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Huellas N.17, Junio 1989

LIBROS

Cuerpos y almas, de Maxence Van Der Meersch

Rafael Gerez Kraemer

MAXENCE VAN DER MEERSCH
Cuerpos y almas
CÍRCULO DE LECTORES
Madrid, 1969

Cuando en 1943 se publicó Cuerpos y Almas, Maxence Van Der Meersch ya era, pese a su ju­ventud (había nacido en 1907), un escritor de reconocido prestigio. Sin embargo, ninguna de sus obras anteriores había tenido el éxito de ésta: fue reeditada en numerosísi­mas ocasiones en los años siguien­tes y traducida casi inmediatamen­te a las principales lenguas euro­peas. Sin embargo, paradójica­mente, hoy en día son pocos los que se acuerdan de este autor fran­cés de origen belga y menos aún los que leen esta impresionante novela.
Su interés principal radica en dos aspectos.
Por una parte, nos encontra­mos con ese realismo duro y a ve­ces próximo al naturalismo fran­cés del siglo XIX característico de este autor y a través del cual éste pretende mostrarnos todos los en­tresijos de la medicina en Francia. Este realismo es lo que a veces hace que la lectura sea difícil (y también desagradable) a todos los que son ajenos al campo de la me­dicina. En efecto, Van Der Meersch se adentra en la vida de los médicos, en sus consultas, hos­pitales y facultades, describiendo hasta sus últimos detalles todo tipo de personajes, de enfermeda­des, de operaciones y tratamien­tos... , en definitiva, de casos y si­tuaciones humanas en los que el denominador común es el sufri­miento. No hay en ello, sin em­bargo, ninguna exageración, nin­gún morbo y sobre todo ningún afán moralizador (como en las no­velas de un Zola, por ejemplo). El autor únicamente pretende refle­jar todo el contexto humano que rodea a la medicina y por ello mis­mo no se queda sólo en una mera descripción.
Este mismo realismo es el que le lleva a plantear en su verdade­ra dimensión el problema del su­frimiento y con esto llegamos al segundo aspecto de esta obra, aspecto que es sin duda alguna el principal. Para Van Der Meersch el verdadero drama humano no es el del sufrimiento físico y corpo­ral, que sin embargo llena toda la obra desde la primera a la última página. El drama humano se sitúa a un nivel superior que el físico: el espiritual. La verdadera lucha no es la de acabar con la enferme­dad sino la de saber qué opción to­mamos en nuestra vida, la de en­contrar algo que le dé sentido. A fin de cuentas sólo hay dos postu­ras posibles ante la vida: o bien nos dejamos llevar por el escepti­cismo y entonces la vida se con­vierte en una horrible pesadilla de la que hay que huir del mejor modo posible o bien se afronta la vida con un sentido que acoge todo lo que el hombre es, incluido el su­frimiento, por muy intenso que éste sea. Ambas opciones se con­cretan en la obra en dos persona­jes físicamente emparentados pero separados espiritualmente. Ellos son Jean Doutreval, médico de gran prestigio que, como buen lector de Nietzsche, ha vivido siempre inmerso en un sinsentido que le ha encerrado en un profun­do egoísmo, y Michel, que por el amor de una mujer enferma y po­bre tiene que enfrentarse con su padre y olvidarse de un brillante porvenir. Con ello el libro adquie­re su dimensión más plena tras­cendiendo por completo el mundo de la medicina para convertirse en una parábola sobre el hombre del siglo XX: la verdadera enferme­dad no es la física sino la moral o espiritual. Es el escepticismo, que surge cuando el hombre se con­vierte en la única medida de su vida, lo que hay que arrancar del corazón humano porque, en caso contrario, aquél acaba matando a éste. Sólo cuando el hombre abre su corazón y se sacrifica alcanza la felicidad. Es justamente esto lo que las últimas frases de la novela expresan con esa fuerza que re­corre la obra de Van Der Meersch: «Sólo hay dos amores. El amor a sí mismo o el amor a las demás criaturas vivientes. Detrás del amor a sí mismo no hay más que sufrimientos y maldad. Detrás del amor al prójimo está el bien, está Dios».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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