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Huellas N.17, Junio 1989

CAMINO A SANTIAGO

«...e mai nos posa finché la cosa amara il fa gioire»

C.G

El sentido del peregrinar está en la meta, que es la que da sentido a cada
paso. Incluimos en esta sección un primer artículo que expresa sintéticamente este
sentido («...y nunca se posa hasta que la cosa amada sea su gozo» Dante, Pur. XVIII, v. 33). El segundo nos acerca al símbolo artístico de la gloria que alcanza el peregrino (el hombre) al llegar a su Destino.


Esto es el hombre. Esto soy yo, peregrino que no puede pararse hasta que «la Cosa Amada» no sea suya realmente, es decir, no sea su gozo.
Por esto el camino es la ima­gen más atractiva de lo que es el hombre: nuestra naturaleza es un ir imparable porque es relación con el infinito.
Cuando alcanzamos una meta, o conseguimos una cosa o realiza­mos un proyecto, precisamente allí, nuestra estatura humana vi­bra de nuevo atraída por la to­talidad. El peregrinar, entonces, con­creta en una experiencia nuestra estructura humana, le da una for­ma física, la encarna en un gesto que nos da la percepción de lo que somos.
En el peregrinar se revela la imagen del hombre según sus coordenadas esenciales: la razón y la libertad.
1. El peregrino exige una meta adecuada. Caminando, el hombre actúa su energía de relación con la totalidad: al acercarse a ella da un sentido más profundo a cada cosa, hace nueva cada jornada e impre­visible cada acontecimiento. Nues­tra exigencia no se acalla hasta que no reconoce una meta adecuada a todos los factores de su experien­cia.
El hombre que camina percibe que su razón es mirada abierta a la totalidad, relación con el hori­zonte entero, conciencia de lo que ve, oye, toca y tiene, dentro de una perspectiva que lo abarque todo, afirmación de un significado que no olvide nada. Por este motivo la religiosidad es el culmen de la racionalidad.
2. La peregrinación es parábo­la de la libertad. La totalidad atrae al hombre a través de las criatu­ras, a través de la belleza del ser de las cosas, porque cada criatura es expresión del Misterio y refleja el atractivo último.
Al andar el hombre experi­menta la libertad, no como indife­rencia ante las cosas o insuficien­cia de las cosas, sino como necesidad del nexo entre lo particular y la totalidad para que «cada cosa sea buena». Todas las cosas que le atraen sitúan al hombre ante una alternativa, pueden bloquearlo o ahogarlo, o pueden empujarlo al camino despertando su corazón, sosteniendo su esfuerzo, corri­giendo su pretensión. El peregri­nar está evidentemente determi­nado por la meta. Es esto lo que nos impide contentarnos con una etapa o quedarnos en las cosas como prisión, y lo que nos permi­te vivir las cosas, ellas mismas, como camino a la totalidad. Expe­rimentamos que al tender a la meta no perdemos nada de lo que queremos, sino que lo poseemos dentro del horizonte total. Única­mente es necesario no tener mie­do al hecho de que para descubrir que las cosas son una puerta abier­ta a una perspectiva siempre más humana, hay que desarraigarse de su momentaneidad.
Pero el hombre es pobre.
Solo y por sus propias fuerzas no puede ni siquiera desear el ca­mino hacia la totalidad. Mucho menos hacerlo. Su fuerza inagotable es lo que le ha sido dado.
Su naturaleza que desea y su ra­zón que, tomando conciencia, ac­túa aquella libertad soberana que es la PETICIÓN.
Caminar razonable y libremen­te es pedir. Nuestro ser camina hacia la to­talidad pidiendo.
¡Y qué asombro lleno de con­secuencias humanas que todo esté en un «Hombre»!
Si la totalidad se ha hecho hombre, merece la pena vivir.
«Cristo, única razón adecuada a la vida, permíteme ser función de tu presencia en el mundo, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia».
Este hombre consciente, que camina en la libertad de la peti­ción, se adhiere a la Compañía que lo ha encontrado y que lo ha en­gendrado, no ya con imágenes o pretensiones, sino con gratitud.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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