La estatura humana de un hombre que vivió tiempos difíciles, entregando su vida por la Iglesia y el bien común de España: «Consagrado a Dios sin salir del mundo»
El 5 de diciembre de 1909 el diario ABC publicaba en primera página la llegada del rey de Portugal a París. En el interior, tan sólo unas líneas para reseñar un acontecimiento: la inauguración de la nueva iglesia de la Inmaculada y San Pedro Claver, situada en la calle Alberto Aguilera 25. Durante la ceremonia el Nuncio de su Santidad bendice las insignias de los Jóvenes Propagandistas pertenecientes a la asociación católico-nacional. Los dieciocho jóvenes de que hablaba el periódico habían pasado la noche en oración y en el momento de recibir la insignia de manos de Mons. Vico pronunciaban casi en silencio las palabras que el sacerdote que les había convocado había escrito para ellos: «¡Oh Virgen Inmaculada y Madre nuestra amantísima! Hoy, que tantos hombres se avergüenzan de confesar en público a Jesucristo, venimos a vuestras plantas deseosos de que nos recibáis como apóstoles de vuestro divino Hijo». Comenzaba así su vida la Asociación Católica Nacional de Jóvenes Propagandistas. Un joven de veintitrés años, abogado del Estado, asumía su presidencia. Sólo el tiempo, y la grandeza de las obras, daría cuenta real de lo que con tanta humildad nacía. Este joven era Ángel Herrera Oria.
El nuncio sagaz
Girar la cabeza en torno y ver era, en 1909, prestarse a un espectáculo triste. La leva de tropas para la guerra de Marruecos había originado una huelga general y un movimiento revolucionario en Barcelona, donde en una semana se incendiaron más de 60 iglesias y conventos. La condena a muerte de Ferrer Guardia producía la mayor campaña de difamación internacional que jamás haya conocido España. La conciencia católica era innecesariamente ofendida y el laicismo era bandera común de los más, aun de los que a sí se llamaban católicos.
Y Herrera nacía a la vida pública con un sencillo gesto de obediencia. Una obediencia alumbrada y cuidada en la relación con un sacerdote jesuita que seguía de este modo la indicación que recibiera del Nuncio de Su Santidad. Bien sabía Mons. Vico lo que hacía al dirigirse al P. Ayala y al pedirle que buscase de entre los jóvenes con los que se reunía a los más capaces, para crear con ellos lo que debía ser un cuerpo de hombres que sirvieran a la Iglesia y al bien común de España. Habiendo estado desde 1889 a 1895 como secretario de la Nunciatura en España, conocía bien las circunstancias por las que tenía que transitar la Iglesia. Durante su etapa de secretario del Nuncio, Mons. Vico se sorprendía de la paradójica situación de España, donde la fe católica era ampliamente mayoritaria y, sin embargo, la presencia católica en la vida pública no se dejaba sentir en la proporción que cabía esperar. Vico veía con dolor un pueblo dividido, sin inteligencia y capacidad de juicio sobre la realidad. Así, su primera inquietud al volver a España, esta vez ya como Nuncio, fue dotar de cabeza a un pueblo desmembrado. El día de San Francisco Javier de 1909 Herrera recibía de sus manos la insignia de propagandista y juraba como su primer presidente. La noche del 4 estaba en Granada junto con otro propagandista para dar su primer mitin.
Un gran amigo
El desparpajo de aquellos jóvenes, que tomaban los modos de acción de los republicanos y anarquistas para difundir un juicio distinto sobre la situación política, hizo temblar a propios y extraños. Eso de dar mítines estaba reservado para la propaganda de izquierdas y un mitin de un orador católico era una «provocación», también para la retraída conciencia católica.
Tras una campaña de propaganda por Andalucía, se hacía necesario el pedir orientación y refrendo. Así, Herrera viajó en la primavera del año 1911 a Roma, donde se entrevistó con el pontífice, Pío X. De esa reunión salió ampliamente confortado - «Recuerdo que al ponernos de pie, clavando en mí aquellos grandes ojos de mirada tan profunda y enérgica, un tanto melancólica, me estrechó la mano, diciéndome: "Soy su amigo, soy su amigo", por dos veces» - y bien orientado. El Papa urgía a la unidad de los católicos: son necesarias una unidad de juicio sobre lo que sucede y que el juicio se haga público, una palabra que oriente y explique la realidad política, una acción común.
Las obras
En julio de ese mismo año se celebraba en Madrid un Congreso Eucarístico que se clausuró con un gran acto académico y una numerosísima procesión. El hecho pasó totalmente desapercibido en la prensa. Se hizo entonces evidente la necesidad de un medio de comunicación; así se lo hizo ver Herrera a dos católicos bilbaínos - miembros del consejo de redacción de la Gaceta del Norte - y, cuatro meses más tarde, la Gaceta del Norte ponía en manos de Herrera y los propagandistas un modesto periódico de 4.500 ejemplares de tirada, que el 1 de noviembre nacía a su segunda época, dirigida por Herrera. El diario vasco lo saludaba con entusiasmo y «estrechísimo abrazo de hermano», y anticipaba los mayores éxitos. Nacía El Debate.
En pocos años se convertiría en el primer periódico de España, con tiradas de más de cien mil ejemplares, y uno de los más modernos de Europa. Con él ya resultaba posible oponer, en público, razones a razones. El laicismo en la escuela, la ley de prohibición del establecimiento de órdenes religiosas, el separatismo catalán, los problemas de la moneda, la Dictadura de Primo de Rivera, todo era objeto de juicio, y un juicio conforme a la razón católica. Y la inteligencia con la que se miraba alrededor era prodigiosa: un respeto reverencial por lo real, un respeto que chocó con el ataque de muchos que lo entendieron como traición al ideal. Y no fue esto. Herrera, en la contingencia de cada situación,
fue capaz de descubrir el bien que se reclamaba. De afirmar lo real y buscar su plenitud, pero sabiendo de quién es todo. Con la creatividad que brota de esta mirada se alumbró la Editorial Católica, la gran Campaña Social del año 1922, la Confederación Nacional Católico-Agraria, la Unión Patriótica, la Confederación Nación de Estudiantes Católicos. Casi no existió asunto en el que los propagandistas no dejaran huella de su pensamiento y traza de su acción. El compromiso de Herrera Oria se caracterizó por el «reconocimiento de la verdad, allí donde esté, aunque la diga el adversario». Por ello dijo de él quien le quiso mucho que «casi no hubo faceta de su personalidad pública que no fuera en su tiempo mal entendida, o mal juzgada». Pero ante el insulto, Herrera callaba.
Los años de la República
No es posible dar idea de lo que supuso en España la llegada de la II República. Media España unía las esperanzas de un modo de vida heredado de sus mayores a una forma de gobierno, la otra media se sacudía esa forma monárquica, que decía le pesaba, y todo lo que con ella parecía avenido. Encarados, no saldrían del encuentro sin sangre. Unos, por desterrar lo temporal de lo eterno, unían y confundían monarquía e Iglesia, haciendo del Misterio ideología; otros, por no distinguir o por odio, separaron, y expulsaron lo eterno de lo temporal: República y laicismo, España y apostasía.
El 12 de abril de 1931 se celebraron unas elecciones que debían ser municipales. El 13 ya se conocen los resultados: aunque en el conjunto del país han ganado los monárquicos, las candidaturas republicanas han triunfado en la práctica totalidad de las capitales. Al día siguiente sale Alfonso XIII de España y se proclama la República. El desconcierto es absoluto, sobre todo entre los católicos. La República había venido, como más tarde confesarían, «a hacer una obra laica», y laico en España significaba entonces anticatólico. El tiempo determinaría el modo: apenas tres semanas más tarde se producirían los sucesos de mayo, con la quema generalizada de iglesias y conventos en toda España; y tres años más tarde la revolución de Asturias, con sacerdotes abiertos en canal y colgados en el parque de San Francisco, en Oviedo. Toda la noche del 14 de abril Herrera la pasa en la redacción de El Debate. La República ha sido proclamada de forma irregular, es una revolución, y los vencedores con su comportamiento no se recatan en hacerlo evidente. Y, con todo, es el poder constituido y no aceptarlo es no querer mirar los hechos. Herrera escribe un editorial titulado «Ante un poder constituido» y pide a los católicos, en cuanto católicos, la adhesión leal al gobierno de la República y su compromiso con la realidad política existente. Es un gesto distinto, muy distinto, pero cargado de la misma grandiosa sencillez que aquel del 3 de diciembre de 1909, de desnuda y pobre obediencia. Durante el periodo siguiente, la comunión que resultó del afecto recíproco entre tres hombres que acabarían siendo príncipes de la Iglesia, sostuvo y guio a la Iglesia en España: el Nuncio Mons. Tedeschini, el Cardenal Vidal y Barraquer y D. Ángel Herrera.
En el mundo
Si el 15 de abril pedía la adhesión al poder constituido, tres días más tarde se reunía con sus propagandistas del Centro de Madrid para crear una agrupación ciudadana que entrase lealmente en la lucha política. El sectarismo del gobierno y la negación que para sus principios suponía el marco republicano hizo que la mayoría de los católicos - monárquicos - se inhibiesen de la contienda, desoyendo los constantes reclamos que el mismo Papa les hacía para tomar parte activa en la situación política. Herrera, desde la presidencia de la así constituida Acción Nacional, alzaba su voz sobre la de otros para afirmar lo real e invitar a la acción: «es a nuestros amigos, a los que padecen persecución y nos piden una palabra de aliento o de consejo, a quienes dirigimos estas líneas. Porque alguno nos pregunta: ¿pero es que así, con las autoridades en guerra con nosotros, se puede ir a la lucha electoral? Y nosotros les contestamos: ¡Pues así hay que ir a ella!».
La Acción Nacional se convirtió en Acción Popular y con el tiempo dio origen a la CEDA, que ganó unas elecciones en la República. Pero no fue esto lo que definió la grandeza del gesto de Herrera, ni su inteligencia, sino aquello de la Epístola a Diogneto: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres... Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y por todos son perseguidos».
Para que la vida del hombre sea signo del Misterio que todo lo hace, para que su conducta reclame a Dios y a Él manifieste, es preciso que la libertad se adhiera. Y son las circunstancias por las que pasamos la modalidad contingente de una libertad que tiene naturaleza de infinito. Esta es la grandeza de los santos, que hacen visible lo eterno en el tiempo. Cumplía así Herrera la vocación que decía le acompañaba desde pequeño: «consagrarse a Dios sin salir del mundo».
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