Aceptar lo real para no huir hacia un mundo de sueño que anula el yo
Queridos amigos, esta es la segunda ocasión en la que tengo el honor - y el placer- de dirigirme a vosotros en el Meeting de Rímini. He escogido expresamente la palabra "placer", no sólo porque son raras las ocasiones en las que un investigador universitario se puede dirigir a un público de jóvenes tan vasto, sino, sobre todo, porque siempre me resulta un placer poder ponerme al servicio del movimiento fundado por don Giussani. No pertenezco a CL y nombraré a don Giussani sólo esta vez, pero os pido que interpretéis mi intervención también como expresión de mi reconocimiento profundo en el diálogo con él, aunque tuviera que expresar opiniones de las que podría disentir. (...) Nosotros, los seres humanos, vivimos siempre en la espera y en la esperanza de algo; tal vez deberíamos tener presente que todo podría ser inútil, porque moriremos, porque, como dice san Agustín, ¿es ésta la única certeza de nuestro futuro? Abandonarse a los sueños y a las ilusiones es una tentación que acompaña al hombre desde siempre. Pero hoy día está más presente que nunca y no en último lugar, porque ya desde pequeños podemos jugar con las "realidades virtuales" que nos inducen a creer que la realidad no es determinante, en la medida en que la podemos modificar con sólo apretar una tecla del ordenador. Hoy nos ponen en guardia contra el nihilismo; pero, cuando se piensa en filósofos como Nietzsche o Sartre, el nihilismo se nos presenta, cuando menos, como algo honesto. Este nihilismo auténtico es un grito de desesperación. L'homme est une passion inutile, «el hombre es una pasión inútil», escribe Sartre en uno de sus libros. Si esto fuera verdad, ¿cómo podríamos dejar de eludirlo, de huir, de soñar? Pero nosotros los cristianos sí sabemos cuál es el sentido de nuestra vida; ¿cómo es posible que también nosotros nos veamos tentados continuamente a huir en los sueños? ¿Acaso es que no hemos comprendido bien aquello que creemos y que proclamamos?(...)
Romano Guardini publicó a principios de los años sesenta, entre otras obras, una meditación sobre las virtudes. En este mamotreto habla de una virtud que es la premisa de toda "aspiración moral", pero que apenas se cita. La llama "aceptación", aceptación de lo que es. (...)
Entre hadas y duendes
Ya que no somos nosotros los artífices, sino que recibimos como un don la vida y el mundo, debemos, en primer lugar, aceptarlo; «es así y no de otro modo». Todo lo demás, incluidos los esfuerzos por mejorarnos a nosotros mismos y al mundo, se construye sobre esta premisa; quien no es capaz de ello es un "rebelde metafísico" o bien un soñador. El drama del marxismo traducido a la práctica, el llamado "socialismo real", responde al hecho de que, en su esencia extrema, era una "rebelión metafísica"; no quería reconocer que nosotros, los seres humanos - sobre todo a partir del pecado original -, somos lo que somos y trataba de hacer nacer un "hombre nuevo" completamente distinto. Así, millones y millones de personas, entre ellas muchas con las mejores intenciones, se precipitaron a una catástrofe, cuyas consecuencias se dejarán sentir en Europa central y oriental aún durante muchas décadas. La confusa concepción del mundo de la New Age se caracteriza en cambio por el sueño, el sueño de un mundo habitado por seres y fuerzas que no existen en absoluto, de un saber natural que no se corresponde con nada real, justamente porque - así se dice - se ha separado del cristianismo y de sus consecuencias. La New Age nos quiere remitir a los mitos del pasado, a un mundo poblado por hadas y duendes, magos y fuerzas misteriosas, una "dulce seducción" que ignora el hecho de que los sueños no se hacen más reales simplemente por el hecho de que se nos prometa su realización con palabras, gestos y rituales.
Realidad buena
Ambas son huidas de la realidad, y la realidad no es otra cosa que nuestro presente, aquí y ahora. (...)
Aceptar la realidad tal como es, y no sólo porque se podría mejorar, sino simplemente porque es la realidad, aceptar radicalmente el propio presente como si todo dependiera de lo que hago aquí y de lo que sucede ahora, presupone una confianza que sólo puede brotar de la convicción de que la realidad es buena y justa. (...) El aspecto más preocupante del debilitamiento de la cultura cristiana es el hecho de que esta convicción fundamental, compartida por todas las religiones verdaderas, se debilita con ella. (...)
Si perdemos de vista este significado y por ello decae nuestro destino, si malgastamos nuestra vida en futilidades, si no vamos a lo esencial y permanecemos atados a las apariencias, si seguimos utopías y sueños, quizá no sea en vano (porque la misericordia de Dios es tan grande que podemos esperar que de todos modos nos acogerá junto a él), pero en cualquier caso habremos fracasado en la única tarea que realmente cuenta. (...)
El ser y el tiempo
En la segunda parte de mi conferencia quiero unirme a las reflexiones de un filósofo que, casi en el final del siglo XX, ha ejercido una gran influencia: me refiero a Martín Heidegger. Su publicación de 1927, El ser y el tiempo, es un intento de elaborar una fenomenología del hombre. (...)
Heidegger concibe a la persona como ser cuya esencia está en el propio ser. (...) Es el único ser sobre la tierra que se lleva a sí mismo a cumplimiento. Pero lo puede hacer sólo porque existe. Todo lo que hace presupone ante todo el hecho de existir. Como decía Heidegger, está proyectado en sí mismo. El hecho de existir y de ser esencialmente lo que es no se lo debe el ser humano a sí mismo. (...)
Hemos nacido en el seno de una cultura y estamos rodeados de personas y de sus numerosas opiniones. Por eso estamos siempre expuestos a la tentación de no reflexionar sobre nosotros mismos, sobre el sentido de nuestra existencia, sino de confiar en aquello que Heidegger llamaba el "sí' impersonal. Se hace esto y aquello, por tanto también lo hacemos nosotros. Se considera que esto es verdadero y justo, por tanto también lo pensamos nosotros. Eludimos ciertas decisiones porque la opinión común las considera secundarias; hacemos lo que hacen todos, no nos esforzamos por ser nosotros mismos. Por eso no verificamos si lo que se nos dice corresponde a la verdad o si, en cambio, nos saca del camino y no está conforme a la verdad. Por un lado, estamos frenéticamente ocupados y, por el otro, nos perdemos en nuestros sueños, quedamos prisioneros del "sí" impersonal, nos atrincheramos detrás de su anonimato. (...)
Pseudo-concepto
Cuando toda una cultura distrae la mirada de la realidad y adopta cualquier subterfugio a su alcance para huir de ella, porque ésta se transforma de una manera convulsa o porque se prefiere perseguir sueños ideales, entonces la situación se agrava. Nunca como en esta época ha sido tan difícil ser y permanecer abiertos a la realidad tal como es. Las razones son muchas. A menudo se nos dice que no existe una realidad independiente de nosotros y que lo que tratamos de conocer sobre ella, a fin de cuentas, no es otra cosa que una construcción, razón por la cual resulta completamente indiferente el modo como se construya. La verdad, se dice, es un pseudo-concepto, cada uno de nosotros debe idear "su propia verdad". Incluso en el seno de la Madre Iglesia está extendida entre muchos esta opinión, tanto es así que una persona de cada dos se prepara su propio cóctel de creencias. (...)
Lo que la religión proclama, y el primero de todos el Papa de Roma - según se dice, es un polaco ingenuo -, perturba nuestra esfera de acción y es tremendamente incómodo. Así pues, inventémonos una nueva religión que lo permita todo, que sea divertida, tal vez un oscuro panteísmo que haga aparecer a la realidad empapada de secretos y que, a fin de cuentas, no nos comprometa con nada. (...)
Viaje por mar abierto
Hasta ahora he desarrollado conceptos de Heidegger, enriquecidos con mis observaciones. Ahora debo abandonarlo, porque en el momento decisivo no nos es de ninguna ayuda. En efecto, no dice por qué debemos desvincularnos del "sí' impersonal para llegar a ser nosotros mismos hasta el fondo. (...)
Por eso él describe el paso decisivo del "sí' impersonal a "sí mismo", de lo propio a lo impropio, como la capacidad de aceptar la muerte hasta tal punto que toda nuestra vida estaría dirigida por la lógica de "existir para morir". (...)
La decisión de desvincularse del "sí' impersonal, voluble y hoy particularmente mentiroso, presupone naturalmente - como ya he dicho - una confianza, una serena confianza en la realidad, que sólo pueden tener aquellos que están dispuestos a aceptar el desafío de estar abiertos a todas sus dimensiones y de aceptar en su vida lo que han descubierto. El reconocimiento de la realidad en toda su complejidad es como un viaje por mar abierto, por un territorio desconocido, en el que al final podremos encontrar el infinito.
¿Dónde podemos encontrar el coraje para aceptar este desafío? A fin de cuentas, me parece que sólo una fe religiosa lo hace posible, si bien a menudo basta con aceptar lo que la fe nos sugiere, recorrer los caminos que nos indica. Mi maestro, el dominico polaco Joseph Maria Bochenski, conocidísimo lógico y experto en filosofía contemporánea, cuenta en su autobiografía, escrita en los años cincuenta, que, cuando se presentó ante su futuro superior y le pidió permiso para entrar en la orden, por honestidad tuvo que decir que no era un creyente en sentido estricto. Con inteligencia, el padre superior le dijo: «Quédese con nosotros, con el tiempo llegará a serlo». (...)
Verdadero realismo
Sólo el cristianismo se toma radicalmente en serio el presente y, por tanto, la realidad; el punto de apoyo de sus convicciones es la fe en un Dios que ha amado profundamente y que amará por siempre a sus criaturas, todas ellas incapaces, hasta el punto de estar dispuesto a morir por ellas. ¿Cómo podremos no aventurarnos por Él en el mar abierto, donde Él nos espera? A veces se nos echa en cara a los cristianos que buscamos en todo un significado más profundo y que seguimos haciendo así una ilusión; en realidad, somos los únicos realistas verdaderos, porque sólo nuestra fe nos permite, sin ningún límite, aceptar la realidad y tomarnos en serio cada instante de nuestro presente. (...) El realismo del cristiano, su capacidad para no caer en fantasías narcisistas, tiene su origen no sólo en su capacidad de encontrar a Dios en su esfera privada y, en un cierto sentido, mística. «Cuando el hombre quiere tener que ver con Dios a solas, entonces dice "Dios", pero entiende "yo mismo"». Al final, sólo la comunidad de sus hijos, que Dios, muerto en la cruz por amor a nosotros, nos ha dejado, es decir, la Iglesia, nos permite ver la realidad tal como es, magnífica y plena de secretos, completamente accesible sólo a quien acepta el desafío de encontrarse a sí mismo para después, al final, olvidarse completamente de sí mismo: una realidad frente a la que cualquier utopía y cualquier sueño palidecen. Una Iglesia en la que a veces aparece la miserable imperfección "humana" y que por ello suscita en nosotros violentas reacciones, pero que es sobre todo testimonio de la presencia de Dios en este mundo gracias a la revelación, a su presencia entre nosotros «hasta su vuelta».
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