Quisiera contaros cómo ha nacido el fragmento musical dedicado a don Giussani. El invierno pasado leí la nueva traducción inglesa del libro de don Giussani El sentido religioso. Me impactó de modo especial el capitulo sobre el signo y, sobre todo, su definición: algo que abre nuestro horizonte hacia el otro, hacia la realidad más grande que está más allá.
En una mañana fría y nubosa estaba dando un paseo. Y mientras iba andando, escuchaba con el walkman la IX Sinfonía de Beethoven, el Himno de la alegría, y a la vez iba a la búsqueda de este signo. Obviamente no me esperaba un signo grandioso, como ver alguna zarza ardiendo. Sólo quería una palabra, una palabra que tuviese un significado particular. Y la escuché. Entonces me paré, miré a mi alrededor en el parque, pero no había nadie. Era una única palabra: David. Alguien me estaba llamando. ¿Era este el signo que esperaba? ¿O acaso era un ataque de esquizofrenia? Así decidí esperar otro signo para mayor seguridad. Al doblar la esquina, de repente, el sol rasgó las nubes iluminando los rascacielos de Manhattan con una luz tan intensa y etérea que parecía realmente provenir del más allá. «En verdad sorprendente - pensé -, aunque un tanto teatral». Vale, esperemos un tercero. Tres signos, para excluir así la posibilidad de una coincidencia. Justo en ese momento, mirando hacia arriba, vi una paloma blanca. En realidad, se trataba de un hoja de papel que planeaba gentil y levemente desde el vigésimo piso de un rascacielos. «Bueno, vale» -pensé-. Naturalmente, si alguien había enviado estos signos ultraterrenales se había quedado sin palomas, arco iris y pilares inflamados.
Adonde quiera que mire me parece ver signos. El mundo entero es un signo. En efecto, es el signo.
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