Va al contenido

Huellas N.08, Septiembre 1998

ESPECIAL MEETING '98

La realidad supera el sueño

Nikolaus Lobkowicz

Aceptar lo real para no huir hacia un mundo de sueño que anula el yo

Queridos amigos, esta es la se­gunda ocasión en la que tengo el honor - y el placer- de dirigirme a vosotros en el Meeting de Rí­mini. He escogido expresamente la pa­labra "placer", no sólo porque son raras las ocasiones en las que un investiga­dor universitario se puede dirigir a un público de jóvenes tan vasto, sino, so­bre todo, porque siempre me resulta un placer poder ponerme al servicio del movimiento fundado por don Giussani. No pertenezco a CL y nombraré a don Giussani sólo esta vez, pero os pido que interpretéis mi intervención tam­bién como expresión de mi reconoci­miento profundo en el diálogo con él, aunque tuviera que expresar opiniones de las que podría disentir. (...) Noso­tros, los seres humanos, vivimos siem­pre en la espera y en la esperanza de algo; tal vez deberíamos tener presente que todo podría ser inútil, porque mori­remos, porque, como dice san Agustín, ¿es ésta la única certeza de nuestro fu­turo? Abandonarse a los sueños y a las ilusiones es una tentación que acom­paña al hombre desde siempre. Pero hoy día está más presente que nunca y no en último lugar, porque ya desde pequeños podemos jugar con las "reali­dades virtuales" que nos inducen a creer que la realidad no es determi­nante, en la medida en que la podemos modificar con sólo apretar una tecla del ordenador. Hoy nos ponen en guardia contra el nihilismo; pero, cuando se piensa en filósofos como Nietzsche o Sartre, el nihilismo se nos presenta, cuando menos, como algo honesto. Este nihilismo auténtico es un grito de desesperación. L'homme est une pas­sion inutile, «el hombre es una pasión inútil», escribe Sartre en uno de sus li­bros. Si esto fuera verdad, ¿cómo podríamos dejar de eludirlo, de huir, de soñar? Pero nosotros los cristianos sí sabemos cuál es el sentido de nuestra vida; ¿cómo es posible que también nosotros nos veamos tentados continuamente a huir en los sueños? ¿Acaso es que no hemos comprendido bien aquello que creemos y que proclama­mos?(...)
Romano Guardini publicó a princi­pios de los años sesenta, entre otras obras, una meditación sobre las virtu­des. En este mamotreto habla de una virtud que es la premisa de toda "aspi­ración moral", pero que apenas se cita. La llama "aceptación", aceptación de lo que es. (...)

Entre hadas y duendes
Ya que no somos nosotros los artí­fices, sino que recibimos como un don la vida y el mundo, debemos, en pri­mer lugar, aceptarlo; «es así y no de otro modo». Todo lo demás, incluidos los esfuerzos por mejorarnos a noso­tros mismos y al mundo, se construye sobre esta premisa; quien no es capaz de ello es un "rebelde metafísico" o bien un soñador. El drama del mar­xismo traducido a la práctica, el lla­mado "socialismo real", responde al hecho de que, en su esencia extrema, era una "rebelión metafísica"; no quería reconocer que nosotros, los se­res humanos - sobre todo a partir del pecado original -, somos lo que somos y trataba de hacer nacer un "hombre nuevo" completamente distinto. Así, millones y millones de personas, entre ellas muchas con las mejores intencio­nes, se precipitaron a una catástrofe, cuyas consecuencias se dejarán sentir en Europa central y oriental aún du­rante muchas décadas. La confusa con­cepción del mundo de la New Age se caracteriza en cambio por el sueño, el sueño de un mundo habitado por seres y fuerzas que no existen en absoluto, de un saber natural que no se corres­ponde con nada real, justamente por­que - así se dice - se ha separado del cristianismo y de sus consecuencias. La New Age nos quiere remitir a los mitos del pasado, a un mundo poblado por hadas y duendes, magos y fuerzas misteriosas, una "dulce seducción" que ignora el hecho de que los sueños no se hacen más reales simplemente por el hecho de que se nos prometa su rea­lización con palabras, gestos y rituales.

