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Huellas N.20, Noviembre 1990

CULTURA

Ratzinger en Rímini

L. Brunelli y A. Taglianini

La burocracia en la Iglesia, el peligro neopelagiano, su juicio acerca de Comu­nión y Liberación, los católicos y la política: la conferencia de prensa del carde­nal «desestabilizador».

El ciclón Ratzinger invadió las estructuras metálicas de la Feria de Rímini a las cinco de la tarde del día 1 de septiembre de 1990. Los primeros papeles que volaron por los aires, como consecuencia del torbellino provocado a su paso, fueron los clichés de los Grandes Normalizadores. Algo muy distinto que un superprefecto de la fe llegado al XI Meeting para la Amistad entre los Pueblos para ejercer funciones de policía. El verdadero subversivo fue él: el Gran Desestabilizador. Veintinue­ve folios escritos a máquina para enunciar una reforma de la Iglesia que, si se tomara en serio, lleva­ría a desmantelar buena parte de la actual burocracia eclesiástica. A todos los niveles. Pero, sobre todo, una revolución en la menta­lidad, en el modo de ser de la Iglesia. Con el fin de que la primacía la tenga la vida, es decir, la Gracia, lo que acontece de modo gratuito. Y no los fun­cionarios, los expertos y el moralismo de los nuevos pelagianos.
Acabada su intervención, el cardenal Joseph Ratzinger aceptó someterse durante cuarenta minu­tos al fuego a discreción de las preguntas de los periodistas. Y el ciclón volvió a soplar impetuosa­mente.
Esta es la transcripción de amplios fragmentos de esa confe­rencia de prensa.

Corriere de la Sera: Durante estos años el Meeting de Comu­nión y Liberación ha suscitado numerosas polémicas de carácter político. Creo que también ha provocado choques, discusión y polémicas en el interior de la Iglesia. ¿Qué opina Vd. de una manifestación como ésta y del movimiento que la promueve?
Naturalmente no puedo entrar aquí en una exposición completa de mi visión del movimiento o de la historia de este Meeting, entre otras cosas porque no conozco suficientemente los precedentes. Me limitaré a lo esencial de lo que pienso sobre estos puntos.
Respecto a las contradicciones, etcétera, creo que allí donde nace un debate realista y serio, en el que se afrontan los problemas reales de nuestro mundo y de la Iglesia de hoy, es inevitable que nazcan también contradicciones, dificultades e incluso errores. Es algo humano y diría, algo por lo que nadie debe sentirse ofendido aunque no se haya dicho nada válido. Donde realmente se traba­ja y se experimenta la vida de la Iglesia, se manifiestan a la vez los problemas de la Iglesia de hoy. Y sería peligroso eludir y esconder estos problemas como si no existieran.
El punto crucial es la disponi­bilidad par buscar juntos la ver­dad, tener confianza en la sinceri­dad y seriedad del otro, y estar dispuesto a corregirse en caso de error; y precisamente esto me parece un elemento muy positivo del Meeting, tal y como yo lo conozco: se habla, se discute con todo realismo de nuestra situa­ción, sin ocultar ninguno de nues­tros problemas. Y existe esa disponibilidad que decía para buscar, con el realismo necesario, las respuestas cristianas adecuadas para la situación, estando también dispuestos a corregir y a aprender realmente.
En cuanto al movimiento, para mí es una expresión de la vitali­dad de la Iglesia. No es algo organizado desde arriba, sino una Iglesia nacida precisamente de la fe vivida en la Iglesia. Tenemos necesidad de estas cosas, que no son resultado de una configura­ción abstracta previa, a la que después se busca dar un poco de vida, sino lo contrario: lo primero es la vida y después se busca la forma, la configuración jurídica, por así decir, de esta expresión de la vida. Por tanto, se trata de la vitalidad de una fe vivida, de la traducción de una fe profunda, en profunda sintonía con la fe de la Iglesia de todos los tiempos, en medio de la vida y la cultura de hoy. Y esto es siempre un experimento difícil, pero todavía más necesario. Por lo que conoz­co de la realidad de CL, voy viendo, que siempre existe esta profunda fe, esta voluntad profun­da de creer junto con la Iglesia real, y de buscar que esa fe se encarne, que se realice en los contextos actuales. Puede que a veces haya errores, pero ninguno de nosotros es infalible. Lo esen­cial es buscar, aprender, vivir en la comunión de la fe y seguir adelante con la Iglesia.

