Un aula en la Sorbona de París. Fuera, un enero templado. Dentro empieza la primera clase del año 1989. En la cátedra está el profesor Pierre Chaunu, una de las autoridades en la historia moderna, miembro del 'Institut de France', con unos sesenta títulos en su activo.
Empieza con un tono sarcástico: «Ésta es la primera clase del año: vosotros sabéis que en el 89 se celebra determinado número de aniversarios importantes». Y empieza a enumerar una lista de hechos históricos, científicos, económicos pero ni siquiera dice una palabra a propósito de la Gran Conmemoración, la que entusiasma a Francia desde hace ocho años. «¿He olvidado algo?», pregunta el profesor Chaunu burlonameme: «No, no me parece que haya nada más que recordar de importancia».
Ha sido el Gran Aguafiestas del bicentenario de la Revolución. Brillante, mordaz, preparadísimo, acaba de publicar un libro de fuego, La révolution declassée, donde hace añicos el mito de la Revolución del 89 y sobre todo el conformismo de los intelectuales de palacio y la retórica del régimen de este bicentenario. Sus mismos adversarios no se atreven a contestarle: incluso Max Gallo, obtorto colla, le ha reconocido como «un óptimo historiador». Es prácticamente invulnerable al no ser ni católico ni reaccionario (en efecto es protestante y liberal). Existe una larga tradición liberal de áspera crítica a la Revolución, que empieza ya desde el final del mismo siglo XVIII con el inglés Edmund Burke. Sin embargo, Chaunu ha ido más allá. Ha conducido la investigación de algunos jóvenes y brillantes historiadores franceses entre documentos y dossiers hasta ahora censurados por la historiografía oficial, y de todo esto han salido libros explosivos, desconcertantes, como el de Reynald Secher sobre el genocidio de Vandea. Entrevistamos a Chaunu en su casa de Caen.
P.: Profesor, su libro ha salido en Francia en marzo; desde algunos años Vd. se ha rebelado al coro de los intelectuales y a las presiones del poder político al desafiar la legitimidad de todas estas celebraciones. ¿Por qué?
P.Ch.: Es una máscara indecente, una operación política que explota las tonterías que la escuela de Estado enseña sobre la Revolución. Piense en las bétises (tonterías) del ministro de Cultura, Lang: «El 89 marca el paso de tas tinieblas a la luz». Pero, ¿¡qué luz!? Estamos conmemorando la revolución de la mentira, del robo y del crimen. Pero sobre todo encuentro desconcertante el hecho de que, en el umbral del 92, incluso todo el resto de Europa festeje una época donde nosotros nos comportamos como unos agresores de todos nuestros vecinos, al haber saqueado media Europa y provocado millones de muertos. ¿Qué hay que festejar? Y sin embargo aquí, en Francia, cada día hay una celebración, el 3 de abril, el 5, el 10. Es grotesco.
P.: De todas formas ha sido un acontecimiento que ha cambiado la historia.
P.Ch.: Desde luego, igual que la peste negra de 1348; sin embargo, nadie la festeja. Le pregunté a un periodista alemán: ¿por qué vosotros los alemanes no festejáis el nacimiento de Hitler? Aquél dio un salto sobre la silla. ¿No es quizás lo mismo?
P.: Diga la verdad: Vd. se ha convertido en un reaccionario. ¿No puede soportar la modernidad?
P.Ch.: Yo soy liberal, con una cierta simpatía por la ilustración alemana e inglesa. Sin embargo, es ésta precisamente la gran mentira que parece imposible poder extirpar: tú estás en contra de la Revolución, por tanto estás en contra de la modernidad, estás a favor de la lámpara de petróleo y del coche de caballos. Al contrario. Yo estoy en contra de la Revolución Francesa precisamente en cuanto que estoy a favor de la modernidad, a favor de la penicilina, de la vacuna contra la viruela. ¿Por qué no festejamos a Jenner que, con su descubrimiento, desde el siglo XVIII hasta hoy ha salvado más de mil millones de vidas humanas? Éste es el progreso. La Revolución, por el contrario, ha detenido el camino hacia la modernidad; ha destruido en pocos años gran parte de lo que se había hecho en mil años. Y Francia, que hasta 1788 estaba en el primer puesto en Europa, desde la Revolución jamás se ha vuelto a levantar.
