Otoño. Retomamos el curso más habitual de las cosas. Porque el verano también es habitual. Y las vacaciones, los viajes, el descanso, la playa..., no son menos habituales que el colegio, el trabajo, la calle o la universidad. «Habitual» es, en el lenguaje corriente de la cultura de este mundo dividido, casi sinónimo de aburrido, sin significado, obligado pero no querido, carente de novedad. Lo habitual «se aguanta» en la vida mientras se espera que acontezca algo excepcional. Se tolera, quizá, pero no se ama, no se goza, no se cuida.
Y no podría ser, razonablemente, de otro modo... si el Significado de las cosas no se hubiera hecho de algún modo tangible entre nosotros y en nosotros. Su Presencia «aquí y ahora» es la única fuente permanente de novedad capaz de transformar lo cotidiano, lo normal, lo habitual. Para hacer de cada una de las cosas, de los lugares, de las horas, de los rostros, parte de una historia grande: la historia del crecimiento de nuestra libertad, del arraigo de la libertad en el mundo. Y para dotar de ese modo a todo de esperanza, la única que no desilusiona.
En compañía de esa Presencia retomamos el curso. Y lo hacemos llenos del recuerdo de un verano cargado de gestos cada vez más vivos, más prometedores, más decididamente centrados en aprender a vivir en la memoria de lo que nos ha ocurrido todas las dimensiones y los momentos de nuestra vida. Un buen puñado de testimonios dan fe de ello en las páginas de este número.
Queremos retomar el curso con la pasión renovada por descubrir y profundizar cada vez más en la naturaleza de la experiencia que el movimiento vive: «Rodeados de una nube de testigos» y en medio de «un temblor de petición» para que Él se manifieste en nuestra vida y, a través de nosotros, al mundo que nos rodea. Contentos de haber sido llamados para la misión que llena de sentido el trabajo humano: anunciar a Cristo, reflejar Su presencia en la carne de la comunión eclesial, mostrar la novedad humana que brota constantemente, «habitualmente», de una relación real, no imaginaria ni sentimental, con Él.
Pues, para nosotros, en el estudio y el trabajo, la acción sindical y política, la tarea cultural y educativa, la asistencia social o la expresión artística, vivir el misterio de la Iglesia y servirle es «todo». No un «todo» para resumir y terminar, sino un «todo» para comenzar y continuar: «todo» lo que nos interesa.
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