Publicamos el editorial del periódico universitario mejicano Ventana abierta del mes de octubre, como ejemplo de juicio a partir del trabajo sobre El Sentido Religioso
Sobre el movimiento estudiantil de 1968
Sabemos que hace treinta años surgió un movimiento estudiantil de escala mundial que buscaba cambiar al mundo y que terminó, en México, con la violenta represión del 2 de octubre de 1968. Para recordar este hecho, se han celebrado numerosos actos culturales. Pero, ¿qué nos dice realmente esta experiencia hoy a nosotros los jóvenes? Ante los grupos que todavía hoy continúan tratando de ligarse de algún modo con dicho movimiento o identificarse con sus objetivos para convocar la fuerza social suficiente que les permita realizar sus propios intereses, nos preguntamos: ¿qué hay detrás de la mitificación del 68 que hacen algunos intelectuales, medios de comunicación y agrupaciones diversas?
Empezar a jugar
Cabe aclarar que la necesidad de una crítica penetrante acerca de todo esto, más allá de cualquier entusiasmo puramente sentimental, no es algo reservado a los eruditos o especialistas en el tema, sino que tiene que ver con lo que cada uno de nosotros es y espera como ser humano frente a la sociedad que vive, tiene que ver con nuestra manera de ser protagonistas en la Historia. Por lo anterior, no nos interesa detenernos en las consecuencias externas, ya sean referidas a la estructura política o social, sino profundizar en lo que creemos que supone y supuso un movimiento de esta índole para la conciencia de la persona y, sobre todo, de los jóvenes.
El movimiento estudiantil del 68 expresaba una crítica en parte justa, una inconformidad profunda con lo que el sistema ofrecía como posibilidad de vida a los jóvenes, con la injusticia y deshumanización presentes en la sociedad capitalista occidental. Fue una reacción a la falta de una propuesta viva, real y concreta de un significado y una identidad propia. Este es el aspecto verdaderamente humano del movimiento al que nos referimos: que apela al deseo de justicia, belleza, verdad que hay en toda persona, sin importar su edad, y que se expresa de manera espontánea en la juventud. Es decir, el anhelo de una vida más humana, de una sociedad más justa, es una exigencia radical que está ya en el hombre, aún en el más viejo, taciturno o aparentemente indiferente, y hace que éste tenga la necesidad original de dar la vida a algo grande y verdadero, a un ideal como respuesta total a su deseo de plenitud.
Del ideal a la utopía
Sin embargo, a pesar del mito que se ha construido alrededor del 68 y de los supuestos cambios democráticos que trajo consigo en nuestro país, la pretensión radical a la que pretendía responder quedó incumplida. El problema radica en la reducción del ideal a utopía, es decir, como indica la etimología de la palabra, a un «lugar que no existe», a un sueño que se vuelve un proyecto que el hombre concibe e intenta construir sólo con sus fuerzas a partir de la nada. Este tipo de movimientos sociales a favor de un fin justo y bueno son una propuesta que promete algo que, sin embargo, no es capaz de realizar: construir en un esfuerzo titánico la respuesta a estas exigencias humanas. La tristeza última en la que termina este afán no tiene que ver con la ideología particular en la cual se basa un movimiento social, sino con la naturaleza radical e infinita del deseo del hombre, signo de una grandeza y una libertad que no pueden ser agotadas por lo que construye con su empeño, ya sea individual o colectivo, ni por un proyecto ideológico.
¿Cinismo o corrección?
El fracaso de esta pretensión, en vez de servir a una toma de conciencia acerca de lo anterior, ha terminado por establecer la decepción y el cinismo como actitudes dominantes ante la vida. La falta de una profundización crítica ha llevado a la negación práctica e, incluso, teóricamente defendida, de que dicha respuesta pueda darse. Así, se cae en la negación violenta: «Si no puedo construir lo que más deseo, entonces no existe y todo es inútil». Así el hombre renuncia a toda tensión humana, a la espera de que la respuesta y la posibilidad de un camino más humano para él y para la sociedad se revele como algo que ya está objetivamente en la profundidad de lo real y de la misma persona aunque oscurecido, olvidado o maltratado. Esta negación no es razonable pues para sostenerse debe censurar tanto la positividad de las cosas, como el hecho evidente de que el hombre no ha hecho a la realidad ni a sí mismo y, por tanto, no puede definir arbitrariamente su significado.
Una ruptura violenta
La agitación estudiantil del 68 en realidad ha terminado por ser Jo más funcional a la perpetuación del sistema que pretendía derrocar debido a la confusión deliberada entre el mismo, lo "establecido", y la verdadera tradición cultural en la cual había nacido. Por esto una de las consecuencias más trágicas del movimiento fue la pérdida real de la tradición, la ruptura del vínculo con aquellos valores humanos heredados del pasado y que constituyen la única resistencia verdadera, cuando se viven no de una manera formal y abstracta, sino consciente. Vivir plenamente la tradición consiste en tomar parte en una experiencia que ayuda a entender y a vivir el presente, frente a todo poder doctrinario que pretende realizar su esquema particular. La ruptura violenta con el pasado ha favorecido el que la persona quede a merced de los grandes intereses y del poder del momento sin un punto de referencia cultural y operante que le permita dar un juicio verdaderamente crítico acerca de todo lo que se le propone o impone desde fuera.
La alternativa
Todo hombre, cuyas exigencias de verdad, justicia y libertad lo hacen indomable ante las situaciones injustas o abiertamente contradictorias a esto, se encuentra frente a una alternativa: dar su vida a algo verdadero que ya en el presente sea un anticipo y una posibilidad concreta de plenitud dentro de lo que más le interesa (familia, trabajo, economía, política, etc.) o ceder a la tentación de la utopía y volverse siervo de un proyecto ideado por algunos "bienintencionados", cuyo cumplimiento requiere la conquista del poder para imponerse sobre la sociedad, y cuya realización plena se haya por definición en el futuro, es decir, nunca llega a completarse.
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