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Huellas N.11/12, Noviembre 1992

IGLESIA

Un «caso» mal enfocado

Ambrogio Pisoni

Periódicos y semanarios compiten en la reapertura del «caso Jesús». Vulgarizando para las masas los residuos de un racionalismo anticuado. O bien suscitando escándalos fáciles. Pero la cuestión está mal enfocada. En efecto...

«iPOBRE CRISTO! Jesús en el mundo editorial, en la historia y en la arqueología»: así se titula uno de los artículos del semanario Panorama (27 de septiembre de 1992).
Estamos asistiendo a una renovación de los intereses por la figura de Jesús, testimoniada por la presencia en las librerías de distintas obras dedicadas a Él, que siendo diferentes entre sí por su género literario o por su perspectiva de aproximación, tienen en común una misma atención inagotable por el «caso Jesús».
También el diario católico Avvenire ha registrado el fenómeno con un artículo incluido en Gutenberg, su semanario de cultura, libros y arte, del sábado 3 de octubre.
Panorama habla de estos libros, siete en total, como de «respetuosos o blasfe­mos». Sus autores: desde Messori a Thiende, de Ranke-Heinemann a Vidal, de Saramago a Parrinder y Thiering.
Todo esto merece por nuestra parte una atención simple e inteligente. Inteli­gencia y sencillez que son fruto no, sobre todo, de la genialidad personal, sino más bien del seguimiento obediente al carisma del movimiento tal y como el se dice.
La Escuela de comunidad, en efecto, nos ayuda a juzgar el acontecimiento de Cristo según el criterio de juicio propio de la Iglesia Católica, la única realidad presente en la historia que pretende poseer y, de este modo, ofrecer al mun­do la respuesta a la pregunta que, desde hace dos mil años, acompaña a la aven­tura humana: «¿Quién es Jesucristo?».
La Iglesia católica posee la respues­ta porque la ha recibido como don; es más, «la vive», participa realmente de ella, es su presencia en el espacio y en el tiempo, es decir, aquí y ahora.

La pretensión permanece
Jesús de Nazaret, en efecto, es el Verbo de Dios que se ha hecho carne y que continúa habitando entre noso­tros: este permanecer suyo es la mis­ma vida de la Iglesia Católica. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Este estar con nosotros tiene la consisten­cia y el rostro de una pertenencia nue­va, radical, que ha transformado el ser de los que han sido elegidos: los bau­tizados. En efecto «porque aun siendo muchos somos un solo cuerpo» (1Cor 10, 7), del mismo modo que la vid y los sarmientos son una misma realidad: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). La Iglesia pretende ser el Cuerpo de Cristo.
Por ello, la pregunta «¿Quién es Jesucristo?» puede y debe legítima­mente ser sustituida por esta otra «¿Dónde está Jesucristo?»
Y esto por un motivo muy simple, tan razonable como hoy olvidado: es la rea­lidad la que me sugiere el camino a seguir para encontrarme con ella y conocerla tal y como es, sin afirmarla conforme a mis prejuicios. Nunca con­cluiremos la tarea de aprender la «lec­ción» contenida en El sentido religioso.
Así pues, respecto al caso que nos ocupa, debemos dejar que sea Cristo mismo el que nos indique el camino que nos consienta el acceso al miste­rio de su persona. En efecto: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y cuando se trata de un camino, una senda, un vía, el hombre sencillo (es decir, razonable), inmediatamente pregunta: «¿Dónde está?».Y la vía se desvela, sorprendentemente, mediante el rostro de una Presencia. El camino, es decir, el método «consiste en meterse en una realidad formada por los que creen en Él. Porque la presen­cia de Cristo en la historia, su misma fisonomía, perdura visiblemente como forma encontrable en la unidad de los creyentes» (L. Giussani, Por qué la Iglesia, I: la pretensión permanece, Madrid, 1991, p. 28).

La presencia de un cuerpo
Así lo ha querido el Señor, y así la Iglesia reconoce y pide la gracia coti­diana de la fidelidad a su voluntad.
Sólo el permanecer en esta morada, que es su cuerpo, otorga la inteligen­cia y el corazón que son capaces de penetrar el Misterio inagotable de su Persona viva. Nos lo recuerda san Pablo: «Ahora nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Cor 2, 16 b).
La pertenencia a Jesucristo en la totalidad de su Presencia, es decir, la pertenencia a la Iglesia que es el Cuerpo del que Él es la Cabeza, per­mite el reconocimiento estupefacto y conmovido de su pretensión de ver­dad y, por ello, de felicidad para nuestra vida y para la de todos los hombres.
Por esto mismo, permite leer y juz­gar conforme a la verdad todo lo que se dice y se escribe sobre «un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afir­ma que vive» (Hch. 25, 19). Y noso­tros como Pablo: por gracia de Dios.




EN EL COMIENZO UN HECHO
Entre la marabunta de publicacio­nes novelescas o parateológicas sobre la figura histórica de Cristo, sólo algunas se salvan por su serie­dad y rigor metodológico. Una de ellas es la del investigador protestan­te, seguidor de las tesis del español O'Callaghan, C. Thiede Gesu storico o leggenda? (EDB). La otra es la de Vittorío Messori Patí sotto Ponzio Pílato? (Sei). Entrevistado por el Corriere de la Sera el pasado 5 de octubre, Messori dio algunas res­puestas que merece la pena retomar.

He examinado uno por uno todos los versículos de los cuatro Evangelios que se refieren a la muerte, pasión y resurrección de Cristo. Ya que esto es el corazón del Evangelio. El Kerigma, es decir, el «primer anuncio» de los apóstoles y discípulos, no es un mensaje moral, no es una llamada a quererse bien. Es, en cambio, el anuncio de un hecho: Jesús ha sido condenado, ha muerto en la cruz y ha resucitado. Bien, he examinado cada uno de los versículos en los que se da esta «noticia» y he bus­cado cerciorarme de su credibili­dad e historicidad... He descubierto que los Evangelios son mucho más dignos de atención de lo que dicen muchos biblistas, católicos inclui­dos...
En resumen, con mi trabajo he intentado demostrar que la crisis de la modernidad está haciendo que se derrumben tras las ideologí­as, «ciertas cienciologías». Y que una vez más tenía razón la Tradi­ción que decía que había que leer los Evangelios con sencillez, tomando en serio lo que está escri­to, sin elucubraciones intelectualis­tas. Se trata de una clamorosa revancha de Jesús que glorificó al Padre «porque revela estas cosas a los pequeños y las esconde a los sabios».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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