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Huellas N.08, Septiembre 1998

HISTORIA DE LA IGLESIA

La Iglesia visigoda

Juan Miguel Prim

Con la conversión de Recaredo comienza una nueva etapa en la historia de la Iglesia hispana. La talla humana y la inte­ligencia política de hombres como San Leandro de Sevilla hizo posible la unidad político-religiosa de los habitantes de la península al conseguir que la monarquía visigoda abandonara el error arriano para abrazar la fe católica. La España de los siglos V y VI, escenario de las violen­cias provocadas por las invasiones germánicas, encontraba finalmente un periodo de estabilidad bajo el reino visi­godo, que duraría hasta la invasión musulmana del 711

El año 406 diversas tribus germánicas - suevos, vándalos y alanos - traspasan la fron­tera del Rhin invadiendo las Galias. En el otoño del 409 atraviesan los Piri­neos. Durante dos años se esparcen por toda la península, saqueando y aplastando todo intento de resistencia. Los vándalos ocupan la provincia de Galecia. Los suevos, la zona más occidental de ésta. Los alanos, las pro­vincias Lusitana y Carta­ginense y los vándalos si­lingos, la Bética. Sólo parte de la provincia Ta­rraconense consigue li­brarse de su presencia. Son años difíciles, pues al pillaje y a la guerra se añaden la peste y el ham­bre.
En el año 411 - escribe en su Chronicon Hidacio de Chaves - «los bárbaros, por la misericordia de Dios, se deciden por la paz y se distribuyen por suerte los territorios de las provincias para instalarse en ellos». Pero pronto vándalos y alanos serían expulsados de sus territo­rios por la fuerza superior de otro pueblo: los visigo­dos. Pocos años después el historiador español Orosio relataba así el comienzo de los reinos visigodos: «Los bárbaros terminaron por cansarse de las espa­das y las convirtieron en arados. Fomentaron desde entonces la amistad con los romanos supervivien­tes y se los asociaron». Como sucedió en otras partes del Imperio los "bárbaros" supieron reco­nocer la superioridad de las instituciones jurídicas y culturales de la sociedad romana. En el 416 los vi­sigodos se convierten en un pueblo federado de Roma, comprometiéndose a guardar el orden es­tablecido y a com­batir a los pue­blos vándalos, alanos y suevos presentes en la península Ibérica. Establecen el reino de Tolosa (actual To­louse) en el sur de las Ga­lias y a comienzos del si­glo VI afluyen masivamente a la penín­sula ibérica. Con Leovi­gildo (568-586) el reino visigodo se convierte en el poder dominante al ane­xionarse el reino suevo e imponerse a la aristocracia hispanorromana. La franja levantina, ocupada por los bizantinos desde princi­pios del siglo VI, no fue incorporada hasta el 625.

Una familia de santos
San Leandro es la gran figura de la Iglesia his­pana del siglo VI, aunque fuera eclipsado en los si­glos medievales por la fama y la obra de su her­mano menor Isidoro de Sevilla. Nació en el 540 en Cartagena, ciudad que en 554 caía bajo la domi­nación bizantina. Pocos años después su familia se trasladó a Sevilla. Muerto el padre, Leandro debió ocuparse de la educación y cuidado de sus hermanos, Fulgencio, Florentina e Isidoro. Tras una experiencia monástica fue nombrado obispo de Sevilla. Pronto se convirtió en legislador monástico, reformador del clero y promotor de la vida cultural y religiosa de su sede. Leandro com­prendió inmediatamente la necesidad de trabajar por la conversión de los visi­godos a la fe católica. Los hispano-romanos eran conscientes de su superio­ridad cultural sobre el ele­mento invasor, pero querían la paz y la unidad de la península.

Un error con consecuencias funestas
Un cuadro del pintor Bartolomé Esteban Muri­llo, conservado en la Sacristía mayor de la Cate­dral de Sevilla, representa a Leandro, revestido de sus atributos episcopales, sosteniendo en sus manos un rótulo donde puede le­erse: «Creed, godos, que es consubstancial al Pa­dre». Esta expresión, to­mada del credo de Nicea, desvela el núcleo del error arriano que, al querer sal­vaguardar la trascendencia de Dios Padre, acababa ne­gando la plena divinidad del Hijo. Pero si el Hijo no es Dios y hombre verda­dero, ¿qué alcance tiene la redención?, ¿qué valor salvífico su muerte y resu­rrección? Si en Cristo no habita corporalmente la plenitud de la divinidad, ¿sigue siendo razonable el sacrificio de los mártires? Parece más fácil conservar la unidad de Dios alejando a Cristo del ámbito de la divinidad, pero con ello ¿no se aleja al mismo tiempo de Dios al hombre y su realidad histórica y carnal? La controversia suscitada por el arrianismo amenazó gravemente a la Iglesia, que no cedió a las presiones y violencias e in­cluso a las defecciones de algunos de sus hijos, pues sabía lo que estaba en juego en la confesión de fe de Pedro: «En verdad Tú eres el Hijo de Dios».

La conversión del rey
Al final de su vida Le­ovigildo reconoció su de­rrota. Los suevos - con la ayuda del gran apóstol de la Galecia sueva, San Martín de Braga - se habían convertido al cato­licismo en la primera mi­tad del siglo VI. Su hijo Hermenegildo se le había opuesto frontalmente. La jerarquía católica y el pue­blo hispano se habían mantenido firmes. En sus últimos días levantó el destierro a los obispos católicos. Recaredo, aso­ciado ya en vida de su pa­dre al gobierno del reino y querido por la población, una vez muerto Leovi­gildo le sucedió en el trono y guiado por la sabia predicación y consejos de San Leandro no tardó en convertirse. En un acto público celebrado en la ciudad de Toledo el 13 de enero del año 587 Reca­redo declaró su adhesión y la de toda su familia a la Iglesia Católica. La con­versión del rey no fue un hecho estrictamente perso­nal: lo siguió en su deci­sión casi todo el pueblo.

La alegría del Papa
La noticia de la con­versión de Recaredo y de todo su pueblo al catoli­cismo tardó cuatro años en llegar a Roma. Inmediata­mente el papa, San Grego­rio Magno, expresó su alegría por lo que él califi­caba de "milagro" escri­biendo estas líneas al mo­narca ahora católico: «No soy capaz de expresar con palabras cuánto me alegran tu vida y tus obras. Me he enterado del milagro de la conversión de todos los godos de la herejía arriana a la verdadera fe. ¿Quién no alabará a Dios y te amará por ello? No me canso de contar a mis fie­les lo que has hecho y de admirarme con ellos. ¿Qué diré el día del juicio si llego con las manos vacías, cuando tú llevarás una inmensa muchedum­bre de fieles tras de ti, con­vertidos por tu solicitud? No dejo de dar gracias y gloria a Dios, porque me hago partícipe de tu obra, alegrándome por ella».

El Concilio de Toledo
Para ratificar formal­mente la conversión, dar gracias a Dios y restaurar la disciplina eclesiástica se celebró el año 589 el con­cilio III de Toledo, cuyos principales protagonistas fueron Recaredo y Lean­dro. Entre las novedades del concilio podemos re­cordar la decisión de reci­tar siempre el Credo en la eucaristía dominical - para recordar al pueblo cris­tiano la fe verdadera por la que tanto se había luchado - y el hecho de que los obispos comenzaran a de­sempeñar cargos civiles.
Comenzaba así una nueva etapa en las relacio­nes entre la Iglesia hispana y el poder temporal. Los reyes convocarían a partir de ahora los concilios, le­gislarían a favor de la fe católica y se concebirían, con mayor o menor since­ridad, dotados de una mi­sión divina en el ejercicio del poder político. Luces y sombras que han acom­pañado siempre las rela­ciones de la Iglesia - cuya razón de ser consiste preci­samente en hacer presente la novedad de Cristo en medio de las contingentes circunstancias de la histo­ria y la vida de los hom­bres - , y el poder político.
La Iglesia se vio favo­recida bajo el reinado de la dinastía visigoda, como testimonia, por ejemplo, la fecunda obra de San Isi­doro de Sevilla. No obs­tante, las luchas por el po­der entre las grandes familias nobiliarias provo­caron la progresiva desin­tegración del reino visi­godo, lo que explica la relativa facilidad con que se produjo la invasión mu­sulmana. Con la muerte de Rodrigo, en la batalla de Guadalete (711), desapa­recía el reino visigodo. La dura vida de la Iglesia bajo la dominación musul­mana acrisolaría de nuevo la fe del pueblo hasta con­vertirla en el factor deci­sivo en el largo proceso de la Reconquista.

Con este artículo despedimos por el mo­mento esta sección de la historia de la Iglesia en España, que volverá más adelante para acer­carnos a los avatares de la Iglesia en la España medieval, bajo la domi­nación musulmana y durante el largo periodo de la Reconquista.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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