Es difícil determinar desde cuándo existe Atlántida en la Universidad de Navarra. Ya a finales del curso 87-88, después de una visita de Javier Restán, de Madrid, el grupo de universitarios de CL de Pamplona comenzamos a ir juntos a estudiar a la Biblioteca de Letras. Era un gesto pequeño, hecho de modo casi inconsciente, pero surgía como una primerísima propuesta para afrontar el ambiente desde la amistad que intuíamos (más bien poco, todavía) en el movimiento. Este gesto hizo que creciera lentamente entre nosotros una amistad más real; después del verano intentamos vivir con mayor seriedad ese entusiasmo con el que empezábamos a caminar juntos en nuestra vida cotidiana. Pero dábamos pasos muchas veces de modo voluntarista, olvidando que nuestra amistad no era algo que construir ante todo con nuestras fuerzas, sino que es algo que nos ha sido dado y que simplemente debemos reconocer.
Ya desde octubre del 88 pensamos crear una asociación cultural en la Universidad. Pero de hecho, fue después de asistir en Madrid, a finales de Abril, a las primeras Jornadas de Atlántida -el testimonio de M. Carrara fue decisivo para la comprensión de lo que significa Atlántida y de cualquier obra que realicemos-, cuando surgió la primera ocasión en la que Atlántida fue vivida como un instrumento verdaderamente nuestro. Esto ocurrió con la venida y el testimonio en Pamplona del disidente ruso Evgenij Pazuckin. Pese a la rapidez con la que tuvimos que organizar los encuentros y los constantes enfrentamientos que surgían entre nosotros, fue un momento de gracia en el que había un esfuerzo constante, una tensión mantenida por recuperar el origen de la amistad que vivíamos. Supuso el tomar conciencia de que teníamos algo que proponer en la Universidad.
A finales del verano decidimos que durante el comienzo de curso haríamos la presentación pública de Atlántida. Nos dábamos cuenta de que podía ser un momento importante, una ocasión grande de crecimiento.
Los encuentros para discutir cómo hacerlo, el repartir los panfletos por la Universidad, el preparar los carteles, el pegarlos... , eran momentos que nos obligaban a preguntarnos el porqué lo hacíamos. Al mismo tiempo aprendimos que el hacer cosas, incluso si suponen una novedad para ti y para los demás -y parece que por eso mismo son suficientes para mantenerte atento- pueden pasarte, puedes hacerlo todo sin que tú aprendas nada. Es necesaria la compañía de amigos que te recuerden la razón grande por la que merece la pena arriesgar ante los compañeros de clase y ante los profesores, por la que merece la pena ir a la Universidad, estudiar...
La llegada de los amigos de Madrid, el 5 de Noviembre, fue muy importante para nosotros. Antes de cenar decidimos hacer unos carteles y llevarlos colgados por todo el campus de la Universidad mientras dábamos panfletos. Al día siguiente llovía, así que llevamos paraguas... , y gafas de sol. Todo un espectáculo. Nos reímos mucho. Nos llamó la atención la seriedad de los madrileños al dar los panfletos: era un gesto claro, dirigido a cada persona, en el que se percibía que lo que importaba no era dar más o menos panfletos, como para quitárnoslos de encima, sino que esa persona concreta era importante, que lo que nosotros vivimos es para proponerlo a todos, pasen de largo o no... La presencia de los amigos de Madrid ha sido importante porque vamos reconociendo con sencillez una amistad que surge entre nosotros, que nos hace percibir de modo razonable lo que significa el seguimiento. Uno sigue porque reconoce que lo que el otro vive es más maduro. Es evidente la necesidad de hacerlo: así uno aprende más, se divierte más, «respira» mejor, es más libre, más él mismo. Esa presencia ha hecho crecer entre nosotros el afecto a esta historia que hemos encontrado y en la que, en medio de todo nuestro olvido y facilidad para banalizar, queremos permanecer; queremos que nuestra vida se juegue aquí.
Al mismo tiempo, como decía Ramón, uno experimenta una gran desproporción cuando tiene que «hablar de algo cuyo horizonte es mucho más grande que él mismo, pero no puede no comunicar aquello que le ha sucedido». Es percibir que no está en nuestras manos el que alguien se adhiera a la vida grande que hemos gustado; pero uno reconoce, en medio de todas sus traiciones, que no puede menos que agradecer este encuentro y pegarse a él, reconocer la verdad que quiere para su vida. Nos han hecho recordar que lo que vivimos en el movimiento se juega «aquí y ahora, y si no en ningún otro sitio». Nos dijo Ramón: «El hombre, por el hecho de serlo, tiene dentro de sí la exigencia de encontrar algo que dé sentido a lo que hace, algo totalizante, algo con lo que experimentar que es posible respirar y no vivir agobiado -por ejemplo, dentro de la Universidad-, que es posible permanecer a flote y disfrutar de la vida en cualquier circunstancia. Nosotros lo hemos encontrado. Lo único que se nos pide es que seamos fieles a esta amistad y que, aun con temblor en los labios, pero con la alegría de haber encontrado algo que da respuesta al corazón del hombre, lo expresemos allí donde estemos».
Ahora pedimos la paciencia de permanecer dentro del Hecho que hemos encontrado y la fidelidad a la compañía concreta que nos permite descubrirnos más a nosotros mismos y nos hace reconocer cada vez más, frente a todo el escepticismo y la indiferencia que nos rodean, que tenemos una razón grande para vivir y para construir.
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