P.: Pero, ¿Vd. puede demostrarlo?
P.Ch.: Verá, hace treinta años contribuí a fundar la historia económica cuantitativa, y hoy, con los modelos econométricos, cada cual puede llegar a estas mismas conclusiones; son hechos y números. Todas las curvas de crecimiento de mi país se estancan en la Revolución. Francia era un país con veintiocho millones de habitantes, el más desarrollado, creativo, evolucionado, con trend (influencia) en los más avanzados: la Revolución, junto a la devastación del aparato productivo, ha provocado un abismo de dos millones de muertos, una caída de generaciones que ha llevado al derrumbamiento económico. En la producción media por cabeza Francia e Inglaterra, los países más desarrollados del mundo, tenían respectivamente, en 1780, un índice de 110 y de 100. Ahora bien, en 1815, Francia había caído a un nivel de 60 frente al 100 de Inglaterra, que desde entonces ya no ha tenido rivales. Ha sido el precio de la Revolución.
P.: Explíquenos al menos un motivo.
P.Ch.: Alrededor del 93 -y durante años- Francia empezó a vivir con el 78 por ciento del cobro del capital y con el 22 por ciento sobre los impuestos y las rentas, que no eran reinvertidas sino gastadas, quemadas y robadas para enriquecer la Nomenklatura. Fue un derroche espantoso, un empobrecimiento histórico. Cuando Chateaubriand volvió a Francia, en 1800, tuvo una intuición fulminante: «Es extraño: desde que me fui han dejado de pintar ventanas y puertas». Cuando las ventanas están sin barnizar y los retretes no funcionan puedes estar seguro de que ha habido una revolución.
P.: Sea como sea, la Revolución ha abierto de par en par el pensamiento humano.
P.Ch.: ¡Oh, santo cielo! Pero si fue una impresionante destrucción de inteligencias y de riquezas. Si Vd. corta la cabeza a Lavoisier el fundador de la química moderna, a los 37 años, la pérdida para la humanidad es enorme. Multiplique este caso por cien veces. ¿Cómo acabó toda la élite científica e intelectual? Los que no emigraron fueron degollados. U na pérdida enorme. Y, ¿sería ésta la conquista de la civilización? El 43 por ciento de los franceses, en 1788, sabía firmar, sabía escribir. Después de la Revolución se desciende al 39 por ciento, porque se habían sustraído los bienes a la Iglesia (que durante siglos había educado al pueblo) y se los habían repartido a la Nomenklatura. Y las iglesias fueron transformadas en cuchitriles y los tesoros devastados.
P.: Es verdad: destrozaron las estatuas de Notre Dame, destruyeron Cluny, y casi todas las iglesias románicas y góticas...
P.Ch.: Vuelvo a repetir: robo, mentira y crimen, ésta es la verdadera trilogía de la revolución, que ha destrozado Europa. Los franceses están convencidos de que la democracia ha nacido en el 89 y que la humanidad les ha imitado. ¡Es una locura! En realidad la única revolución que habría que festejar sería la inglesa de 1668: de allí vino el sistema representativo y el gobierno parlamentario, el Estado liberal que toda Europa ha imitado.
P.: Pero algo bueno debe haber habido: por ejemplo la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.
P.Ch.: Aquello fue el engaño más perverso. Las dos constituciones más democráticas que se han hecho son la soviética de Stalin de 1936 y la de los degolladores franceses de 1793. Sus frutos son horrorosos. Por el contrario, el país que ha fundado la libertad, Inglaterra, nunca tuvo constituciones. ¡Yo, las Declaraciones me las paso por...! Y, por otra parte, libertad, fraternidad e igualdad no existen más que delante de Dios. Le voy a decir que el mejor juicio sobre la Declaración de los derechos del hombre lo formuló Fustelle de Coulange, el más grande de los historiadores franceses del siglo XIX y mi predecesor en la Academia de ciencias morales y políticas. Él dijo: estos principios tienen mil años, quizá la Declaración los formula de un modo algo abstracto. Pero una cosa nueva hay: han 'vendido' unos principios antiguos como si fueran un descubrimiento suyo y los han usado como un arma en contra del pasado. Y esto es perverso.
