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Huellas N.20, Noviembre 1990

PALABRA DEL PAPA

Tras las ruinas de la Torre de Babel

Luigi Negri y Mercedes Gómez

Comenzamos, a partir de este número, una nueva sección en nuestra revista dedicada a seguir de manera sintética el magisterio vivo del Vicario de Cristo. No vamos a ofrecer documentos íntegros, servicio que ya dan algunas revistas católicas, sino breves extractos subrayados por nosotros de sus textos y discursos más recientes. Con ello pretendemos facilitar el seguimiento de los pasos fundamen­tales de su conducción de la Iglesia.
Indicaciones para la construcción de la unidad europea desde Checoslovaquia.


El Presidente de la República Checoslovaca Havel, al acoger el pasado mes de abril al Papa Juan Pablo II como «mensajero de la paz, del diálogo, de la tolerancia recíproca, de la estima y de la pacífica comprensión, anunciador de la unidad fraterna en la diver­sidad», habló de milagro.
Con todo su magisterio en tierras checoslovacas, el Papa dio nombre al milagro: el milagro en el mundo es la fe en Cristo, es el pueblo de cuantos le confiesan, con coraje y alegría, en las diver­sas -y a veces trágicas- cir­cunstancias de la vida, de la sociedad y de la historia.
La tierra checoslovaca ha albergado este milagro durante los últimos decenios, en condiciones especialmente duras: en la fideli­dad a Cristo y a su Iglesia, el pueblo de los creyentes ha pasado por innumerables sufrimientos y ahora está dispuesto a encarnar la fe en modos y formas nuevas. «El Papa viene para rendir home­naje a todo vuestro sufrimiento, para escucharos, para reconocer públicamente el valor del testimo­nio de vuestra Iglesia y para daros las gracias».
Este pueblo cristiano, templa­do en la fe, la caridad, puede ser ahora protagonista de la nueva historia de la sociedad checoslo­vaca: el ansia misionera lo lanza a invadir toda la realidad con su presencia introduciendo en la sociedad un factor dinámico y constructivo.
Una construcción que aborda con realismo el camino hacia la creación de una Europa unida, en la verdad y en la paz laboriosa, liberada finalmente del asedio inhumano de las ideologías y del poder.
El gran don de la fe al hom­bre y a la sociedad aparece hoy como ayer, en la palabra más conmovedora y dramática de la historia: libertad.

EL PAPA ERA LA VOZ DE LA IGLESIA DEL SILENCIO
Hace algunos momentos he besado con afecto y respeto el suelo bohemio. Ha sido un beso de fraternidad, de paz y de recon­ciliación. Los fieles de Bohemia, de Moravia y de Eslovaquia tienen un pastor en Roma que comprende su lengua. Pero no menos que ésta comprendía su silencio.
Cuando en este país la Iglesia era una Iglesia del silencio, él consideraba parte de su misión ser su voz. Ahora mi primera tarea con esta Iglesia local es la que Jesús confió a Pedro: confir­mar en la fe a los hermanos.
En este país, la Iglesia no es ni rica ni poderosa según los criterios del mundo. Es fuerte, sin embargo, por su fe, una fe pro­fundizada y purificada por el largo sufrimiento.
Deseo invitar a los fieles de este país a ayudar, con la fuer­za de su fe, a la sociedad entera a superar sus sufrimientos y sus problemas y a encaminarse decididamente por el camino de la libertad.
La vida de las naciones de europa central y oriental ha esta­do paralizada hasta ahora en muchos aspectos a causa de la violenta aplicación a ella de una ideología materialista que no correspondía con sus tradiciones espirituales ni con las exigencias del presente en vísperas de un nuevo milenio. Estas naciones necesitan reponerse y renovarse, no sólo en el ámbito político y económico, sino también en el espiritual y moral.
(Saludo a las autoridades)

VUESTRA LIBERTAD NACE DE LA FIDELI­DAD A CRISTO
Os encontráis ahora al co­mienzo de una gran obra de renovación. También forma parte de ella un examen atento al pe­ríodo que habéis atravesado, para evaluar los resultados y extraer de ello las consecuencias oportunas. Se os llamaba «Iglesia del silen­cio». Pero el vuestro no fue el silencio del sueño o de la muerte. En el orden del Espíritu el silen­cio es el estado en el que nacen los valores más preciosos.
Construid ahora el templo de la vida libre de vuestra Iglesia, no volviendo simplemente a lo que erais antes de que os fuera limitada la libertad: construidlo sobre la base de lo que habéis madurado durante los años de prueba.
Mi recuerdo respetuoso y agradecimiento se dirigen a cuan­tos, estén presentes o ausentes, vivos o difuntos, han sufrido por la fe en las prisiones, en los campos de concentración o en el exilio, sufriendo afrentas de todo tipo.
Vuestra victoria tiene sus orígenes en el corazón de vues­tros sufrimientos. Vuestra victo­ria es fruto de vuestra fidelidad, que es un importante aspecto de la fe. Vuestra fidelidad ha sido la respuesta a la fidelidad de Aquél que os llamó a la fe y que os ha llamado a la libertad, asegurando que no os dejaría nunca solos. De esta fidelidad ha nacido vuestra liberación. No os ha sido dada desde fuera, ha nacido de vuestro interior, de la cruz enraizada en vuestra vida.
(Encuentro con el clero y los laicos)

RECONSTRUIR LA VIDA ESPIRITUAL DESPUÉS DE LA CAIDA DE LA TORRE DE BABEL
Cuando pronuncio la espléndi­da palabra libertad, lo hago con todo el amor y con todo el fervor de mi corazón. La pronuncio como profesión de mi fe en el hombre y en su dignidad. La pronuncio con sentido de sincera solidaridad hacía todos aquéllos a quienes les ha sido negada duran­te tanto tiempo. La pronuncio con toda la seriedad de mi ministerio como Heraldo del Evangelio y Pastor de la Iglesia. Ya en mi primera encíclica Redemptor Hominis expresé la convicción de que la Iglesia debe convertirse cada vez más en guardiana y defensora de la libertad, ya que en ésta consiste la condición para el ejercicio de una dignidad real de la persona humana. La Iglesia debe anunciar a Cristo «como Aquél que trae al hombre la libertad que nace de la verdad, como Aquél que libera al hombre de lo que limita, merma y casi deshace en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su cora­zón, en su conciencia, esta liber­tad» (n. 12).
La Europa unida ya no es solamente un sueño, no es un recuerdo utópico de la Edad Media. Los hechos de los que somos testigos muestran que esta meta es concretamente alcanzable. Europa, agitada profundamente por las guerras y herida por las divisiones que han minado en ella un desarrollo libre, busca una nueva unidad.
Este proceso no es ni puede ser un acontecimiento sólo políti­co y económico; tiene una pro­funda dimensión cultural, espiri­tual y moral. La unidad cultural de Europa vive en y de culturas diversas, que mutuamente se compenetran y enriquecen. Esta particularidad caracteriza la origi­nalidad y la autonomía de la vida de nuestro continente. La búsque­da de la identidad europea nos conduce a sus fuentes.
Si la memoria histórica de Europa no alcanza más allá de los ideales de la Ilustración, su nueva unidad tendrá fundamen­tos superficiales e inestables. El cristianismo, traído a este conti­nente por los Apóstoles y llevado a penetrar en sus varias partes por la acción de los Benito, Ciri­lo, Metodio, Adalberto y una innumerable lista de santos, está en las raíces mismas de la cultura europea. ¡El proceso hacia una nueva unidad de Europa no podrá dejarlo de tener en cuenta!
Vosotros, jóvenes, habéis sido durante largo tiempo testigos del intento de eliminar de vuestra cultura, de vuestra vida y de vuestro futuro la dimensión espi­ritual y religiosa. Pues bien, si ese intento hubiese triunfado y os hubierais vuelto sordos y ciegos a valores como la fe, la Biblia o la Iglesia, vosotros mismos os ha­bríais convertido en extranjeros en vuestra propia tierra. Sobre todo, habríais perdido la fuente de la inspiración y de la energía moral para resolver numerosos problemas candentes del hoy y para construir la civilización del
mañana. Tal civilización no puede apoyarse en una visión reducida del hombre, como la materialista, ni en una interpretación unilate­ralmente espiritualista, como la oriental. Es necesario volver a una visión integral que conside­re al hombre en todas sus di­mensiones: espiritual y material, moral y religiosa, social y ecoló­gica.Gracias a Dios aquel intento no sólo ha fracasado, sino que ha producido resultados opuestos a los previstos por sus promotores. Jóvenes de este país, como fruto de los sufrimientos de vues­tra nación, ¡conservad la sed de los valores espirituales! ¡Conser­vad el coraje de buscar la verdad y el sentido de la vida más allá de los confines que el materialis­mo, como ideología o como pra­xis de una vida consumista, quie­re imponer!
En el corazón de todo mate­rialismo está el miedo. El miedo al vacío que queda si el hombre es privado del auténtico sentido de su vida. Por esto los sistemas políticos basados en el materialis­mo se alimentan y se conservan mediante el miedo.
Vosotros habéis vencido al miedo. Habéis descubierto una nueva confianza, un nuevo coraje para vivir la vida en la verdad, una vida que alcanza los valores espirituales.
Sin el sentido de lo trascen­dental, cualquier tipo de cultura se queda en un fragmento infor­me, como la inacabada Torre de Babel... Nos encontramos hoy ante las ruinas de una de las muchas torres de Babel de la historia humana. El edificio que se ha intentado construir en los últimos decenios carecía de dimensión trascendental, carecía de profundi­dad espiritual. Todo esfuerzo por construir la sociedad, la cultura, la unidad de los hombres y su fraternidad sobre la base del rechazo de la dimensión trascen­dente crea, como en Babel, divi­sión en los espíritus y confusión de lenguas.
Hoy, en cambio, es necesario buscar un lenguaje común y una nueva comprensión, destruyendo todos los muros que separan a los hombres y a las naciones, movili­zando todas las fuerzas espiritua­les y morales para la vida del tercer milenio.
Jóvenes de esta Tierra, desa­rrollad este lenguaje común, re­forzad aún más la dimensión trascendente de la vida, recoged con confianza los frutos del diálo­go entre cultura y fe.
(A los estudiantes y hombres de cultura)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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