Uno de los encuentros más concurridos y conmovedores. Con el maestro Riccardo Muti
Éramos diez mil, tal vez más, en el auditorio, ese 26 de agosto, desde las diez de la noche hasta casi las doce. Muti estuvo irónico, contó su vida y cómo se había hecho músico por puro don. Con la misma alegría asombrada con la que un niño abre los regalos de Navidad. El día anterior le había mandado 30 preguntas: me tocaba a mí preparar la entrevista. Tal vez eran preguntas demasiado profundas, de peso. Me llamó por la mañana: «Nos lo repartimos: usted habla de las cosas serias de la música y yo de las banales». Y, como soy hombre de mundo, aunque no hice el servicio militar en Cuneo, tomé nota de la lección. «El público decidirá», dijo Muti. Entendí que él llevaría la conversación. Pensé que Mozart habría hecho lo mismo si en vez de dar un concierto hubiese tenido que hablar. Los dones que uno tiene son un milagro, después uno sufre y suda, pero si tiene que contarlo, prefiere que quienes escuchan esbocen una sonrisa que exprese sorpresa y no que pongan cara de enfado y susto. Las 30 preguntas desaparecieron inmediatamente. A él le urgía hacer ver los orígenes de un don. Fue magnífico cuando habló de la música: «Es una gran amiga, es más, una Amiga con mayúscula, hermana y madre». Pero la historia de cómo se convirtió en amigo y siervo de la música fue un espectáculo ligero, un poco mozartiano.
Vida y música
El encuentro se titulaba: "La música: el cielo de la realidad". En definitiva: la bellísima voz de la profundidad de las cosas. Ese título surgió de forma natural. Me han enseñado esto: en los Ejercicios, en los encuentros de nuestra Fraternidad, sucede exactamente esto: la música es el sacramento del significado. Bueno, uso conceptos profundos, tal vez imprecisos. El hecho es que cuando se oye una buena música uno se conmueve, no se trata de la efervescencia del sentimiento: es el corazón que se inquieta. La razón plantea sus preguntas y en esas armonías se entrevé el relieve del sentido religioso, una posible respuesta, el Misterio presente. He revivido todo esto al conocer al maestro Riccardo Muti. Primero, gracias a sus discos. Después, en la Scala, con su gesto que desde el podio o desde el golfo místico parece crear la música como un volcán que explota sobre el mundo. Y también en una relación personal que, poco a poco, se ha transformado en lo que él osó llamar amistad. Le expresé -y escribí - lo que creía entender de él y de su música. Él contaba su vida. No teorizaba. Un maestro no teoriza nunca. Sin embargo, me acuerdo de sus relatos. Como la descripción de la desesperación que suscita en él el Libera nos del Requiem de Verdi, que sabe que no tiene esperanza.
Por eso no ha querido llevarlo al lugar del terremoto de Umbría y Las Marcas: «Era necesaria otra cosa. No era cuestión de entorpecer las labores de rescate», dijo en el Meeting. Y después explicaba su trabajo concreto: debe sacar la música del movimiento de las manos y del corazón de los violoncelistas, quienes sin duda alguna estarán afectados por una mala digestión o por haberse peleado con su mujer. Muti sabe que nada es mecánico, que el gesto que lanzará el sonido espera un resultado que no está en sus manos, sino que es un milagro ulterior.
Spirto gentil
Transcribí para el maestro Riccardo Muti las palabras de don Giussani sobre la música. Las que sirven de introducción a la colección "Spirto Gentil", donde habla de que la música por su naturaleza reclama a otra cosa. Alberto Savorana le explicó de dónde proviene ese título, "Spirto Gentil", y cómo en el timbre de Tito Schipa, en esa voz, había una nostalgia tan intensa de Dios, que manifestaba, a pesar suyo, su presencia. Y cómo esta experiencia había sido decisiva para el seminarista Giussani. Esto le impresionó. No dijo: «Sí, es verdad». Sabe que es así. No hace comentarios (en el encuentro repitió que «el mensaje de la música no se puede expresar con palabras»). Muti escuchó maravillado y comprendió cómo se educa en el movimiento a través de la música. No se permitió hacer comentarios, no dio consejos. Pero él sabe que no es Mozart el que tiene que explicar a Mozart, no es Muti el que tiene que expresar el significado de su gesto que regala música. Estoy seguro de que si alguien le hubiera dicho a Mozart lo que escribió de él von Balthasar, que sacaba la gracia como de un pozo en cantidades ingentes y que su música sencillamente habla de la belleza de la Trinidad, habría divagado, habría hablado del bonito pecho de la soprano. En el fondo es lo mismo.
El concierto de Sarajevo
Cuando, durante el encuentro, se hizo silencio para escuchar música, la marcha fúnebre de la Heroica de Beethoven, que habían tocado en Sarajevo, nos conmovimos todos. También Muti. Él todavía más que todos nosotros. Observaba en la pantalla los rostros de sus músicos de la Filarmónica de la Scala, que se confundieron con los de sus colegas bosnios, leía su temor. Contó, no teorizó, no teoriza nunca: «La Marcha fúnebre de la Heroica en ese momento estaba impregnada del dolor de las siete mil personas que estaban allí. En todos los músicos se percibía una emoción imposible de expresar con palabras. Estábamos allí para decirles que también nosotros habíamos sufrido con su tragedia. Sin embargo, la música de Beethoven, incluso en el dolor, está siempre cargada de sentido de gratitud por la creación. La música, aun impregnada de tanto dolor, como lo estuvo la vida de Beethoven, dio testimonio en Sarajevo de que la muerte es un paso, a través de la esperanza, a una vida nueva. Siempre hay gratitud en Beethoven, siempre tiene este sentido de alabanza al Creador y de agradecimiento por todo. Si no, debido a la tragedia de su vida, no habría podido escribir lo que escribió. Por tanto, nuestra presencia allí, a través del Festival de Rávena (del que la mujer de Muti, Cristina, es el alma, ndr), tenía un significado humano».
Constructores de sinfonías
Sí, es exactamente lo que hemos aprendido en el movimiento. Un significado humano. ¿Qué más le pedimos a la vida, es decir, a la música? El pueblo del Meeting vio en Muti a su músico, como en el medievo la comunidad sentía como suyo al arquitecto de la catedral: tal vez llegaba de lejos, pero era como si hubieran compartido siempre el mismo pan. Por lo demás, como dijo Muti: «También mi padre creía profundamente, como don Giussani, que la música era un elemento fundamental, esencial en la educación de un individuo».
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