Apuntes de una conversación de Luigi Giussani con un grupo de los Memores Domini
MILÁN, 17 DE JUNIO DE 1993
Apertura
¿Os ha hablado alguna vez Coki de la responsabilidad personal?
Sí, a menudo.
Pero el método, el método práctico con el que vive la casa, ¿favorece o no vuestra responsabilidad personal? ¡Humm…! Venga, vamos.
Hoy comentamos «El “poder” del laico, es decir, del cristiano».
Quisiera preguntar acerca de la relación que hay entre sentido religioso y fe. A la pregunta: «Su propuesta pedagógica parte del sentido religioso del hombre, ¿es así?», respondes: «El corazón de nuestra propuesta es más bien el anuncio de un acontecimiento que sorprende a los hombres del mismo modo en que, hace dos mil años, el anuncio de los ángeles en Belén sorprendió a los pobres pastores. Un acontecimiento que acaece, antes de toda otra consideración, y que afecta tanto al hombre religioso como al no religioso»1. Y más adelante, a la pregunta de cuál es «el itinerario educativo de la fe que propone a su movimiento», respondes: «Ante todo - digámoslo de nuevo - la gracia de un encuentro […]. En segundo lugar, suscitar la experiencia de la identidad, de la correspondencia, que hay entre el contenido de este encuentro y el sentido religioso»2. Quería preguntar si el encuentro potencia el sentido religioso, porque siempre decimos que es el sentido religioso lo que nos defiende del poder y que hay que salvaguardar el sentido religioso.
Confundes dos problemas.
En primer lugar, te has fijado en el punto más importante de la entrevista, porque, en el mundo moderno, la dialéctica dramática que se desarrolla en el ámbito del sentido religioso, o de la experiencia religiosa, consiste precisamente en esto: al estar cada hombre gobernado por el corazón, es decir, por el sentido religioso, pueden darse muchos desarrollos, múltiples intuiciones y construcciones, y todas son buenas - como dice el segundo volumen de la escuela de comunidad3 -, porque el sentido religioso es el valor propio del hombre. En todos los hombres existe el sentido religioso, pero cada hombre, cada individuo, desarrolla la conciencia de este sentimiento religioso según su temperamento, su historia personal, su carácter, y conforme a determinados factores que le afectan. Sobre el sentimiento religioso pueden construirse muchas fábulas, pero ninguna diferencia entre ellas anula el valor que al final poseen todas, y que es precisamente el del sentido religioso. En todas estas fábulas se afirma el valor del sentimiento religioso.
El ecumenismo, tal como se entiende ahora, se basa completamente en esta observación; incluso en su traducción pseudocatólica que ha prevalecido entre muchos teólogos del Concilio Vaticano II y, sobre todo, en la teología posterior al Concilio. En la “versión católica” este - ¿cómo llamarlo? - pantheon de fábulas construidas sobre el sentimiento religioso (¿os acordáis de la llanura con todos los hombres que tratan de construir un puente para llegar al Misterio4?), este pantheon de construcciones levantadas a partir del sentimiento religioso recibió en un momento determinado también el acontecimiento de Cristo o, mejor dicho, la revelación de Cristo. Y se ha llegado a interpretar la afirmación de que «Cristo es el centro del cosmos y de la historia» del siguiente modo: si Cristo es el centro del cosmos y de la historia, está dentro de todo; por lo tanto, dicen, todo está bien, todo es bueno, porque por doquier está Cristo y cualquier postura que el hombre adopte es buena. Confirmando de este modo, con una falsa interpretación, la barahúnda de todas las fábulas anteriores: esta es la postura característica de Karl Rahner, que ha propuesto una interpretación equívoca, a su vez generadora de todos los equívocos posteriores al Concilio. El cardenal König, que recientemente parece haber cambiado de idea5, introdujo el Concilio Vaticano II con el llamado discurso “cristocéntrico”, es decir, la afirmación de Cristo como centro del cosmos y de la historia, pero “falazmente” centro: centro en el sentido de identificar el contenido del sentido religioso con Dios hecho carne. Una identificación por la cual, si Dios hecho carne coincide con el sentido religioso, está dentro de todos los hombres y en todas sus expresiones.
La pregunta era: «¿Basa usted su educación en el sentimiento religioso?». Si basara mi educación en el sentimiento religioso, podría obtener cualquier desenlace de mi acción educativa, podría darle cualquier forma, y todo sería cristiano. Cualquier forma, incluso la más contradictoria, sería cristiana, porque todas las expresiones del sentido religioso son buenas, son cristianas: ¡todas las religiones serían cristianas!