P.: La consecuencia política de la Filosofía de las Luces, ¿verdad?
P.Ch.: No, Ilustración ha habido en toda Europa. Kant desde luego no era inferior a Voltaire. Sin embargo, la Revolución la ha habido sólo aquí. No se puede en absoluto creer que los franceses fuesen los únicos que pensaran en Europa. Por tanto, no existe nexo histórico. Es también una mentira hablar de fatalidad histórica, como algo inevitable. La persecución en contra de la Iglesia y el proyecto de desenraizar el cristianismo de Francia tuvo como primera causa unos intereses financieros y no cuestiones metafísicas.
P.: Explíquenos esto, profesor.
P.Ch.: En el siglo XVII todos los Estados europeos tenían instituciones representativas. Francia sin embargo, poco a poco, las dejó caer en desuso. Por esto se convirtió en una especie de paraíso fiscal, porque -como es sabido- no se pueden aumentar los impuestos sin instituciones representativas. Un ejemplo: la presión fiscal entre 1670 y 1780 en Francia permanece en un índice 100, mientras que en Inglaterra sube desde 70 hasta 200 en proporción. Francia se encuentra así con que tiene un Estado moderno, un ejército moderno, cuatrocientos cincuenta mil hombres, una potencia de primera plana, pero con recursos financieros al borde de la bancarrota, porque para poder sostenerlos como Inglaterra habría tenido que aumentar los impuestos en un 100 por cien.
P.: Por tanto los que están llamados a hacer frente a la situación son los representantes del pueblo, los Estados generales.
P.Ch.: Sí; pero lo que pasa es que los representantes elegidos constituyen la asamblea más grande de enajenados que la Historia jamás haya visto. Irresponsables. Desenfrenados sólo en las pretensiones, pues nadie quería hacerse cargo de los sacrificios (baste decir que entre los diputados del Tercer estado había un banquero, 30 empresarios y 622 abogados sin causa). No entendían nada de economía, sólo tenían claro que los que tenían que pagar eran los otros. Así empezaron a buscar lo que podían confiscar: en primer lugar suprimen el diezmo de la Iglesia, que nadie del pueblo pedía suprimir porque significaba quitar las subvenciones a las escuelas y a los hospitales. Luego se confiscan los bienes del clero, donados a la Iglesia a lo largo de los siglos, que sin embargo sumaban solamente el siete u ocho por ciento de las tierras. Se empieza a difundir la idea de que la Iglesia esconde sus tesoros, se confiscan los bienes de las abadías.
P.: Y a esta operación se le da también una máscara ideológica.
P.Ch.: Claro. Se impone la Constitución civil del clero, pues sin modificar y emancipar la estructura de la Iglesia no habrían podido robar. Los bienes de la Iglesia, que desde siglos mantenía escuelas y hospitales, son acaparados por una banda de ochenta mil familias de ladrones, nobles y burgueses, de derecha y de izquierda: ¡es por esto por lo que todavía hoy en Francia la Revolución es intocable! Porque fue un Gran Robo con ventaja para la clase dirigente. El robo necesitaba de la mentira y de la persecución porque no era fácil imponer el abuso a los curas y al pueblo. Por esto se quiso imponer el juramento a los curas y quien no juró fue asesinado. La Revolución ha sido una guerra de religión.
P.: Y en Vandea, ¿qué pasó?
P.Ch.: El pueblo se rebeló para defender su fe. El Directorio quería imponer el servicio militar obligatorio (fue una invención suya, pues hasta entonces sólo los nobles iban a la guerra y por la contribución de la sangre estaban exentos de los impuestos). En el mismo día cerraron todas sus iglesias. Los campesinos vandeanos se rebelaron: «Más vale morir para defender nuestra libertad». Impusieron a los nobles, muy refractarios, que encabezasen el ejército católico de Vandea y se fueron a la masacre, porque su preparación era muy desproporcionada en comparación con la del ejército de Clébert. Así, Vandea fue aplastada sin piedad. Pero quisiera recordar que bajo los estandartes del Sagrado Corazón lucharon también los batallones de los pueblos protestantes de Vandea. Católicos, protestantes y hebreos afrontaron juntos la guillotina, por ejemplo en Montpellier, para defender la libertad.
P.: Pero en Vandea no terminó así.
P.Ch.: Ése es el capítulo más horroroso. En diciembre de 1793, el gobierno revolucionario ordena exterminar a la población de las 778 parroquias. «Hay que matar a las mujeres para que no procreen y a los niños porque llegarían a ser futuros bandoleros». Esto fue lo que escribieron. Firmado por el ministro de la Guerra de entonces, Lazare Carnot. El general Clébert rehusó ejecutar aquella orden: «Pero, ¿por quién me tomáis? Yo soy un soldado, no un carnicero». Entonces enviaron a Turreau, un inútil, alcoholizado, con una armada de cobardes.
P.: ¿Fue la masacre?
P.Ch.: Nueve meses más tarde el general Hoche, nombrado comandante, llegó a Vandea. Se quedó horrorizado. Escribió una carta memorable y admirable al gobierno de la Convención: «Jamás en mi vida he visto algo tan atroz. ¡Habéis deshonrado la República, habéis deshonrado la Revolución! Pongo en conocimiento vuestro que a partir de hoy haré fusilar a todos aquéllos que obedezcan vuestras órdenes». ¿Qué fue lo que vio? Doscientas cincuenta mil personas masacradas en una población de seiscientos mil habitantes, pueblos y ciudades arrasados, mujeres y niños horrorosamente despedazados. En Evreux y en Les Mains se guillotinaban a decenas por ser culpables sólo de haber nacido en Fontaine du Campte. Ésta fue la matanza vandeana. ¿Es esto lo que festejamos?
P.: Fue un escándalo, en 1983, cuando Vd. por primera vez usó la palabra matanza acusando a la Revolución. ¿Por qué?
P.Ch.: Los hechos hablan por sí solos. Nadie ha sabido negarlos. Y no hay nada que pueda justificar aquel horror. Pero, antes de mí en 1894, fue un revolucionario socialista, Babeuf, el que denunció «el pueblicidio de Vandea» (en un libro irrepetible que nosotros hemos vuelto ahora a editar). No hay ninguna diferencia entre lo que hizo el gobierno revolucionario en Vandea y lo que hizo Hitler. O mejor, hay una diferencia. Hitler era listo y nunca dio por escrito la orden de eliminar a los hebreos. Éstos del 89, además de asesinos, eran también tontos y dieron la orden por escrito e incluso a publicaron en Le Moniteur.
P.: Hay ciertas persecuciones que consolidan la fe de un pueblo. Pero ésta francesa parece haber borrado la cristiandad.
P.Ch.: Sí, es así. Durante quince años se hizo imposible la transmisión de la fe; una generación entera. Piense que Michelet fue bautizado a los 20 años y que Víctor Hugo nunca supo si había sido bautizado o no. Las iglesias cerradas; los curas asesinados u obligados a quitarse el hábito y casarse, o deportados y desterrados. De veras, yo no comprendo cómo hoy los católicos pueden celebrar la Revolución. Una cosa es el perdón y otra es solidarizarse con los verdugos renegando de las víctimas y los mártires. Concibo que la Iglesia pueda tener miedo, al hablar mal de la Revolución, de parecer antimoderna, de oponerse a la modernidad. Yo creo que es al revés. Yo estoy orgulloso de que haya sido un país protestante como Inglaterra el que haya ofrecido asilo a los curas católicos perseguidos. En efecto, no existe libertad más fundamental que la libertad religiosa.
(Traducción de II Sabato, del 29 de abril de 1989)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón