Testimonio de Kico Romo profesor de secundaria y bachillerato en Madrid
Me llamo Kico, soy profesor, estoy casado y tengo tres hijas. Encontré el movimiento hace veinte años en Madrid, cuando conocí a Carras y a Oriol en una de las primeras visitas de Giussani. Trabajo en un Instituto en el centro de Madrid, en el que doy clase de Religión.
Lo que he aprendido dentro de nuestra historia es lo que decía esta tarde Julián Carrón en la asamblea: llevar el acontecimiento de Cristo dentro de lo que yo vivo todo el día. En el modo como yo doy la clase, encuentro a mis colegas, discuto sobre un problema de la escuela o del periódico; en la relación con mi mujer y mis hijas (la casa la llevas contigo); en todo pongo en juego lo que me ha sucedido. Por ejemplo este curso (97-98) y debido a la Reforma educativa, se incorporaron al instituto los dos primeros cursos de Secundaria (13 y 14 años). Yo trabajo normalmente con alumnos de 15 a 18 años. Enseñar a estos chicos más jóvenes era un nuevo reto, más si se tiene en cuenta que eran dos clases difíciles, la mayoría gente pobre, emigrantes (de Filipinas, de Irak, hispanoamericanos...). Me he tomado en serio la clase con el deseo de que realmente aprendieran algo. Teniendo en cuenta que muchos eran hijos de padres emigrantes, apenas sabían escribir bien; en algún caso necesité cuatro días de clase para que aprendieran los nombres de los 12 apóstoles...
Inmediatamente les he propuesto hacer algunas excursiones a la montaña, en horario no escolar, durante el año. Lo primero que he hecho ha sido escribir a los padres para explicarles que la clase de Religión no podía ser únicamente un discurso; por eso les pedía que dejar venir a sus hijos. La primera fue a La Laguna de Peñalara. En esta excursión me ayudaron algunos bachilleres y también me acompañó otro amigo profesor, Pancho, quien también invitó a sus alumnos. Desde entonces comenzó una bonita relación con aquellos diez primeros, lo que después ha permitido que en la última excursión vinieran 45 y, sorprendentemente, tres profesores que han querido venir con nosotros atraídos por el trabajo que veían a lo largo de todo el año.
Lo importante es que esta invitación a verificar las cosas que yo les digo en clase es la propuesta de una amistad, pero no una amistad sentimental, o para hacer cosas juntos (uno que está casado y con hijos tiene otras muchas cosas que hacer). Yo lo hago por un motivo: Cristo da sentido a toda la vida. En definitiva se trata de una decisión por la existencia.
Todo esto, yo lo he aprendido de los profesores que venían a España en los inicios del movimiento: las vacaciones de verano con Dado, Carmen, Flora y tantos otros italianos. El encuentro con ellos despertó en mí el deseo de enseñar, veía en ellos una relación con los muchachos que me impresionaba, y no era meramente sentimental.
Esta amistad que continúo proponiendo es una gracia que hemos podido vivir en España, en estos últimos diez años. La amistad entre nosotros, los primeros jóvenes del movimiento que empezábamos a enseñar (Enrique, Lola...), y el grupo de jóvenes sacerdotes de Nueva Tierra (algunas de ellos están hoy por todo el mundo), ha sostenido, siguiendo a Carras, la experiencia de GS en España. Siempre mirando a los amigos italianos, y procurando que los muchachos que encontrábamos pudieran verificar en su experiencia lo que les proponíamos. Con el tiempo estas relaciones han tenido una continuidad en la universidad y en el trabajo. Algunos tenían grandes dificultades y problemas, y nosotros participábamos de la experiencia del cambio de su propia vida, sólo por haber querido estar con ellos, mantener una relación con ellos desde la conciencia de la pertenencia a Cristo.
El curso anterior mis hijas comenzaron a ir al colegio y les llevamos a una escuela católica de las Teresianas del P. Ossó, dónde mi mujer había realizado sus estudios. La primera vez que vimos a la directora nos dijo, inmediatamente, que si no éramos católicos, era inútil llevar a nuestras hijas a su escuela (como ellas proponían la identidad católica en el ideario y realizaban ciertos gestos, les volveríamos locos si en casa vivían otra identidad). Mi mujer y yo nos pusimos muy contentos al oírlo, y por eso le contamos que éramos de Comunión y Liberación, y que nos gustaba que el colegio tuviera y manifestara una identidad tan claramente. Nos comentó que, aunque el movimiento no era del agrado de algunas de las educadoras del colegio, apreciaba la sinceridad que nosotros habíamos tenido con ella. Con el tiempo, comenzó una relación verdadera que nos llevaba a juzgar juntos la situación de la educación cuando nos encontrábamos en el colegio. Mi mujer además le entregó los artículos de una revista de educación en la que yo había empezado a colaborar desarrollando el libro de Giussani "Educar es un riesgo". En diciembre la directora me propuso dar las clases de Filosofía hasta junio a dos grupos de COU. Yo, contento e impresionado por la propuesta, acepté. Terminado el curso, pensaba que al retorno de la hermana que había sustituido, mi colaboración como profesor habría terminado. Por el contrario, contenta por el trabajo que había hecho esos seis meses e insinuándome el valor de la relación con los jóvenes profesores, me ha pedido permanecer como profesor de filosofía en el colegio.
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