Realidad buena
Ambas son huidas de la realidad, y la realidad no es otra cosa que nuestro presente, aquí y ahora. (...)
Aceptar la realidad tal como es, y no sólo porque se podría mejorar, sino simplemente porque es la realidad, aceptar radicalmente el propio presente como si todo dependiera de lo que hago aquí y de lo que sucede ahora, presu­pone una confianza que sólo puede bro­tar de la convicción de que la realidad es buena y justa. (...) El aspecto más preocupante del debilitamiento de la cultura cristiana es el hecho de que esta convicción fundamental, compartida por todas las religiones verdaderas, se debilita con ella. (...)
Si perdemos de vista este signifi­cado y por ello decae nuestro destino, si malgastamos nuestra vida en futili­dades, si no vamos a lo esencial y per­manecemos atados a las apariencias, si seguimos utopías y sueños, quizá no sea en vano (porque la misericordia de Dios es tan grande que podemos espe­rar que de todos modos nos acogerá junto a él), pero en cualquier caso ha­bremos fracasado en la única tarea que realmente cuenta. (...)

El ser y el tiempo
En la segunda parte de mi confe­rencia quiero unirme a las reflexiones de un filósofo que, casi en el final del siglo XX, ha ejercido una gran influen­cia: me refiero a Martín Heidegger. Su publicación de 1927, El ser y el tiempo, es un intento de elaborar una fenomenología del hombre. (...)
Heidegger concibe a la persona como ser cuya esencia está en el propio ser. (...) Es el único ser sobre la tierra que se lleva a sí mismo a cumpli­miento. Pero lo puede hacer sólo por­que existe. Todo lo que hace presupone ante todo el hecho de existir. Como decía Heidegger, está proyectado en sí mismo. El hecho de existir y de ser esencialmente lo que es no se lo debe el ser humano a sí mismo. (...)
Hemos nacido en el seno de una cultura y estamos rodeados de personas y de sus numerosas opiniones. Por eso estamos siempre expuestos a la tenta­ción de no reflexionar sobre nosotros mismos, sobre el sentido de nuestra existencia, sino de confiar en aquello que Heidegger llamaba el "sí' imperso­nal. Se hace esto y aquello, por tanto también lo hacemos nosotros. Se consi­dera que esto es verdadero y justo, por tanto también lo pensamos nosotros. Eludimos ciertas decisiones porque la opinión común las considera secunda­rias; hacemos lo que hacen todos, no nos esforzamos por ser nosotros mis­mos. Por eso no verificamos si lo que se nos dice corresponde a la verdad o si, en cambio, nos saca del camino y no está conforme a la verdad. Por un lado, estamos frenéticamente ocupados y, por el otro, nos perdemos en nues­tros sueños, quedamos prisioneros del "sí" impersonal, nos atrincheramos detrás de su anonimato. (...)

Pseudo-concepto
Cuando toda una cultura distrae la mirada de la realidad y adopta cualquier subterfugio a su alcance para huir de ella, porque ésta se transforma de una manera convulsa o porque se prefiere perseguir sueños ideales, entonces la si­tuación se agrava. Nunca como en esta época ha sido tan difícil ser y permane­cer abiertos a la realidad tal como es. Las razones son muchas. A menudo se nos dice que no existe una realidad in­dependiente de nosotros y que lo que tratamos de conocer sobre ella, a fin de cuentas, no es otra cosa que una cons­trucción, razón por la cual resulta com­pletamente indiferente el modo como se construya. La verdad, se dice, es un pseudo-concepto, cada uno de nosotros debe idear "su propia verdad". Incluso en el seno de la Madre Iglesia está ex­tendida entre muchos esta opinión, tanto es así que una persona de cada dos se prepara su propio cóctel de cre­encias. (...)
Lo que la religión proclama, y el primero de todos el Papa de Roma - según se dice, es un polaco ingenuo -, perturba nuestra esfera de acción y es tremendamente incómodo. Así pues, inventémonos una nueva religión que lo permita todo, que sea divertida, tal vez un oscuro panteísmo que haga apa­recer a la realidad empapada de secre­tos y que, a fin de cuentas, no nos comprometa con nada. (...)

Viaje por mar abierto
Hasta ahora he desarrollado concep­tos de Heidegger, enriquecidos con mis observaciones. Ahora debo abando­narlo, porque en el momento decisivo no nos es de ninguna ayuda. En efecto, no dice por qué debemos desvincular­nos del "sí' impersonal para llegar a ser nosotros mismos hasta el fondo. (...)
Por eso él describe el paso decisivo del "sí' impersonal a "sí mismo", de lo propio a lo impropio, como la capacidad de aceptar la muerte hasta tal punto que toda nuestra vida estaría dirigida por la lógica de "existir para morir". (...)
La decisión de desvincularse del "sí' impersonal, voluble y hoy particu­larmente mentiroso, presupone natural­mente - como ya he dicho - una con­fianza, una serena confianza en la realidad, que sólo pueden tener aquellos que están dispuestos a aceptar el de­safío de estar abiertos a todas sus di­mensiones y de aceptar en su vida lo que han descubierto. El reconocimiento de la realidad en toda su complejidad es como un viaje por mar abierto, por un territorio desconocido, en el que al final podremos encontrar el infinito.
¿Dónde podemos encontrar el co­raje para aceptar este desafío? A fin de cuentas, me parece que sólo una fe reli­giosa lo hace posible, si bien a menudo basta con aceptar lo que la fe nos su­giere, recorrer los caminos que nos in­dica. Mi maestro, el dominico polaco Joseph Maria Bochenski, conocidísimo lógico y experto en filosofía contem­poránea, cuenta en su autobiografía, es­crita en los años cincuenta, que, cuando se presentó ante su futuro supe­rior y le pidió permiso para entrar en la orden, por honestidad tuvo que decir que no era un creyente en sentido es­tricto. Con inteligencia, el padre supe­rior le dijo: «Quédese con nosotros, con el tiempo llegará a serlo». (...)

Verdadero realismo
Sólo el cristianismo se toma radi­calmente en serio el presente y, por tanto, la realidad; el punto de apoyo de sus convicciones es la fe en un Dios que ha amado profundamente y que amará por siempre a sus criatu­ras, todas ellas incapaces, hasta el punto de estar dispuesto a morir por ellas. ¿Cómo podremos no aventurar­nos por Él en el mar abierto, donde Él nos espera? A veces se nos echa en cara a los cristianos que buscamos en todo un significado más profundo y que seguimos haciendo así una ilu­sión; en realidad, somos los únicos realistas verdaderos, porque sólo nuestra fe nos permite, sin ningún lí­mite, aceptar la realidad y tomarnos en serio cada instante de nuestro pre­sente. (...) El realismo del cristiano, su capa­cidad para no caer en fantasías narci­sistas, tiene su origen no sólo en su capacidad de encontrar a Dios en su esfera privada y, en un cierto sentido, mística. «Cuando el hombre quiere tener que ver con Dios a solas, enton­ces dice "Dios", pero entiende "yo mismo"». Al final, sólo la comunidad de sus hijos, que Dios, muerto en la cruz por amor a nosotros, nos ha de­jado, es decir, la Iglesia, nos permite ver la realidad tal como es, magnífica y plena de secretos, completamente accesible sólo a quien acepta el de­safío de encontrarse a sí mismo para después, al final, olvidarse completa­mente de sí mismo: una realidad frente a la que cualquier utopía y cualquier sueño palidecen. Una Igle­sia en la que a veces aparece la mise­rable imperfección "humana" y que por ello suscita en nosotros violentas reacciones, pero que es sobre todo testimonio de la presencia de Dios en este mundo gracias a la revelación, a su presencia entre nosotros «hasta su vuelta».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página