermana católica") ni por el eclesiástico. Fue mas bien todo lo contrario: el ar­zobispo de Apaolaza al reco­nocer el milagro, le hacía un gran "favor" al capitulo del Pilar, enemigo histórico de la sede arzobispal. Anochece. Unos paisanos improvisan para nosotros al­gunas estrofas del romance de Miguel Pellicer que a tra­vés de los ciegos dio la vuelta a las plazas de toda España y ha llegado hasta hoy: «Los milagros de esta Virgen no se pueden numerar porque son muchos y gran­des, sólo uno voy a contar. Miguel Pellicer, vecino de Calanda, tenía una pierna muerta y enterrada. Dos años y cinco meses, cosa cierta y aprobada, por médicos y ci­rujanos que la tenían cortada. A esta Reyna Madre con todo fervor rezadle una Salve y un Credo al Señor».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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