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Huellas N.17, Junio 1989

PALABRA ENTRE NOSOTROS

Las obras. Realismo y creatividad de la fe.

Introducción a la Asamblea Nacional de la Compañía de las Obras

La existencia es una trama de necesidades y la sensibilidad hacia ellas no puede no desear crear una respuesta. Sabemos a priori que nuestras respuestas no serán nun­ca perfectas, completas, suficien­tes. Sin embargo, pueden ser los pasos de un camino hacia el cum­plimiento de la felicidad que per­mita al hombre generar, por tan­to hacer progresar, la línea inicia­da por el Creador.

«MI PADRE OBRA SIEMPRE»
Dice el capítulo 5 del evange­lio de san Juan: «Después de esto se celebraba una fiesta de los ju­díos, y subió Jesús a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta pro­bática, una piscina, llamada en he­breo Betzata, que tiene cinco pór­ticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, man­cos, que esperaba el movimiento del agua, porque el ángel del Se­ñor descendía de tiempo en tiem­po a la piscina y agitaba el agua, y el primero que bajaba después de la agitación del agua quedaba sanado de cualquier enfermedad que padeciese. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años en­fermo; Jesús le vio acostado, y co­nociendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ser cura­do? Respondió el enfermo: Señor, no tengo a nadie que al moverse el agua me meta en la piscina, y mientras yo voy, baja otro antes de mi. Díjole Jesús: Levántate, toma la camilla y anda. Al instante, que­dó el hombre sano, y tomó su ca­milla y se fue.
Era el día de sábado, y los ju­díos decían al curado: Es sábado. No te es lícito llevar la camilla. Respondióles: El que me ha cura­do me ha dicho: Toma tu camilla y vete. Le preguntaron: ¿Y quién es ese hombre que te ha dicho: Toma y vete? El curado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado de la muchedumbre que allí había. Después de esto le en­contró Jesús en el templo, y le dijo: Mira que has sido curado; no vuelvas a pecar no te suceda algo peor. Se fue el hombre y dijo que era Jesús el que le había curado. Los judíos perseguían a Jesús por haber hecho esto en sábado; pero Él les respondió: Mi Padre obra siempre y por eso obro yo tam­bién
» (Jn. 5,1-17).

SENSIBILIDAD A LAS NECESIDADES
La obra es un intento de res­ponder a las necesidades de las que está tramada la vida humana: un intento que se desarrolla en es­tructuras que buscan ser lo más adecuadas posible. En esta actua­ción de la propia naturaleza, el hombre imita a Dios, prosigue en la historia la figura de Cristo.
La definición de Dios como Aquél que «obra siempre» sólo se encuentra en el Evangelio y obli­ga a una toma de conciencia de lo que nos compete a los hombres y del valor de lo que hacemos: la obra nace en el hombre como imi­tación del Creador.
La conciencia humana se vuel­ve verdaderamente consciente de la ininterrupción de nuestro ser hijos de Dios cuando escucha a Cristo. Por esto la experiencia cristiana nos convierte de forma realista en hipersensibles a la necesidad: siempre y cualquiera que sea.
Esta sensibilidad no puede no ser sentida como generosidad: esta palabra contiene la idea de 'genus', es decir, de fundamento de la es­tirpe. Generosidad, constancia y genialidad o singularidad: cada obra realiza estas características que están, sobre todo la tercera, marcadas por la fisonomía de quien las lleva a cabo.
La experiencia cristiana debe volverse creativa porque en la creatividad se demuestra la fecun­didad realista y la capacidad ina­gotable de la fe. En todo esto se exalta la personalidad de la perso­na: la existencia, que de otro modo se vería rodeada de muros cada vez más estrechos, de la nada; en­vuelta de la sofocante nube de va­cío, se convierte en responsabili­dad, continua respuesta a las nece­sidades. Éstas son el estímulo con el que el Creador lanza al hombre a la comparación de toda su exis­tencia con su destino infinito, es decir, consigo mismo. La vida es una respuesta continua a unas ne­cesidades; satisfaciéndolas, el hombre se acerca a la imagen del rostro del Padre.

MOUNIER: LA OBRA QUE CRECE DE LA TIERRA
Este pensamiento de Mounier es el elegido como eslogan de esta manifestación: «De la tierra, de la solidez es de donde brota el parto lleno de alegría y el paciente sentimiento de una obra que crece, de etapas que se suceden y han de es­perarse, con calma, con seguri­dad». La tierra es lo concreto de la existencia, la solidez se refiere al realismo y el parto a la fecundidad llena de gozo; el gozo está en pro­ducir pero sólo cuando tenga aque­lla característica propia del hom­bre: la gratitud. Por eso Jesús dice: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vues­tro gozo sea pleno» y no hablaba del Paraíso sino de este mundo. San Pablo dice siempre a los cris­tianos: «Estad alegres, os lo repi­to, estad alegres». No hay ni un segundo de nuestro tiempo que no esté llamado a imitar al Padre, a ser fecundo y operativo. El senti­miento paciente de una obra que crece es el desarrollo del parto que constituye una historia (las etapas que se suceden) vivida con calma, es decir sin pretensiones, y con se­guridad, es decir, sin escepticismo que se convierte en violencia.
Por tanto nuestra responsabili­dad es la de hacer pasar la expe­riencia cristiana a una energía lle­na de generosidad constante con la que el hombre busca responder a las necesidades que siente dentro de sí y a las que encuentra, en los individuos y en la sociedad.

LA COMPAÑÍA SE DILATA EN LA CIVILIZACIÓN
En la medida en que uno es consciente de este dinamismo la experiencia cristiana le comunica la exigencia urgente de juntarse con los demás, de crear una uni­dad con los compañeros de cami­no que le muestre sensibilidad ha­cia lo que él siente. Nace una com­pañía. Pero no se origina como lu­gar de proyecto ni tampoco como una formación social. Es un acon­tecimiento socialmente incidente, un ejemplo para todos de que pue­de haber un cambio en el actuar, que dentro de la acción normal puede haber una dimensión extra­ña, nueva: la gratuidad.
La dimensión es una gratuidad que hace más ligero el trabajo, le da perseverancia y sobre todo hace consciente del valor infinito que tiene el actuar del hombre cuando tiene presente en los ojos y en el corazón su destino. Esto es sinó­nimo literal de oración, y al igual que se puede rezar sin ser cons­ciente de lo que se dice; también se puede actuar sin tener concien­cia de que es oración, pero lo es. Desarrollar esta conciencia es el camino de la madurez y mantiene la frescura.
Si se consigue dar una estruc­tura, esta compañía se convierte en instrumento de ayuda que se ofrece a quien quiera vivir una vida más verdadera, a quien quie­ra dar a la sociedad una presencia más justa, más digna de lo hu­mano.
Esta compañía se vuelve expre­sión de lo que Juan Pablo II ha lla­mado «protagonismo cristiano en el mundo». El hombre bautizado se convierte en protagonista y la fe se convierte en la presencia de un protagonismo nuevo en el mundo.
Como no es un proyecto, todo lo que hacemos no nace ni en con­tra ni a favor del orden social. Queremos simplemente dilatar un movimiento real del desarrollo de la experiencia del hombre con­creto.
Un fragmento del teólogo pro­testante más importante de occi­dente recientemente convertido al catolicismo, Alasdair Mactntyre: «Un giro decisivo tuvo lugar en la historia cuando hombres y muje­res de buena voluntad eludieron la tarea de apuntalar el 'imperium' y dejaron de identificar la continua­ción de la civilización y de la co­munidad moral con la conserva­ción de dicho 'imperio'. La labor que en su lugar se plantearon (a menudo sin darse cuenta de lo que estaban haciendo) fue la construc­ción de nuevas formas de comuni­dad entre las que la vida moral pu­diese ser sostenida de modo que, bien la sociedad, bien la moral, tu­viesen la posibilidad de sobrevivir a la época incipiente de barbarie y de oscuridad.
Si mi interpretación de nuestra situación moral es exacta, debería­mos concluir que desde hace tiem­po también nosotros hemos alcan­zado ese momento de cambio. Lo que cuenta en esta fase es la cons­trucción de formas locales de co­munidad en cuyo interior la civili­zación y la vida moral e intelectual puedan ser conservadas a través de los nuevos siglos oscuros que ya se ciernen sobre nosotros y si la tradición de la virtud ha sobrevi­vido a los horrores de la última edad oscura, no estamos privados del todo de fundamentos para la esperanza. Esta vez, sin embargo, los bárbaros no acechan al otro lado de las fronteras: nos están ya gobernando desde hace bastante tiempo. Y parte de nuestra dificul­tad la constituye la inconsciencia de este hecho. Estamos esperando no a Godot sino a otro san Benito muy distinto.
»
Aunque no exactamente en es­tos términos, nosotros pertenece­mos a este flujo de novedad.
Cada mañana, al despertarnos, debemos retomar la conciencia de esta responsabilidad que en la amistad y en la compañía se veri­fica, se sostiene y se exalta. Tal conciencia nos capacita para ayu­dar de forma real a la civilización. Por esto la Compañía de las Obras, la compañía entre noso­tros, no nace como un proyecto so­cial a imagen de construcción, sino como el milagro de un cambio. Un cambio del que los primeros en asombrarnos como espectadores somos nosotros.
Si la compañía es un instru­mento de ayuda para que el acon­tecimiento, que está ya en acto, se dilate en un movimiento cada vez más extenso, el objetivo primario de esta compañía es favorecer el nacimiento de obras sociales. Obras sociales que, según la tradi­ción del movimiento católico, res­pondan a los graves problemas de nuestra sociedad: en particular al del paro juvenil, que representa un auténtico atentado a la digni­dad de millones de personas.
Nos volvemos capaces de crear obras sociales incidentes de una forma real sólo si somos leales, in­tensos, generosos, constantes e imaginativos en el trabajo cotidia­no. Y sólo en lo cotidiano puede surgir la necesidad de respuestas más amplias. La Compañía de las Obras, como asociación civilmen­te reconocida, se ha dado una es­tructura simple y ágil para favore­cer el intercambio de información, de relaciones, presentaciones, su­gerencias y ayudas entre aquellos que están adheridos a ella. Pero cada trabajo es una obra social.
El que se evidencie en obras ca­ritativas y obras misioneras es una llamada a la confianza y a la gene­rosidad para todos. Quien se aso­cia a la Compañía de las Obras lo hace para implicarse con un mo­vimiento en acto.
No tenemos una idea previa según la cual lo que hacemos pre­tenda ser un esquema para todo el mundo; nosotros queremos co­menzar respondiendo al hoy, al hoy de Dios que es Cristo «qui ho­die cognominatur», que se llama hoy.

EL INEVITABLE SACRIFICIO
Todavía hay una última obser­vación de Mouniér: «Es necesario sufrir para que la verdad no que­de cristalizada en doctrina sino que nazca continuamente de la carne». La carne son las circuns­tancias concretas e invisibles por las que el Misterio nos hace pasar. Podemos hacer cualquier proyec­to, pero el Misterio nos hace pa­sar a través de condiciones y cir­cunstancias inevitables fijadas por él, y lo hace sirviéndose incluso de nuestros sueños. Por esto hay un sacrificio que por la mañana, cuan­do nos levantamos, tenemos que presuponer: el sacrificio de la mu­jer que está a punto de dar a luz y que después del parto está conten­ta. Para nosotros toda la vida es un continuo pasar del dolor a la alegría y de la alegría al dolor.

PETICIÓN DE CAMBIO
Para tener la sensibilidad pro­pia de la experiencia cristiana; para que ésta se vuelva generosa operativamente y no perezosa o desconfiada, escéptica o astuta y falsa; para que sepamos unirnos para que se dé un cambio visible hoy a nosotros mismos y a la gen­te, y no por un proyecto cargado de pretensiones, es necesario que pidamos todas las mañanas la sa­biduría de Dios. La sabiduría es el sentido de Dios que penetra en nosotros y que tiende a convertir nuestra vida, plagada incluso de errores, en imitación humilde del Padre.
«Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas y con tu sa­biduría formaste al hombre para que dominase sobre tus criaturas, y para regir el mundo con santi­dad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón (el juicio es el acto con el que empie­za la obra). Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me ex­cluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para co­nocer el juicio y las leyes. Pues aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabi­duría que procede de ti, será esti­mado en nada. Contigo está la sa­biduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala de tus san­tos cielos y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me ayu­dará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor.»
Esta sabiduría no es un térmi­no abstracto, tiene un nombre his­tórico: Cristo, aquél que nos ha aferrado y atraído hacia sí en el Bautismo. Y Cristo, como el sol que se eleva sobre el horizonte, debe iluminar nuestra jornada.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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