Un periodista de origen polaco, Jas Gawronski, ha recogido en un libro (Primeros planos: encuentros con los protagonistas de nuestro tiempo) un determinado número de coloquios y entrevistas realizadas por él con personajes importantes de la escena religiosa, cultural y política de hoy. Una de estas entrevistas ha sido hecha a Juan Pablo II. En lugar de nuestro editorial queremos publicar parte de esta entrevista, donde el Papa habla de Europa, de su crisis y del papel de los movimientos, proponiéndola, junto al documento redactado por nuestro movimiento con motivo de las recientes Elecciones Europeas (cf. pp. 7-10 de este número), para la reflexión de nuestros lectores.
El discurso que Vd. pronunció el año pasado en Estrasburgo ha suscitado mucho interés en el Parlamento europeo. ¿Puede resumirnos las ideas que considera más importantes?
Sería mi deseo que Europa, proveyéndose de libres instituciones, pueda un día extenderse a las dimensiones que la geografía y, sobre todo, la historia le han asignado. Desde que en territorio europeo, a partir de la época moderna, se desarrollaron las corrientes del pensamiento que paulatinamente han ido alejando a Dios de la comprensión del mundo y del hombre, dos visiones opuestas alimentan el punto de vista de los creyentes y el de los partidarios de un humanismo agnóstico y a menudo ateo también. Para la primera visión la obediencia a Dios es la fuente de la auténtica libertad; para la segunda, al suprimir toda subordinación de la criatura a Dios, el hombre se convierte a sí mismo en principio y fin de todas las cosas, y la sociedad, con sus leyes, llega a ser su obra absolutamente soberana.
Después de Cristo, ya no es posible idolatrar a una sociedad como grandeza colectiva devoradora de la persona y de su destino. Ningún proyecto de sociedad podrá jamás instaurar la perfección en la tierra. Los mesianismos políticos desembocan a menudo en las peores tiranías.
Es del humus del cristianismo de donde la Europa moderna ha sacado el principio que gobierna fundamentalmente la vida pública: me refiero al principio, proclamado por Cristo por primera vez, de la distinción entre «lo que es del César» y «lo que es de Cristo, de Dios». Sin embargo, el cristianismo no puede ser relegado a la esfera de lo privado: tiene un papel de inspirador de la ética y una eficacia social propia. Si este substrato religioso o cristiano llegara a ser marginado, no sólo se negaría toda la herencia del pasado sino que hasta el mismo futuro del hombre europeo, creyente o no creyente, llegaría a ser gravemente amenazado.
Pero, ¿qué sentido ve V d. en una Europa unida?
El sentido principal está en el hecho de que Europa es un continente pequeño y las naciones europeas, aunque grandes como cultura, historia y lengua, son pequeñas desde el punto de vista del territorio.
Ningún país europeo, abandonado a sí mismo, podría defenderse contra una eventual hegemonía, mientras que todos unidos, de algún modo, lograrían hacerlo.
Y la Iglesia, ¿qué papel puede tener en esta Europa unida? El marxismo, ya lo hemos dicho, ha perdido mucho de su atractivo. Se ha creado un vacío. ¿Cómo se puede llenar?
Existe un vacío, pero no es un vacío que sea del todo neutral, porque en él se mueven determinadas fuerzas, sobre todo occidentales, que están unidas entre ellas. Una de estas fuerzas es la economía del mercado libre, la economía capitalista; la otra es la ciencia, la capacidad intelectual, la cultura científica, la ciencia moderna dominada, a pesar de todo, por las ciencias naturales y marcada por el positivismo. Pues bien, si se toman en consideración todos estos elementos es fácil comprender que este vacío no es tan apto, disponible, para dejarse llenar por contenidos cristianos.
Tal vez se empieza a notar una cierta tendencia a la revalorización de los contenidos cristianos, un cierto interés hacia ellos, sin embargo, Europa occidental conserva todavía muchos de esos valores, los valores materiales, sobre todo en el campo económico y científico que siguen desarrollándose y progresando. Y es por esto por lo que la visión del progreso en esos sectores conserva todavía un gran atractivo. Aunque es verdad que esa visión del progreso indudablemente ha sido sacudida por el impacto de ciertos factores concretos; ese progreso, por ejemplo, se ha identificado de tal manera con la amenaza nuclear que ya se pone en tela de jucio, en cierto modo, su mismo valor de progreso. Todas éstas son cosas en las que hay que pensar, y yo pienso a menudo en ellas.
Naturalmente la Iglesia, la Cristiandad, debe considerar seriamente este vacío y adecuar a ello su misión y la necesidad de una nueva evangelización en Europa. Se habla mucho de esto y tal vez se habla más de lo que se actúa.
Actualmente estamos siendo testigos -cosa bastante sorprendente después del Concilio- de una cierta crisis en la Iglesia, de una crisis de las vocaciones. Sin embargo, es una crisis de tipo particular y no general, porque en lugar de las vocaciones tradicionales, aquellas que llevan al sacerdocio y a las órdenes monásticas, se ha sustituido por otro tipo de vocaciones, por ejemplo los movimientos laicos. Todo esto debe ser tomado en consideración y debe ser coordinado de algún modo nuevo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón