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Huellas N.21, Diciembre 1990

TESTIMONIOS

Más grande de lo que sabía

Javier Calavia

El mayor fruto de estos cinco años es el siguiente: vivir con la paz y la esperanza de quien ha comproba­do estar en el camino justo. Empiezo con una afirmación tan rotunda mi testimonio porque no quisiera que, con la pobreza de mis palabras, pudiera no quedar claro lo que para mí es más importante.
Septiembre de 1985 fue un mes decisivo, sobre todo el día 23, por la tarde-noche. Con un amigo mío daba gracias a Dios de lo que no podía ser más que un don suyo. Precedido de largos años de amistad con Carras y Jone, José Miguel y Carmina, culminaba una etapa de mi rela­ción con el Movimiento, con mi adhesión a él. En aquel momento eran evidentes dos cosas: primera, que el Movimiento ofrecía res­puestas adecuadas a las insufi­ciencias que yo reconocía tanto en mí vida personal como en el ejercicio de mi ministerio sacer­dotal y que eran difícilmente imputables a alguna malicia por mi parte; y, segunda, siempre había querido seguir a Jesucristo, y ahora su camino pasaba por el Movimiento. Era una certidumbre absoluta. En aquel instante. Des­pués pasaría por diversas dificul­tades, pero la memoria de aquel momento ha sido siempre mi mejor arma para superarlas. Cinco años después una cosa me llena de asombro: probable­mente no ha habido un momento tan lleno de racionalidad y buen espíritu, tan denso de significa­ción para mi vida como aquel atardecer del 23 de Septiembre. Y, sin embargo, el tiempo se ha encargado de mostrarme que no me daba cuenta en aquel momen­to del alcance que iba a tener mi decisión. Yo creía conocer perfec­tamente la naturaleza de la «co­sa» que me había cogido, tenía mí personal imagen del Movi­miento y también mi personal proyecto sobre el Movimiento, que, por supuesto, creía adecua­dos. Pensaba que el Movimiento no era mucho más que lo que estábamos nosotros queriendo vivir desde siempre; y por eso me extrañaba tanto que mis ami­gos curas tuvieran tanta dificultad para reconocerlo. ¡Cuánta razón tenían ellos al afirmar que estába­mos dando un fuerte viraje en el camino! La verdad es que a mí no me lo parecía tanto.
Hoy estoy contento de que tuvieran razón mis amigos, y no yo. Porque ese viraje ha ilumina­do decisivamente el horizonte. Hoy veo con toda claridad que el tiempo no me es dado para realizar fatigosa-mente los proyectos fantasiosos que sobre mí mismo pueda elaborar con los mejores materiales de la tradición cristiana, sino que me ha sido dado para conocer a Cristo vivo, presente aquí y ahora «en la inmanencia de la comunión vivida» (lo que no es una frase oscura, abstracta, sino la concreción de unas personas a las que progresivamente he ido reconociendo como compañía vocacional y a la que deseo y pido permanecer fiel «como al Señor» ); y alcanzar en Él de este modo, a través de la compañía vocacional de la Iglesia, mi pleni­tud, la realización del designio de Dios sobre mi vida.
Hace cinco años creía saber lo que hacía, y no lo sabía. Lo que tengo es incomparablemente más grande que lo bueno que imagina­ba en Septiembre del 85. Hoy no me preocupa saber del Movimien­to. Quiero estar en el, he decidido estar en el, no quiero otra cosa que estar cerca de Jesucristo. Estoy muy agradecido por todo el camino recorrido hasta aquí, me apasiona el que me tenga reserva­do. Es bueno para mí, es bueno para mis amigos de siempre, es bueno para mi pueblo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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