El próximo 11 de octubre será canonizada en Roma Edith Stein.
La búsqueda de la verdad, el encuentro con la Iglesia y el ofrecimiento de la vida en unas circunstancias difíciles
El 9 de agosto de 1942 moría en Auschwitz la carmelita alemana de origen judío Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein.
Su muerte está relacionada con el escarmiento que el comisario del III Reich en Holanda había decidido dar a la Iglesia católica de este país, después de que sus obispos, a través de una pastoral conjunta, hubieran osado pedir a Dios "el consuelo y la paz para el lacerado pueblo judío". Que ésta fue la causa de su muerte viene confirmado por el hecho de que, si bien en un primer momento fueron detenidos por las autoridades alemanas en Holanda conversos judíos pertenecientes a otras confesiones religiosas, cuando se comprobó su no pertenencia a la Iglesia católica fueron puestos en libertad.
El origen judío
Edith Stein nació en Breslau (actual Polonia) el 12 de octubre de 1891, el Día de la reconciliación (Yom-Kippur), la fiesta más importante del pueblo de Israel. Era la pequeña de once hermanos de una familia hebrea creyente. Aunque siempre acompañaba a su madre a la sinagoga, ni la piedad de la Sra. Stein, ni la oración de sus familiares le llamaban la atención. No por ello era apática, todo lo contrario, ya desde pequeña pensaba que su vida "estaba llamada a algo grande". De hecho su tensión y sus energías se volcaron apasionadamente en buscar una respuesta a sus preguntas, en buscar la verdad en lo que hacía - tanto si estudiaba como si investigaba o si cuidaba de sus sobrinos o si acompañaba a su madre a la sinagoga -. Este profundo amor a la verdad la condujo hasta la conversión al catolicismo, recorriendo un camino intenso no exento de grandes sufrimientos.
¡Aquí está la verdad!
Edith era una mujer inquieta, que tomaba decisiones importantes asumiendo enteramente las consecuencias que de ello derivaban. Desechaba todo lo que no fuese una ayuda en el camino hacia lo verdadero. Estudió magisterio, después psicología y más tarde filosofía. Se topó 'por casualidad' con la fenomenología y con Husserl, su máximo exponente. Aquí encontró Edith respuesta a muchas de las preguntas que se hallaban en su interior, aunque pasado un tiempo cayó en la cuenta de que la filosofía como ciencia tampoco satisfacía plenamente sus ideales. En ese momento, el encuentro con dos fenomenólogos católicos y, más concretamente, la muerte de uno de ellos, Adolf Reinach, fue de vital importancia para ella, pues constituyó el primer impulso hacia el camino de la conversión. A finales de 1917, cuando le llegó la dolorosa noticia de que Reinach había caído en los campos de batalla de Flandes, Edith no dejaba de pensar en su viuda: ¿qué podría decir ella a una desconsolada esposa? Sin embargo, cuando fue a visitarla, observó que la viuda no estaba destrozada. En medio del sufrimiento estaba llena de una esperanza que le daba paz. Ante esta experiencia, sus argumentos racionales se quebraron y este encuentro con la esencia de la verdad la transformó.
En el verano de 1921 tuvo lugar el cambio que puso fin a su larga búsqueda. Edith pasaba una temporada con unos amigos fenomenólogos, el matrimonio Conrad-Martius, y una tarde fue a buscar algo para leer a la estantería. El título del libro escogido rezaba: Vida de Santa Teresa de Jesús. Después de leer durante toda la noche, cuando finalmente cerró el libro dijo: "¡Aquí está la verdad!". Había descubierto que la verdad eterna brillaba en la Iglesia y no, como había creído hasta entonces, en la universidad. El 1 de enero de 1922 fue bautizada y el 2 de febrero del mismo año confirmada. Eligió como nombre de pila Teresa y manifestó su deseo de entrar en el carmelo, aunque todavía tendría que recorrer un largo camino hasta ingresar en la orden.
Un verdadero maestro
Aunque tenía una inteligencia bien formada e investigaba cada problema hasta que la verdad aparecía, no cabe duda de que el encuentro con verdaderos maestros la marcó profundamente, de manera especial Husserl y el método fenomenológico: partir de la realidad y no de la imagen caprichosa del sujeto salía en defensa del realismo frente al idealismo. En Husserl halló un maestro, una personalidad fascinante que orientaba la filosofía a la verdad de las cosas, hacia la que ella se sentía atraída como por un imán.
Edith tuvo la oportunidad de ser profesora de lengua y literatura en Espira. Le preocupaba ante todo la formación integral de la persona. Era para las alumnas no sólo maestra, sino una amiga, siempre tenía tiempo para los demás a pesar de sus numerosas ocupaciones. La fuerza para su gran actividad venía de la oración. En cierta ocasión escribió: «Yo no empleo ningún medio especial para alargar el tiempo de trabajo ... Se trata sólo de tener ante todo un rinconcito tranquilo, donde poder tratar con Dios como si no hubiese nada más, y esto a diario».
En 1931 Edith Stein abandona su actividad docente en Espira, y retorna a las alturas de su carrera científica. Intentó en vano doctorarse en las universidades de Friburgo y Breslau, porque el antisemitismo multiplicaba las dificultades para una docente judía. Aceptó finalmente una plaza en la universidad de Münster, que hubo de dejar dos años después debido al creciente odio hacia los hebreos, que cada vez se extendía con más fuerza en Alemania. Los problemas en la universidad proporcionaron que llevase a cabo su deseo de entrar en la orden carmelita, ya no había ninguna razón para demorarlo más.
La paz de aquel que ya ha alcanzado su meta
El 15 de octubre de 1933 pudo ingresar como postulante. Una vez que Edith comunica la noticia a su familia, los hermanos tratan de cambiar su decisión y la madre, desolada, le pregunta: «¿Por qué has tenido que conocer a Cristo? No pretendo decir nada contra Él. Puede que haya sido un hombre bueno, pero ¿por qué se ha hecho Dios?». No obstante la tragedia familiar que se había desencadenado, ella estaba profundamente serena, anclada en el puerto de la divina voluntad. «Acude al carmelo con sencillez -comenta un amigo suyo -, como un niño a los brazos de su madre, sin arrepentirse ni un instante de ese fervor casi ciego». No tenía otro deseo que poner sus dones a disposición de Dios, sin reservas. Deseaba para sí una vida enteramente modelada por el amor a Él. «Hay un largo camino - había dicho en alguna ocasión - desde la satisfacción propia de un "buen católico", que "cumple con su deber", lee un "buen periódico" y "vota correctamente", y que en lo demás hace lo que quiere, hasta una vida en las manos de Dios, de la mano de Dios, con la sencillez de un niño y la humildad del publicano». Edith Stein, filósofa y experta en cuestiones de educación, tuvo que dejarse enseñar en el carmelo. Se dejó guiar por Santa Teresa y Santo Tomás cuando buscaba la verdad. Hasta ahora había sido, en su vida personal, dueña y señora, y su autoridad espiritual era indiscutida en amplios círculos; de ahí que no fuera pequeño sacrificio para ella hacerse niña de nuevo a sus 42 años: obedecer y someter el propio juicio al de la superiora. Sin embargo, y a pesar de todas las contrariedades, «experimentaba la paz de aquel que ya ha alcanzado su meta». El 15 de abril de 1934 se celebró la fiesta de su toma de hábito. Eligió el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, así expresaba su agradecimiento a Santa Teresa y San Benito, y su amor a la pasión de Cristo. Cuatro años más tarde pudo hacer la profesión solemne. A esta gran alegría se unió la noticia de que Husserl había vuelto el rostro a Cristo en los últimos momentos de su vida y había muerto como creyente.
¡Marchemos por nuestro pueblo!
La realidad de la cruz había aparecido por primera vez en la muerte de su amigo Reinach. Bajo el signo de la cruz renunció, tras su conversión, a una renombrada carrera filosófica. Bendecida con el signo de la cruz, quiso, en holocausto voluntario, tomar parte como carmelita en los sufrimientos y el oprobio de su pueblo. Toda su vida se había orientado misteriosamente hacia ese momento. Edith previó con mucha más claridad que otros el destino de los judíos, e intentó comprenderlo en el misterio de la cruz. Su huida a Echt (Holanda) no fue un sustraerse al peligro, marchó consciente sabiendo que iba a participar en la obra de salvación de Cristo. Supo ofrecer su vida de religiosa como un sufrir con todos aquellos que morían víctimas de la fuerza y del odio. El signo de la cruz se convirtió para ella en luz que iluminaba todo lo difícil. El 2 de agosto de 1942 Edith lo pasó en oración y revisando el manuscrito aún inacabado sobre San Juan de la Cruz. A las cinco de la tarde, dos oficiales de las SS llamaron a la priora del carmelo de Echt solicitando la presencia de Edith Stein; cinco minutos más tarde, ella y su hermana Rosa abandonaban para siempre el umbral de la clausura, su querido hogar. Una conocida vio cómo Edith tomaba de la mano a su hermana y le decía: «¡Ven, marchemos por nuestro pueblo!». Edith Stein, supo unir intensamente la cruz de su pertenencia al pueblo judío, que le asignó la Historia, con la cruz de Jesucristo.
El gran amor
A pesar de todos sus tormentos, Edith se sabía anclada en la eternidad. Experimentaba la paz que es más fuerte que el sufrimiento, la paz a pesar de la guerra, en la guerra, pues la paz del alma vive totalmente en el cielo por medio del amor. Disfruta así la paz celestial a pesar de todo lo que pueda acontecer a su alrededor y en contra de ella. En medio de sus angustias permanecía serena y alegre. Entre los prisioneros del campo de concentración de Westerbork, donde fueron llevadas las hermanas de Echt tras su detención junto con miles de judíos católicos, llamaba la atención por su gran tranquilidad y entereza; hay testigos que afirmaron que «una conversación con ella... era un viaje a otro mundo. En aquellos minutos, Westerbork ya no existía... ». Su sonrisa y su inquebrantable firmeza la acompañaron a Auschwitz. ¿Es que acaso el horror tiene la última palabra? Edith Stein afirmaba: «El mundo está hecho de opuestos... pero al final no quedará nada de esos contrastes. Sólo quedará el gran amor». Éste fue uno de los últimos comentarios de esta mujer carmelita apasionada por la Verdad. Que el amor es más fuerte que el odio lo demuestran testimonios como el suyo y el de multitud de cristianos que siguen generando espacios de amor en medio de la dureza de las circunstancias.
Breve bibliografía disponible en castellano
• STEIN, E. La mujer. Palabra, Madrid, 1998.
• STEIN, E. Las páginas más bellas. Monte Carmelo, Burgos 1998.
• STEIN, E. Obras selectas. Monte Carmelo, Burgos, 1997.
• THERESIA. Edith Stein. Verbo Divino, Pamplona, 1988.
• GARCÍA ROJO, E. Edith Stein. Existencia y pensamiento. Espiritualidad, Madrid, 1998.
• HERBSTRITH, W. El verdadero rostro de Edith Stein. Encuentro. Madrid, 1990.
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