El recuerdo de aquellas jornadas en las que se inició mi camino dentro de CL está unido al de un gran cansancio físico y no pocas perplejidades y dudas de última hora. Fueron semanas de largas reuniones, de dormir poco, dialogar mucho y orar intensamente. Me sorprendía a mí mismo entre el temor y la esperanza, desbordado por el ritmo de una historia cuyos pasos ninguno de nosotros controlaba ya. Hasta ese momento, en la pequeña historia de Iglesia que era Nueva Tierra
habíamos afrontado decisiones transcendentes, pero yo era bien consciente de que ninguna como la que ahora traíamos entre manos. A base de reuniones interminables, de enfados y nerviosismos, se nos hizo patente que la unidad no podía ser fruto de una «negociación», y que no existía estrategia para convencer a los demás de lo que a nosotros se nos imponía cada vez más con la fuerza de una evidencia.
Así pues, optamos por reconocer el don. Habíamos recorrido un camino a tientas, hecho de múltiples intuiciones, en el que continuamente teníamos que in
ventar el siguiente paso... ; y ahora, por fin, era tan sencillo, se trataba de reconocer un don que nos salía al encuentro y abrazarnos a él.
Cuando llegamos a La Moraleja aquella tarde que no podré olvidar, estaba cansado pero en paz. No habían desaparecido las desconfianzas humanas, ni las buenas razones que aconsejaban (según mi personal sagacidad) plantear las cosas de uno u otro modo. Pero estas cosas eran nada al lado de la certeza encontrada.
Desde entonces he profundizado muchas de mis anteriores intuiciones, dándolas cuerpo y unidad, llevándolas hasta el fondo. Es cierto que nada de cuanto había aprendido anteriormente se perdió, sino que se potenció y situó en un horizonte más grande. Pero pensar que se ha tratado de una simple continuidad sería no haber entendido nada. Para describir sintéticamente mi experiencia de estos años en CL, diré que he entrado en un camino de obediencia. Fuera de este camino no reconozco a Cristo, sino que le imagino y construyo mi relación con Él desde mis propias interpretaciones, gustos o estados de ánimo. He encontrado a Cristo en una carne concreta, en un pueblo concreto dentro del cual se hace presente con toda su fuerza para transformar la vida, para obrar el milagro del cambio. Dentro de este camino de obediencia, ha crecido mi sensibilidad por las personas y sus necesidades, por las cosas, por la historia. Ha crecido mi inteligencia de la realidad, y sobre todo han crecido las razones de mi adhesión a Cristo y a su Iglesia.
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