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Huellas N.11/12, Noviembre 1992

CULTURA

El gozo de la unidad

Gilfredo Marengo

Únicamente en la experiencia gozosa de la unidad en Cristo, el hombre puede desear dedicar la propia vida para la salvación del mundo

El texto que proponemos en esta ocasión está tomado de la liturgia de la semana V del tiempo ordinario, correspondiente a la oración después de la comunión. Las fórmulas que se recitan en la celebración de la Misa son tres: la colecta, de al que ya hablamos (cfr. Litterae communionis julio-agosto 1992), la oración sobre las ofrendas, al final del ofertorio, y la de después de la comunión, que sigue al rito de la comunión y prepara la conclusión de la celebración.
La situación que ocupan en el rito explica también el tenor de los textos que ofrece el Misal: por estructura e historia tienen una estrecha relación con las oraciones colectas, y mientras que por su contenido reclaman al sacramento del que se ha participado subrayando normalmente su fruto, abren de algún modo al dinamismo de la vida cristiana, que encuentra su fuente en la Eucaristía.
El texto de esta oración es, en su formulación actual, reciente: en efecto, fue compuesto durante la redacción del actual Misal, aunque se utilizaron, en parte, materiales preexistentes.
La confesión con la que se inicia la oración reclama al misterio de la Eucaristía, mediante una referencia explícita a la Escritura (1 Cor 10, 15-17), y subraya la voluntad de DIos de llamar a los suyos a participar de su vida a través del pan y el vino consagrados. No es inútil recordar que la celebración de la Eucaristía, más que ser expresión de la unidad de los fieles, es su origen y su causa, pues en ella el hombre reconoce la iniciativa de DIos que le ofrece un solo (unum) pan y vino: esta unidad debe leerse en paralelo con lo que se dice en el Credo cuando se confiesa que «Creo en un solo Dios... y en un solo Señor Jesucristo». El pan y el cáliz son decisivos porque son el signo sacramental del único Dios y Salvador, y porque permiten, y sólo ellos lo hacen plenamente, participar de Él.
En la misma línea está el subrayado de tan unidos en Cristo, que en latín se dice con una expresión teológicamente más segura y feliz: unum in Christo effecti. En efecto, sólo la intervención del único Salvador Jesucristo, a través del único sacramento, realiza el mayor milagro: la unidad entre los hombres, fuente inagotable de gozo y alegría.
La parte dedicada a la petición pide, que toda la vida se encauce a dar fruto para la salvación del mundo. Merece la pena señalar que el texto latino con la expresión da... ita vivere ut... (traducido literalmente concédenos vivir de tal modo que), subraya que el contenido de la petición es reconocido como horizonte global para toda la vida.
Es importante darse cuenta de que esta petición está totalmente comprendida, incluso literariamente en lo que se ha afirmado antes; sólo en la experiencia gozosa de la unidad en Cristo, puede el hombre desear dedicar toda su vida par ala salvación del mundo.
La razón se indica con claridad; el fruto para la salvación del mundo no es otro que el milagro de la unidad entre los hombres, operado por Cristo, siendo su reverberación de alegría en el corazón del hombre el primer testimonio y a la par el elemento decisivo de todo auténtico arrojo misionero.
En una lectura de conjunto asombra el profundo acento unitario presente en todo el texto: la experiencia de la unidad (la Iglesia) generada por el único Salvador a través de un medio bien preciso (el sacramento), ofrece a la existencia humana la posibilidad de reconocer una única tarea que cumplir, y sólo esto aúna cada fragmento de vida, cada circunstancia, en un designio capaz de abrazar y recapitular en unidad a toda la persona. Por esto la última palabra no puede ser más que, milagrosamente, el gozo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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