No se entiende demasiado, ¿verdad?
Sí, se entiende.
No, yo no lo entiendo muy bien.
Partir del encuentro, no del sentido religioso
La pregunta de la entrevista es: «¿Parte usted del sentido religioso para su propuesta pedagógica?». Yo he dicho que no. ¿Por qué no?
Es innegable que nosotros, en el primer volumen del “Curso Básico de Cristianismo”6, empezamos con el sentido religioso. Es más, si hemos tenido una característica es la de haber entrado en la cultura contemporánea - incluso cristiana y católica - planteando la cuestión del sentido religioso.
Después explicaré en qué sentido ella ha superpuesto dos problemas.
No parto del sentido religioso, porque si partiera de él, debería admitir que todas las construcciones que nazcan del sentido religioso serían buenas, todas verdaderas. Si luego interviene en el mundo, de alguna manera, la noticia, verdadera o fantástica, de que Dios se hizo hombre - nació, fue niño, creció en el seno de una mujer, es el centro del cosmos y de la historia, y constituye el corazón de todos los hombres -, entonces este Cristo coincide con el sentido religioso: este sentido religioso, este sentido religioso general, que es común a todos los hombres, coincide con Jesucristo, se llamaría Jesucristo. Todo lo que se construya a partir de ahí - el denominado gnosticismo, tiene sus cimientos aquí, ¿no? - sería algo verdadero, bueno, justo, porque el sentido religioso es siempre bueno, es la naturaleza original del hombre.
Se trata de la verdadera eliminación de Cristo como hecho histórico irrepetible e incomparable, sin precedentes, sin posibilidad de antecedentes, que no es consecuencia de factores anteriores, como dice el texto «En camino»7.
Cristo es un hecho histórico…
En cambio, nosotros construimos nuestra educación precisamente sobre esta base: diciendo que el sentido religioso sería muy frágil si Dios, el Misterio, no se hubiera encarnado y en aquella gran plaza del mundo8 no hubiera gritado: «Yo soy el camino hacia el destino, porque yo soy el destino». El sentido religioso sería frágil (de hecho, ni siquiera se comprende, es oscuro y confuso, está cubierto de niebla, da pie a una barahúnda de construcciones) si “este hombre”, que comía, bebía, dormía, velaba, al que mataron y resucitó, no hubiese venido y no hubiese pretendido identificarse con lo divino, con el destino del hombre, con el verdadero objeto del sentido religioso.
…que revela y aclara el sentido religioso
Al fin y al cabo, el objeto del sentido religioso es el Misterio insondable.
Por tanto, que el hombre razone sobre ello de modo que llegue a tener mil pensamientos distintos es comprensible. Sin embargo, la verdad es una, sólo que el hombre no la puede alcanzar.
Entonces el Misterio se hizo hombre, se encarnó en un hombre que se movía con las piernas, comía con la boca, lloraba con los ojos, murió y resucitó: este es el verdadero objeto del sentido religioso. Por tanto, al descubrir a Cristo como un hecho histórico, se me revela, se me aclara de modo grandioso también el sentido religioso.
¿Por qué el libro sobre el sentido religioso lo hemos escrito nosotros y no un protestante o un budista? ¿Por qué ellos no lo podrían escribir? Porque nosotros hemos encontrado a Jesús y, mirándole y escuchándole, hemos comprendido qué es lo que había dentro de nosotros: «Quien Te conoce, se conoce a sí mismo», decía san Agustín9.
Esta es la primera respuesta.
Falta la segunda. Me preguntas: «¿Por qué comienzas negando el sentido religioso como punto de partida, cuando toda nuestra educación se basa en el sentido religioso?». Porque para conocer el sentido religioso y para desarrollarlo, hemos tenido que encontrar a alguien: sin este maestro no nos hubiéramos comprendido. Por eso, puedo decirle a Cristo: «Tú eres verdaderamente yo». «Tú eres yo» se lo puedo decir precisamente porque, al escucharle, me he comprendido a mí mismo. Mientras que quien trata de comprenderse reflexionando sobre sí mismo, se pierde en mil sendas, en mil ideas, en mil imágenes.
Mientras que al que dice: «Pero, ¿qué significa que Cristo es todo en todos?», respondes en la página 5410, en la que dices que el poder del Resucitado se manifiesta según los designios del Padre y que nosotros estamos llamados a anticipar ese momento mediante la petición «¡Ven, Señor Jesús!».
«Cristo es todo en todos»11 es una fórmula para indicar la variedad de los modos con que el misterio del Padre hace que el hombre conozca quién es Cristo. Muchos lo conocerán sólo al final, tendrán que esperar hasta el final de su vida. Y no es seguro que sean más los que lo conocen hoy que los que lo conocían ayer. Acordaos de cómo describe Soloviev el fin del mundo: el Anticristo llega para matar a los últimos cristianos, pero aparece Cristo y lo derrota12. Precisamente este punto marca la diferencia entre nosotros y la teología que domina hoy.
Vamos a ver, Zaqueo13 podía ser un ateo empedernido, cínico. Por curiosidad se había subido a un árbol para verle. Cuando oyó decir: «Zaqueo», cuando sintió que le llamaba «Zaqueo» de aquella manera, se “derrumbó”. Entonces, empezó a comprender quién era él mismo. ¿Comprendes? Es un encuentro.
El encuentro cristiano saca a relucir la que debería ser la primera verdad sobre el mundo. El primer encuentro, en sí, debería ser la creación: si nacieras ahora con la conciencia de los veinte años, el asombro que experimentarías ante la realidad sería el encuentro con el ser. Annamaria, ¿has leído el ejemplo?14 Imagínate que sales del vientre de tu madre con la conciencia que tienes a los veinte años: apenas abres los ojos, eso que se llama ser, la realidad, te deja estupefacta. Este es un encuentro, el primer encuentro. Todos viven sin el estupor de este primer encuentro, como si fuera algo obvio; y por eso, también gozan menos de la naturaleza, gozan menos del tiempo y del espacio, gozan menos de la realidad.
Quisiera preguntar sobre lo que nos decías la semana pasada. ¿Te acuerdas? Decías que la persona crea la compañía a partir de su relación con Cristo; la compañía no es tanto el lugar donde Cristo alcanza el yo…15 No tiene mucho que ver, pero tiene alguna relación con lo que escribes aquí.
Sí, pero como todo tiene que ver con lo que decimos, dejemos fuera lo que tiene que ver menos. Si no, otra podría decirme: «Perdone, esa rama de la higuera tiene una protuberancia al final: ¿qué tiene que ver Jesús con esta protuberancia?». Venga.
En nuestro retiro, decías que muchas veces la vocación todavía no es un modo nuevo de relacionarse con la realidad, aún no es el modo de implicarnos en la humanidad de Cristo16. Me lo ha recordado cuando en la entrevista, a la pregunta «¿De qué deriva, según usted, esta insistencia en un poder que pide la “democratización” de la Iglesia […]?», respondes: «De la pérdida y el olvido global de la novedad del acontecimiento cristiano»17. ¿Esta pérdida tiene que ver con un cierto modo de vivir la vocación?
Claro que sí. Alguien que para juzgar la experiencia cristiana parte de la cantidad de poder que ésta le proporciona - eclesiástico o político, así o asá, no me interesa cuál -, alguien que para valorar el hecho cristiano parte del poder que éste da, es alguien que estima el poder, no el hecho cristiano. Estimaría el poder. Entonces, tal vez le convendría irse con los que tienen la mayoría en el parlamento, con De Gaulle, o también con las logias masonas inglesas. La pérfida Albión… (¡perdona, Mandy!)
¡He nacido en América!
Ah, bueno. Mandy, tú eres lo contrario de la perfidia.
Estiman el poder y no el hecho cristiano. Mientras que el hecho cristiano revela su verdad y amplitud precisamente en lo que nosotros llamamos ‘vocación’. En la vocación el hecho cristiano demuestra su poder, el poder que tiene sobre el mundo: el poder que tiene sobre el mundo es el de revelar a Cristo, el de dar testimonio de Cristo. La mayor fuerza que hay en el mundo es la que anticipa el fin del mundo, ¿no? El fin del mundo será la revelación total de la gloria de Cristo. Vivir la gloria de Cristo hoy, revelar la gloria de Cristo hoy, dar testimonio de Cristo hoy: este es el poder que tenemos sobre el tiempo presente, esta es la fuerza de hoy, la grandeza de hoy.
Ecumenismo equívoco
Pero, es impresionante que después de cuarenta años de vida de nuestro Movimiento… Mirad que utilizaba estas mismas palabras ya en las primeras clases. Más aún, cuando era profesor en la universidad, todos los años dedicaba la primera hora de clase a estos temas. Decía: «Lo más importante que hay en el hombre es el sentido religioso, porque coincide con su razón; con ello el hombre juzga todo y mediante ello puede convertirse en amo de todo. Pero, ¿por qué llamo “sentido religioso” a la razón? Por motivos que ahora os explicaré. ¿Cómo he llegado a comprenderlo? Os explico el sentido religioso como yo lo veo. Lo veo como Cristo me ha permitido verlo. Si antes no hubiera conocido a Cristo, no enseñaría estas cosas». Entonces, lo más importante en que apoyarnos para construir y lo que nos construye, no es el sentido religioso, sino el encuentro con Cristo. El ecumenismo actual, que basa sus argumentaciones en que todas las religiones son similares, todas las expresiones religiosas se equivalen, todo expresión del corazón del hombre tiene el mismo valor, olvida simplemente que Dios nació niño, se encarnó en un hombre y que seguir a este hombre es el modo para comprender qué es el corazón humano, qué es el sentido religioso, que es la razón, qué es el destino, qué es todo.
Pero lo más impresionante es que, después de cuarenta años, haya también jefes de nuestro movimiento que no lo comprenden. Están tan lejos de comprender que, como tienen que gobernar u ordenar a las masas que forman las comunidades, las ordenan según sus pensamientos y, sobre todo, según sus sentimientos, según sus preferencias, en el peor sentido del término; y así destrozan todo y desperdician la energía que tanto costó a los que les precedieron hace cinco, diez años (¡a quien se llevó las palizas!)18. Hay que ser implacables con esa gente, con los que sustituyen el proyecto que dicen haber encontrado, el proyecto cristiano en nombre del cual se mueven, por su propio proyecto. Hay que ser intransigentes, no hay que tolerar ningún equívoco.
Esta semana me he alegrado mucho al leer la entrevista. Pensaba en lo que dice usted al principio: «¿Qué es el cristianismo sino el advenimiento de un hombre nuevo que por su naturaleza se convierte en un protagonista nuevo sobre el escenario del mundo?»19. Es como si hubiese entendido por primera vez que lo importante en mi vida es que yo sea este protagonista, este hombre nuevo.
Es cierto.
Para dar testimonio de Cristo.
El único valor de la vida es ser este protagonista, es convertirse en este protagonista, ser protagonista del mundo nuevo, de un mundo donde se reconoce que Dios se hizo hombre y, siguiéndole, el hombre se salva: se comprende quién es el hombre, se consigue caminar más y, si alguien se equivoca, es perdonado (que son las tres cosas importantes).
Quería preguntarle: ¿qué me puede ayudar en esta búsqueda?
Desde luego, no ir a baquetear con los jefes del Movimiento, como se solía y se suele hacer. Lo que te ayuda es una cierta rebelión contra la formalidad, una rebelión necesaria contra el formalismo. No nos podemos permitir el formalismo. Tres cosas son indispensables para no ser formalistas a la hora de afrontar la llamada a ser protagonistas en el mundo: ante todo, que Dios se hizo carne; en segundo lugar, que para afirmar, para liberar al hombre - para hacerlo capaz de un conocimiento y amor verdaderos, propios del hombre verdadero (¡verdadero!) - Él murió, murió en la cruz (el sacrificio, el clavo); y tercero, que resucitó. No resucitó en el más allá. Resucitó aquí. Por eso, la resurrección cambia el modo de ver y experimentar, cambia la experiencia humana haciéndola más gozosa. En la aventura del hombre que es criatura, la resurrección de Cristo se documenta en un cuerpo que Lo hace presente de manera que se puede ver y utilizar. Y la dicha - como dice una de las setenta y cuatro preguntas que incluía Litterae Communionis20 - es un anticipo de la felicidad.
Pero no he respondido a tu pregunta, perdona. ¿Qué decías?
Preguntaba qué me puede ayudar, porque comprendo que el acontecimiento del hombre nuevo no depende de mi capacidad.
La compañía de Cristo en tu vida
Esta es una observación capital. La primera característica del hombre nuevo es que le resulta evidente que no se hace a sí mismo, no es él quien se da la fuerza, no es él quien tiene el valor, la energía, la lucidez: todo esto le es dado. ¿Quién se lo da? El compañero de camino que está a su lado.
Este compañero de camino es al que miraban Juan y Andrés21 y que se encarna a lo largo del tiempo - porque está con nosotros hasta el final de los siglos22 - en la compañía de los que lo reconocen como yo lo reconozco, a los que se ha dado a conocer como se me ha dado a conocer a mí. Por eso, este compañero es la compañía.
Y esto, Cecca, no contradice lo que decíamos la última vez. Para que esta compañía dilate realmente la presencia de Cristo como compañero de tu vida, ¡piensa en qué cambio debe producirse en ti para superar la reacción ante lo que te sucede, la apariencia! Lo que ves son caras efímeras e impotencias peores quizá que las tuyas, fastidiosas; no puedes fiarte o te puedes fiar hasta cierto punto. En cambio, piensa de cuánta energía debes hacer gala, con cuánta fe debes adherirte al hecho de que esta gente - que viene de lugares bien conocidos - no está a tu lado porque lo haya elegido ni porque venga de estos lugares bien conocidos, sino porque representa, es decir, porque es signo, signo representativo de “esa persona” que te está acompañando y que asume la forma de tus compañeras. ¡Piensa en el trabajo que te cuesta traducir esta compañía en signo de Cristo!
Y esta es una responsabilidad en la que nadie puede sustituir a nadie: puede ser que entre vosotras una sola lo reconozca, y las demás no; para esta única persona, vosotras representáis realmente, recordáis, sois, la presencia de Cristo, para las demás, no. Para que tú lo reconozcas en estas presencias no hace falta, no es necesario que todas estas presencias lo reconozcan. Y si nadie lo reconoce, pues necesitas más fuerza para reconocerlo.
Cuando entré en la primera clase del Liceo Berchet, nadie pensaba que la gente que estaba sentada en los pupitres podía ser signo de la presencia de Cristo, real. Cristo estaba presente, estaba presente para Pigi23, que ocupaba el segundo banco de esta clase y que ahora sigue en Brasil; para él Cristo estaba presente mediante sus compañeros y yo: sin embargo, para él este era el último pensamiento. Luego, al final del curso, uno, dos, tres, cuatro comenzaron a comprender. ¿A comprender? Comenzaron a comprender.
La mirada de la fe
¡Cómo sería un grupo formado por personas conscientes de esto…! Para ser conscientes, no hay que abandonar las demás actividades de la vida, sustituyéndolas por este pensamiento, pero este pensamiento da forma al modo de vivir todas las relaciones de la vida. «Cristo es todo en todos» no quiere decir que deba desaparecer tu cabello, tu nariz, tus dientes, tus orejas, ni tus ojos. Nada debe desaparecer. «Cristo es todo en todos» indica el significado, el valor de la realidad del otro, que la mirada de tu fe reconoce: es como si traspasara al otro y describiera lo que sostiene todo.
Por tanto, respondiendo definitivamente a la pregunta de Cristina: para recibir ayuda hay que pedirla. La han pedido durante miles de años. Los Judíos son una nación única en el mundo que durante miles de años le ha pedido al Misterio que se cumpliera la promesa y, cuando la promesa llegó, no se dieron cuenta. ¿Entiendes? Hay que pedirlo. Hoy Anna, que nunca viene a verme sin expresar un pensamiento extraordinario, me dijo lo que estamos diciendo ahora pero de un modo más tajante y breve: «El límite cierra [Teresa es Teresa], mientras que hay una mirada que abate este límite y ve algo distinto [Teresa no es pretexto para algo distinto, pero la verdad de Teresa es algo distinto]». Entonces, se comprende por qué una persona está tan llena de encanto y atractivo; se comprende de dónde nace el atractivo, de dónde nace la seguridad, la seguridad de la confianza. Nace “más allá”: es la mirada que ve, la mirada de la fe, les yeux de la foi24.
Mas este cambio se paga con la cruz, con el clavo.
¿Porque hoy dices ‘clavo’?
¡Clavo!
¿Te gusta?
¿Me gusta? Se trata de clavos, ¿no?
Sí.
La palabra ‘renuncia’ es equívoca, ‘clavo’ no: ‘clavo’ le atañe a un hecho, renuncia, a una teoría. Por lo que no pierdes… lo fantástico es que te encuentras - al final - no sólo sin haber perdido nada, sino con un afecto mayor.
Si vivierais como las chicas de un piso cualquiera, pensad qué disminución tan grande tendría vuestro modo de mirar, vuestro modo de sentir. Yo me quejo de vosotras cuando hablo de ausencia de responsabilidad, porque este modo de ver y sentir, es menor de lo que podría ser.
Pero lo que seguimos es una promesa, no un castigo. Promesa y castigo implican una carencia: promesa quiere decir que falta algo, castigo quiere decir que…
Que se ha cortado, se ha quitado algo.
La promesa es misericordia, el castigo destrucción. Por la promesa uno “va hacia”, es decir, tiene una certeza que le hace cada vez más alegre; con el castigo uno se atrofia cada vez más, hasta que el último golpe, el K.O., lo tira al suelo.
¿Puedo hacerte una pregunta sobre esto?
¿Sobre el K.O.?
No, sobre el sacrificio.
Sí.
Dios es el misterio del “más”
Hoy le decía a una amiga: «Tal vez en tu relación con esa persona deberías hacer un sacrificio», y ella me contestó: «Pero me cuesta mucho este sacrificio». Ahora decías que, para mi temperamento, mi carácter, sería una disminución adaptarme a un modo de vivir que no fuera adecuado para mí. Pues entonces, ¿adherirse al sacrificio no es sólo por prudencia, sino para ser más uno mismo?
¡Siempre! Si no, sería injusto. Sería imaginar que el ser es contradictorio: el ser existe para ser cada vez más; el ser se expresa como promesa.
Es como si algo distinto debiera prevalecer y no se trata de quitar algo.
Te adhieres al sacrificio para que lo que quieres sea verdadero, cada vez más verdadero (¡para que no se pierda!). Que sea verdadero y no para eliminar algo a favor de otra cosa distinta, porque Dios es el misterio del “más”.
Perdone, quiero comprenderlo mejor. Usted dice que el sacrificio hay que hacerlo para que lo que uno quiere se haga verdadero. Pero…
Se haga más verdadero.
Pero lo que yo deseo es Cristo.
Lo que tú deseas es el cumplimiento de la relación entre lo que quieres - como un tramo del camino contingente y provisional - y el destino último del camino. Lo que quieres en tu camino crece más cuanto más te ayuda. Y cuando llegáis al final, estáis abrazados y, abrazados, os arrojáis al destino final, al mar infinito.
Por esto no hay ninguna distinción: el amor del hombre a la mujer no se divide en matrimonio y virginidad (matrimonio: cumplimiento; virginidad: negación); sin virginidad, no hay en absoluto amor del hombre y de la mujer casados, y no hay virginidad si no hay amor a las personas y a la realidad entera. Solo que, para que esto se dé - en los dos casos es idéntico - es necesaria la Cruz. Crucificar el objeto de un deseo de por sí justo es como estar a punto de aferrarlo sin querer aferrar.
En resumen, no hay nada más anticristiano que concebir «Cristo todo en todos» como la eliminación de todo lo terreno para que Cristo domine. Cristo domina haciendo que todo se vuelva verdadero. Porque el Verbo encarnado es la verdad. Y Cristo domina haciendo que todo se vuelva verdadero, si se le sigue en la Cruz. Te gusta algo, te entran ganas de … todo el ímpetu te empuja a aferrarlo: si lo aferras, lo pierdes; si lo aferras, lo empequeñeces, lo aplastas. Si, en cambio, lo pudieras aferrar y no lo aferras, se vuelve grande, grande, grande, tanto que te arrodillas. Te arrodillas porque vislumbras: te deja entrever de qué está hecho.
Dices al principio de la entrevista: «Frente a tal situación cultural, el cristiano se encuentra en el deber de combatir antes que nada para reivindicar su derecho a la existencia y a afirmar la “utilidad” histórica de su presencia, en medio de una realidad que considera su pretensión absolutamente irrelevante, insignificante”25. Mientras lo leía, pensaba que hoy esto no sólo tiene que ver con el cristiano: todos los hombres se sienten en medio de una realidad que considera irrelevante, insignificante, su pretensión de existir. Y he comprendido que la tentación de ceder al formalismo es verdadera, pero es precisamente para poder vivir que uno cede, es cómplice. Y tú has dicho que para no ceder al formalismo son indispensables estas tres cosas: Dios se hizo hombre, murió y resucitó. ¿Quiere decir que para que yo no ceda al formalismo debo repetirme estas tres cosas, las tengo que llevar siempre conmigo?
¡Estas tres cosas son el contenido de la fe! El contenido de la fe no es nada más que el contenido del significado de las cosas. Tú te pones delante de una planta o bajas una escalera: no lo puedes hacer como ser humano sin tener conciencia del fin. Y todos los fines están unidos entre sí, tienen una perspectiva final. ¡Claro que los llevas contigo! No los debes llevar siempre contigo, los llevas siempre contigo.
La educación a la fe
En efecto, el desarrollo educativo no es hacer que recuerdes el nacimiento, la muerte, la resurrección de Cristo, sino hacerte conocer a Jesús. Cuanto más conoces a Jesús, más sabes que fue niño, que luego murió en la cruz y que resucitó. Es desde dentro de Jesús de donde emerge toda su historia. Su historia viene de dentro de Él, no debes estudiar de memoria todos los detalles de su historia y luego sumarlos para conseguir su figura: esto es un error común en la educación a la fe, como si la fe fuera el resultado de una suma de observaciones particulares.
Por esto, es engañoso predicar los valores morales sin partir del hecho de Cristo: se incita al hombre a hacer algo de lo que no es capaz, porque no es capaz de aplicar todos estos valores, ni siquiera es capaz de aplicar sólo uno, porque están todos unidos. Es la famosa comparación26 que hacía del muchacho que es un desgraciado, un delincuente, es decir, una buena pieza, y todas las chicas del pueblo son suyas, y todas las madres le dicen a las chicas: “¡Cuidado con ese! ¡Cuidado con ese!”, y todas lo rehuyen. Pero un día se enamora de una persona, y se enamora de verdad. Ésta todas las veces que él se acerca escapa, porque sabe qué tipo es, pero él le dice: “Mira, esta vez es distinto, esta vez es distinto: te quiero de verdad”. Y ella, primero no le cree… Supongamos que estén así seis meses: durante seis meses ella escapa, y él detrás. En estos seis meses, cambia. Al final de los seis meses, su madre encuentra a la madre de la chica y le dice: “Mi hijo ha cambiado, está desconocido”. Siguiendo a la chica y lo que ella quería, el chico ha cambiado: ha aprendido todo y no se ha estudiado de memoria el catecismo de los valores. Así entra el cristianismo en el mundo. Este es el valor de la compañía; por esto, para el Grupo Adulto la vocación es vivir cada vez más profundamente la casa, la compañía de la casa. Pero debe ser la compañía de la casa, no la compañía de la que hablamos la otra vez27.
¿En qué sentido?
No debe ser una compañía como la entienden todos: una compañía cómoda, ventajosa, hermosa: “Que bien estamos juntos”, ¡Pues no! ¡No basta!
Juntos estamos bien, pero, si una te hace daño debes perdonarla. La mirada que le diriges es otra, es una mirada de perdón. Es distinta. Juntos se está bien cuando se canta en compañía; pero cuando hay deberes que hacer, responsabilidades que cumplir, coches que deben aparcarse con cuidado para no estorbar al que viene después…
Teresa ha hecho muchas veces esquemas para aparcar los coches en el patio.
¿Ah sí?
Pero el esquema no salva la vida. Sobre todo si la responsabilidad personal no lo respeta.
¿Cuál es la diferencia? El esquema no salva la vida, pero el amor sí salva la vida. Si la gente amara a las personas y, al meter dentro el coche, pensara en los demás. Es la rabia que siento cuando hay un coche que deja mucho espacio y el de delante igual: cabrían tres coches y en cambio a duras penas caben sólo dos. Esto sucede porque no se siente amor por el hombre. Pero este amor con el coche es exactamente como el amor que tiene uno con su padre, su madre o su hermano.
Veo que no tenéis muchas preguntas que hacer.
Porzia tiene una.
Para otro día. Ahora vámonos.
De todos modos, la primera pregunta de esta tarde era la central.
Fijar un pregunta
Pero os tenéis que molestar en fijar alguna pregunta. Aunque después no logréis hacerla, tenéis que fijar alguna pregunta. Si fijáis una pregunta, o sois un poco locuelas y entonces fijáis una pregunta cualquiera, o … pero no se puede fijar una pregunta cualquiera: poco o mucho, fijad la pregunta sobre algo que os interesa y por eso aprendéis, podéis aprender algo más.
Yo te quería preguntar si toda la cuestión reside en el hecho de tener valor para seguir hasta el final la correspondencia con el corazón.
Todo el problema reside en el valor de aplicar la relación con Cristo cuando se ha descubierto su correspondencia con el corazón: el valor de recubrir todas las relaciones con esta memoria, con esta conciencia, como cuando uno recuerda la cara de la persona amada. Lo dice Guardini en esa frase suya que es la más hermosa del mundo.
