Nunca podría haber imaginado que aquel encuentro aparentemente casual del otoño de 1981 podía haber sido decisivo para mi vida. Fue el encuentro con los amigos de Nueva Tierra en la Parroquia de San Jorge. Hecho que supuso dos cosas; primero, el descubrimiento de una mirada sobre mí misma que acogía mis deseos y me devolvía una identidad tan nebulosamente buscada en mi familia, en amigos, en el cristianismo, en la literatura...; y, segundo, no perder aquel encuentro, permanecer con aquellos amigos (Nuria, Javier, Ana, Fernando, Gonzalo, Rafa) y todos aquellos que buscábamos comunicar a los demás lo que nos había sucedido y lo que era nuestra amistad. Como en sombras intuíamos que comunicar ese encuentro era el único modo de no perderlo. De aquí nacieron todos los intentos por ofrecer nuestra presencia en la Universidad, y estoy segura de que hoy es posible Atlántida porque por delante de nosotros muchos estuvieron presentes en clases, conferencias, con compañeros y profesores, ofreciendo la verdad de sí mismos y la realidad. Recuerdo especialmente la acogida de Chalo que, sin límites, me acompñó en la entrada en la Universidad.
Durante un mes del verano de 1985, en Egipto, vi y toqué una Presencia entre nosotros. La convivencia estrecha con ella despertó mi libertad de un modo insospechado. Mi deseo de infinito, mis ganas de vivir contenta, con un sentido en lo cotidiano, quedaban ligados a la historia de una amistad. Una amistad que misteriosamente cautivaba mi corazón, como lo fue el de Zaqueo al ser llamado por Jesús.
A nuestro regreso, era Septiembre de 1985, algunos de los que tenían autoridad para nosotros vieron que la mejor manera de desarrollar las intuiciones de Nueva Tierra era pertenecer a la historia de Comunión y Liberación. Desde la unidad todo ha sido gracia. La promesa del encuentro inicial ha ido creciendo para todos nosotros.
Recuerdo el año 85 a través de gestos: la unidad, los ejercicios con Giussani, la vida cotidiana con nuevos amigos en la universidad, el primer cartel, la Escuela de Comunidad con Quique, la venida de Scola... Todo un don inesperado.
Todos estos años han sido un ir verificando si aquel encuentro original es capaz de traspasar cada circunstancia, si es verdad para nosotros y para el mundo. No ha disminuido el estupor, ¡no!; ha crecido en pureza. El mirar al pasado, al primer encuentro, no está teñido de nostalgia, como si mirásemos a una felicidad pasada que no volverá; más bien al revés.
Todo lo sucedido, que pasaba por nuestra adhesión a aquel encuentro contingente, no fue un mero capricho. A medida que va pasando el tiempo voy comprendiendo que cada día nos promete encontrar, de nuevo, ese Amor inimaginable en el lugar en el que se manifiesta: la Compañía.
Nunca había imaginado -como decía al principio- que la cotidianeidad, el levantarse por las mañanas, el ver a los amigos, el trabajo diario, el construir una familia... podían llenar de contenido el corazón.
Ahora sólo nos queda el paso seguro de cada día de corazones humildes que esperan que lo que el Señor ha empezado, Él mismo lo lleve a término. Pero, eso sí, segura de que Cristo, cada día que pasa, va cautivando más nuestro corazón.
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