El conjunto del movimiento se halla inmerso en la meditación del segundo volumen del «perCorso» o Curso Básico de Cristianismo, Los orígenes de la pretensión cristiana, como contenido de la Escuela de comunidad de este año. Presentamos aquí algunas frases sintéticas, apuntes de la reflexión sobre la Escuela de comunidad realizada en el consejo internacional celebrado a finales de agosto en Italia, que ayudan a comprender mejor el significado y el método de este gesto.
El contenido de conciencia más elemental en la vida del movimiento -sin el cual todo lo demás resultaría inútil, en cambio, aún por sí solo, pueden obtenerse grandísimos resultados- es la Escuela de comunidad. Sin ella todavía no se ha entrado en el umbral del movimiento; con ella se produce una impresionante eficacia de agregación y creación de mentalidad nueva.
Para hacer Escuela de comunidad hace falta que nosotros estemos persuadidos de que la convivencia con Cristo persuade.
El problema fundamental es que «pase» la lógica de la fe, el contenido de la fe. Lo que tiene que suceder es el descubrimiento de la fe, de una conciencia más madura y detallada de la fe. Por eso la idea de «perCorso» es justa: la Escuela de comunidad no pretende afrontar los problemas de manera exhaustiva sino indicar el camino que hay que recorrer.
La Escuela de comunidad sobre Los orígenes de la pretensión cristiana debe servir para que nos identifiquemos con las figuras de aquéllos que encontraron a Cristo; debemos ensimismarnos con la postura de la Samaritana, de Zaqueo, de Mateo. ¿Qué sucedió en ellos? Lo primero no fue la solución de sus problemas, sino un asombro, el asombro por una Presencia. Siguiendo este asombro cambiaron también la vida.
La Escuela de comunidad es un toparse personal con el Hecho cristiano y una profundización personal en él. De aquí nacen todas las iniciativas. Pero en el primer plano está la emoción de la relación personal con Cristo y el descubrimiento de la unidad con Él. Por eso cobra importancia, hasta resultar «sagrada», la circunstancia humana en la que ese encuentro ha tenido lugar y dentro de la cual gana profundidad: la compañía vocacional. En ella irá profundizándose mi relación con Cristo y la conciencia de mi responsabilidad en el mundo ante Cristo.
Comprender es una gracia. El mismo hecho de que Dios nos haya introducido a un encuentro significa que quiere conducir a la persona hasta el fondo de él. Dios comienza algo para llevarlo a su plenitud. Es el tiempo lo que completa.
Todo es gracia. La coherencia es un milagro. Descubrir esto hace tener energía para caminar y da alegría. El cardenal Joseph Ratzinger ha escrito: «No comprender para hacer, sino radicar para comprender». La Escuela de comunidad es un método para «radicar».
Leer acerca de Cristo produce ganas de seguir, no inmediatamente de cambiar la vida. Si la finalidad fuera cambiar la vida, la atención se desplazaría inevitablemente a uno mismo en lugar de estar fija en la Presencia.
Ni siquiera una tilde de la ley queda eliminada por este planteamiento; más bien se hace posible, se realiza. La ley no es eliminada sino que se hace vida. El objetivo inmediato es seguir; el cumplimiento está en las manos de Dios, como el encuentro. Este es el recorrido: uno, al comienzo, se ve sorprendido y sigue; luego identifica su interés con el de Dios e identifica su verdad con la verdad, la de Dios; y luego, a su tiempo, Dios cumple, realiza, completa. Es la trayectoria de la Samaritana.
La Escuela de comunidad funciona cuando su contenido enciende la petición a Cristo. Así, por ejemplo, cuando uno se encuentra árido y no comprende la intensidad de los acontecimientos, pide a Dios poder comprender. Mirar a las palabras a la cara; cuanto más se mira de cara a las palabras, más se ensimisma uno. Y aunque esta mirada sea árida, la testarudez y la insistencia en ella se convierte en petición. Todo lo que no lleva de algún modo a la petición no es humano. Más importante aún que la modalidad con la que se realiza el gesto es la fidelidad a él.
La Escuela de comunidad no es, ante todo, un «instrumento» para la vida del movimiento del que se pueda prescindir, sino que es como su fuente: describe la naturaleza de la experiencia del movimiento. Si se vive como camino y no como instrumento, la Escuela de comunidad produce ya un cambio. Por eso es tan importante que quien habla durante el encuentro atestigüe su propio cambio.
Reducir la Escuela de comunidad a divagar sobre los pareceres que ha suscitado la lectura del texto nos convierte en gente raquítica y asfixiada.
El consuelo de ser muchos en una reunión no puede sustituir al compromiso individual. En las modalidades de desarrollo de la Escuela de comunidad debe respetarse el principio de la libertad. Que cada cual participe en el momento por el que se sienta más ayudado. El criterio con el que establecer los grupos para hacer la Escuela de comunidad no es una simpatía que deje a la gente tranquila; es lo contrario: deben establecerse Escuelas de comunidad en las que se desafíe el modo normal de vivir. Y esto puede suceder en un grupo de cuatro personas o de cuatro mil.
Quien lleva una Escuela de comunidad debe sobre todo dar testimonio de su propio trabajo. Esto es como semilla en tierra. No se pueden calcular los resultados, que están en las manos de Dios. Que al menos quien la lleva se sienta totalmente juzgado y determinado por el contenido de la Escuela de comunidad.
La palabra «encuentro» es inevitable en cualquier comunicación que intentemos hacer, y es un encuentro aquél que se da con un sujeto cambiado.
Si quien lleva la Escuela de comunidad no está personalmente comprometido con ese trabajo, terminará por apegarse sólo a preocupaciones organizativas. Ninguno de nuestros actos puede ser ficticio, y lo es cuando salta por encima de la persona.
La Escuela de comunidad debe estar dictada por una mayor facilidad para adquirir el conocimiento de Cristo y la pasión por Él hasta llegar a la misión. Si la Escuela de comunidad no suscita misión es inútil. Inversamente, tomar iniciativas misioneras y crear obras que no partan de la Escuela de comunidad es artificioso. El horizonte de la Escuela de comunidad no es que guste a la gente, sino que genere misión.
Cuanto más vive uno la vida del movimiento más misionero es y, por lo tanto, más quiere profundizar en esa vida. Como modalidad debe prevalecer la que exalta la Escuela de comunidad en cuanto fe (reconocimiento de Cristo), caridad (amor a Cristo) y misión (testimonio de Cristo). En este sentido la misión es el test de la fe y del amor a Cristo y, por lo tanto, de la Escuela de comunidad.
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