El mayor fruto de estos cinco años es el siguiente: vivir con la paz y la esperanza de quien ha comprobado estar en el camino justo. Empiezo con una afirmación tan rotunda mi testimonio porque no quisiera que, con la pobreza de mis palabras, pudiera no quedar claro lo que para mí es más importante.
Septiembre de 1985 fue un mes decisivo, sobre todo el día 23, por la tarde-noche. Con un amigo mío daba gracias a Dios de lo que no podía ser más que un don suyo. Precedido de largos años de amistad con Carras y Jone, José Miguel y Carmina, culminaba una etapa de mi relación con el Movimiento, con mi adhesión a él. En aquel momento eran evidentes dos cosas: primera, que el Movimiento ofrecía respuestas adecuadas a las insuficiencias que yo reconocía tanto en mí vida personal como en el ejercicio de mi ministerio sacerdotal y que eran difícilmente imputables a alguna malicia por mi parte; y, segunda, siempre había querido seguir a Jesucristo, y ahora su camino pasaba por el Movimiento. Era una certidumbre absoluta. En aquel instante. Después pasaría por diversas dificultades, pero la memoria de aquel momento ha sido siempre mi mejor arma para superarlas. Cinco años después una cosa me llena de asombro: probablemente no ha habido un momento tan lleno de racionalidad y buen espíritu, tan denso de significación para mi vida como aquel atardecer del 23 de Septiembre. Y, sin embargo, el tiempo se ha encargado de mostrarme que no me daba cuenta en aquel momento del alcance que iba a tener mi decisión. Yo creía conocer perfectamente la naturaleza de la «cosa» que me había cogido, tenía mí personal imagen del Movimiento y también mi personal proyecto sobre el Movimiento, que, por supuesto, creía adecuados. Pensaba que el Movimiento no era mucho más que lo que estábamos nosotros queriendo vivir desde siempre; y por eso me extrañaba tanto que mis amigos curas tuvieran tanta dificultad para reconocerlo. ¡Cuánta razón tenían ellos al afirmar que estábamos dando un fuerte viraje en el camino! La verdad es que a mí no me lo parecía tanto.
Hoy estoy contento de que tuvieran razón mis amigos, y no yo. Porque ese viraje ha iluminado decisivamente el horizonte. Hoy veo con toda claridad que el tiempo no me es dado para realizar fatigosa-mente los proyectos fantasiosos que sobre mí mismo pueda elaborar con los mejores materiales de la tradición cristiana, sino que me ha sido dado para conocer a Cristo vivo, presente aquí y ahora «en la inmanencia de la comunión vivida» (lo que no es una frase oscura, abstracta, sino la concreción de unas personas a las que progresivamente he ido reconociendo como compañía vocacional y a la que deseo y pido permanecer fiel «como al Señor» ); y alcanzar en Él de este modo, a través de la compañía vocacional de la Iglesia, mi plenitud, la realización del designio de Dios sobre mi vida.
Hace cinco años creía saber lo que hacía, y no lo sabía. Lo que tengo es incomparablemente más grande que lo bueno que imaginaba en Septiembre del 85. Hoy no me preocupa saber del Movimiento. Quiero estar en el, he decidido estar en el, no quiero otra cosa que estar cerca de Jesucristo. Estoy muy agradecido por todo el camino recorrido hasta aquí, me apasiona el que me tenga reservado. Es bueno para mí, es bueno para mis amigos de siempre, es bueno para mi pueblo.
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