Huellas inicia un periplo por la vida de las comunidades de CL en Europa. Y comenzamos en Francia, la hija predilecta de Roma. Desde los escalones del Berchet al bulevar Saint Germain, una historia de fidelidad que dura ya cuarenta años
El bulevar Saint Germain es un espectáculo en Navidad, pues se trata de la calle comercial más populachera de París. Los adornos navideños asoman por doquier y una muchedumbre de gente se aglomera en las aceras. En el pórtico de Saint Germain dés Pres, una pequeña banda toca música de jazz que desentona con la propuesta de los carteles que cuelgan del portón de la iglesia: «De Jérusalem vers toutes les Nations», versión francesa de la exposición «De la tierra a las gentes». Esta partió de Rímini en 1996 y ahora se encuentra en París, donde fue presentada por monseñor D’Ornellas, director del instituto de teología fundado por el cardenal Lustiger. Dentro de la iglesia gótica, mal iluminada - lástima de bajorrelieves y vidrieras -, sólo los paneles de la exposición gozan de una buena luz. La gente lee con curiosidad, pues rara vez se dan propuestas de este cariz. «¿Veis el libro que está disponible en la entrada?», nos dice una chica que hace de guía, «muchísimas personas han escrito en él su aprecio y su gratitud por esta exposición. Pero hay más: ¡la gente vuelve una segunda vez para copiar en un papel los textos de los paneles!».
Para ser cuatro gatos han puesto en pie algo muy hermoso. Como una vez dijo Enzo Piccinini - quien les visitaba periódicamente - «Pequeña comunidad, pero gran París».
La historia de nuestra comunidad en París comienza en los primeros escalones del liceo Berchet de Milán.
Dino Quartana nos cuenta su historia: «Yo era compañero de pupitre de Pigi Bernareggi (que marchó de misión a Brasil, ndr.). Durante tres años Giussani fue nuestro profesor, junto con Miccinesi, el profesor de filosofía de la famosa discusión sobre la existencia de América y el concepto de “racionalidad”». Dino frecuentaba el primer grupo que se formó en torno al profesor de religión, aunque intermitentemente, siendo más o menos consciente de lo que tenía entre manos. Terminados sus estudios medios, accede a la universidad, a la facultad de Arquitectura. «Me repescó Pigi invitándome a unas vacaciones. En ellas, gracias a una guitarra y un poco de fantasía, nacieron canciones como Il pesce rosso, GS cha cha cha, La sinfonía dell’Ararat», clásicas de la tradición del movimiento.
«“Dino, ¿has pensado alguna vez qué quieres hacer en la vida?”, me espetó un día mi amigo Pigi durante una salida. “No sé”, respondí. Jamás lo había pensado y menos aún había imaginado que mi vida pudiera tener la forma de una entrga a Dios». Pigi le propone acudir con él y otros a vía Martinengo, donde se encuentran con Giussani los martes por la tarde. Se trataba de “comprobar” la posibilidad de una vida consagrada.
Dino termina la universidad pero sigue estudiando, sobre todo la obra de Le Corbusier, arquitecto, autor, entre otras cosas, de la capilla de Ronchamp.
«GS (Gioventú Studentesca, el embrión de la futura CL, ndr.) invitó a Milán al dominico padre Cocagnac - para entendernos, el de las canciones -. Yo le conocía de nombre, pues era director de Art sacré, una revista prestigiosa de arquitectura sacra. Me llamó mucho la atención su personalidad. A mí me interesaba la obra dominica en el campo artístico y era, además, una forma vocacional atractiva. Así pues, decidí postular para entrar en la orden dominica en París».
Marie Michèle, don Salvatore y los demás
El verano siguiente Dino pasa un par de meses en la capital francesa y en septiembre le lleva a don Giussani, durante un retiro en Varigotti, la respuesta recibida de la orden: «“No existen contraindicaciones”, decía. Así que me trasladé a Lilles para el noviciado». Tomados los hábitos, Dino (Dinò para los franceses) estudia escultura en París, materia que enseña actualmente en la escuela municipal. En 1969 durante un retiro espiritual abierto a los laicos conoce a Marie Michèle. Le habla del movimiento y de don Giussani: «El entusiasmo y la inteligencia de la fe de aquel sacerdote me impresionaron, aunque ya pertenecía a un grupo católico», cuenta Marie Michèle, hoy escultora consumada. «Al poco tiempo, llegó a París don Salvatore, un sacerdote “de paso”, y cinco estudiantes italianos de CL: así comenzamos a reunirnos para la primera escuela de comunidad».
«Compartir la vida concreta, pertenecer a la Iglesia y edificarla, iba siendo una experiencia cotidiana, con unas caras bien precisas», alega Marie Michèle. «Al comienzo tuvimos un ingente trabajo de traducción de los textos de Giussani. Temíamos declarar abiertamente que formábamos parte de un movimiento católico italiano. Personas como monseñor Scola y don Ricci, si bien durante periodos breves, nos ayudaron a comprender cómo vivir el movimiento en un país “lejano” como Francia y París en particular. Figuras extremadamente paternas para nosotros. Después, llegaron las primeras vacaciones internacionales, un gran respiro para nuestra comunidad: “Si esta experiencia es verdadera, traspasará las fronteras”, me decían».
En la Ville lumière el movimiento de don Giussani ha tomado cuerpo así, como siempre, a partir de un grupito de personas.
«Hace diez años - continúa Dino - llegó Silvio Guerra para estudiar en la universidad de París. Encontró mujer y trabajo y decidió quedarse». Si bien al comienzo Silvio parece ser portador de un movimiento poco familiar para Quartana - «Durante mis diez años de ausencia de Italia lo que yo conocía, GS, se había desarrollado de formas diversas» -, con el tiempo nace entre ellos una relación de estima y amistad.
La comunidad de París hoy tiene un buen grupo de Fraternidad. Es cierto que al inicio hubo muchos “inmigrantes” italianos, algunos con sus familias, pero paulatinamente el movimiento ha hundido sus raíces en suelo francés. «CL se está convirtiendo en una experiencia hecha por franceses, para los franceses - explica Silvio -. Desde hace unos años comenzamos a organizar fines de semana en Borgoña con el fin de implicar a algunas familias. Acudíamos unos 15 a la escuela de comunidad y ¡40 a las excursiones! Caravanas de coches y obviamente, una vez llegados, ¡de cochecitos! Elegíamos meticulosamente los lugares que visitar: junto a una abadía románica (en esa zona las hay espléndidas), y mira por donde, solía haber siempre buenas fondas (y el vino de Borgoña...). La última vez, estuvimos en Lisieux, en un castillo del siglo XVI. Descubrimos enseguida que fue justo allí donde el mismísimo Enrique IV de Borbón, en 1593, se convirtió profiriendo la famosa frase “París bien vale una misa”».
Además, empezamos a organizar las vacaciones de verano y la ya tradicional cita de la peregrinación a Chartres como gesto de inicio de curso.
Revolución y obras
Es cierto que en Francia la Revolución Francesa y todo lo demás han dejado tan sólo algunas ruinas para visitar, además de haber creado una mentalidad laicista y secularizada. «Lo llaman el juego de la democracia - explica Silvio -. Tú eres libre de decir lo que quieras, pero recuerda que en determinadas materias no debes meter el hocico. El Estado puede atacar a la Iglesia y ella puede defenderse, pero esta libertad es sólo una fachada. En resumen, no incomodes a nadie, no te entrometas en nada. Sin embargo, la propuesta que vivimos es para el hombre. Si no vives la propuesta del movimiento como misión y riesgo personal, todo se vuelve una objeción». Quizás por ello, desde hace algunos meses publican Traces (que se pronuncia tras) en la capital francesa.
Por la misma razón, en estos últimos años han tomado muchas iniciativas públicas: además de la reciente exposición, se han desarrollado las tres conferencias sobre El Sentido Religioso siempre en Saint Germain des Près, y la respuesta de la laica París ha sido positiva.
Después, la gran presentación de La conscience religieuse de l’homme moderne de don Giussani en enero de 1999 en la UNESCO, areópago del siglo XX, en palabras de Juan Pablo II. Organizada por monseñor Frana, observador permanente de la Santa Sede en la UNESCO, la conferencia reunió invitados muy respetables, como el profesor Brague, que enseña filosofía en la Sorbona, y monseñor Scola. «Fue un gesto importante - explica el P. Ribadaud-Dumas, responsable de la pastoral juvenil en París -; en la sociedad laica/laicista es preciso ocupar el terreno civil con inteligencia, y gracias a la presentación, habéis recibido indirectamente un reconocimiento como grupo católico. El que la UNESCO haya aceptado supone unas buenas credenciales». «Además, organizando eventos concretos, te das cuenta de la capacidad de obrar que tienes y se desarrolla también una capacidad crítica. Nos repartimos las parroquias de la ciudad para presentarnos e invitar a los párrocos. Hubo más de 350 participantes», añade Silvio.
Tuvimos la ocasión de volver a ver al cardenal de París, Mons. Lustiger. Tras su participación en el Meeting de Rímini de 1986, invitó a la comunidad parisina a participar en su misa privada. Al término del encuentro, el cardenal se despidió jocosamente de “los cuatro gatos de entonces”, diciendo: «Ahora quiero volver a veros cuando seáis 300». Trece años después aún no han llegado el momento; ni siquiera son 200, ni 100, ni 50, a pesar de lo cual, el cardenal nunca se muestra insensible a una invitación por parte del movimiento. Así, justo en vísperas del encuentro en la UNESCO, abrió de nuevo sus brazos a nuestra pequeña pero gran experiencia. La paternidad de quien en estos años ha sabido renovar a la Iglesia francesa, se extiende hasta la Pastoral Universitaria, en la que participan algunos estudiantes del Proyecto Erasmus. El P. Renaud de Dinechin, capellán universitario de la Sorbona y responsable de las vocaciones para la diócesis de París, lleva un par de años hospedando, sin darle vueltas, una primera escuela de comunidad en su Capellanía, y nos desafía: «Ahora tenéis que convertir a los 15000 estudiantes de la Sorbona». Los estudiantes del CLU se quedan abatidos, pero aceptan el desafío y meten la directa. Luchando con sus dificultades, el idioma y las clases, se afanan al son de cenas con spaghetti, cine forum, festivales de poesía y eventos artísticos, desatando lo que se considera una auténtica revolución: pasar algunos días de estudio juntos para preparar los exámenes. Así, al año siguiente, el P. Jorens, responsable de la Pastoral Universitaria en París y párroco de Saint Germain des Près, les propone iniciar una nueva escuela de comunidad en la Universidad de Juissieu (Facultad científica con 70000 estudiantes): «Me admira el entusiasmo de los chicos de CL. Viven la fe de modo espontáneo y fresco, han cambiado de verdad el ambiente de la capellanía universitaria. Lo dije también en el último encuentro de los capellanes responsables de la Universidad de París: “La propuesta que CL hace a los jóvenes es más completa que la nuestra, la de la Pastoral Universitaria, porque cuando organizan una iniciativa lo hacen para todos, para abrazar a la persona en todas sus exigencias, sea quien sea”».
Trampas por todas partes
Además suceden cosas sin que muevas un dedo. Porque habría que decir con C.S. Lewis que «existen trampas esparcidas por todas partes: “Biblias dejadas abiertas, millones de sorpresas”. Dios no es nada escrupuloso». Y los hombres, a veces, “caen”.
