Con la conversión de Recaredo comienza una nueva etapa en la historia de la Iglesia hispana. La talla humana y la inteligencia política de hombres como San Leandro de Sevilla hizo posible la unidad político-religiosa de los habitantes de la península al conseguir que la monarquía visigoda abandonara el error arriano para abrazar la fe católica. La España de los siglos V y VI, escenario de las violencias provocadas por las invasiones germánicas, encontraba finalmente un periodo de estabilidad bajo el reino visigodo, que duraría hasta la invasión musulmana del 711
El año 406 diversas tribus germánicas - suevos, vándalos y alanos - traspasan la frontera del Rhin invadiendo las Galias. En el otoño del 409 atraviesan los Pirineos. Durante dos años se esparcen por toda la península, saqueando y aplastando todo intento de resistencia. Los vándalos ocupan la provincia de Galecia. Los suevos, la zona más occidental de ésta. Los alanos, las provincias Lusitana y Cartaginense y los vándalos silingos, la Bética. Sólo parte de la provincia Tarraconense consigue librarse de su presencia. Son años difíciles, pues al pillaje y a la guerra se añaden la peste y el hambre.
En el año 411 - escribe en su Chronicon Hidacio de Chaves - «los bárbaros, por la misericordia de Dios, se deciden por la paz y se distribuyen por suerte los territorios de las provincias para instalarse en ellos». Pero pronto vándalos y alanos serían expulsados de sus territorios por la fuerza superior de otro pueblo: los visigodos. Pocos años después el historiador español Orosio relataba así el comienzo de los reinos visigodos: «Los bárbaros terminaron por cansarse de las espadas y las convirtieron en arados. Fomentaron desde entonces la amistad con los romanos supervivientes y se los asociaron». Como sucedió en otras partes del Imperio los "bárbaros" supieron reconocer la superioridad de las instituciones jurídicas y culturales de la sociedad romana. En el 416 los visigodos se convierten en un pueblo federado de Roma, comprometiéndose a guardar el orden establecido y a combatir a los pueblos vándalos, alanos y suevos presentes en la península Ibérica. Establecen el reino de Tolosa (actual Tolouse) en el sur de las Galias y a comienzos del siglo VI afluyen masivamente a la península ibérica. Con Leovigildo (568-586) el reino visigodo se convierte en el poder dominante al anexionarse el reino suevo e imponerse a la aristocracia hispanorromana. La franja levantina, ocupada por los bizantinos desde principios del siglo VI, no fue incorporada hasta el 625.
Una familia de santos
San Leandro es la gran figura de la Iglesia hispana del siglo VI, aunque fuera eclipsado en los siglos medievales por la fama y la obra de su hermano menor Isidoro de Sevilla. Nació en el 540 en Cartagena, ciudad que en 554 caía bajo la dominación bizantina. Pocos años después su familia se trasladó a Sevilla. Muerto el padre, Leandro debió ocuparse de la educación y cuidado de sus hermanos, Fulgencio, Florentina e Isidoro. Tras una experiencia monástica fue nombrado obispo de Sevilla. Pronto se convirtió en legislador monástico, reformador del clero y promotor de la vida cultural y religiosa de su sede. Leandro comprendió inmediatamente la necesidad de trabajar por la conversión de los visigodos a la fe católica. Los hispano-romanos eran conscientes de su superioridad cultural sobre el elemento invasor, pero querían la paz y la unidad de la península.
Un error con consecuencias funestas
Un cuadro del pintor Bartolomé Esteban Murillo, conservado en la Sacristía mayor de la Catedral de Sevilla, representa a Leandro, revestido de sus atributos episcopales, sosteniendo en sus manos un rótulo donde puede leerse: «Creed, godos, que es consubstancial al Padre». Esta expresión, tomada del credo de Nicea, desvela el núcleo del error arriano que, al querer salvaguardar la trascendencia de Dios Padre, acababa negando la plena divinidad del Hijo. Pero si el Hijo no es Dios y hombre verdadero, ¿qué alcance tiene la redención?, ¿qué valor salvífico su muerte y resurrección? Si en Cristo no habita corporalmente la plenitud de la divinidad, ¿sigue siendo razonable el sacrificio de los mártires? Parece más fácil conservar la unidad de Dios alejando a Cristo del ámbito de la divinidad, pero con ello ¿no se aleja al mismo tiempo de Dios al hombre y su realidad histórica y carnal? La controversia suscitada por el arrianismo amenazó gravemente a la Iglesia, que no cedió a las presiones y violencias e incluso a las defecciones de algunos de sus hijos, pues sabía lo que estaba en juego en la confesión de fe de Pedro: «En verdad Tú eres el Hijo de Dios».
La conversión del rey
Al final de su vida Leovigildo reconoció su derrota. Los suevos - con la ayuda del gran apóstol de la Galecia sueva, San Martín de Braga - se habían convertido al catolicismo en la primera mitad del siglo VI. Su hijo Hermenegildo se le había opuesto frontalmente. La jerarquía católica y el pueblo hispano se habían mantenido firmes. En sus últimos días levantó el destierro a los obispos católicos. Recaredo, asociado ya en vida de su padre al gobierno del reino y querido por la población, una vez muerto Leovigildo le sucedió en el trono y guiado por la sabia predicación y consejos de San Leandro no tardó en convertirse. En un acto público celebrado en la ciudad de Toledo el 13 de enero del año 587 Recaredo declaró su adhesión y la de toda su familia a la Iglesia Católica. La conversión del rey no fue un hecho estrictamente personal: lo siguió en su decisión casi todo el pueblo.
La alegría del Papa
La noticia de la conversión de Recaredo y de todo su pueblo al catolicismo tardó cuatro años en llegar a Roma. Inmediatamente el papa, San Gregorio Magno, expresó su alegría por lo que él calificaba de "milagro" escribiendo estas líneas al monarca ahora católico: «No soy capaz de expresar con palabras cuánto me alegran tu vida y tus obras. Me he enterado del milagro de la conversión de todos los godos de la herejía arriana a la verdadera fe. ¿Quién no alabará a Dios y te amará por ello? No me canso de contar a mis fieles lo que has hecho y de admirarme con ellos. ¿Qué diré el día del juicio si llego con las manos vacías, cuando tú llevarás una inmensa muchedumbre de fieles tras de ti, convertidos por tu solicitud? No dejo de dar gracias y gloria a Dios, porque me hago partícipe de tu obra, alegrándome por ella».
El Concilio de Toledo
Para ratificar formalmente la conversión, dar gracias a Dios y restaurar la disciplina eclesiástica se celebró el año 589 el concilio III de Toledo, cuyos principales protagonistas fueron Recaredo y Leandro. Entre las novedades del concilio podemos recordar la decisión de recitar siempre el Credo en la eucaristía dominical - para recordar al pueblo cristiano la fe verdadera por la que tanto se había luchado - y el hecho de que los obispos comenzaran a desempeñar cargos civiles.
Comenzaba así una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia hispana y el poder temporal. Los reyes convocarían a partir de ahora los concilios, legislarían a favor de la fe católica y se concebirían, con mayor o menor sinceridad, dotados de una misión divina en el ejercicio del poder político. Luces y sombras que han acompañado siempre las relaciones de la Iglesia - cuya razón de ser consiste precisamente en hacer presente la novedad de Cristo en medio de las contingentes circunstancias de la historia y la vida de los hombres - , y el poder político.
La Iglesia se vio favorecida bajo el reinado de la dinastía visigoda, como testimonia, por ejemplo, la fecunda obra de San Isidoro de Sevilla. No obstante, las luchas por el poder entre las grandes familias nobiliarias provocaron la progresiva desintegración del reino visigodo, lo que explica la relativa facilidad con que se produjo la invasión musulmana. Con la muerte de Rodrigo, en la batalla de Guadalete (711), desaparecía el reino visigodo. La dura vida de la Iglesia bajo la dominación musulmana acrisolaría de nuevo la fe del pueblo hasta convertirla en el factor decisivo en el largo proceso de la Reconquista.
Con este artículo despedimos por el momento esta sección de la historia de la Iglesia en España, que volverá más adelante para acercarnos a los avatares de la Iglesia en la España medieval, bajo la dominación musulmana y durante el largo periodo de la Reconquista.
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