Machado añoró el pasado que siempre consideró mejor, más gozoso que el presente. Pero esta añoranza quedará cristalizada en irrealidad, en sueño; porque el recuerdo revivido en la conciencia será ilusorio, sin operatividad presente. Vivió con gran dramatismo el tiempo, su devenir, de ahí la utilización constante de un símbolo: el río. La corriente de agua que le recuerda la verdad de la vida: todo pasa. Otros poetas de nuestra historia literaria han acogido este símbolo. Para Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar (...)»
Sin embargo, esta verdad de la existencia reflejada en la figura del río era precisamente lo que hizo valorar la vida de D. Rodrigo como camino hacia el destino. Quevedo consideró la vida como:
«Oscura, pobre y turbio río que un negro mar
/ con altas ondas bebe (...)».
Es decir, el desengaño del autor barroco hizo primar la negatividad de la realidad sobre la concepción más humana del mundo como promesa, como signo de una positividad. Si Machado hubiera llegado hasta el fondo en su observación del río hubiera percibido, como Manrique, que si el río fluye es inútil intentar remansado pues su naturaleza es correr. La respuesta a su nostalgia hay que buscarla en el origen y en el destino del río. No en dar vida en el recuerdo al momento que ya pasó.
La nostalgia de Machado volverá una y otra vez a ser respondida con imágenes, recuerdos, impresiones. El presente se le escapará de las manos. Él se elevará a la categoría de dueño de su humanidad. Viviendo de una impresión ahora, de una imagen después, se le escapará el propio presente. Su poesía será un producto impresionista: el yo ha sido puesto entre paréntesis y la realidad objetiva ha desaparecido, sólo permanece el contenido de la percepción:
«Sólo suena el río
al fondo del valle
bajo el alto Espino (...)»
D. Antonio buscará en el recuerdo el antídoto a su tristeza estructural:
«Es una tarde cenicienta
/y mustia
destartalada como el alma mía;
y en esta vieja angustia
que habita mi usual
/hipocondría.
La causa de esta angustia
/no consigo
ni vagamente comprender
/siquiera;
pero recuerdo y, recordando,
/digo:
sí, yo era niño, y tú
/mi compañera.»
El presente hecho de angustia y de un no saber «para qué es la sed», se olvida para vivir en el recuerdo. Pero ni el pasado ni el presente tienen ninguna consistencia, la conciencia del poeta opta por concederles entidad en su palabra. Deberá el poeta realizar todo un esfuerzo por recrear la realidad en su memoria. El «pasado efímero» machadiano será traído a la conciencia para consolar al autor y al lector. La estructura de la realidad objetiva dependerá de la conciencia; ella ordenará el caos transformándolo en cosmos. Con ello, la realidad entera quedará pendiente del sujeto de la que recibe las calidades de lo «eterno». Un hombre concreto venera el mundo del que se ha apropiado, dotándolo de «eternidad subjetiva».
El recuerdo es moldeable desde la conciencia y Machado se entrega por completo a esta tentación: vivir en un pasado que él actualiza según las categorías de un dulce sentimiento nostálgico. Prescinde de la realidad que le es dada para hacer protagonista de su historia a la nostalgia.
Es Antonio Machado el señor de su nostalgia. Su poesía, cronológicamente ordenada, es la historia de una nostalgia de ese pasado que fue y que «acompaña en la senda fría».
Confirmamos esto ya en sus primeras composiciones. En 1907 escribirá:
«Y podrás conocerte,
/recordando
del pasado soñar los turbios
/lienzos,
en este día triste en que
/caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria sólo vale
el don preclaro de evocar
/los sueños.»
La primera respuesta que dará Machado al deseo de su corazón, a que las cosas sean más de lo que aparentan, será la evocación de la infancia sevillana:
«En el ambiente de la tarde
/flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa:
/nunca,
y al corazón: espera (...)
Sí, te recuerdo, tarde alegre y
/clara,
casi de primavera.» Evoca la infancia como paraíso perdido, el dinamismo existencial de la tristeza será aplacado por el recuerdo de la infancia, que son luz y color andaluces:
«Bajo ese almendro florido,
/todo cargado de flor
-recordé-, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!»
La evocación de la luz y el color como vagos recuerdos de su infancia serán los impulsos de un hoy que a su vez se va desvaneciendo. La fuente será la eterna cantinela de un ayer que pasó y de una imposibilidad de presente:
«La fuente cantaba: ¿te recuerda, hermano, un sueño lejano mi canto presente? Fue una tarde lenta del lento verano.»
Otra etapa de su vida se abrirá con las composiciones poéticas de Campos de Castilla (1907-1917). Una experiencia marcará el conjunto de su obra: el amor. Sólo el amor le instará a aprehender la radicalidad de las cosas sin ser reducidas a la conciencia. Exaltará el poeta la belleza del paisaje castellano. Las encinas sorianas, el río Duero, los álamos de la ribera desfilarán por sus versos sujetos a la interpretación impresionista del poeta.
Pero este afán de crear realidad mediante el recuerdo le llevará mucho más lejos. En sus últimos poemas aparecerá una nueva amada: Guiomar. Los críticos siguen discutiendo a propósito de la existencia real de esta mujer. Existiera o no, lo cierto es que Machado se erige en dios llevado por un proceso de exaltación de la capacidad creadora del sujeto, sin tener en cuenta la realidad:
«Guiomar, Guiomar,
mírame en ti castigado
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
Todo amor es fantasía,
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía,
inventa el amante, y más
la amada. No prueba nada
contra el amor que la amada
no haya existido jamás.»
La poesía, que precisamente expresa la belleza y el significado de la realidad, de su misterio, ha abandonado su función en la pluma de Machado. Ha pasado de ser espíritu pobre que intenta plasmar el misterio de la realidad, a ser creador, que pretende sustituir a las cosas mismas.
Incluso su palabra poética se abrirá al romancero y a la lírica tradicional castellana. Compondrá la leyenda-cuento de Alvar-González, donde plantea el problema del mal y de su pervivencia en el tiempo. Pero pronto quedará atrapado este momento de exaltación en pura melancolía: la muerte de su mujer, Leonor, trastocará el paisaje soriano que por una vez parecía ser apreciado por su belleza huidiza y eterna, en triste melancolía.
La esperanza abierta por el amor:
«No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial (...)»,
queda ahogada en una nueva melancolía. E incluso la memoria del amor se convertirá, si cabe, en algo peor, en «despojos del recuerdo» porque en otro lugar dirá: «¡Ay lo que la muerte ha roto/era un hilo entre los dos!». Este hilo era precisamente:
«el hilo que el recuerdo anuda al corazón, el ancla en su ribera, estas memorias no son alma.»
La historia de Machado fue una vida de dolores, pero doblemente dramática porque no conoció el origen y el fin de su nostalgia. El poeta que declaró irse «ligero de equipaje» se fue cargado con uno pesado: el señorío de su nostalgia que nunca le indicó el valor de la vida y de su destino.
SU VIDA
Nace el 26 de julio de 1875 en Sevilla, en el seno de una familia liberal progresista.
En 1883 se traslada toda su familia a Madrid. Estudia con su hermano en la Institución Libre de Enseñanza. Sus maestros fueron Cossío, Giner de los Ríos, Caro, Joaquín Costa, etc.
En 1889 estudia bachillerato en el Instituto de San Isidro.
En 1890 pasa al Instituto Cardenal Cisneros.
En 1895 pasa dificultades económicas, tras la muerte de su padre.
De 1895 a 1902 reside en París con su hermano Manuel. Mantienen contactos con el Modernismo.
En 1903 publica Soledades. Tiene influencia de Rubén Dado y de Bécquer. Conoce a Juan Ramón Jiménez.
En 1907 gana las oposiciones a cátedra de francés y es destinado al Instituto de Soria.
En 1909 se casa con Leonor Izquierdo.
En 1911 marcha a París con Leonor. Asiste a cursos de Bergson y Bédier.
En 1912 muere Leonor. Antonio Machado se traslada al Instituto de Baeza. Publica Campos de Castilla.
En 1917 obtiene la licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Publica Páginas escogidas y Poesías completas.
En 1919 se traslada a Segovia, donde desarrolla cultura popular.
En 1926 recibe un homenaje de la Institución Libre de Enseñanza. Firma el llamamiento a la Alianza Republicana.
En 1927 es elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua. Conoce a su «Guiomar».
En 1932 es profesor del Instituto Calderón de Madrid.
En 1936, siendo republicano, tiene que huir a Valencia. Se publica Juan de Mairena.
En enero de 1939 sale de España a Francia, tras la Guerra Civil. Muere en Colliure (Francia) el 22 de febrero, a los sesenta y tres años.
LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
No es tangencial la influencia de la Institución Libre de Enseñanza en la vida y obra de Antonio Machado. Más aún, es fundamental para entender el pensamiento y la cultura española de los siglos XIX y XX.
La Institución Libre de Enseñanza es una gran obra educativa basada en el pensamiento el filósofo alemán Krattse (1781-1832). Fundada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos, su finalidad fue formar, genéricamente, un hombre nuevo, íntegro, cultivado intelectualmente y capaz de renovar el país. Y lo consiguió. De Galdós a Machado, de Ortega y Gasset a Salmerón. Todos están educados directa o indirectamente por la Institución Libre de Enseñanza.
La finalidad central de esta tarea educativa será la paulatina autonomía del hombre. Para ello, Giner de los Ríos analizará todas las ramas de la cultura y de la ciencia. Para la Institución Libre de Enseñanza el progreso científico es el signo del caminar de la cultura y el hombre hacia la perfección terrena. De este modo Giner estimulará hacia una serie de valores humanitarios: el espíritu crítico, la bondad, el equilibrio, la paz, la libertad y todo un imperativo moral de carácter laico y estoico.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón