¿Y si esta vez tuvieran razón si los esta viejos vez cardenales progresistas, de cabello blanco, y tanta nostalgia por las utopías sociales y religiosas de los años sesenta? En el Sínodo de los obispos que tuvo lugar en el Vaticano el pasado mes de Octubre, denunciaron que «las ideas más nuevas y provocadoras se están eliminando». Pero, ¿cuál es la idea más nueva y provocadora que circuló en el Parlamentillo de la Iglesia universal?
«Fuera de lugar... Sí, parece que está fuera de lugar, que se ha salido del tema...».
Lunes, primero de Octubre, Sala de prensa vaticana: comienza la reunión para los periodistas de habla inglesa. Literalmente asediado por un enjambre de periodistas americanos, el portavoz, Monseñor John Muthig, vacila empapado de sudor. Todos quieren saber si el «informe bomba» del Cardenal J. Ratzinger, que acaba de leer en el aula sinodal, estaba o no previsto en el calendario de trabajo. «No era el tema...» la frase se le escapa casi involuntariamente de los labios. Se para ahí; no dice una palabra más. Pero este bendito Ratzinger ¿no debía hablar de otra cosa?
Unas horas más tarde, un cardenal extranjero que no quiso ser identificado, confesaría a Il Sabato: «Es verdad, todos esperábamos otra cosa. En el programa figuraba una tranquila conmemoración de los 25 años del Sínodo. A Ratzinger se le había pedido una intervención sobre los fundamentos teológicos de esta institución colegial. Él, en cambio, ha abordado de frente el verdadero tema de este Sínodo: la crisis del sacerdocio católico en las circunstancias actuales...»
¿Un simple malentendido, un equívoco embarazoso? Fuentes cercanas a Ratzinger consideraban esta hipótesis altamente improbable. Una indagación rápida permitió verificar dos cosas. En primer lugar, que la solicitud de intervención le había sido presentada a Ratzinger, por la Secretaría del Sínodo, ya en el mes de Mayo (con una carta en Latín). La suya, por tanto, no fue una intervención imprevista, decidida en el último minuto. Además, que los organizadores esperaban otro tipo de contenido. El mismo boletín oficial de la Santa Sede, entregado al final de aquella mañana pero evidentemente preparado con anticipación, presentaba a Ratzinger simplemente como uno de los ponentes que habrían debido conmemorar el XXV aniversario del Sínodo, junto a los purpurados Tomko y Willebrands.
El prefecto diluido
«Se ha intentado por todos los medios, hacer pasar inadvertidos los pasajes más significativos de la dura intervención doctrinal del Cardenal Ratzinger».
Mientras Monseñor Muthig era asaltado por los reporteros americanos, no lejos de él, uno de los más experimentados vaticanistas, Tullio Meli, lanzaba pesadas acusaciones, que escribiría después en su artículo de Il Giornale. En la Sala de prensa vaticana, el clima se calentaba. ¿Qué más había ocurrido? Había ocurrido que la breve síntesis en italiano de la intervención de Ratzinger, preparada por el Comité de Información (y publicada incluso al día siguiente en el Osservatore romano), escondió efectivamente los pasajes más polémicos. Apenas una alusión a la radical acta de acusación contra la teología católica postconciliar. Eliminada la parte en la que habla del protestantismo y de la consiguiente reducción liberal de Jesucristo a puro «maestro de moral». Reducción que abrió la puerta, en los años sesenta, a la interpretación católico-marxista del Mesías como un agitador político. Eliminando también el pasaje quizá más sugestivo y dramático en el cual el Cardenal comenta la frase del Evangelio: «sin mí no podéis hacer nada». Ratzinger afirma que esta frase recoge toda la «potestad y la debilidad» del sacerdocio católico (en pocas líneas repite 6 veces la última palabra nihil, «nada»).
En resumen, un Ratzinger diluido. Irreconocible. Torpe tentativa de censura ideológica, susurraban algunos. Pero es más fácil que el purpurado hubiera sido víctima de esas estructuras burocráticas anónimas contra las cuales él mismo se había lanzado en el Meeting de Rímini. Justo un mes antes, el primero de Septiembre de 1990. Y la burocracia eclesiástica, desde siempre pero de modo especial en los últimos tiempos, no conoce más que una ideología: ni derecha ni izquierda, al centro... y sin polémicas, por favor. La moderación como único contenido.
El arzobispo americano John Foley, presidente del Comité de Información, se defendió sosteniendo que el gabinete dirigido por él, tuvo poco tiempo a disposición para realizar una buena síntesis-traducción. El texto de Ratzinger, añadió, sería entregado también a los periodistas en versión íntegra, en Latín.
El sexo de los curas
«Las ideas nuevas y provocadoras son eliminadas»: lamentablemente, es verdad. Pero ¿era nueva la discusión sobre el celibato eclesiástico? Se comprende el interés de los mass media que dedicaron páginas y páginas a este tema. El sexo de los curas despierta la curiosidad de la gente, y sobre todo -El pájaro espino docet- es asunto comercial. Es un tema, como se suele decir, pruriginoso. Exactamente hace 20 años (en 1970), por ejemplo, el Cardenal Leo Suenens hizo escribir ríos de tinta sobre la cuestión de si los curas podían o no casarse. Entrevistado por Le Monde, tachaba de «infeliz» la decisión de Pablo VI de haber sustraído esa cuestión a la discusión de los Padres conciliares. Al papa Montini (que había sido gran amigo de Suenens) no le quedó más que expresar, siempre en público, un «doloroso asombro» por las palabras del purpurado belga. La novedad respecto a los tiempos pasados, si acaso, está en esto: que ayer ocupaba el puesto de gran contestatario progresista uno de los purpurados más influyentes a nivel internacional, y hoy los mass media deben contentarse con un desconocido obispo brasileño, Valfredo Bernardo Tape (quien, por otra parte, no ha propuesto abolir la obligación del celibato sino ordenar, en casos limitados, a adultos casados) ¡Vamos! ¿a quién se le ocurre pensar que la crisis de los curas, que existe y es grave, es únicamente una cuestión de mujeres?
Igualmente vieja, mejor dicho viejísima, es otra idea que por un día conquistó el honor de ser citada en los periódicos. También porque se contrapuso enseguida al presunto pesimismo ratzingeriano.
La expuso un gran Viejo del ecumenismo católico, el Cardenal Johannes Willebrands. La secularización, dice el octogenario purpurado holandés, no es totalmente negativa. Significa también «un reconocimiento de derecho y de hecho, de la autonomía de las realidades temporales como la razón, la libertad, la ciencia, la vida política, la técnica, la ética». A decir verdad, comentaba alguno en el aula sinodal, la emancipación de la ética de las cadenas de la fe no parece haber llevado a resultados tan luminosos en las últimas décadas. Con el tiempo, junto a la descristianización, lo que ha crecido precisamente es la barbarie moral.
Willebrands propone abolir el término «¿Descristianización?» del vocabulario católico. Se necesita «más confianza en el porvenir». Resumiendo, como comentó Il Resto del Carlino: «una bonita lección de optimismo para el Sínodo». Para los realistas, no hay esperanza de salvación.
Suprema paradoja
Por lo demás, muchos buenos auspicios para que se profundice en la espiritualidad sacerdotal. Propuestas de cursos de actualización teológica para unos curas abrumados ya de trabajo en las parroquias. Llamamientos a una mayor disciplina en los seminarios, a veces reducidos a simples «pensiones», ¿y luego? Luego ocurrió lo que dijo con bondadosa ironía el Cardenal paquistaní, Joseph Cordeiro, un veterano de la institución sinodal (no se ha perdido ni una sesión en 25 años): «Después de los cuatro primeros días, los padres sinodales comienzan a repetir las mismas cosas. Entonces, mientras prosiguen las intervenciones, se puede ver a cardenales y obispos que extraen un libro de la cartera y se dedican en silencio a la lectura; otros sacan un cuaderno de apuntes y probablemente tomen notas para su homilía dominical... ». El Sínodo, naturalmente, siguió su curso. Se verá. Quizá nos equivoquemos, pero la única provocación verdadera vino de Ratzinger. En un momento en el cual todos parecen atareados en la Iglesia estudiando las consecuencias morales, culturales y políticas de la fe (todas cosas importantes, todas necesarias, ¡por caridad!), el cardenal alemán está invitando a redescubrir el corazón del cristiano, que es la única cosa que puede interesar de verdad al hombre inquieto y desencantado de nuestro tiempo. Diciendo «si buscamos la verdadera novedad del Nuevo Testamento, nos sale al encuentro Cristo mismo. Esta novedad no consiste principalmente en ideas o reflexiones nuevas. La novedad es una persona: Dios que se ha hecho hombre y atrae hacia sí mismo a los hombres». Y más adelante: «La fe no es una cosa elaborada por el hombre; el hombre no se hace cristiano mediante su meditación o su honestidad moral. Su conversión tiene siempre origen en algo exterior a él: es un don que viene siempre de otro, de Cristo y nos sale al encuentro... ». Suprema paradoja: la novedad que va más a contracorriente en la Iglesia de hoy es poner de nuevo en primer plano lo Esencial.
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