Gr 2: Uno de los eslóganes de esta edición del Meeting ha sido «la caridad se hace obra». ¿Cómo entiende una afirmación de este tipo?
Me parece que es sustancial­mente la misma postura de san Pablo, que habla de una fe ope­rante a través de la caridad. En la Escritura se intuye que la fe no es una postura ideológica, no es tener alguna idea sobre el mundo y sobre Dios, sino una actitud integral del hombre en su totali­dad, que implica una participación en la actitud fundamental de Cristo, el amor, y que se traduce necesariamente en actividad de ese amor por la Iglesia y por el mundo.

Il Sabato: ¿Puede explicar con algún ejemplo su frase de que «el error de Pelagio tiene hoy muchos más secuaces de los que parece a primera vista»?
Habría mucho que decir, y no querría yo entrar ahora en un debate sobre la filosofía y la ideología contemporáneas. Voso­tros habéis escrito algunas cosas válidas en ll Sabato, a las que también me he referido. Creo que, por una parte, tenemos el hecho, totalmente positivo, de una cierta revalorización de la moral como factor de la sociedad huma­na. Pero cuando esto se queda en un puro moralismo, se conviene en una autoconstrucción humana y se recae en errores que en definitiva no crean una moral verdadera, porque son arbitrarios, están expuestos a la arbitrariedad. Y me parece que hoy en la
Iglesia vivimos también la tenta­ción, humanamente comprensible, naturalmente, de querer hacernos entender donde no hay fe; y se cree que el puente entre la fe de la Iglesia y la mentalidad actual pudiera ser la moral. Todo el mundo ve, más o menos, que existe una necesidad de moral, y por eso se ofrece a la Iglesia como garantía de moralidad, como una institución de morali­dad, y no se tiene el coraje de presentar el Misterio. El Misterio no es accesible, piensan; omita­mos estas cosas oscuras y hable­mos de cosas comprensibles: hablemos de moral. De este modo se reduce el cristianismo y, como consecuencia, la moral tiene que ser reconstruida también. Este es el sentido en el que he querido aludir a la actual tentación cristia­na y católica de reducir el anun­cio cristiano a la moral, a causa de una reflexión comprensible pero equivocada, que a la postre está llevando a extenuar la misma moral.

TV polaca: Polonia y los otros países de Europa oriental se han abierto en gran medida a Occidente, encontrándose a la vez frente a los nuevos problemas que surgen del materialismo práctico que domina en los países occidentales. ¿Cómo cree Vd. que se puede luchar contra la secula­rización que nos inunda y el consumismo que intenta destruir los valores protegidos con un esfuerzo sobrehumano durante los tiempos de la prepotencia del comunismo basado en el materia­lismo teórico?
Es ésta una cuestión muy importante, que también preocupa al Santo Padre. Su Santidad ha decidido convocar el Sínodo europeo entre otras cosas precisa­mente para afrontar este profundo problema. Por una parte, el Este europeo tiene mucho que ofrecer­nos, por su experiencia de estos últimos cuarenta años, su lucha contra el materialismo ideológico del marxismo y la experiencia espiritual que se ha vivido en esa confrontación. Por otra, ahora se encuentra expuesto a la nueva tentación consistente en el mate­rialismo consumista y la arbitra­riedad moral, que en cierto senti­do puede llegar a ser aún más peligrosa.
¿Cómo hacer fecunda la expe­riencia de estos cuarenta años para afrontar el nuevo problema y encontrar juntos, Este y Oeste, las respuestas a los retos de hoy? Creo que tenemos necesidad de una profunda colaboración entre los cristianos del Este y del Oeste europeos. Una colaboración a todos los niveles, que incluya la formación universitaria y todos los sectores de la vida privada, para no perder el fruto de la lucha de estos cuarenta años y para renovar el impulso cristiano, tanto en el Este como en el Oes­te. Pero no me atrevería a res­ponder ahora a cuestiones particu­lares. Me parece que el primer paso debe ser esa colaboración, sobre todo en la Iglesia, pero también en la sociedad civil. Colaboración en todos los secto­res de la Iglesia. Precisamente los movimientos pueden ser un buen medio de esta colaboración, un buen instrumento para encontrar espuestas adecuadas.

II Giorno: Vd. ha dicho hoy que la Iglesia tendrá siempre necesidad de estructuras, pero que también estas estructuras pueden envejecer y obstaculizar la transmisión del mensaje evan­gélico. Puesto que en otras edi­ciones del Meeting, y también fuera de él, se ha polemizado con estructuras humanas de apoyo que ha adoptado históricamente la Iglesia italiana, como la Ac­ción Católica por ejemplo, u otras unidas a ella, quería pre­guntarle si es a estas estructuras a las que Vd. se refiere en lo concerniente a la situación italia­na.
Yo he querido ser más bien abierto en mis indicaciones, por­que no conozco bien todas las realidades de la Iglesia italiana. Cierto que llevo ocho años en Roma, pero Roma es un mundo muy particular, sobre todo la Curia, y por ello no puedo pre­tender conocer bien la situación de la iglesia en Italia. Así que ni he querido ni hubiera podido polemizar con la Iglesia en Italia, porque mi conocimiento de causa es insuficiente. No, yo quería decir que, por una parte, las estructuras son necesarias: por ejemplo, como Vd. ha apuntado, en los años 20 se creó ese instru­mento que es la Acción Católica; después del Concilio hemos crea­do muchas estructuras nuevas, y todavía hoy se crean muchos consejos a diversos niveles. Reco­nozco la utilidad, en su momento, de tales estructuras, pero a la par debemos ser conscientes de que esas estructuras no dejan de ser cosas secundarias, una ayuda para alcanzar el objetivo principal, y deben ser capaces eventualmente de desaparecer y de no pretender sustituir, por así decirlo, a la Iglesia. En este sentido, he solici­tado en mi conferencia un exa­men de conciencia, que bien podría extenderse también a la Curia romana, para que se valore si todos los dicasterios que exis­ten actualmente son necesarios.
Desde el Concilio hemos tenido ya dos reformas de la Curia, por lo que no se puede excluir una tercera. Pero sería demasiado cómodo decir: «enton­ces, reformad la Curia porque los demás estamos bien». Tenemos que pensar en todos los demás niveles. Por ejemplo, tenemos que pensar si todos los consejos crea­dos después del Concilio son verdaderamente útiles. Sé de algunas diócesis alemanas que han reducido algunos de estos consejos y unificado otros para facilitar su trabajo y reducir este «esqueleto» administrativo y burocrático. En definitiva, como ya he dicho, veo realmente este peligro: que, al ocuparnos tanto de nuestras propias estructuras, al final se olvida que el objeto de la Iglesia es la realización de la caridad en el mundo. Se convierten en algo que ya no correspon­de al su finalidad.

Radio popolare: Me ha pare­cido comprender por sus palabras que es necesario repensar tam­bién, en alguna medida, el papel de los movimientos eclesiales. ¿En qué sentido iría esa eventual «reformabilidad» de los movi­mientos?
No aludía directamente a los movimientos, ni tampoco a la Acción Católica. Yo me he referi­do a las estructuras que son más jurídicas que vitales. Puedo hablar con mayor conocimiento de causa sobre Alemania, gracias a mi experiencia como arzobispo de Munich. Hay algunas estructuras que existen casi sólo porque hay dinero, porque se pueden costear. Son estructuras que se crean como realidades jurídicas a las que, después, se intenta dar vida. Se trata, pues, de una perversión de los factores humanos; y produ­ce ese auto-ocuparse de la Iglesia consigo misma que le impide estar disponible para el testimo­nio. En cambio, los movimientos creo que son sustancialmente lo contrario de estructuras creadas primero como tales para que más tarde vivan: nacen de la vida, y después buscan, con dificultades incluso, una configuración jurídi­ca. Por eso, como creo que ya saben también ustedes los perio­distas, tengo simpatía por los movimientos precisamente a causa de esta prioridad. Comencemos por la vida y busquemos después cómo estructurarla; no empecemos por la estructura, para después darle vida. En este sentido, por consiguiente, lo que he dicho puede considerarse una toma de postura en favor de los movi­mientos. Naturalmente también ellos tienen sus problemas, preci­samente porque buscan, con su impulso vital, cómo insertarse en la vida de la Iglesia; pero pienso que tales dificultades son las dificultades características de la vida y, por tanto, son dificultades buenas y sanas. Con un poco de voluntad podemos encontrar solu­ciones, porque donde hay vida se encuentra también la fórmula jurídica, mientras que donde hay estructura no se encuentra necesariamente la vida.

Il Giornale: Se nota cierta desorientación en el mundo cató­lico italiano en su relación con la política. Muchos dicen que el partido que siempre ha represen­tado a los católicos está diluyén­dose, perdiendo su imagen, des­cristianizándose. En este momento de desintegración, de desorienta­ción, ¿tiene algo que decir a los católicos?, ¿cómo ve el debate que se está desarrollando sobre esta cuestión y que no se circuns­cribe sólo al ámbito italiano? Un pequeño apéndice: ¿es verdad, como se ha escrito, que Vd. in­tenta dejar su mandato en el plazo de los dos próximos años?
No veo una relación entre las dos preguntas. (Riéndose) El problema de mi retirada no creo que forme parte de la desintegra­ción de los partidos...
Bueno, puedo responder sólo en un ámbito europeo, porque, como Vd. comprenderá, para un extranjero es siempre difícil y peligroso entrar en la discusión interna de un país, y además creo que una injerencia de este tipo no sería bien recibida ni sería justa. Pero en el marco europeo encon­tramos también este problema de cómo deben expresarse los católi­cos en el mundo político, y creo que hay en ello dos aspectos importantes. Por una parte, la Iglesia no debe identificarse ja­más con un partido, y debe ser siempre objetivo e intención de la Iglesia encontrarse en un contexto político en el cual se pueda elegir entre distintos partidos. La Iglesia está abierta a distintas opciones políticas, porque la Iglesia no es un partido, no hace política como tal, aunque tenga la tarea de defender la conciencia humana y, por tanto, tenga algo que decir a la política, la cual tiene su aspec­to moral y debe tener un funda­mento moral. Este es el primer punto: buscar que exista un con­senso fundamental, al menos en la mayoría de los distintos parti­dos.
En cuanto al segundo punto, todo partido cristiano tiene naturalmente un responsabilidad parti­cular de trabajar por este consen­so. Desde el punto de vista de la Iglesia, lo que nos interesa princi­palmente no es tanto la política particular de un partido cristiano, aunque también nos interese, cuanto la contribución que este partido aporte a la formación de un consenso humano y cristiano en la sociedad. Un partido cristia­no, además de su intención de hacer presente la perspectiva cristiana en el mundo político, a través de sus opiniones, tiene, en mi opinión, una misión: trabajar por lograr un consenso que sobre­pase al propio partido; no apro­piarse, como si de algo exclusivo se tratara, de los valores cristia­nos, sino hacer comprender en el mundo político algunas orientacio­nes fundamentales. Pongo un ejemplo: la protección de la vida que va a nacer, de la persona que no ha nacido todavía, no debería ser propiedad sólo de los cristia­nos, sino que los políticos cristia­nos deberían trabajar, y creo que lo hacen, para hacer comprender también a los demás que se trata de un problema humano y no de un problema de partido. A noso­tros nos interesa que este instru­mento, el partido cristiano, actúe precisamente en el sentido de crear un consenso más amplio.
Respecto a la segunda cues­tión, es algo que dejo al Santo Padre, no me toca decidir a mí.

La Stampa: Me han produci­do curiosidad muchas de las cosas que ha dicho Vd. sobre Pelagio. ¿Cómo es posible que también dentro de la Iglesia se pueda correr el riesgo de pela­gianismo, es decir, de un plegar­se a los valores comunes?
Ah, lo encuentro muy com­prensible. Tampoco en el siglo V habría nacido el pelagianismo si no hubiese gozado de cierta evi­dencia fácil y si no hubiera con­tenido también su partícula de verdad. Ahora sería demasiado largo entrar en los detalles del siglo de san Agustín, aunque sería muy interesante ver por qué Pelagio, en su vida monástica (como después Juliano de Eclano en su vida como obispo diocesa­no de la Italia meridional), tenía dificultades con la postura de san Agustín y cómo, aun defendiendo también elementos defendibles, al final olvidó que el hombre no se construye a sí mismo con una moralidad completa en sí misma. Por el contrario, pierde el sentido del Misterio, perdiéndose el per­dón y el realismo de su propia vida. Se trata de un debate encar­nizado y muy difícil en el siglo de san Agustín.
En cierta medida, las situacio­nes pueden compararse: nosotros vivimos hoy en un mundo que se está volviendo pagano, podríamos decir, donde el misterio resulta difícilmente accesible para una actitud racionalista y tecnicista que, dada su evidente necesidad, puede incluso aceptar leyes mora­les, normas morales, pero que no puede ni siquiera comprender que existe la expiación, que hay Uno que puede perdonar, y que de este modo puede reconstruir la integridad de nuestra vida, algo imposible para nosotros solos. En una palabra, hacer accesible este factor nuevo que entra con el perdón en nuestra vida es una cosa difícil, mientras que es bas­tante fácil decir una palabra mo­ral a la humanidad de hoy. Por eso es necesario volver a abrir el horizonte del Misterio y hacer comprender que sólo así se re­construyen las evidencias huma­nas para todos.
Como hemos visto en la dis­cusión sobre el aborto, ésta es la gran misión de la iglesia hoy. Pero esto no puede realizarse sin un testimonio vivido, en el cual, a través de la vida que se lleva, comienza a hacerse algo visible la realidad de esa dimensión del Misterio, del perdón. Si nos que­ damos en un nivel puramente intelectual, cosa que es la gran tentación de un mundo intelectua­lizado en el que falta experiencia de fe, entonces resulta normal ser pelagiano. Si no recupera la di­mensión vital, que se realiza en una comunión como ésta... la teología se pierde en intelectualismo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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