«En la experiencia de un gran amor todo lo que sucede se convierte en un acontecimiento en su ámbito»28.
Eh, la fatiga es esta. La correspondencia la captas en un segundo, la correspondencia la intuyes enseguida. No se trata de la “fatiga de aplicar la correspondencia”, sino de la fatiga de aplicar la relación que te corresponde (la relación con una cosa, con una realidad que corresponde al corazón). Para la viuda de Naín fue evidente que Jesús correspondía a su corazón apenas la tocó en la espalda y le dijo “No llores, mujer”29: basta esto. Pero la fatiga habría llegado después para ella si hubiera tenido que desafiar a escribas y fariseos y lo hubiese seguido: es la relación con eso con lo que hemos experimentado la correspondencia con el corazón.
A las nueve menos cuarto me vienen a buscar.
Bueno, ¿no me dais nada de comer?
¡Sí!
¿Tenéis puré?
No lo sé.
O si no, un vaso de leche.
Notas
* Tischrede 92 del 17 de junio de 1993. Texto de referencia: L. Giussani. «El “poder” del laico, es decir, del cristiano», en 30Días, n. 3, 1987, pp. 50-63.
1 L. Giussani, “El “poder” del laico, es decir, del cristiano”, en 30Días, o. c., p. 52.
2 Ibídem, pp. 52-53.
3 Cf. L. Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana, Ed. Encuentro, Madrid, 1989, p. 25.
4 Ibídem, pp. 42-43.
5 F. König, “No bastó abrirse al mundo”, entrevista de A. Tornielli, en 30Días, n. 61, 1992, pp. 8-14.
6 Cf. Giussani, El sentido religioso, Ed. Encuentro, Madrid, 1989.
7 Cf. Giussani, “En camino”, en Huellas n. 2 - 2000.
8 Cf. Giussani, Los orígenes…, o. c., pp. 42-43.
9 San Agustín, Soliloquia 2, 1, 1.
10 «El poder del Resucitado a quien el Padre ha sometido todas las cosas se manifiesta según los designios del Padre. Nosotros no estamos llamados a prever el día ni la hora. Sabemos sólo que al final el poder del Resucitado será visible en todo y en todos. El cristiano es el hombre que sabe vivir el presente anticipando mediante la certeza y la esperanza el momento de la plenitud final. Y que vive en el tiempo presente la invocación poderosa de la Escritura: “Ven, Señor Jesús”, comenzando así a transformar el mundo según una inicial pero auténtica analogía con lo que será el último de los días», en 30Días, “El “poder” del laico, es decir, del cristiano”, o. c. p. 54.
11 Col 3, 11.
12 Cf. V. S. Soloviev, I tre dialoghi e il racconto dell’Anticristo, Vita e Pensiero, Milán, 1995, pp. 177-221.
13 Lc 19, 5.
14 Giussani, El sentido religioso, op. cit. pp. 125-126.
15 La referencia es a la Tischrede 91 del 8 de junio de 1993, pro manuscripto.
16 Cf. Retiro de Pentecostés de los Memores Domini del 7-9 de mayo de 1993, pro manuscripto, pp. 25ss.
17 Giussani, «El “poder” del laico, es decir, del cristiano», op. cit., pp. 56.
18 Es una referencia a los episodios de violencia que sufrieron algunos exponentes universitarios del Movimiento durante los años setenta.
19 Giussani, «El “poder” del laico, es decir, del cristiano», op. cit., p. 53.
20 «El gozo es como un anticipo breve y parcial de la felicidad; la dicha es un estado de ánimo, que tiende a ser permanente, producido por la esperanza de la felicidad», Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad, Ed. Encuentro, Madrid, 1995, p. 229.
21 Cf. Jn 1, 37-39.
22 Cf. Mt 28, 20.
23 Pigi Bernareggi fue uno de los primeros alumnos de don Giussani en el Liceo Berchet de Milán y uno de los primeros misioneros del movimiento de CL (entonces GS) que marchó a Brasil.
24 Cf. P. Rousselot, Les yeux de la foi.
25 Giussani, «El “poder” del laico, es decir, del cristiano», op. cit., p. 51.
26 Cf. también Giussani, Vivendo nella carne, Bur, Milán, 1998, pp. 127-128 nota 28.
27 Cf. Tischrede 91 del 8 de junio de 1993, pro manuscripto.
28 R. Guardini, L’essenza del cristianesimo, Morcelliana, Brescia, 1980, p. 12.
29 Lc 7, 11-17.
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