«Con ocasión de una de las conferencias sobre El Sentido Religioso - continúa Silvio - conocimos a Marc, un estudiante de la Sorbona. Unos diez años antes su padre - miembro del Opus Dei -, que se encontraba en Roma por motivos de trabajo, descubre un ejemplar de 30 Días, lee a Giussani y se entera de la existencia del movimiento de CL. 30 Días tiene también una edición francesa y de vuelta a Francia pregunta, pero le dicen que CL es un movimiento esencialmente italiano. Él y su hijo siguen leyendo la revista, sobre todo los textos de Giussani. Diez años de fidelidad a través de una revista. Hasta que Marc llega a París, la Sorbona, las conferencias, etc. Desde entonces él no ha dejado de participar en la escuela de comunidad y sus padres participan todos los años en los Ejercicios de la Fraternidad. Nos piden los textos de Giussani y los leen con sus amigos del Opus Dei. Una vez, hablando con Marc, me dijo: “Me gustaba mucho leer a Giussani, pero veía que me faltaba algo. Lo he entendido al conoceros”. ¿Sabes? Lo que llevamos es más grande que nosotros y se comunica a pesar de nuestros límites».
Pero no acaba aquí la cosa. Sigue Silvio: «Un día me llegó una carta de un monje que vive en una zona perdida en la punta extrema de Bretaña. Me contaba que había leído una reseña del libro Comunión y Liberación. Un movimiento en la Iglesia y que querría una copia para su biblioteca. Es el hermano bibliotecario. Tiene ya todos los libros de Giussani y los aconseja a sus hermanos y a los que le van a visitar». Conseguimos hablar con él por teléfono y nos cuenta que desde los años 70 conocía ya CL de oídas: su padre era de origen italiano. Después, vino la colección de teología de la Editorial Jaca Book, dirigida por Mons. Scola y la visita al Meeting de Rímini de 2000 con ocasión de su viaje a Roma. «Creo que hoy la Iglesia tiene necesidad de laicos comprometidos en el desierto espiritual de nuestra época. Nosotros los monjes “nos aprovechamos” del entusiasmo y de la juventud de vuestro movimiento. ¿Cómo no recordar que el abad de Montecassino firmó el primer reconocimiento eclesiástico de vuestra Fraternidad? ¿Y cómo no admirar la sintonía entre el pensamiento de Giussani (la importancia central de Cristo, la invitación a la santidad de sus miembros) con la tradición benedictina?». «Mira - nos dice Silvio -, nunca nos hemos visto, sólo nos hemos escrito y es como si nos viéramos todos los días».
Chocolate y ciervos
Hay quien se ha acercado al movimiento con trampas más “comestibles”. Jean Pierre Lemaire es poeta y profesor de literatura en la Escuela Superior donde enseña Dino Quartana. Casi por casualidad una tarde se va con Dino y Therese, una amiga, a tomar un chocolate caliente en un bar cercano. Lo cual se repite y se convierte en una cita fija. Cuenta Jean Pierre: «Ellos siempre tenían prisa y se iban a otra “escuela”, que luego descubrí que era la escuela de comunidad». Jean Pierre empieza entonces a leer los libros de Giussani: «Me quedé impresionado porque ese hombre conseguía encontrar el tres d’union, la conexión entre razón y sentimiento que yo he buscado durante años. Para él la realidad debe responder a este deseo. Y además el concepto de experiencia: hablar de literatura y tener experiencia de la literatura es muy diferente».
Un par de veces al mes, Silvio recorre unos 150 kilómetros para ir a hacer escuela de comunidad con otros amigos, los de Point Coeur. Se trata de la experiencia del padre Thierry de Roucy, fundador de los “Puntos corazón” en las zonas más pobres del mundo. En una zona en el norte de París, que Napoleón III transformó en la mayor explotación forestal de Francia, surge Compiegne y allí, donde los ciervos cruzan la carretera todos los días y las casas parecen salidas del cuento de La Bella y la Bestia, surge una de sus casas de formación.
Es como entrar en un convento: nos reciben muy cordialmente, nos esperan para la cena. Entre los chicos que se están preparando para partir, hay dos universitarios milaneses que estudian aquí en Compiegne gracias al proyecto Erasmus. También ellos harán después la escuela de comunidad con Silvio. El padre Thierry estima el movimiento y el método educativo de Giussani, hasta tal punto que el estudio de los libros del sacerdote de Desio forma parte de su obra y él mismo le ha pedido a Silvio estos “viajes” mensuales.
Tolón
Francia no es sólo la torre Eiffel, aunque los parisinos tratan de convencernos de que fuera de su ville sólo existe la provence, no en el sentido de la región de Provenza, sino en el sentido de “provincia”.
En un café parisino, delante de la Ópera, disponemos de un poco de tiempo para charlar con Lionel. Vive y trabaja en París pero es de Tolón. En un italiano decididamente afrancesado nos cuenta: «Un día mi cura, el P. Arnaud me dijo: “He conocido un grupo de estudiantes católicos y querría que fueras de vacaciones con ellos”. “Está bien, vamos”, respondimos algún amigo y yo. Éramos trescientas personas en esas vacaciones en la montaña (diez francesas) y ellos estaban juntos de una manera que jamás había visto. Durante esos días, conocí a un chico que se llamaba Andrea Mandelli. Murió poco después, sabía que iba morir y era más feliz que yo. Yo no tenía ningún problema, pero él era más feliz que yo. Una vez en Francia, el P. Arnaud nos propuso “hacer” de alguna manera el movimiento. “¿Estáis dispuestos?” ¡Por supuesto que estábamos dispuestos! ¿Tenía que ser feliz o no? Así empezó CL en Tolón, hace once años». Más tarde dos Memores Domini, Flora y Simonetta, se trasladaron allí desde Italia para enseñar religión en una escuela durante un curso. Después, llegaron dos sacerdotes de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, don Gino y don Peppino, que han acompañado a las nacientes comunidades de Tolón, Marsella y Bormes les Mimosas. «Cuando estaba en la universidad - prosigue Lionel - algunos universitarios de la Universidad Estatal de Milán venían cada dos semanas para hacer con nosotros la escuela de comunidad; me preguntaba: ¿estos chicos no tienen nada mejor que cargar con cuatro horas de viaje para estar con nosotros? Nació una preciosa amistad entre nosotros que nos ayudó mucho en Tolón».
Lyon
Abril de 1991. Mirko y Eloisa acaban de llegar a Lyon desde Italia, trasladados por motivos de trabajo. Al día siguiente, les llaman por teléfono. Una pareja que vive a las afueras de la ciudad quiere conocer el movimiento. «Con este comienzo, tan inesperado, se resume la historia de la comunidad de Lyon: una experiencia nacida con nosotros, pero no por mérito nuestro», nos dice Mirko. Durante los primeros años, son unas diez personas las que acuden a la escuela de comunidad en casa del matrimonio italiano. «Un grupo muy heterogéneo: ¡desde los diecisiete hasta los setenta años!». Lyon posee una característica bastante especial: a pesar de sus dimensiones (con un millón y medio de habitantes es el segundo núcleo urbano de Francia), es una ciudad “de paso” por estudio o por trabajo. Muchos estudiantes italianos de CL han pasado allí un tiempo con el proyecto Erasmus. Un vaivén de gente que se quedaba unos pocos años. «Una condición azarosa la nuestra. Sin embargo, desde hace dos años existe un grupo “estable”». Lyon, la ciudad de Blandine y de sus amigos, primeros mártires cristianos de Francia, de padres de la Iglesia como Ireneo y sede primacial de las Galias está a mitad de camino entre París y Tolón. Como Rímini para las comunidades italianas, Lyon «durante años - nos cuenta Mirko - fue la sede de los Ejercicios espirituales de las zonas francófonas (Francia, Bélgica, la Suiza normanda y... un pedacito de Holanda), aquí se reúne la diaconía francesa y existe un primer núcleo de secretaria».
En la vida de una comunidad de pequeñas dimensiones cada evento tiene un peso esencial para todos, tanto la muerte de un amigo querido como el encuentro amistoso y fraternal con el arzobispo de Lyon, primado de Francia y presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, monseñor Billé.
Pero, ¡quién sabe cuántas otras “trampas” hay por Francia, tal vez aisladas, como el padre Francesco!
¡Sentimos no haber podido hablar de todos, pero no volváis a decirnos que en Francia son cuatro gatos!
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón